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Diego Alfaro Palma, poeta:
“Empecé a escribir como casi todos, por una muchacha que desapareció”

Por Lorena Tasca
Publicado en La Segunda, 22 de febrero de 2016


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"Es la juventud de una escritura, y el extraordinario libro de Alfaro
es una luminosa prueba".
Raúl Zurita

Tordo, un ave negra patagónica. Un pájaro que Diego Alfaro Palma (32) siempre vio volando por su natal Limache y en sus años de estudios en Santiago. Y la inspiración perfecta para "Tordo" (Editorial Cuneta, 2014) su segundo libro de poesía, con el que se convirtió en el más joven ganador del Premio Municipal de Poesía, concedido por la Municipalidad de Santiago hace más de siete décadas. El mismo que disputaba esta vez con Nicanor Parra y Claudio Bertoni.

"Me lo tomo con tranquilidad y un poco de euforia; no soy de ese tipo de poetas que le anda gritando al mundo qué es uno y que recita sus versos en las farmacias o al peluquero", explica desde Buenos Aires —donde reside desde 2013— el escritor y traductor.

Raúl Zurita, quien fue parte del jurado, señala: "Es un libro fuera de serie que, junto a «Tachar donde dice Beatriz» del también joven Eugenio Castillo, los poemas de Tristán Vela y de la notable Priscila Grajales, que han constituido para mí las grandes revelaciones de la poesía reciente. Si algo nos muestran todos ellos, y muy especialmente «Tordo», es que no existen los poetas jóvenes, lo que existe es la juventud de una escritura y el extraordinario libro de Alfaro es una luminosa prueba. La brillantez de su estructura, su compromiso y su compasión hacen de este libro y de su autor una de las más apasionantes voces de la infatigable poesía chilena".

Alfaro tardó cinco años en escribir el libro que lo hizo ganador el 23 de diciembre. "Toda la primera parte me tomó casi cuatro. Escribir, corregir, volver a escribir. Estudié varios animales después de un viaje a Torres del Paine, y cuando ya me di cuenta de que el tordo iba a ser el protagonista, escribí a varios grupos de ornitología, también indagué en la mitología mapuche", señala.

La segunda parte salió en tres semanas, en una "especie de catarata interna" que derivó en diez poemas. "Son cartas que dirijo a una tal Jeanne de Montreal, imitando un poco al poema de Blaise Cendrars «La prosa del transiberiano»".

¿Cuáles son las condiciones políticas, sociales y personales que te llevan a escribir este libro?
— Gran parte de los poemas de la primera parte los escribí mientras era profesor de lenguaje en un liceo de Peñalolén (Erasmo Escala, de 2011 a 2012). Era un lugar muy vulnerable para los chicos, de mucha violencia, drogas duras y todo tipo de disfuncionalidades, tanto familiares como estatales. Un día cualquiera, de la nada, entró un alumno con una pistola hechiza a la sala; me puso el arma en la cabeza, me apuntó durante casi cinco minutos sin que nadie lo advirtiera, estaba cargada. Renuncié con mucha pena y estuve un par de meses viviendo casi de nada. Hasta que después de trabajar un tiempo en la librería Ulises, me apesté de todo y decidí irme a Buenos Aires (...) Tal vez siempre fui medio tordo; varias veces me he sentido fuera de lugar.


Caza y poesía

En 2013 llegó a Buenos Aires con la excusa de estudiar Literatura en la UBA, pero nunca terminó. Lo que sí comenzó fue Limache 250, una editorial que lleva junto a su amigo Fernando Correa Navarro, escritor argentino. En paralelo a sus labores como editor es librero en Librería Norte, punto de encuentro para nombres reconocidos en las artes transandinas, como Fito Páez y el cineasta y dramaturgo Edgardo Cozarinsky.

"Al que es artista en Chile, a veces, le queda un poco apretado el poncho. O te adentras en la provincia o te vas un rato. Yo decidí salir porque había varias razones por las que quería conocer a Buenos Aires, esa famosa capital de los libros. Lo que me gusta de esta ciudad es que no te esconde nada, es tal cual se muestra, te dice las cosas a la cara y ahí uno tiene que apechugar desde su chilenismo, tan provinciano. Peor aún si uno es limachino, aunque eso es algo que uno lleva en la sangre y con estima", explica.

"El pensamiento zorro", de Ted Hughes, insinúa que escribir poemas es semejante a atrapar animales, ¿cree que es así?
— Ese texto es quizás uno de los mejores para introducirse y entender cómo funciona la poesía. De hecho, está pensado como un programa de radio para niños. Aunque me encanta, discrepo con Hughes. Él era cazador, yo con suerte fui a pescar un par de veces. Pero él es de una generación en donde esa violencia aún estaba socialmente permitida. Creo que más que atrapar, la poesía es sobre todo la contemplación de un animal.


La pasión por las letras

Diego Alfaro Palma llegó a la escritura por falta de libros. En su familia no existían personas ávidas por la escritura ni estantes llenos de títulos. "Mi mamá se la rebuscaba para conseguir algunos y también revistas que me gustaban como las Barrabases. Pero la escritura se dio a los 15 por necesidad, porque me daba por hacer letras para bandas esporádicas o porque me ponía a traducir las letras de otras. La poesía llegó por mi profesor de lenguaje del colegio que nos hacía medir sílabas métricas con Góngora, Quevedo, Neruda o Mistral. Si empecé a escribir fue como casi todos, por una muchacha que desapareció", cuenta.

"Es posible que escribir signifique rellenar los espacios blancos de la existencia", dijo el italiano Claudio Magris, ¿es así para ti?
— Me gusta más otra frase de Magris (a quien tuve el privilegio de guiar por Santiago), que dice que escribir es construir una Arca de Noé en la que uno sube todos esos recuerdos, personas, paisajes para que sucumban bajo el olvido. Esa es quizás la idea más cercana que tengo, porque esto se ha vuelto para mí algo tan cotidiano como prepararme el desayuno; ahora, esto contrae toda una responsabilidad, una perseverancia y el costo de una exposición.


El mejor consejo: "Al poema hay que pasarlo por cloro"

Alfaro Palma, quien se tituló en Letras de la Universidad del Desarrollo con una beca completa, tiene entre sus escritores preferidos a Enrique Lihn. "Porque es un poeta que te enseña a disfrutar de la escritura, de pasar de lo terrible al sarcasmo, de buscar un hilo ético y estético, de buscar un compromiso en tu oficio", explica.

Pero entre sus predilectos también rescata nombres de su región como Ennio Moltedo y Rubén Jacob. "Son dos laboriosos, distintos entre sí, pero con una conciencia increíble de su obra. Y, por último, no menos importante, he aprendido mucho de la Cecilia Casanova, que fue mi única tallerista, mi maestra. De ella hice la antología de su «Poesía reunida para la Universidad de Valparaíso». Nunca me olvido de su consejo mayor: al poema hay que pasarlo por cloro".



 

 

 

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