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Bachelet no es el futuro, respuesta a Alejandro Zambra

Por Diego Alfaro Palma

Respuesta a
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/11/18/actualidad/1384807588_363362.html




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Lo más seguro es que el señor Zambra no me conozca, mejor así. Yo lo he leído, incluso lo he escuchado en alguna presentación. Por mucho tiempo se ha dicho que es un oasis en medio de la nueva narrativa latinoamericana, pero lo de oasis es una exageración. Lo cierto es que la prosa de Zambra lo puede todo, tiene ese exquisito desliz borgeano y esas salidas bolañescas que se agradecen a la hora de leer un artículo en el periódico y ahí sí que es un oasis. Ese poder lo ha encumbrado a describir simbólicamente a una generación, la suya, la que podría llegar a tildarse como “la intermedia” vivieron en medio de la dictadura y los que hoy toman las calles en busca de respuestas ausentes. No me referiré a sus novelas ni a su No leer, en este instante es necesario interpelarlo por otras razones, razones de Estado -tildarían algunos- y es esa suerte de carro del triunfo, con todo su alegorismo, de un devastador triunfo de Michelle Bachelet en las elecciones.

Zambra no está solo arriba de ese carro, en estas últimas semanas muchos han ocupado un espacio en él, otros narradores, otros poetas, artistas visuales y gente del teatro. El mundo cultural de la Concertación tiene un puesto para todos, no es un mundo orgánico con valores muy definidos, sino más bien algo como un “mundo de oportunidades”. Bachelet puede prometer lo que sea desde ese silencio intencional con el que espera la victoria, su equipo –rancio y oscuro a la manera de los monstruos de El obsceno pájaro de la noche de Donoso- están ahí para dibujarlo a medias y establecer que esto se trata más de una épica contra la derecha que la creación del Chile necesario. Digámoslo como es: esto no es ninguna épica, pues el enemigo no es Héctor ni Bruto ni tampoco está a la altura del conflicto. Esa demonización organizada es meramente un slogan para aplastar el fracaso del gobierno de Piñera, su torpeza absoluta y que nos avergüenza, pues la Concertación, aunque coincida en muchos puntos con sus enemigos-aliados, tiene un desplante comunicacional que hace que toda promesa sea una reforma de lo posible, pero no un cambio en las estructuras.

Chile es una olla a presión, con un sistema de mercado que arrasó con todo lo que lo público tiene de bueno y que ha dejado en el desamparo al ciudadano común y corriente, endeudado, derrotado ideológicamente, vuelto un consumidor del miedo más que de proyectos revolucionarios. Zambra sabe que Bachelet –aunque la quiera situar como el futuro de Chile- tiene el peso suficiente como para volver a taparlo todo, entregarnos parches ante la herida, negociar a espaldas de los estudiantes y del sistema de salud pública, de armar un teatro magnifico en donde las cosas no se transformen de manera radical, sino que nos mantengan tranquilos y aquietados, a media risa con los torturadores. Eso en gran medida es la generación de los 90 y la mía, la que lo puede devorar sin saciarse en cuanto no la molesten, con sus padres miedosos de cualquier inestabilidad presente, que puede permitir que les vacíen los bolsillos con tal que los días sigan siendo iguales. Pensamiento de clase media: dejemos lo mejor de lo peor para quedarnos aquí soñando los sueños de otros.

Chile ha cambiado en los últimos 20 años en muchas cosas para bien y en otras solo para sostener una imagen país, ese paisaje del que hablaba Nicanor Parra. Quizás Zambra & Co. lo reconocen y desean terminar con el espantoso escenario de la desigualdad y el fatalismo de las poblaciones. Tal vez, yo al menos lo digo como alguien que vivió a pecho el 2011 en el frente mismo de la batalla y en el que otros siguen entregando su juventud, un liceo tan pobre que se inunda con la lluvia, con niños mal alimentados bajo el poder de las barras y los narcos, con la mitad de los computadores inservibles, casi sin pizarras ni mucho menos intenciones de mejorar sus vidas. Ese es el Chile que muchos desconocen, el que fue construido bajo el mismo periodo de Bachelet y el duopolio, el de los abandonados que apenas entienden lo que leen y que nunca leerán esa narrativa que pretendemos escribir, donde hay barro y disparos por las noches, donde no hay ni becas ni embajadas y solo reina ese silencio de una clase regente que nunca estuvo, que dio bonos a destajo, pero jamás les entregó un país que crear. Eso, un escritor debiera de saberlo antes de hablar del futuro.  



 



 

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