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ÉTICA DEL DOLOR EN JOHN DONNE

Daniel García Arana

 

 



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Por realidad y perfección entiendo la misma cosa [1], escribe Spinoza en su Ética, ofreciendo un discurso filosófico que rechaza la noción tradicional del siglo XVII acerca del concepto de la religión organizada a favor de una conceptualización de Dios, como sinónimo de la Naturaleza y la sustancia.

Donne, el metafísico, el escritor-isla, como dice Martín Triana [2], por su parte, ve su trabajo profundamente atrincherado entre las convulsas paredes de la teología cristiana, precisamente el mismo tipo de religión organizada que Spinoza parece rechazar. Sin embargo, Donne, al jugar también con imágenes materiales y neoplatónicas, proporciona nuevos modos y maneras en torno a la discusión acerca de Dios y la perfección humana. Y todo ello con el añadido del amor como tema esencial.

La perfección es, evidentemente, un ideal alto, platónico, que es inasible en el mundo material. El mundo material, la extensión, es la parte de perfección, el camino en el que la sustancia de lo perfecto se manifiesta. ¿Dónde falla entonces la aspiración de Donne, el poeta? Aquel que dice querer vencer los límites de la naturaleza [3] , evidentemente experimentará el dolor más injusto, pero también más lúcido, por lo insoslayable que hay en él. La angustia de la búsqueda, la angustia a través de la cual se crea, del estigma necesario:

If thou be'st born to strange sights,
things invisible to see,
ride ten thousand days and nights
till Age snow white hairs on thee;
thou, when thou return'st wilt tell me
all strange wonders that befell thee,
and swear
no where
lives a woman true and fair.
[4]

Mezcla de “deliberate art” y “economy of language” [5] , la poesía de John Donne ha vencido al tiempo, y secuestra a lectores y críticos a entusiasmos casi angustiosos dentro de su propia dulzura. Aquí el dolor y la pena llegan más tarde, a mitad del sendero, cuando alborea el día. Donne niega que exista un final justo y dichoso, los momentos existen antes. Admiramos el amor y de tal respeto no se escancia nunca el sentimiento temible de que hablamos.

Para el poeta, vida y muerte están ligadas al amor (bien de mujeres en su vida temprana, luego el de su esposa Ann, y, por último, rota el alma ya en mil tortuosos pedazos, el de Dios). Preocupación suprema de su mente y corazón, el foco de su experiencia, y el sujeto de su poesía, la posición central y la omnipresencia de amor en la vida de Donne lo lanzaron sobre un viaje de exploración y descubrimiento. Es quien dedicó su existencia a examinar ese concepto desde todos sus ángulos, y experimentó todo tipo de sensaciones. En palabras de Joan Bennett, su poesía es el trabajo de aquel que ha probado cada fruta en el huerto del amor [6].

El poeta también ha leído a Platón. Es evidente pues, que para Donne, el amor se quisiera ascensional, como el Eros platónico, pero sólo se duele, por último, en una oblicua realización en la caída convulsiva, parcial, íntima. Sus versos traslucen una búsqueda de ese amor que restañe la herida de una vida atravesada por el lenguaje que la enferma y la exalta, pero la vida misma queda marcada por la muerte. La muerte del vivir anhelante que trae consigo todo amor platónico.

Se buscará la fusión más extrema con la amada, pero cada paso lleva, irreversible, fatalmente, al abismo entre ambos, abismo entre sujeto y objeto, que nada tiene de quietud epistemológica, porque el objeto que se retira -y aquí aparece, entre líneas, la posición femenina- es ese doloroso, insignificante cifrarse de amor: love is a growing, or full constant light; and his first minute, after noon, is night [7]
.
Cae la luz diurna y todo lo que había sido ese amarse queda convertido en sombra. Paul Celan, eterno y suicida anhelante de lo platónico, incide sobre los lugares del amor, convertidos en la nada:

El lugar donde yacían, tiene
un nombre – no tiene
ninguno. No yacían allí. Algo
yacía entre ellos. No
veían a través.
[8]

El amante, ambos, son sombra, son una imagen fantasmática que atraviesa el día para dar con la noche, siendo la noche lo mismo, ese lugar al que alude Celan que no tiene nombre, que no es. Se busca la soledad y el aislamiento perfecto del objeto que debe brillar como estrella fugaz; pero a poco, se torna más un ideal inasequible que una verdadera singularidad. En Donne, y como propone Lacan, se da el síntoma que es a la vez sufrimiento y alivio: para el yo el síntoma significa padecer a causa del significante (amor), para el inconsciente, en cambio, significará gozar de una satisfacción [9]
.
Dolor y alivio. Doler-se por saber-se.

Coincidiendo con Hugo Mujica y su “el anochecer cambia el sentido y la imagen” [10], las fallas del alma, de la ausencia, parecen pues susceptibles de ocurrir al ocaso. Como Georg Trakl, la cosmogonía de lo que falta reluce, sale a la luminosidad cuando cae la luz del día. Ese mañana que ya es hoy:

Der blaue Fluß rinnt schön hinunter,
gewölke sich am Abend zeigen;
die Seele auch in engelhaftem Schweigen.
Vergängliche Gebilde gehen unter
[11]

Donne se espeja con Trakl, en la lontananza de la incertidumbre misma, subyacente, del momento que ha de venir. En Trakl el atardecer, en Donne el mañana, que es lo mismo que el atardecer del ayer: now thou hast lov'd me one whole day, tomorrow when thou leav'st, what wilt thou say? [12]. La noche, el crepúsculo, la caída del día nos sumerge en la guirnalda tenebrosa del pensamiento. Éste se hunde en el silencio, que ya no es la casa del ser, nunca lo fue, en realidad; separarse entonces para inventar y decir y dirigirse al Otro a través de los otros. Hay dolor y resignación y con frecuencia, en el dormir, ejemplarmente, querríamos retornar allí donde en verdad jamás estuvimos. Acercarse al amor nos hizo dichosos, alejarse es tanto decepción como inexistencia. Dejamos de ser.

Puede que el poeta, desde su función, no pensara en iluminar las leyes de la desdicha con aquello de lo que se provee para sancionar un injusto dolor, que tiene una íntima razón de misterio. El amor es la melodía de las notas amargas, que atrae porque supone, ante todo, un duro aprendizaje del sufrimiento, tal como se desprende de sus sonetos. Pasamos del miedo de sufrir a aprender a ello. Nos hace más poéticos, más reales, y nos enfrenta a la verdad. Teme al final a la muerte, pero la concibe como el reposo o el sueño, del cual se despertará en la eternidad.

Muerte, tú también morirás [13], nos es dicho, está pues presente la eternidad en la que desaparecerán las transformaciones de la realidad para permanecer inmutable en el mundo metafísico del ser. La muerte como pausa o lapso en el fluir del discurso, del cual sigue la eternidad, lugar al que se accede más sabio por esas transmutaciones sufrientes del dolor por amor.

Ese dolor que nace de la falta de perfección, de su no-hallarse, con la falla misma en la búsqueda. Queda antes de arrojarse a la nada, y tal como indica Sánchez Robayna [14], un esplendor vacuo. La escritura ya no sirve para hablarle al mundo acerca de la belleza de la amada, porque la amada ya no es necesariamente bella, pero también porque ya no es un instrumento tan poderoso. El dolor en Donne es ético, porque no halla perfección, empero, la busca. La presencia en ausencia.

Como Ovidio, Donne es adicto al amor, y por tanto, no hay un Don Giovanni que valga, se trata de poner las penas por escrito, de acrecentar su propio dolor así. La catarsis de la herida, en el papel. A tenor de todo ello, puede acusarse, al dolor de ser la causa principal de la creación literaria o estética. Ese vacío, el silencio, la noexistencia de la perfección platónica que anhelábamos, quizás envenenados por la mentira que supone el vivir desde que se nace, es la fuente de la creación.

Ahora que me duelo en lugares comunes, parece decir Donne, creo. Creo más que nunca. Creo de crear, pero no creo, ya, de creer.

 

 

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NOTAS

[1] RUIZ, Joaquin. 1972. Lecture de Spinoza. Paris: La Pensée Universelle, p. 48
[2] MARTÍN TRIANA, José María. 1972. “Notas para una Primera Lectura de John Donne”, en DONNE, John. Poemas Amorosos. Madrid: Alberto Corazón, p. 16
[3] MOLHO, Maurice y Blanca. 1970. “John Donne y la Poesía Metafísica”, en Poetas Ingleses Metafísicos del s. XVII. Barcelona: Barral Editores, p. 28
[4] [Si para extrañas visiones naciste/y para ver lo invisible/cabalga diez mil días con sus noches/hasta que el tiempo te nieve de cabellos blancos;/y luego, al regresar, me contarás/todas las extrañas maravillas que te acontecieron/y jurarás que en ningún sitio vive mujer bella y verdadera]
DONNE, John. 1931. Poems. London: J.M. Dent & Sons Ltd., p. 2
(Todos los poemas en adelante están extraídos de la edición anterior y las traducciones consignadas, salvo que se indique lo contrario, son nuestras)
[5] GARDNER, Helen. 1973. “Introduction”, en The Metaphysical Poets. Harmondsworth: Penguin, p. 18
[6] BENNETT, Joan. 1973. "The Love Poetry of John Donne: A Reply to Mr. C. S. Lewis," en Julian Lovelock, ed., Songs and Sonnets: A Casebook. London: The Macmillan Press, p. 134
[7] [El amor es luz creciente o en plenitud constante;/pero su primer instante, después del mediodía, es noche]
DONNE, Op.Cit., p. 50
[8] CELAN, Paul. Obras Completas. Madrid: Trotta, p. 144
[9] Vid. NASIO, Juan David. 2008. Cinco Lecciones sobre la Teoría de Jacques Lacan. Barcelona: Gedisa, pp. 13-59
[10] MUJICA, Hugo. El Saber del No Saberse. Madrid: Trotta, p. 81
[11] [Hermoso descenso del río azul por su cauce/un cúmulo de nubes se muestra al crepúsculo;/también aparece el alma en un silencio angélico./Se van extinguiendo las imágenes perecederas]
TRAKL, Georg. 2011. Achtzig Gedichte. Mu nchen: Beck, p. 18
[12] [Un día entero me has amado/mañana, al irte, ¿qué me dirás?]
DONNE, Op. Cit., p. 2
[13] Ibid., p. 253
[14] SÁNCHEZ ROBAYNA, Andrés. 1977. “Ejemplos I”, en Ríos, Julián (ed.) 1977. La Casa de la Ficción. Madrid: Fundamentos, p. 67



 



 

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