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"El nadador" John Cheever
EL VIAJE DE NED O LA SOLEDAD DEL NADADOR DE FONDO

Daniel García Arana




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La idiosincrasia del héroe de la novela norteamericana, a lo largo de toda su existencia, ha sido tan alabada como desmitificada, por completo, en los diferentes estadios literarios. Pero es a partir de finales de los años cincuenta, cuando nace -en contraposición al personaje casi mítico, que sale airoso de su hero’s quest- el antihéroe. Por lo general, así es como se ha comportado el personaje principal de la historia literaria en Estados Unidos de los últimos sesenta años.

En The Swimmer[1], el ya histórico relato de John Cheever, Ned Merrill se embarca en un viaje por todas las piscinas del condado, y se da de bruces con la lacerante realidad. Perdidas ya la sinceridad y la capacidad comunicativa, el universo que descubre Ned -en cada viaje catártico que supone atravesar una piscina- es una suerte de sinfonía desconcertante de la vida actual, irreal e imposible. La prolongación del american dream que podría suponer ese viaje termina, de súbito, chocando con esa realidad, cuando el (anti)héroe llega a su casa.

Un panorama de vaciedad ilimitada le golpea de lleno, decimos, al término de la condenatoria representación que ofrece Cheever de los suburbios de clase alta de la Costa Este. La paleta de colores del autor termina por enturbiar el, en principio brillante y alegre, boceto del principio. Cuando comienzan viaje y relato, cada patio tiene una reluciente piscina, donde la gente ríe y disfruta del jolgorio, bebe sin mesura y sobrevive gracias a las empresas de catering y los camareros. Este es un mundo de lujo, parece decirnos Cheever, de facilidad y tranquilidad. Pero no tarda en enturbiarse, en efecto, el panorama, pues, en muchos sentidos, a pesar de esta descripción idílica en la historia, hay un sentido autoral obligado para alterar la felicidad desde la misma homogeneidad patente.

Precisamente porque cada casa tiene una piscina y todo el mundo es igual (rápidos y eficaces para entretener, lo mismo para ofrecer bebidas y charlar), empero, el proceso natatorio de Ned sí que va variando, y se convierte en lo contrario del jolgorio irracional que se vive allí. Hay un lado oscuro en este supuesto paraíso suburbano, en el que algunas piscinas están vacías, otras turbias en exceso, y llenas, por último, de productos químicos. De ahí en adelante, los residentes se hacen cada vez más hostiles y así, el tramo final del viaje de Ned es simbólico de su nado hacia la turbiedad del fondo, más allá, en efecto, de la superficie brillante y alegre de los suburbios. Veamos los diferentes estadios de su viaje:

Ned comienza en una pequeña reunión que incluye a su esposa, en la piscina de los Westerhazy. Se insiste, contra lo que veremos más adelante, en que Ned no bebe en exceso, y él se siente feliz y aceptado, pero una enorme nube en el oeste sirve de advertencia. La casa de Ned está orientada hacia el sur pero él toma la decisión de ir al suroeste, alcanzar su casa “por el agua” [2], y toma la forma de una figura legendaria [3]. Casi podemos hablar de un Leviatán postmoderno. Es, en efecto, parte del delirio, en forma de stream of consciousness, de un alcohólico. La señora Graham, dueña de la segunda piscina, ha estado intentando contactar con Ned, el cual aquí es bienvenido y se le invita a beber. Pero pronto se olvida tal invitación, la bebida nunca le llega, e incluso la misma señora Graham no le reconoce, mirando por encima de sus rosales, cuando Ned sale nadando en dirección a la otra piscina.

El terreno espinado por la que se marcha, su simbología más bien, es perfecta, pues encarna las dos caras de una moneda y se puede aplicar perfectamente al personaje principal: existencia y no existencia, tesis y antítesis [4]. Ned está inmerso ya en la contraposición que lleva implícito el eje del universo de esa community cerrada. La espina axial de su propia vida.

En casa de los Lears se le ignora, aunque chapotea en su piscina y salpica los cristales de su comedor. Reilly encuentra las dos parcelas siguientes sin rastro humano alguno, ni los Howlands ni los Crosscups, y llega entonces a la piscina de los Bunker –un apellido definitorio, también- pues escucha el sonido de una fiesta. Para Ned y su hero’s quest, la dificultad va aumentando. Esta vez, nuestro protagonista tiene que cruzar una calle y subir una escalera. Allí sólo hay una persona más en el agua, Rusty Towers, y con él más simbología, pues el vocablo ‘rusty’ implica la ruina del metal debido a la humedad. La vida se oxida en el agua.

Se le da de beber otro gin tonic, y abandona la fiesta, tras besar a unos cuantos invitados, para dirigirse a la piscina de los Levy. En esa fiesta experimenta un momento interesante para remarcar aquí, pues llega a sentir "a passing affection for the scene […] as if it was something he might touch" [5]. Ya no pertenece a esa gente, es un extraño en su propio hogar, en esas parcelas que le han vuelto la espalda. Pasa, casi, como un fantasma. Bien inadvertido, bien ignorado, entre saludos de hipocresía burguesa.

En casa de los Levy tampoco encuentra rastro alguno de vida, salvo un cartel que le prohíbe el paso y un recipiente para el periódico, por supuesto, The New York Times. Se baña en absoluta soledad, de hecho le complace, dirá el narrador, estarlo [6]. Vemos como Ned ha ignorado las advertencias que le hubieran permitido el regreso, y de hecho, saluda incluso a una incipiente tormenta, como si estuviéramos ante las brujas del mismo Macbeth, sibilas que predicen la destrucción.

Cheever nos permite, de camino al siguiente destino, ver cómo Ned Reilly experimenta una epifanía en toda regla, lo que James Joyce había definido como “a sudden spiritual manifestation, whether in the vulgarity of speech or of gesture or in a memorable phase of the mind itself” [7] y como “an organized composite structure, a thing in fact […] adjusted to the special point, we recognize that it is that thing which it is. Its soul, its whatness, leaps to us from the vestment of its appearance [8].  Para Ned, en este momento, es aún posible recuperar la intensidad de la vida. Como si se tratara de destellos, el enigma se abre por un momento, privado en efecto de las luces que engañan y de las sombras que asustan, del bullicio que resuena y de los componentes e impurezas que amargan el gusto, dispersan las esencias y adormecen el tacto, y se muestran los misterios en evidencia vibrante e inmediata a los sentidos.

Es, por tanto, una revelación que ofrece al sujeto-personaje una visión simbólica y específica de su realidad. De su verdad esencial hasta ese momento desconocida. La epifanía de The Swimmer es absolutamente pictórica, digna de mención:

It was suddenly growing dark; it was that moment when the pin-headed birds seem to organize their song into some acute and knowledgeable recognition of the storm's approach. Then there was a fine noise of rushing water from the crown of an oak at his back, as if a spigot there had been turned. Then the noise of fountains came from the crowns of all the tall trees. Why did he love storms, what was the meaning of his excitement when the door sprang open and the rain wind fled rudely up the stairs, why had the simple task, of shutting the windows of an old house seemed fitting and urgent, why did the first watery notes of a storm wind have for him the unmistakable sound of good news, cheer, glad tidings? Then there was an explosion, a smell of cordite, and rain lashed the Japanese lanterns that Mrs. Levy had bought in Kyoto the year before last, or was it the year before that? [9]

Ned viaja ahora donde los Welcher. No hay piscina, ni bebida. Dependiente del alcohol, como es evidente, está "decepcionado y desconcertado" [10], pero ignora de nuevo los hechos. Es capaz de ello, de mudarse, por sí sólo, a una encrucijada. El nadador elige el peligro y la burla del camino, consecuencias ambas del alcoholismo. En la piscina pública, los problemas legales le impiden pasar mucho tiempo allí, y Ned huye de las advertencias policiales hacia el bosque, lo que simboliza un ocultamiento. La estructura de cuento maravilloso está clara, el héroe ha penetrado en el bosque oscuro e impenetrable, y éste es una barrera que le retiene, una especie de red que aprisiona a los recién llegados[11] . Lo que hay más allá, los Halloran, es casi, y volvemos a Propp, la entrada al reino de los muertos [12], simbólicamente, pues es el presente de Reilly el que está muerto, tras los subsiguientes ritos de iniciación emprendidos.

Los Halloran, sospechosos de comunismo, están fuera de toda norma: ella está desnuda por completo, y pretende desnudar la verdad al propio Ned, hablándole de que se ha enterado de lo que ha ocurrido con sus hijas…etcétera. La desnudez aquí cobra doble sentido, y la verdad no puede salir a la superficie, sigue buceando, sin apenas aire, ahogándose. Pero igualmente, Ned, el alcohólico frustrado y sin futuro, la ignora.

Sin sentimiento alguno de libertad, Ned se mueve a las siguientes piscinas, primero a la de los Sachs y después a la de los Biswangers, donde no tiene ninguna posición social y no es querido. Escucha más de su verdad, de una manera cruel, y su mecanismo de defensa consiste en bucear en la piscina, en aquella que permite la represión. Su caída -pues este héroe solitario prevalece también como uno caído, expulsado de ese ampuloso, egoísta y terrible paradise lost- casi ha sido completada, y Ned visita a su ex amante, en la piscina de al lado, Shirley Adams. Previamente ella aceptaba sus defectos, como estar casado, pero no acepta esto, no entiende por qué ha de cruzar las piscinas, e incluso le niega un trago.

Ned experimenta, así, más nociones sobre su verdad y todo ello, combinado con su rechazo, está dañándole. Le vemos llorar, incluso, al darse cuenta de que "había nadado mucho tiempo, permanecido inmerso mucho tiempo y la nariz y la garganta estaban doloridas del agua" [13]. El momento de la terrible verdad llega ahora, cuando ha trascendido los límites de lo extramatrimonial –la casa de su amante está casi al lado de la suya-, la fatiga le impide nadar en la piscina de los Gilmartins y casi se ahoga en la de los Clyde. Ned ya no es un hombre como lo era al principio, y el concepto de masculinidad se ha perdido: los hombres se lanzan sobre la piscina, y él opta por las escalerillas.

Llega a su casa, y encuentra moho en sus propias manos, se ha conducido él mismo a la ruina, y por eso no siente nada por el triunfo conseguido [14]. Su familia ha desaparecido y la tormenta a la que se dirigió voluntariamente, pues le encantaban éstas, ha desprendido uno de los caños de desagüe, que cuelga sobre su puerta, bloqueando la entrada. Ni siquiera es capaz de recordar que hace tiempo que dejaron de emplear criada y cocinera. Su futuro es el vacío más absoluto, lo ha sido siempre, sólo que él lo había olvidado.

Lo que hace de The Swimmer un prodigio, casi único, en la narrativa corta norteamericana, es que, aunque Cheever apunta una realidad que comienza a desvanecerse cerca del final, tal vez esta representación posterior del fasto suburbano, de la “parcelización” sobre la que asienta el espíritu fundacional de los Estados Unidos es, por triste que resulte, el trazo más realista del cuadro original pintado por el narrador al comienzo.

La historia de Norteamérica misma está escrita en torno al papel del pilgrim que arriba a una tierra desconocida, al explorador que se establece, y, en contraposición a la realidad de éstos, los fundadores del país, que se ven al final como americanos y no como colonizadores extranjeros. El caso de Ned Reilly es justo al contrario: nunca deja de ser  un explorador, un extraño, de hecho continuará hasta el final viéndose a sí mismo como tal. Así que explora una piscina tras otra, vuelve a la fase traumática del nacimiento, descubriendo, además, que el mundo no es el útero acogedor que percibió tiempo ha, pero tampoco puede hablarse de peregrinación negativa, pues se hace en aras de la verdad.

La salida del agua uterina, en la que el feto-Ned-Cheever se encuentra envuelto en la armonía placentera que fluye incesante desde el instinto de vida, es el camino, asimismo, para conseguir llegar al trauma de la verdad, de lo Real. Sobre este punto, hay que recordar las palabras del profesor José María Bardavío: “el camino del feto […] que empezó en la concepción, es un camino hacia la vida, un camino erótico, mientras que el camino que recorrerá ese mismo feto convertido en bebé, será un camino irreversible hacia la muerte” [15]. Y es que por más que lacere, decíamos antes, la realidad, Ned ha encontrado lo que buscaba, incluso si no era totalmente consciente de ello.

Reilly nada entre aguas a buena temperatura, uterina y amniótica, como decíamos, y la cruda realidad, empero, es tan fría como la salida del agua. No es que este antihéroe de Cheever nazca, sino que renace de entre las aguas, hasta llegar a la puerta misma de su hogar, que ha dejado de serlo, que está vacío y abandonado, como está, por último, el sueño americano, tan perseguido como fallido.

Navegar mares prohibidos, dice Pérez Gállego, ha sido la dinámica de la literatura norteamericana, en definitiva, el viaje hacia una hipótesis [16]. Como aquel narrador anónimo de Four Quartets, que entra en el jardín de rosas como lugar de retorno y regreso a la inocencia, y ve niños que se ríen de él, parapetados tras las ramas; o el pilgrim que atraviesa la Feria de las Vanidades en el inmenso libro de Thackeray; lo mismo para Sir Philip Sidney, cronista de falsos paraísos conspiratorios e irrealmente sexuales; o incluso, retrocediendo más en el tiempo, los náufragos que recalan en la isla maravillosa shakesperiana de The Tempest, en busca de su identidad perdida, o de quien, como en Twelfth Night, por citar otra gran obra del bardo inglés, pretende la construcción de un nuevo paraíso.

Lo que era Arcadia paradisíaca, por tanto, se convierte así en lugar ominoso y cerrado. El jardín queda imparcial, lo que cuenta es la calma vegetal, natural, como telón de fondo falso, que siempre oculta algo. Los ecos de Dante, para quien el viaje mismo es digno de castigo, resuenan a nuestro alrededor, impetuosos y sin piedad alguna:

Nel mezzo del cammin di nostra vita
Mi ritrovai per una selva  oscura
Che la dirittia via era smarrita:
Et quanto a dir qual era, è cosa dura.
Esta selva selvaggia et aspra et forte;
Che nel pensier rinova la paura [17]

Es el despertar de Ned al final el que nos renueva el interés en las contradicciones negativas de la literatura norteamericana de mediados del siglo pasado. Su viaje dantesco tiene calidad de onirismo negativo, y esa isla-útero-piscina a partir de cuya separación y desprendimiento, esto es, el final, frente a su propio hogar, le aportará un simple extracto de la realidad. La ruptura con el resto es el símbolo del aprendizaje del mundo, que es tan necesario como cruel. Puede que Ned Reilly haya estado soñando con un deseo durante todo el relato, su inmersión acuática sería la fase más profunda del sueño, que, de pronto, se ha transmutado en un paisaje restringido: lo Real.

Dice Alfred Kazin, en referencia a Cheever, que “América era todavía un sueño, una fantasía, y que, en sus mentes, estos americanos colonos seguían en su camino hacia la Tierra Prometida” [18]. Ned emerge, incluso se humaniza, llora por vez primera en su vida: “It was probably the first time in his adult life that he had ever cried, certainly the first time in his life that he had ever felt so miserable, cold, tired, and bewildered” [19]. La piscina, la suburbanidad dolorosa, se ha transmutado en un espacio cerrado, donde los actos quedan reducidos, la palabra no sirve y el progreso del héroe es imposible.

Sumergiéndose en el agua, Ned Reilly ha entrado en el vasto universo del todo. Eso conlleva, como vemos, el peligro de un mundo desordenado y amenazante. Como si fuera un mar homérico, entrando en el oleaje etílico y, en principio, calmado de una piscina, el cuerpo se pone en riesgo  y Ned se invita a su propia desorientación (de ahí el contexto onírico al que hacíamos referencia antes). Reilly es un resistente heroico, y para nadar requiere darse un elemento extranjero, de diferencia. Cheever ha configurado, es evidente, toda una poética de la flotabilidad, a partir de la estabilidad temporal en la que reconocemos la habilidad del nadador.

Pero son aguas hostiles, no por lo que contienen, sino por lo que anida fuera. El peligro para los límites mortales de la fuerza está en su mismo hogar. Ned Reilly es el pilgrim de la alienación y del vacío. Cheever ha escrito el viaje de toda una vida en un día, y es en el curso de ese periplo acuático en el que su personalidad se endereza, y las heridas se reabren. Ha fabulado sobre una Odisea que deja en un estado lastimoso y realista, el barniz de la América burguesa, sus engaños, sus hipocresías. Para la llegada, la soledad, el desconcierto.

Si uno investiga sobre el autor, verá que John Cheever encontró en sí mismo y en su ambiente cercano, la inspiración para el extraordinario relato escrito en 1964. Cheever tiene resaca, y decide atravesar su piscina. Entonces toma conciencia sobre su propia apariencia juvenil en un cuerpo fatigado por la cincuentena y los excesos. “Aún se lanzaba -dice su biógrafo- a piscinas heladas con vigorosa inconsciencia, se emborrachaba cada vvz que le daba por ahí y siempre estaba dispuesto a salir corriendo” [20]. Parece, en efecto, decepcionado él mismo como autor, y le cede a Reilly la capacidad de ser su trasunto. Insiste Bailey, el biógrafo, “no sólo el Yo narrador estaba destrozado, sino también el Yo John Cheever” [21]. Muestra unos compañeros de falsa normalidad que no aceptan al nadador como uno de los suyos.

No sabemos, al final, si es Ned el marginal, o lo son los otros, pero sí podemos notar las cicatrices que se adivinan en el cuerpo y mente de Reilly, aquellas que dejó el sueño americano. Cada piscina, cada casa, cada encuentro revelan una parte de su vida, deformada por él y por los otros. Esta obra maestra, zambullida en el malestar metafísico de su época, es una Odisea anti romántica, decíamos, de un héroe desmitificado, y que fluctúa entre las aguas, nunca mejor dicho, del mundo real y del mundo ficticio. La narración comienza in media res, entre los vapores del alcoholismo patente en el personaje, y el simbolismo casi épico de la atmósfera naturalista en la que participa.

No se trata sólo de una historia realista y moderna, sino que va más allá. Ese viaje, si supusiera como tal, un plano realista, sería también de regreso y no sólo de huida. Por tanto, volverse podría ser una solución, pero no puede hacerlo, tiene que llegar a la extenuación y al horror de esa casa en la que se enfrenta con la pérdida, una pérdida que resulta inconcreta y terrible.

Por último, y no menos importante, debemos considerar The Swimmer como un cuento postmoderno y unido a las teorías estructuralistas, pues combate esa idea romántica de la modernidad, en la que se vuelve a poner en juego una idea de individualidad, una reivindicación de la individualidad genial. Es postmoderno y, en cierta medida, anti romántico, por más que utilice el recurso del stream of consciousness. Ned desea una naturaleza de la cual está desconectado; allí, la naturaleza, lo natural, está fuertemente estratificado. El agua de una de las piscinas está tan filtrada que Ned pide un poco de esa agua para su gin tonic. La naturaleza ha sido estratificada en toneladas de césped, jardines, bosques, explanadas… y sobre todo, piscinas. Piscina a piscina, forman un río, piensa Ned: el río Lucinda, como lo ha bautizado él, en honor a su esposa [22].

Para el estructuralismo, las relaciones no son materiales, sino simbólicas, y aquellas que van a través de la naturaleza humana y no humana, y la cultura, son las mismas. Dice Deleuze que padre y madre son el primero de los lugares en una estructura [23]. Y eso nos lleva a Lacan, para quien esos lugares modelan su propio ser sobre el momento que los recorre de la cadena significantey éste es el que determina a los sujetos en sus actos y en su destino:

Ce n'est pas seulement le sujet, mais les sujets pris dans leur intersubjectivité qui prennent la file […] et qui […] modèlent leur être même sur le moment qui les parcourt de la chaîne signifiante [...] le déplacement du signifiant détermine les sujets dans leurs actes, dans leur destin, dans leurs refus, dans leurs aveuglements, dans leur succès et dans leur sort, nonobstant leurs dons innés et leur acquis social, sans égard pour le caractère ou le sexe [24]

En este relato, la naturaleza pertenece a las parejas. La psicología individual está determinada por una topología trascendental, y así, los sujetos del estructuralismo son sobre todo los lugares en un espacio topológico y estructural definido por las relaciones de producción. Las estructuras por las que atraviesa Ned están todavía en el lugar, y se repiten a través de él, y si "la structure s'incarne dans les réalités et les images suivant des séries déterminables" [25], entonces no está menos claro cómo la discontinuidad aparece, amenazante, cuando Ned se encuentra ante una piscina vacía: “This breach in the chain of wáter disappointed him absurdly” [26].

Cuando el nadador llega a su casa, recibe el terrible mordisco de la realidad. Durante todo el camino, se ha  ido haciendo más patente que el agua, simbólicamente, ha salido de las piscinas, vaciándolas, y se ha transmutado en el agua de la tormenta que cae. La casa es tan inaccesible, comprueba Ned Reilly, como el mismo sujeto. Inaccesible, pero existente, por último, y es que el estructuralismo no es en absoluto un pensamiento que elimine al sujeto, pero sí uno que lo rompe y distribuye sistemáticamente. Culler nos recuerda, a este respecto, que los individuos eligen cuando hablar y lo que decir, pero que estos actos son posibles por una serie de sistemas que el sujeto no controla [27].

Ned está hecho añicos, tanto física como metafóricamente. Por fin lo sabemos: El nadador perseguía la búsqueda de un origen que se convierte en vacío. Rodeado de una cuadrícula de piscinas y un centro de absoluta vaciedad. Más que un arco narrativo lo que hay es una línea geográfica con una elección histérica de la naturaleza como objeto de deseo incompatible: no una femme fatale, sino una nature fatale.

La naturaleza ha tomado y asediado las propiedades de Ned: las puertas del garaje presentan manivelas oxidadas y contra su casa la tormenta ha estrellado un caño de desagüe. La naturaleza no es compatible con Ned ni las estructuras humanas, y cuanto más se aproxima el nadador a ésta, más queda separado de otros humanos y exhausto físicamente. La naturaleza como elemento inaccesible,  es lo Real lacaniano. Al principio, la naturaleza significó vida, al final envejecimiento y muerte del individuo, al menos desde un punto de vista espiritual.

Ned empieza joven y vigoroso, y casi acaba ahogándose en una de las piscinas al final. El día ha sido meses y años. Las hojas caen en el otoño de un supuesto verano. La línea de piscinas no es sólo espacial sino también temporal: Neddy nada a través de su pasado hacia el horror innombrable de un presente no refractario, y es esa cualidad precisamente el propio espacio vacío que encuentra el sujeto humano cuando busca su origen y solo halla naturaleza sin estratificar. La casa vacía es el objeto vacío del centro del estructuralismo: su falta de identidad es lo que permite la estructura. Y sólo gracias a ese espacio desocupado, pueden proliferar las estructuras. Dice Deleuze: no hay estructura sin lugar vacío, lo que hace que todo funcione [28].

El sujeto está construido en su propia subordinación, por lo que éste es, precisamente, el medio que sigue el lugar vacío. No tanto sujeto sino sujetado, pues las estructuras se determinan humanamente, también en la naturaleza. El nadador es el sujeto nómada del estructuralismo, incapaz de lograr su fin y separado de cualquier materialidad. Estamos por tanto ante un viaje estructural, guiados por Neddy Merrill en su proceso de autoaprendizaje que va de la bebida y la socialización, hasta su propia destitución de ésta. Experimentamos su viaje del alcoholismo a través de las piscinas de sus vecinos y cada parada, o etapa, hace la llegada progresivamente más difícil. Merrill ha sido un gran olvidado, incluso un no reconocido por sus propios congéneres.

Se le advierte, mediante signos, de su ridículo y de sus problemas, pero Ned los ignora. La realidad, decíamos, le golpea, le hace inconexo con su misma vida, y al fin, está solo. Este relato tiene mucho de fábula, como historia del recorrido de un hombre por la vida que es, aunque se lleve a cabo en el transcurso de un día, mostrando sus intentos de aferrarse a la juventud, la virilidad y la felicidad. Querer aferrarse a las hermosas, románticas esperanzas e ilusiones de antaño, como pretende Ned le convierten en partícipe exclusivo de otra tragedia americana por excelencia.

Y, al igual que zambullirse en un río entraña peligro, Neddy Merrill, el antihéroe de toda una generación, consigue salvarse al ser arrastrado, no hacia una cueva, como en algunas fábulas, sino hacia su misma casa, hacia su misma soledad. Está solo, sí, pero quizás se ha salvado, entre tanto desaliento. Ned Merrill ha protagonizado toda una poética de la desidia. Es el símbolo auténtico de esa Lost Generation que, aún hoy, simboliza Norteamérica.
 

 

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NOTAS

[1] CHEEVER, John. 1978. “The Swimmer”, en The Stories of John Cheever. New York: Alfred A. Knopf, pp. 603-12

[2] CHEEVER, Op. Cit., p. 602

[3] Ibíd., p. 604

[4] CIRLOT, Juan-Eduardo. 1981. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Labor, p. 195

[5] CHEEVER, Op. Cit., p. 605

[6] Ibíd., p. 606

[7] JOYCE, James. 1963. Stephen Hero. New York: New Directions, p. 211

[8] Ibíd., p. 213

[9] CHEEVER, Op. Cit., p. 606

[10] Ibíd., p. 606

[11] PROPP, Vladimir. 1974. Las Raíces Históricas del Cuento. Madrid: Fundamentos, p. 77

[12] Ibíd., p. 78

[13] CHEEVER, Op. Cit., p. 612

[14] Ibíd., p. 612

[15] BARDAVÍO, José María. 1988. Fantasías Uterinas en la Literatura Norteamericana. Zaragoza: Prensas Universitarias, p. 55

[16] PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1978. Navegar Mares Prohibidos. Madrid: Cupsa, p. 26

[17] ALIGHIERI, Dante. 1989. The Divine Comedy (Inferno., i, 1-3). Ed. Bilingüe por Charles S. Singleton. Princeton: UP, p. 2

[18] KAZIN, Alfred. 1973. Bright Book of Life: American Novelists and Storytellers From Hemingway until Mailer. Boston: Little, Brown Company, p. 111

[19] CHEEVER, Op. Cit., pp. 611-12

[20] BAILEY, Blake. 2010. Cheever: Una Vida. Barcelona: Duomo, p. 363

[21] Ibíd., p. 364

[22] CHEEVER, Op. Cit., p. 603

[23] DELEUZE, Gilles. 2001. "A Quoi Reconnait-on le Structuralisme?", en François Chatelet (ed.) Histoire de la Philosophie VIII. Le XXe Siècle. Paris : Hachette, p. 306

[24] LACAN, Jacques. 1966. Écrits. Paris: Seuil, p. 40

[25] DELEUZE, Op. Cit., p. 302

[26] CHEEVER, Op. Cit., p. 606

[27] CULLER, Jonathan. 1992. Structuralist Poetics. London: Routledge, p. 29

[28] DELEUZE, Gilles. 2004. The Logic of Sense. Trad. M. Lester y C. Stivale. London: Continuum, p. 61




 



 

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