
        
        No todo lo que florece es un jardín
          Jardines imaginarios, de David Bustos. 
          (Santiago,   Alquimia ediciones, 2010)
        Por Verónica Pérez Arango
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        En el reciente libro de poemas del chileno David Bustos, Jardines imaginarios, hay paseos invernales por templos   japoneses rodeados de nieve y tazas de té humeante; insectos agigantados por   planos detalle; una arqueología de los paisajes cotidianos abandonados por los   dioses.
         Cada poema es un jardín, y “El parque de los venados”, que abre este   libro de hermosa tapa roja y negra, es la puerta que le anticipa al lector lo   que podría ser un corpus de textos místicos. De todas formas, una vez iniciado   el recorrido por el resto de los versos, agradecemos que lo que se lee no sea   solamente la unión del yo lírico con el silencio de lo sagrado (Apago mis palabras como si se tratara de una vela / Humedezco mis   dedos con saliva / Abro los ojos), sino también el momento preciso en el   que el poeta se dispone a armar su escritura en el desierto de la página (Ensortijo la lengua humedezco / la punta del lápiz el papel / el   rizo de la tinta / roe el viscoso acoplamiento).
         Kapilavstu, Cristo,   tribu, vapor, jazmín, oruga, bosque, templo, geometría, aspiradora, república,   biblioteca, moscardones y copos de helado pueblan el libro pero, lejos de   parecer que todas esas palabras provinieran de hábitats distintos e   incompatibles entre sí, la voz de Bustos posibilita su conviviencia perfecta. De   Barro las hojas de un templo desierto / la escoba pelecha,   adelgaza. / Las manzanas de oro caen machucándose / allá y acá en los jardines a   Las cuentas debajo de la puerta, la aspiradora / como un oso hormiguero peina la   alfombra gastada hay un largo viaje de tonos diferentes, sin embargo cada   uno de los poemas de Jardines imaginarios retoma   motivos, imágenes y una musiquita propia que dialoga con el resto, generando la   unidad soñada.
         Poemas poderosos como los mantras de un yogui. La voz de   Bustos juega a ubicarse adentro o afuera del paisaje. Por momentos, toma   distancia; otras veces, se identifica totalmente con lo que nombra y en esos   casos se convierte en monje budista purificado por el flash de la iluminación.   Son los poemas donde un bosque húmedo despierta dentro del   pecho o la ventana, cada planta, / cada flor, cada banco está seguro / de su   significado. 
         Poemas que reescriben la geometría de algunos jardines   ya inventados por la pintura y la literatura de la mano de Claude Monet, Jerzi   Kosinski o Marianne Moore. Entonces Bustos recupera el trazo y el iris del pintor impresionista en algunos versos cortos   (“El estanque de los nenúfares (1899)”), o hilvana la   vegetación diminuta al ahondar en el detalle de lo mínimo como si sus   versos fueran lupas (“Desde el jardín”).
         Alucinaciones en poemas donde los   jardines son mentales y casi tóxicos. Se cruzan imágenes imposibles sacadas del   paisaje nocturno de los sueños, como en “Plasticidad”: Observo el lento deslizar / de los gasterópodos la actitud Zen /   con que elongan y enroscan / sus cuerpos. La doble hebra / del ADN, pienso,   datos / anteriores a la sangre.
         Los veinte poemas que forman parte de   Jardines imaginarios, construyen un recorrido por   diferentes paisajes que se acercan y alejan del clásico “locus amoenus” para   inscribirse de una manera original en la tradición de los jardines   literarios.
         David Bustos nació en Santiago en1972. Además de poeta, es   guionista. Jardines imaginarios es su último libro . Antes publicó Ejercicios de enlace y Peces de   colores; y mucho antes, Zen para peatones y Nadie lee del otro lado.
         
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        Verónica Pérez Arango (Bs. As., 1976): es poeta, actriz y   dramaturga. Egresada de la carrera de Letras de la UBA, actualmente cursa la   Especialización en Procesos de Lectura y Escritura en la misma universidad.   También se forma en artes escénicas con distintos maestros y participa de   diversas puestas como actriz y dramaturga. Su obra La   esperanza o la paciencia de los imbéciles gana el Primer Premio Nacional   de Dramaturgia "Francisco López Merino" en 2005, organizado por Cultura de La   Plata. Publicó la plaqueta la desdentada (Dirección   General del Libro y Promoción de la Lectura, 2002) y Camping (Vox, 2010). Poemas suyos fueron antologados en el   libro Quedar en lo cantado (El fin de la noche,   2009). Actualmente dicta clases y talleres de literatura.