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            Patrimonio - 2008 | index | David Bustos | Autores |
          
           
           
        
         
        3 poemas
         David Bustos 
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         EL PARQUE DE LOS   VENADOS 
              
              Después de 49 días de   meditar bajo una higuera
              Después de mortificarme con frío, sueño y   hambre
              Después de observar la línea azul del deseo en el cielo
              Después de   escuchar como los animales comían de mi cuerpo
              Después de escuchar a los   ciervos caminar entre las hojas secas del bosque
              Después de haber perdido la   huella del Tathagata en la neblina de mi mente
              Después de nacer, enfermar,   envejecer y morir
              Después de abandonar a mi esposa Yashodhara y a mi hijo   recién nacido Rahula
              Después de gozar a mis tres concubinas y vencer en una   guerra de la que nadie tiene noticia
              Después de las pulsaciones de mi corazón   y la higuera
              Después del lenguaje y el deseo 
              Después de que la luna y el   sol salieran al mismo tiempo
              Después de las cosas y entre las   cosas
              Después de vivir por 29 años en Kapilavstu 
              Después de pertenecer al   clan, la casta, la rama, la confederación de las tribus
              Después de que mi   padre me ocultara en los salones y jardines de su palacio
              Después de   renunciar a mis vestiduras y raparme la cabeza
              Después de vivir en el paladar   del bosque más profundo de la tierra
              Después de ver danzar desnudas a mis   tres hijas entre llamas de fuego bajo la nieve
              Después de Cristo y antes de   Cristo y el perfume de la sangre
              Después de que las preguntas sobre la   flecha, el arco y arquero, fueran respondidas
              Después de comprender de que la   paz es el epílogo de la confusión
              Después de perder el peso y la estatura 
              Después del desierto y la voz de las piedras
              Después de esto y lo otro y   en el principio
              
              Apago mis palabras como si se tratara de una   vela
              Humedezco mis dedos con saliva
              Abro los   ojos.
              
              
              
              
              
              EL TEMPLO   HA ABIERTO SUS PUERTAS              
              
              La Virgen del Rocío yace agrietada por   los cuatro costados, la línea de sotos ha pasado del verde oscuro ha un amarillo   crepúsculo. La lluvia en las esquinas de los techos y sus puntas torcidas   destilan como timbales, madera húmeda, palo santo, olor a leña quemada. El   bosque de letras, el gran libro de agua abre sus islotes, archipiélagos, viento   blanco, escarcha. Me froto las manos, el templo ha abierto sus puertas. La   cabeza rasurada, el kimono desteñido y los pies juntos, el mentón paralelo, uno   las manos, dejo caer mi ropa y saludo al sol, el musgo prolifera. El maestro   llega con el té de jazmín a tiempo. 
              
              Namasté. Hoy ha comenzado la primavera,    Allegro y los pianissimos escurriendo desde las cornisas. El cuervo reconfigura   su vuelo se detiene en el aire, reposa en una estaca de arrayan. El bosque de   letras, el templo, la reescritura de los sotos. El verde limón, el limonero. El   olor a leña quemada, bajo la vista, mis ojos permanecen abiertos. El té de   jazmín abre las fosas nasales, la garganta se despeja, el silencio encuentra su   lugar en otra parte. Una flauta dulce caracolea notas, luego las siete   campanadas, la Virgen del Rocío, el libro de agua, el sol, la reflexología, el   calor, el vapor, el brote de lo nenúfares, la curvatura del puente japonés. 
              
              Paseo con mi bastón de punta nacarada. La escudilla huele a romero, las   cuatro estaciones sucediendo simultáneamente. Un arcoíris se marca de a poco en   el cielo, la nieve cesa, la escarcha se quiebra con los primeros rayos de sol,   el paso de las sombras de las nubes. 
              
              Saludo al sol con los empeines pegados   al piso, luego de un salto cruzo las piernas por el arco de mis hombros, doy   gracias y bebo mi té de jazmín, rodeo la porcelana con la tibia yema de los   dedos, mis pies ahora son una voluta de raíces azules, mis brazos abiertos y   quebrados se mecen con el viento, escucho a los queltehues graznar rasantes en   la hierba. 
              
              Mientras un bosque húmedo despierta dentro de mí.
              
              
            
            
            
            
            HESPERIDES            
            
            Barro las hojas de un   templo desierto:
            
            La diosa de la fecundidad agrietada en cuatro   costados
            inclina una sombra sobre el lunar de su pie. 
            Los últimos peces   del Lago Ligustino mutaron
            en ratas que socavan y socavan 
            estampas del   país de los seguidores del lucero.
            
            Barro las hojas de un templo   desierto.
            la escoba pelecha, adelgaza.
            Las manzanas de oro caen   machucándose
            allá y acá en los jardines.
            
            La Vírgen del Rocío ha muerto   un espacio
            húmedo verdoso se llena y decrece
            con los hurtos del tiempo un   charco
            refleja un aeroplano que surca el crecimiento de la yerba.
            
            Se   ha hecho de noche en el templo 
            las campanas deslizan gotas de rocío
            sobre   la luz se han fugado la salidas
            el momento encuentra su silencio en otra   parte. 
            
            Junto las palmas apunto con los dedos
            hacia un cielo   descompuesto por la nieve
            se pigmentan los paseos que despejo. 
            
            La   escoba adelgaza entre mis manos.