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Presentación de "Debajo de la Lengua" de Héctor Hernández Montecinos

Por David Bustos

Acróbatas de intestino plástico y voluminoso
Chapoteando en los gimnasios gibados de la inmortalidad
Mis adorables mafiosos, mis urticarias globales
Nunca me han invitado a sus fechorías literarias.

Yuri Pérez

Cuando Héctor me preguntó si quería presentar su libro, demoré unos días en responderle. Sabía que dadas las circunstancias que algunos conocemos, aceptar sería caminar por un Campo Minado. Pues acepté, a riesgo de estallar por el aire, habría que romper con una lógica perversa me dije, amigos y enemigos, fascios y de izquierda, generación A versus generación B. Entiendo que el ejercicio de la poesía no puede sostenerse sólo en base a guerrillas literarias, balaceras o disputas que por lo demás son bastante ficticias, ya que uno nunca sabe muy bien, qué es lo que se está discutiendo. ¿Qué está en juego en este video game?

Pero en el momento que acepté presentar Debajo de la Lengua, me di cuenta de mi propio fracaso al creer que mediante una presentación, tanto Héctor como yo estaríamos haciendo una especie de pacto de no agresión. De pronto me vi en medio de una liturgia, un evento ecuménico, donde por arte de magia desaparecerían las diferencias estéticas, políticas y éticas, una bandera blanca en medio del fragor. El error o el chiste mejor dicho es creer que represento a alguien. ¿Qué ves, cuándo me ves? Cuando la mentira es la verdad, como dicen Los Divididos. Yo no tengo pasta de apóstol, ni tengo pasta de mesías, no tengo condiciones de mártir, habló Allende y terminó como terminó. Pues yo no represento a nadie, no pertenezco a ninguna generación y nadie podría representar a alguien en realidad, y tampoco creo que haya algún botín en disputa.  

Llegué a la década de los 90 muy tarde, como dice Germán Carrasco, y sólo el boliche de la SECH me abrió las puertas, en el subterráneo donde las cervezas eran más heladitas, como diría Raúl Hernández. Eso fue lo que quise decirle a un poeta (ahora novelista) de los 90, que por esos años me expulsaba de su departamento ubicado arriba de Las Lanzas, en Plaza Ñuñoa, declarándome ilegal por ir a chelear a la SECH.

Todas estas señales simbólicas y otras que prefiero omitir, las tradujo perfectamente bien Francisca Lange al hacer la antología de la poesía de los 90, Diecinueve, donde si me buscan aparezco en los agradecimientos al final del texto. Como en los film, donde están los directores, los productores, los actores y al último aparecen los agradecimientos. Pues Lange me sitúa sintomáticamente en su libro “generacional”, me pone en la periferia del objeto. Todo esto lo señalo y aclaro, como para que ningún despistado diga que soy de los 90, pues mi matrícula fue cancelada por malos antecedentes y digamos que está bien que haya sido así.

¿Qué ves, cuándo me ves? Cuándo la mentira es la verdad.

Han pasado casi 10 años, y poco importa cuál ha sido el resultado, pero como dice Lihn: escribí no estuve en casa del verdugo/ ni me dejé llevar por el amor a Dios/ ni acepté que los hombres fueran dioses/ ni me hice desear como escribiente/ ni la pobreza me pareció atroz/ ni el poder una cosa deseable/ ni me lavé ni me ensucié las manos/ni fueron vírgenes mis mejores amigas/ ni tuve como amigo a un fariseo/ni a pesar de la cólera/ quise desbaratar a mi enemigo.

Pues bien, la poesía de Héctor trabaja con esos materiales, trabaja con esa sentimentalidad dañada, por ejemplo estos versos: Un libro no compila más que las noches/en las que uno dejó de vivir y escribió/como si se tratase de convertir todas esas horas/en una pequeña caja fuerte para el futuro/ donde ni los sorprendentes currículos,/ ni todas las publicaciones y traducciones en el extranjero/ tenga espacio ni mayor valor que el polvo.  Experiencias que devienen en una poética y que se cristalizan en poesía. Debajo de la Lengua tiene 482 páginas y yo habría publicado menos páginas, pero ese problema es mío, no de Héctor. Las tijeras me pertenecen, el corte y la herida. Porque Héctor trabaja con ese exceso, digamos que no saca mucho, no desilusiona su sentimentalidad con autoeditarse, no le hace sonar los dedos a la paranoia. Su método son los poemas mal paridos, poemas que son reescrituras, poemas que son purgaciones, poemas que operan como querellas generacionales, ejemplo:

Asimismo me di cuenta con decepción de los que estaban/inmediatamente antes que nosotros/quisieron escribir correctos poemas en insípidos compendios/en el muerto tiempo de una pálida y fría democracia/ ¿si eso no es miedo, hijos de puta, díganme qué es?

Pero también están los poemas que contienen una bella emotividad y que superan cualquier posición estético- política:

El silencio siempre fue mi sombra/y mi sombre ahora es este borrador/donde puedo escribir lo que mis dedos quieren bailar…

Pienso que hay dos tipos de poetas al menos, el poeta coleccionista, que discrimina su material y que escoge sólo lo necesario y útil para su proyecto y el poeta cachurero, el que no basa su elección en una selección acuciosa, sino más bien acumula todo tipo de materiales, mediado hasta el hartazgo por la experiencia, como queriendo reproducir su vida en el libro. Debajo de la Lengua es un libro que se ajusta a ese itinerario, un mapeo casi en tamaño real del sujeto, sujeto que por el momento creemos es Héctor Hernández.

¿Qué ves, cuándo me ves? Cuando la mentira es la verdad…

Debajo de la Lengua es un libro del exceso de la acumulación, y cuando pienso en esa obesidad lo asocio al síndrome de Diógenes. Síndrome que caracteriza a personas solitarias, que acostumbran acumular cosas, la mayoría de las veces desperdicios domésticos. Podría imaginar este libro como una casa repleta de poemas, poemas a la madre, otro poema al poeta mentor, otro a Estela Díaz Varín, otro poema donde el sujeto está en la playa en Perú, otro donde se despierta por la mañana junto a su amante, poemas al país, poemas a los intelectuales enemigos, y no poco poemas al ejercicio de escribir. Todo esto envuelto en un tono autorreferente en el que el autor hace de su personalidad su propia certeza.

Otro poeta de la especie cachurero, sería por ejemplo Claudio Bertoni, que trabaja con el desperdicio, con los residuos de la realidad y que pone muy poco énfasis en la edición y en la selección, cosa que hace, y muy bien, el poeta coleccionista. Bertoni en cambio se vuelca  hacia la realidad y Héctor lo hace hacia el maquillaje del sujeto. Bertoni escribe para luego desaparecer, Héctor lo hace para aparecer y hacerlo tocando su guitarra eléctrica, problematizando el tejido literario volcándose sobre sí en un precario escenario cultural. Si los 80 eran poetas Rockeros, los 90 poetas reflexivos del lenguaje, los 2000 o novísima son poetas Trasher. Por eso no es extraño que la palabra fascista sea como una bengala en la oscuridad y que aparezca en sus poemas y en sus debates web, ya que Héctor cristaliza su crack, su proyecto en la medida de su personalidad. Otras poéticas lo hacen en el lenguaje, en algún remoto esteticismo, en la infancia, en la ironía, en alguna experimentación, en la métrica, en su origen étnico, etc, etc.

¿Qué ves, cuándo me ves? Cuando la mentira es la verdad.

En esa diversidad se sitúa el sujeto de la poesía chilena, entre AM y FM. Para Héctor, el sujeto está entre los kilómetros de su personalidad y el sui generis escenario de las letras, un trayecto angosto y peligroso.

Resulta paradojal que la derecha liberal o la concertación -a estas alturas es lo mismo- de este país, reivindique las libertades en todas sus formas y sea tan reaccionaria a la hora de discutir temas como el aborto, el matrimonio homosexual, la inscripción automática y el voto voluntario. Es decir, estamos ante un sistema económico que promulga la libertad, pero que reacciona censurando temas que dicen son atentatorios a la dignidad del hombre o a lo que fuera.

Por eso le dije a Héctor que yo no sacaría ninguna hoja de sus 482 páginas de su libro, porque no creo en los reaccionarios o los policías de turno, pero también debo decir que el autor es la primera autoridad de su obra y él debe tener compromiso frente a ella. El problema es otro, como diría José Ángel Cuevas, el problema es dónde situamos ese compromiso. Tengo la sensación que situarlo en el medio literario o extraliterario solamente, es un error; porque toda obra debe hacerse cargo de sus propias contradicciones y precariedad, un compromiso entre la falta y la decisión en este arte de nada y para nada, podría ser una respuesta, situarlo dentro de las dinámicas de ciertas poéticas salvajes y estridentes, es otra sugerente alternativa.

Por último decir que hay que tener cuidado con las situaciones vitales que nos llevan a tatuarnos la mente para toda la vida y a partir de ahí hacer juicios literarios. Podemos ser muy injustos, no importa el bando al que se pertenezca.  Yo por mi parte he leído todos los libros de Alejandro Zambra y de vez en cuando me acuerdo cuando me quiso expulsar de su departamento en Plaza Ñuñoa, he leído sus libros y los he disfrutado mucho y espero con curiosidad su próxima publicación.

Entiendo que Debajo de la Lengua trabaja en forma distinta, que incluye la polémica y los descargos dentro de su itinerario poético, es ese exceso del desecho que muchos querrán ajusticiar. Una solución válida para mí es agradecer esa reacción y releerse uno mismo como sujeto-lector frente a ese malestar, y pensar a qué cuartel de policía pertenecemos, y preguntarnos si deseamos ser policías y pertenecer a un cuartel. Por lo menos yo aspiro a que no, yo aspiro de la otra, como dice Iria Kuryaki and the Valderramas. Si Debajo de la Lengua genera todos esos cuestionamientos, el libro estará por cumplido. Porque no hay nada mejor para un lector, que leer un libro que te hace sentir profundamente incómodo. 

 

 

 

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Presentación de "Debajo de la Lengua" de Héctor Hernández Montecinos.
Por David Bustos