
          
          Entrevista a Ramón Díaz Eterovic 
        “Heredia se autodefine como el hombre que hace   preguntas”
        Por David Bustos
        http://www.carcaj.cl/
         
        La muerte juega a ganador (LOM ediciones, 2010) última novela de Díaz Eterovic, inspirada en el ambiente   de la hípica, nos muestra hasta dónde puede llegar Heredia en la investigación   de los bajos fondos de las apuestas. Con la muerte del hijo de Anselmo, hijo no   reconocido del amigo suplementero de Heredia, se inicia esta décima tercera   novela de la saga del detective Heredia. Una novela de momentos memorables que   entreteje variopintos personajes, que logran un registro magistral por parte del   autor, por ejemplo el mundo de los gitanos o el ambiente de un club nocturno   donde se dan citan personajes lúgubres de la hípica.
        Ramón Díaz Eterovic es capaz de mostrarnos tantas   perspectivas sean posibles con respecto al “deporte de los reyes”, el mundo   íntimo de los jinetes y de los preparadores de caballo, la espectacularización   de las carreras y la técnicas de los jinetes profesionales y por supuesto todo   lo que se esconde tras bambalina.  Sobre estos y otros temas conversamos con   Ramón Díaz Eterovic.
        - Ramón, en la saga del detective Heredia exploras el mundo de la   hípica, quisiera saber cómo La muerte juega a ganador se relaciona con otras producciones que tratan ese tema, pienso en Caballo   de Copas, de Fernando Alegría, Hipódromo de Alicante, de Héctor   Pinochet y Kundalini, el caballo fatídico de Coke Délano. ¿Cuál es tu   relación como autor y como lector con esas obras ¿y de qué manera dialoga tú   novela con ese estado de filiación? 
          - Las menciones que hago en mi novela a las obras de Fernando Alegría y Héctor   Pinochet son básicamente “guiños”, pequeños homenajes a libros sobre el tema   hípico que leí en algún momento y que me gustaron. También lo entiendo como un   diálogo con cierta tradición de la literatura chilena, con temas que han   preocupado a otros autores, y de reafirmar que lo que uno escribe siempre tiene   raíces en el trabajo de otros creadores. Y no estoy hablando de influencias,   sólo de la continuidad de ciertos espacios y temas que existen en la realidad y    los cuales la literatura se encarga de poner de manifiesto, y de reciclar cada   cierto tiempo.
        - Las influencias son diálogos, conversaciones íntimas que se   revelan en los libros. En ese sentido tus libros están plagados de esos   diálogos, de citas y referencialidades, con eso construyes un mundo muy   particular, el mundo Herediano. Cuánto hay de guiño o coquetería en tu obra y cuánto hay de diálogo   real con otras artes, digo otras artes porque está la música, el cine, la   pintura (etc.), constantemente apareciendo dentro del mundo de Heredia. Estoy   pensando que a veces la cita es un objeto vacío, sin significado y que cumple   más bien una función decorativa y en otras es un acto de resistencia, una   subversión, un acto de memoria abierta. 
          - Hay citas que podríamos llamar premeditadas que sirven a Heredia para   explicarse y explicarnos una situación, un estado de ánimo, un sentimiento. Por   ejemplo, cuando Heredia cita versos de Juan Gelman, no es gratuito, no es   decorativo, ya que se trata de mencionar a un poeta mayor que representa   determinadas búsquedas con las que está comprometido Heredia y marcan su   permanente relación con la memoria y el olvido, con los crímenes cometidos por   las dictaduras latinoamericanas.
        Hay otras citas que son fruto del azar, que salen al correr de la pluma. Y   hay otras, la mayoría, son citas que sirven para presentar al personaje y su   mundo. Que Heredia tenga en su oficina unos cuadros (unas reproducciones   baratas, en verdad) de Botticelli o de  Hopper; que escuche a Goyeneche o a Miles   Davis son señas de identidad del personaje, permiten hacerse una idea de él, de   sus gustos, de su historia, de su manera de pararse frente a ciertas cosas de la   vida. Y este último tipo de cita ha sido, generalmente, espontáneo, al correr   de la pluma o tal vez por la simple transferencia de ciertos gustos   personales.
Hopper; que escuche a Goyeneche o a Miles   Davis son señas de identidad del personaje, permiten hacerse una idea de él, de   sus gustos, de su historia, de su manera de pararse frente a ciertas cosas de la   vida. Y este último tipo de cita ha sido, generalmente, espontáneo, al correr   de la pluma o tal vez por la simple transferencia de ciertos gustos   personales.
        Y finalmente esta la cita como ejercicio de memoria, por el deseo de nombrar   y compartir autores con los que disfruto al leer sus obras. O citas de amigos   poetas y escritores a los que aprecio, y que de esa manera hago parte del mundo   de Heredia.
        Y respecto a autores que aprecio, pasa algo especial, porque me he encontrado   con lectores que me dicen haber leído a Balzac porque los cito en tal o cual   novela, o que escuchan a Mahler o Chet Baker porque son cosas que Heredia   escucha a menudo. Y eso, supongo, es otra manera de abrir ventanas, y me   recuerda, por ejemplo, que mi gusto por el jazz nació, en buena medida, cuando   leí la novela “Rayuela” de Julio Cortázar; o que mi afición al boxeo me ha   llevado a leer textos de Jack London, Hemingway, Bukoswky, y de tantos otros   autores que le han dedicado muchas páginas al arte de los puños.
        - Siguiendo en esa misma dirección Ramón, en La Muerte juega a ganador hablas de una placa que indica el lugar donde vivió Ruben Darío. En ese sentido   me parece que Heredia lee la ciudad, que ve las citas de la metrópolis como si   se tratara de un libro, referencialidades que quizás nadie se percata, pero que   están ahí a la vista de cientos de transeúntes todos los días. Heredia es un   lector compulsivo, que no puede parar de leer lo que está a su alrededor ¿cómo   crees tú que se origina esa construcción referencial de la ciudad en tus   novelas? 
          - Heredia se autodefine como el hombre que hace preguntas, y en ese hacer   preguntas se incluye sus observaciones y cuestionamientos sobre Santiago, una   ciudad que se transforma constantemente y que muchas veces oculta su historia,   o bien esta cae bajo los golpes de las picotas que modernizan el paisaje urbano   con evidente insensibilidad frente a la historia y el pasado de la ciudad.   Placas como las que mencionas, y que son muy escasas en Santiago, son guiños   importantes porque le están diciendo a los habitantes de Santiago que ellos   viven en lugares por los que ha pasado la historia de la ciudad y el país. Y   eso debería generar curiosidad y luego una mayor identidad con el espacio que   habitamos. A mí me gusta Santiago desde el primer día que llegué a la ciudad, y   creo que esa atracción se debe a que nunca he perdido la curiosidad por conocer   sus rincones, sus calles, sus habitantes. Curiosidad que desde luego es la   curiosidad del provinciano que se enfrenta a un mundo que le parece inmenso,   inacabable, misterioso.
        Por otra parte, contemos que en la segunda o tercera novela de Heredia,   pensé en hacer de la ciudad un personaje más, en la medida en que la serie se   inició con una reflexión sobre la ciudad, y que, al mismo tiempo, la ciudad me   parecía poco presente en la narrativa chilena. A partir de eso, y con el tiempo,   mi trabajo con la ciudad lo siento como parte del trabajo con la memoria que   atraviesa todas mis novelas; en este caso con una suerte de memoria urbana que   permite fijar algunas referencias acerca de Santiago. Y el hecho de “hablar” de   Santiago o situar algunas de las escenas de las novelas en sus calles, bares o   plazas, genera una cercanía con los lectores. Hay algunos que se identifican con   esos lugares, y otros que, a partir de las novelas, se animan a conocerlos. O   sea, de un modo u otro, se genera una mayor identificación con la ciudad y   algunos de sus espacios.
        - Existe una relación especial entre los escritores y el “deporte   de los reyes”, varios escritores como es el caso de Bukowsky, eran aficionados   a estas lides y escribieron algo sobre el tema. Tengo entendido que tu relación   con la hípica nació de muy niño en tu Punta Arenas natal, ¿podrías relatarnos   un poco ese primer encuentro? 
          - Los deportes, en general, se equilibran sobre una cuerda dramática que suele   ser atractiva para los escritores. La relación éxito-derrota suele remitir a las   pasiones y deseos más profundos de las personas, y por lo tanto es un buen   detonante para una historia que apunte a reflexionar sobre la condición   humana. Mi relación con la hípica viene desde mi infancia, cuando mi padre me   llevaba a ver las carreras al hipódromo de Punta Arenas. Un hermoso recinto con   edificios de madera desde donde se podía observar el Estrecho de Magallanes.
        El primer caballo al que jugué se llamaba “Yakito”. A ese caballo le aposté   los 50 pesos de la época que me dio mi padre y gané, seguramente porque era el   favorito o porque tuve la suerte que, dicen, acompaña al apostador   principiante. Desde entonces, y con periodos de mayor y menor intensidad, me he   relacionado con las carreras de caballo. Es un espectáculo que me entretiene,   tanto por lo que ocurre en la pista de carrera, como en las tribunas en las que   los aficionados agitan sus pasiones y ansias de victoria.
        La apuesta asociada al espectáculo es lo que menos me interesa, salvo por “la   adrenalina” que aporta. Sin duda que no me da lo mismo ver una carrera con o sin   apuesta, pero desde siempre he sabido que a un hipódromo no se va a ganar   dinero. Se puede tener algo de suerte y salir con unos billetes en los   bolsillos, pero a la larga lo que queda en las cajas de los hipódromos es mayor   que lo que uno consigue llevarse para la casa.
        - Linda historia de iniciación con el padre, Ramón. Ahora que tú   lo dices me da la impresión que la vida está marcada por esos eventos que nos   tatúan la vida y siempre de una u otra forma buscamos maneras de revivirlos.   En tu novela Anselmo, de alguna manera también queda tatuado por la muerte de su   hijo que es jinete. La novela retrata el mundo de la hípica de manera realista,   incluso llegando a detalles iluminadores, pero siempre detrás de todo permanece   la muerte del hijo y el dolor del padre. Lo que trato de decir es que la novela   en el fondo podría leerse como una novela del padre y el hijo ¿Qué opinas de   eso? ¿Sientes que además de la exploración del mundo hípico está la relación de   cierto arquetipo de padre chileno? Se me viene a la mente Gabriel Salazar y la   denominación del “huacho”. 
          - Toda novela tiene niveles, historia que se desarrollan en paralelo, que se   complementan. La primera lectura de “La muerte juega a ganador” remite a una   historia de apuestas, hampones y asesinatos. Es la historia más simple y al   mismo tiempo la que sirve de pretexto para hablar de muchas otras cosas más.   También hay otra historia, que para mí es de suma importancia, y que tiene que   ver con el hecho de la pérdida de un hijo. Antes, en El segundo deseo,   Heredia busca a su padre al que nunca conoció; y ahora Anselmo quiere recuperar   una relación imposible. Y así uno podría hilar más fino y encontrar otras   historias más breves dentro del todo que es la novela: el mundo de los jinetes,   la historia del gitano que vive de las apuestas, la relación de Heredia con sus   mujeres. Toda novela es un mundo, y todo mundo está lleno de pequeñas   historias.
        - Te cuento que yo nací y viví hasta los 27 años en Independencia a   pocas cuadras del Hipódromo Chile y el mundo que retratas en tu novela me es   familiar y puedo dar fe que ese mundo es como lo describes, incluso tuve un   compañero de curso en el colegio que su padre era jinete, Pedro Cerón. Es una   vida de gloria y miseria. Sin embargo debo confesarte mi impresión por los   detalles que alcanzas en la novela. Me llamaron la atención cosas técnicas, por   ejemplo el caso de los jinetes y, sin ir más lejos, el mundo de los   preparadores de caballos, ¿cómo un novelista logra esa experticia con un tema?   ¿Tienes algún método de investigación previo a la escritura?
          - En el caso de esta última novela, hay muchas cosas del ambiente que conozco   como simple aficionado a las carreras; otras que he aprendido conversando con   gente del ambiente o bien leyendo alguna documentación o la prensa, por ejemplo,   en todo lo que se refiere a la medicación de los caballos que es un tema muy   técnico y específico, y del cual no tenía mucha idea. Uno investiga, y a veces   varias horas de investigación se transforma en una frase y nada más.
            
  La   verdad es que podría haber entregado más antecedentes, pero no quise atosigar al   lector con información ni convertir la novela en un tratado sobre la actividad   hípica. Tan solo el hecho de recoger anécdotas sobre carreras podría significar   ocupar cientos de páginas. Todo aficionado tiene sus historias, sus triunfos y   sus derrotas, y todas sus historias las rememora como si se trataran de la   mismísima guerra de Troya, entre otras cosas porque no hay nada que haga más   feliz a un hípico demostrar que sabe apostar a los caballos precisos.
        En La muerte juega a ganador solo utilicé la información necesaria   para crear cierta atmósfera y hacer verosímil ciertos hechos. El que quiera un   tratado de hípica que busque en otra parte.
          
          Ahora, en general cuando escribo,   y dependiendo del tema, investigo en la realidad, leo alguna bibliografía sobre   el particular, trato de aprender lo más posible sobre el tema que abordo, y el   resto es imaginación. Un escritor trabaja con un 50% de información y otro tanto   de imaginación; y un novelista debe desarrollar el talento de hacer creer que   lo que cuenta es “la realidad”, cuando puede que no lo sea, o sea una parte de   ella. No se trata de reproducir o detallar mecánicamente, con precisión de   notario público. Se trata de crear, de sugerir, de inventar a partir de la   realidad que se observa y luego se pretende recrear.
        - En la novela muere Pinochet, Heredia se ve cada más viejo y   disminuido, hasta Simenon es un gato veterano; por otro lado la ciudad se va   borrando y van surgiendo otras construcciones más modernas. Chile ha cambiado   mucho y en pocos años. Heredia es un personaje de la resistencia, alguien que   obedece a una lógica que arriesga con desaparecer. Una vez leí que decías que   Heredia es alguien que podría representar a tu generación   o sea a los adolescentes de la UP, ¿quién es Heredia realmente en términos   simbólicos? ¿Y qué sucedió con los Heredias de tu generación?
          - Supongo que para cada lector, Heredia representa algo diferente. Yo lo siento   como un sobreviviente que resiste; que fue un adolescente lleno de sueños  y que   luego, con la dictadura, se volvió obligado a padecer una existencia de   negaciones y maltratos que nunca estuvo en sus cálculos, y frente a la cual   solo pudo esgrimir sus principios, su ética, su capacidad de resistir y de crear   pese a todas las limitaciones. En este sentido se parece a muchos de mi   generación, y como ellos, Heredia ha envejecido, está cansado, pero no se   resigna a bajar sus banderas de siempre.
        Pero también siento que hay otro Heredia, el que leen y buscan los jóvenes de   hoy, que ven en él a un resistente que no comulga con ruedas de carretas,   profundamente libertario y dispuesto a jugársela por cualquier causa que   considera justa. Esta aproximación a Heredia es la que más me gusta, porque   quiere decir que es un personaje que está en condiciones no solo de hablar desde   la nostalgia y la derrota, si no que también desde y hacia la esperanza y el   futuro.
        - Por último preguntarte Ramón, tú eres uno de los pocos escritores   consagrados que conozco que lee a los autores jóvenes y se junta con ellos   ¿Cómo ves el panorama de la poesía y la narrativa actual? ¿Y cuánto influyó en   tu época de escritor joven, la amistad con grandes poetas como Jorge Teillier y   Rolando Cárdenas?
          - Leo lo que puedo y no hay que exagerar. Trato de estar informado de lo que se   está escribiendo, pero siempre es poco e insuficiente, como para tener la   pretensión de dar un panorama de la poesía y la narrativa actual. Leo y me   intereso por lo nuevo, eso es todo. Veo una serie de publicaciones que circulan   al margen o en los límites de los canales habituales de distribución, y es en   ese límite –autoediciones, editoriales pequeñas, colectivos– donde me parece que   se están haciendo algunas apuestas arriesgadas y buenas. Diversidad y nuevas   voces, tanto en poesía como en narrativa. Búsquedas, muchas búsquedas, y eso me   parece positivo.
        Jorge Teillier y Rolando Cárdenas son dos, entre otros nombres de poetas,   escritores y críticos ya desaparecidos, como Mario Ferrero, Gonzalo Drago,   Diego Muñoz, Martín Cerda, Carlos Olivarez, Mariano Aguirre, con los que alguna   vez me vinculé y tuve la suerte de conocer. Bueno, ellos y otros tantos más, que   fueron importante en mi formación, y más que eso, en mi relación con la   tradición y la historia de nuestra literatura. Toda gente a la que daba gusto   escuchar, de la que uno tenía mucho que aprender, y que de un modo u otro me   hicieron sentir que tenía dedos para un piano que me empeñaba en tocar. Y   probablemente, de gente como ellos, aprendí a que es necesario establecer   puentes con los creadores más jóvenes, no porque uno tenga algo que enseñar,   sino que para decirles que en este oficio, tan incomprendido y desgastador, uno   no está tan solo como a veces cree.
        Y bueno, también hay otros escritores con los que afortunadamente nos   seguimos viendo, y entre ellos, Poli Délano, quien siempre ha sido un maestro   generoso en el siempre jodido oficio de vivir y escribir.