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PECES
DE COLORES
(David Bustos,
LOM ediciones, Stgo., 2006)
Por
Cristián Gómez O.
Ya Ramón Díaz
Eterovic llamaba la atención hace poco sobre el rigor y la intensidad con
que David Bustos se tomaba su empresa poética. Y se escribe como
se vive, solía decir, si no me equivoco, Enrique Lihn. Comentar entonces
el tercer libro de Bustos -lo preceden Nadie lee del otro lado (2001)
y Zen para peatones (2004)- supone meternos en un volumen que asume
su tarea como si en ello el hablante se jugara la vida. Pruebas de ello están
esparcidas a todo lo largo del texto y traerlas a colación aquí
sería un ejercicio ocioso de no ser porque también tenemos que lidiar
con la desconfianza del lector contemporáneo. Citamos entonces sólo
una de las pruebas del caso para refrendar lo dicho:
Para
matar este tiempo
es que hemos tartamudeado de esta forma
y hundido la
navaja más allá de su filo.
No
sería difícil recorrer de punta a cabo el conjunto de Bustos con
la premisa en mente de que estos poemas quieren llamarnos la atención sobre
los voladores de luces del espectáculo social(1),
sobre esos peces de colores -y ciegos- que deambulan por la pecera, i.e., de poner
el dedo en la llaga sobre los vicios del mundo moderno -y más específicamente-
sobre el estado actual de nuestra sociedad, donde
el presente fragmentario se contrasta con el sentido de totalidad -efectiva o
no, pero que aun así funciona como subtexto de la lectura- que podía
exhibir el pasado. "Escenas de familia" es de seguro el mejor ejemplo
de esto, donde la metonimia de la cena familiar reemplaza toda la conformación
de la subjetividad del hablante, que dicho sea de paso, es la que recorre de principio
a fin este conjunto (la nota de Alexis Figueroa sobre Peces de colores
ofrece más luces sobre este último tema en particular(2)
). Pero este libro no invita a una lectura por separado de los poemas,
sino más bien a considerarlos como una especie de narrativa breve pero
efectiva y no efectista, donde cada poema no logra su sentido por sí mismo
sino que se concluye, si es que concluye, en la lectura de los que lo preceden
o lo siguen, ya sea inmediatamente o a posteriori. Es lo que ocurre, por ejemplo,
con el ya mencionado "Escenas de familia", que no puede entenderse separado
de otros textos como ":Si todo lo triste es bello" o "Aves paranoicas",
sin mencionar toda la serie que gira en torno a la imagen -y sus variaciones-
de los peces de colores. Es precisamente este motivo -palabra fetiche de alguna
crítica de antaño que no dejaba de contar con muchos aciertos- el
que, por razones obvias, resulta preponderante en el total de la obra. Portada
y título del libro apuntan hacia allí, así como una serie
de poemas que giran en torno al eje verdad y mentira, lo profundo v/s lo superficial,
lo que en suma realmente importa en contraste con aquello que no. De aquí
surge lo que Díaz Eterovic señala como "una feroz crítica
a la sociedad que nos cobija o nos da de puntapiés, y una aproximación
a la manera como el poeta, desde su oficio y su conciencia, interviene en el mundo
que habita. Aunque en estos tiempos la expresión está algo acorralada,
me atrevo a decir que la suya es una poesía con claro acento social, en
el sentido de voz de la tribu, del testigo que nos interpreta y nos hace mirar
a nuestro alrededor de una manera más lúcida, menos ingenua y conformista"(3).
Más lúcidos sí, menos ingenuos y menos conformistas también;
sin embargo, creo que la virtud del libro de Bustos, la gran virtud del libro
de Bustos, es -precisamente- lo contrario a lo que indica Díaz Eterovic.
Si bien es correcto decir que en este libro se deja ver "una crítica
a la sociedad", no menos cierto es el hecho de que tal crítica se
desliza de una manera más bien oblicua, tangencial, o para decirlo de otra
manera: tal como lo plantea Francisca Lange en el prólogo a su antología
recientemente publicada, "pareciera que el hecho político, lo profundo
y lo contingente, sólo existiría mediante la frontalidad; da la
impresión de que muchos de estos poetas han sido leídos superficialmente,
evidenciando la necesidad de construir una crítica académica y periodística
sobre el tema que hasta el momento presenta sólo precarias excepciones.
Lo político se manifiesta tanto en la escritura como en los modos de pensar
la experiencia y lo literario, articulando espacios estéticos enfrentados
a la memoria, propia y colectiva. Quienes utilizan la palabra poética han
dado espacio a imágenes rescatadas y creadas desde, contra y a espaldas
de ese contexto cultural e histórico, creándose un lenguaje que
ha invertido llantos, transformándolos en otro discurso"(4).
El punto es, entonces, que nos parece más adecuado suponer en
Bustos un afán por reseñar la sociedad chilena contemporánea
no a través de una representación confrontacional, donde buenos
y malos estarían identificados a priori. Sería demasiado fácil,
sería demasiado simple y, además, sería lisa y llanamente
hacerle el juego a ese mismo sistema que se pretende criticar: porque dado el
estado actual de nuestro statu quo, toda democracia neoliberal acepta,
e incluso fomenta, actitudes y visiones disidentes como parte del juego representacional
de la democracia. Si todos pueden dar cuenta de sus puntos de vista, por muy críticos
que sean del sistema, éste en el global se justifica. Este tipo de críticas,
entonces, como la que cree ver Díaz Eterovic (lector, por lo demás,
siempre inteligente y generoso), son las que están admitidas dentro de
las reglas del juego. Y, por lo tanto, su capacidad crítica es prácticamente
nula, o un mero saludo a la bandera. Esto es una parodia de la rebeldía
que no hace sino describir en cuerpo y alma las rebeldías que el mismo
sistema ampara, que son parte de la lógica cultural del sistema. Sería,
dentro de este circuito, nada más que capital cultural que se acumula y
que se transforma, todavía dentro de ese mismo sistema al que hemos aludido,
en mercancía y en ganancia, transable a fin de cuentas en un mercado de
bienes simbólicos (que operan como solución a las contradicciones
sociales que imperan en la realidad). Mutatis mutandis, esto sería lo que
ocurre, por ejemplo, con los académicos de izquierda y toda su corrección
política, que trabaja como una pieza más de una maquinaria muy bien
ajustada de consumo universitario y cultural. La producción de conocimiento
es otra forma de activismo político, se dice. Claro, pero ese conocimiento
que se produce va a parar no más allá de los márgenes del
modelo que se critica, entrando a formar parte de un círculo vicioso y,
en apariencia, inevitable.
Pero, visto desde otra perspectiva, tal vez
la crítica que sí se trasluce en la poesía de Bustos es una
que, en lugar de irse de cabeza contra la muralla, creemos que se ve a sí
misma transitando por el camino de las incertidumbres. Un buen índice de
esto podría ser el mismo epígrafe que inaugura el libro: "Quizás
nada sea cierto. Pero todo es real". De alguna manera, esto parece una marca
de fábrica de Bustos, porque ya habíamos comentado al respecto en
el postfacio de su libro anterior, Zen para peatones. Allí poníamos
de relieve la reflexión que lleva a cabo el poeta al escribir que "Lo
real ha invadido lo real", verso que pareciera hacer referencia al diagnóstico
de Baudrillard en torno al mundo virtual y su (escaso) anclaje en la porfía
de los hechos: "if the Real is disappearing, it is not because of a lack
of it-on the contrary, there is too much of it. It is the excess of reality that
puts an end to reality, just as the excess of information puts an end to information"(5).
Los signos que se han vuelto indescifrables de una época que se
ha vuelto indescifrable: he allí de lo que habla, pienso, este tercer libro
de Bustos. Si un poema es siempre algo más que la Historia dentro de la
que nace, como suele insistir Octavio Paz, igualmente cierto es el hecho de que
es capaz de trascenderla gracias a esa misma historia y que ella es su condición
sine qua non. Esto es lo mismo que decir que Bustos no se hace el loco con aquello
que lo rodea, pero tampoco se le olvida que el poema es un artefacto verbal que
no comunica mensaje alguno que no sea el poema mismo: ni sermón ni prédica,
ni cátedra ni consigna, sino todos ellos y ninguno a la vez, el poema,
como bien lo sabe el autor de estos Peces de colores, es una opacidad expresiva
que llama antes la atención sobre su batalla representacional que acerca
de lo supuestamente representado:
Mover
la mano en la pecera
no quiere decir atrapar un pez
si se advierte y sabe
de ante mano
que la esquiva representación flota
dentro de un signo
zodiacal
por ejemplo un pez frente a otro pez
no logran verse a los ojos.
Y ojo que el autor abunda sobre el tema. La súbita desesperación
por querer ver bajo el agua, que se confunde con el deseo de quebrar derechamente
la pecera, concluye junto con el poemario en la insoportable visión de
la pecera rota. Lo real que invade lo real. El género humano no puede soportar
mucha realidad, Eliot dixit. Bustos, por su parte, se conforma con hacer notar
su carácter inasible, que no es poco. Y si de correspondencias se trata,
el referente de Peces de colores, en suma, creemos que es uno de variados
grises, más que uno teñido de blanco y negro. Enclavado o extraviado
en medio de un país en transición o con ansias de abandonar la transición
-así lo proclaman, al menos, no pocas voces, a propósito del fallecimiento
de Pinochet-, donde las señales de tal proceso distan de ser unívocas,
el texto de Bustos se encarga `precisamente de dar cuenta de esas ambigüedades,
como si su labor fuera más que la de un espectador ante los hechos, la
de un testigo implicado en lo que narra. La amplia bibliografía que pretende
poner en relación Literatura y Sociedad -así, con mayúsculas,
porque generalmente a los más sesudos les gusta hablar claro y golpear
la mesa-, pone un mayor o un menor énfasis en la sumisión de la
obra al ejercicio del poder político -Paz- o busca desentrañar el
tejido con que la obra conjuga o trata de conjugar "una noción de
objetividad que no excluya, como material de desecho, la 'subjetividad inmediata',
no sólo justificable en ciertas coyunturas históricas como las que
vivió el surrealismo, sino fuente permanente de investigación poética
de lo real, como se quiera que aquí es donde se trata de 'liberar al hombre
de sí mismo', antes o después o por encima del problema social"(6).
NOTAS
(1) Se podría,
en otra ocasión, ya que el espacio de esta reseña no alcanza para
ello, ahondar en la crítica del carácter performativo de la sociedad
que se hace en estos poemas, a su condición de simulacro y virtualidad.
(2) Figueroa,
Alexis. "Una lectura de Peces de colores". En Proyecto Patrimonio, <http://www.letras.mysite.com/db221106.htm>
(3) Díaz Eterovic, Ramón. "Peces de colores, de David
Bustos". Presentación del libro en el restorán Rapa Nui, Viernes
14 de Julio del 2006. En Proyecto Patrimonio, <http://www.letras.mysite.com/db170806.htm>
(4) Lange Valdés, Francisca (compiladora).
Diecinueve (poetas chilenos de los noventa). J.C. Sáez editor. Stgo.,
Chile. 2006. Dicho sea de paso, aun no logramos explicarnos, aunque nada le agregue
a la discusión, la ausencia de la poesía de Bustos en este libro.
(5) Baudrillard, Jean. The Vital Illusion.
Columbia University Press, the Wellek Library Lectures. New York, 2000).
(6) "Definición de un poeta", en El circo en llamas. Lihn, Enrique. Edición de Germán Marín.
Lom ediciones, col. Texto sobre texto. Stgo., Chile. 1997.