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          PRESENTACIÓN THELONIUS / 09.11.11
        Guillermo Riedemann
        
         
         
        
           
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          “Ahora bien, como el yo vive atareado  pensando en
             una multitud de cosas, y como no es más que  el
             pensamiento de esas cosas, cuando, por  casualidad,
             en lugar de tener delante esas cosas, de  repente da
             en pensar en sí mismo, sólo encuentra un aparato  vacío,
            algo que él no conoce y, para conferirle  alguna realidad,
             le agrega el recuerdo de una figura que  percibió
             en el espejo”. M Proust.
        
         
        ¿Cuál es la trama de estas hebras? ¿Y por qué viudas, viudas de  qué, de quién?
          
          Para el griego, el hombre es “el ser de la palabra”; para el  alemán, la poesía es “la fundamentación del ser a través de la palabra”. Y, si  se me permite la obviedad y la tensión, sabemos hace tiempo que el lenguaje de  la palabra es meramente un código, nada más y nada menos, aunque no cualquiera,  claro, porque también puede ser como el diamante que se utiliza para cortar el  diamante. Sin embargo es un código al fin, o un conjunto de signos a los que el  ser humano ha dotado generosamente de significación arbitraria. De modo que  podemos preguntarnos ¿de qué ser estamos hablando cuando hablamos del ser aristotélico?,  ¿cuál es la fundamentación del ser heideggeriano sino un conjunto de signos con  arbitrario significado? Nuestro fundamento es arbitrario, mas también puede ser  un diamante útil y nada de bruto para cortar o pulir o dibujar el diamante en  bruto. No pocas veces gana la partida la falta de fundamento y de sentido, y  andamos mudos, ciegos, impedidos de decir lo que quisiéramos decir, sin  siquiera saber de qué va la cosa. Partamos desde aquí hasta encontrar el filo  del diamante.
          
  ¿Cuál es, entonces, pregunto de nuevo, la trama de estas hebras?  ¿Y por qué viudas?
  
          Desde luego es interesante recordar que, en persa o turco  antiguos, Diván, título de uno de los textos del libro, significa “conjunto de  poemas”, y hay allí un analizante lacaniano y una regresión y la amenaza del  dolor, anunciada ya en el primer poema del libro o, en este caso, del Diván, en  el verso penúltimo que enuncia y anuncia “instantáneas  obtenidas del saco lagrimal del amanecer”. Entonces, ya tenemos un  personaje de la trama; tal vez un personaje que fue parte de una trama, que fue  hebra que formó parte de la trama y luego fue hilacha, fragmento, viudez,  pérdida.
          
          Pues parece que por aquí va la cosa, por el túnel de la pérdida  que se desanda, que se camina en reversa para revisar -como un niño aterrado a  bordo del tren fantasma- los bordes, las grietas, los restos que quedaron  pegados en las paredes, en un túnel que se fue abriendo sin aviso y dejó  huellas que se revisitan cada vez que la pérdida vuelve a poner los nudillos en  la puerta.
          
          Y si hay un Diván que nos da algunas señales, naturalmente tenía  que haber un espejo. El poema Diván está en la página 35; miremos el poema de  la página 53. Un colchón viudo, hebras viudas de calcetines gastados por el uso  o el desuso, una hebra novia  que partió demasiado pronto, como si supiéramos  qué es pronto, qué es demasiado Sin embargo, quiero decir que todo me suena a  pretexto. No se trata de este colchón, ni de estos calcetines ni de esta novia,  aunque sí, por supuesto, pero el túnel en el que nos mete nos aguarda con  cabellos finos en la tina del baño; ¿cabellos finos de quien?: de la novia, del  personaje en el Diván, del amor que se pierde a cada instante y deja retoños en  el mundo, quienes experimentarán su propia viudez, su propia pérdida?
que partió demasiado pronto, como si supiéramos  qué es pronto, qué es demasiado Sin embargo, quiero decir que todo me suena a  pretexto. No se trata de este colchón, ni de estos calcetines ni de esta novia,  aunque sí, por supuesto, pero el túnel en el que nos mete nos aguarda con  cabellos finos en la tina del baño; ¿cabellos finos de quien?: de la novia, del  personaje en el Diván, del amor que se pierde a cada instante y deja retoños en  el mundo, quienes experimentarán su propia viudez, su propia pérdida?
          
          Si no hay fundamento, si perdemos la vida tratando de encontrarlo,  podemos confiar que, a veces, de vez en cuando, hay un cortador de diamantes y  palabras que sabe que la única herramienta puede ser la palabra que nombra un  pequeño fragmento, una minúscula hebra, y al hacerlo también sabe que deja de  nombrar la trama, pero en ese gesto lo que asoma y se revela es precisamente la  trama imposible de nombrar. Hay un personaje expulsado de la trama, hay un  personaje perdido en la pérdida de su lugar en la trama; enfrentado a restos de  un cuerpo -“tanatología pura en la grieta”,  dice el personaje- del que se buscarán huellas al otro lado del túnel, en esa  zona innombrable, de la mano de un conjunto de poemas.
          
          Y entonces lo que queda, lo que creemos que queda, a lo que le  ponemos ese nombre, son palabras sueltas, algunas palabras como hebras, algunas  palabras viudas que entretejen otra trama, al menos lo intentan, para iluminar  un escenario desmontado hace meses, un escenario que es esa otra trama de la  que el personaje fue expulsado hace meses o hace siglos; una trama que es un  sustituto o quiere serlo y de la que también terminará expulsado para revivir  la pérdida.
          
          La lucidez del personaje nos habla desde este conjunto de poemas  para reconocer que también se pierde entre las palabras. El noble filósofo en  su Tractatus ya lo sabía y nos dejó dicho que sólo es posible ocuparse de un  segmento de la realidad particular y restringido y, el resto, la mayor parte,  es silencio. Empero, ¿es posible, y cómo, recuperar el valor y la función de la  palabra que ha sido útil también a tanta falsedad y ha sido secuestrada por la  vulgaridad y la imprecisión de las democracias de consumo masificado?
          
          El Diván, el conjunto de poemas y su personaje exploran un camino  desconocido, aquel saber que no se sabe, y van a su encuentro machete en mano,  a través de enmarañadas selvas que son otra trama o tal vez la trama original,  la primera. Allí aparecen sonidos de huinchas de embalaje, ruptura, despedida,  pérdida y duelo, y las huellas de un antiguo terror. Donde no había sino  silencio, el silencio se vuelve urgente, única salida, un modo indescifrable de  ser desde la hebra, y en la añoranza de la trama recomponer la trama o un  fragmento de ella que nos salve del terror. Al menos que nos dé la ilusión de  salvarnos del terror, la pérdida y el silencio.
          
          El poeta junta palabras y dice algo que las palabras no dirían si  el poeta no mediara. El poeta ya no es un fingidor lusitano, antes bien es un  mediador, un medium, entre las palabras que son signos de significados  arbitrarios y el fondo del océano o la espesura o el resplandor o el sueño que  nadie quiere recordar, que nadie quiere entender, que se lo habla todo.
          
          Este conjunto de poemas no busca en el revés de la trama sino que  revisa la trama perdida, de la que no sólo el personaje sino todos fuimos  expulsados. Una revisión de la trama desde el castillo de cristal de la  infancia, ese espacio indescriptible pero que se puede tocar y oler, ver,  sentir, un espacio resquebrajándose, desmoronándose, espeso, húmedo, frío,  desolado, que regresa al momento de enfrentarnos al escenario desmontado y a la  novia que partió demasiado pronto.
          
          Hebras Viudas, el nuevo libro de David Bustos, que de esto estamos  tratando de hablar, es un conjunto de poemas que nos hace desenhebrar nuestras  propias tramas, que provoca en el lector un estremecimiento que corre en  paralelo con sus personales fogonazos de viudez, pérdida, vacío y, no obstante,  también cierta ternura que no es resignación ni aceptación siquiera sino algo  que el personaje en su Diván podrá llamar cura, ese modo de decir “sí, duele,  cuál es el problema”.
          
          Quiero decir finalmente que, en una época en la que a muy pocos  les importan las hebras y la exploración a rostro descubierto en la trama que  nos deja convertidos en hilachas, David las deshoja para quien quiera ojearlas  y sea capaz de resistir la mancha, el borrón, los telones negros sobre las  ventanas, la ceguera que regala a cambio la ilusión del entramado individual  perfecto.
          
          Desde mi arbitrario punto de vista, allí está el gran mérito de  este libro. Gracias, David.