
          
        "Jardines Imaginarios" de David  Bustos
        Presentación de Guillermo Rivera
Jardines  Imaginarios, Alquimia ediciones, Colección: Ensayos con  la Ceniza, 2010. 56 p.)
-publicado en revista Lanzallamas: http://www.lanzallamas.org/ 
        Quisiera comenzar esta presentación  con dos preguntas: ¿qué es un jardín? y ¿cuál es la experiencia que el poeta  posee del jardín?
          
                                     Ensayemos entonces una  entrada.
        Si tenemos, por una parte, que el jardín es ese  espacio que nos integra a la naturaleza, o un ámbito en que la naturaleza  aparece ordenada y donde la interioridad se convierte en mundo, podríamos afirmar,  entonces,  que el jardín es inseparable  del poeta. No está afuera, está en él. Y es precisamente porque el jardín no es  sólo exterioridad, sino que está incluido en su poesía, que nos atrevemos a  decir que todo poetizar es asimismo un jardinear. El jardín y el poema no son  ausencias de la vida de todos los días, al contrario, la completan. Jardinear  es ir hacia alguna parte, es remover la tierra, usar las manos, ver brotar ante  nuestros ojos frutos y pétalos, o al decir del poeta, percibir una escudilla  oliendo a romero, lo cual sería un deseo de perfección en un espacio –desde ya-  limitado.
            
                                        Pero ¿qué significa  esto?
        Creo que Bustos lo percibe en esta especie de fusión  entre ambas prácticas, es decir, nos pone ante los ojos un proceso de  imbricación entre poesía y jardín, y por lo mismo, sobresalen para mí, las  referencias directas al Jardín de Kosinsky; al otro Jardín (inalcanzable) de  Julio Méndez en la novela de Donoso, donde el personaje arrasado por la derrota  y el exilio busca escapar de la pesadilla de la historia según la célebre frase  del célebre personaje de Joyce; o el Jardín de Marianne Moore
          
          -que de paso es su mirada sobre la poesía y donde  nos habla precisamente de los poemas como jardines imaginarios con ranas  verdaderas.
        Bustos prefiere los caracoles a las ranas, esos  seres que llevan a cuestas su propia casa y que en sus lentos desplazamientos  se oponen al fetiche de la velocidad.
        Tenemos así un libro con temas: el tiempo, la  naturaleza, el renacer, la sed, o lo sagrado, donde la imaginación del lugar no   proviene de una mística banal o desacralizada, sino de una realización común  por lo perdurable que puede encontrarse en el acto de humedecer los dedos con  saliva y ver. Esta última parte del primer poema del libro nos remite a la  imaginación –a veces, sagrada- de Carrol, y me permite establecer una analogía  entre el apago mis palabras como si se tratara  de una vela en Bustos, y el trató de imaginar como se vería la luz de una vela  cuando está apagada  en Carrol.
proviene de una mística banal o desacralizada, sino de una realización común  por lo perdurable que puede encontrarse en el acto de humedecer los dedos con  saliva y ver. Esta última parte del primer poema del libro nos remite a la  imaginación –a veces, sagrada- de Carrol, y me permite establecer una analogía  entre el apago mis palabras como si se tratara  de una vela en Bustos, y el trató de imaginar como se vería la luz de una vela  cuando está apagada  en Carrol.
        El viento mueve las hojas de los árboles y las hojas  de la poesía que son también árboles. En este sentido se trata de jardines adorables.   
        Creo, que los jardines de Bustos se presentan como  una vivienda para que observemos desde allí la vislumbre de un universo que  muta y, sin nerviosismo, la moral de un espacio que hace del poeta: autor y  lector de sí mismo. 
        El poeta se imagina atravesando un jardín u  observándolo.
          
          Pero no se trata, en mi opinión, de una imaginación  forzada que nace del pensamiento, más bien, tiene que ver con los sentidos.  Aquí la realidad parpadea, reverbera y vacila en cada nueva percepción,  mientras las ideas vienen posteriormente como momentos privilegiados de la  lectura. Lo que quiero decir es que no estamos frente a un libro de ideas, o de  retazos de ideas, sino ante un formidable mosaico de percepciones que nos  remiten a la vista, al oído y al tacto.
        Se trata entonces de una disposición perceptiva, es  decir, el ruido del viento sobre una escalera, el arrastrarse de algo sobre la  tierra; nos lleva a imaginar el parque de los venados, o a los nenúfares de  Monet creciendo entre las lozas del jardín de Lewis Carrol. 
                         
          Observo que ahí yace la sensibilidad estética de  este libro, y su lectura celebra la esperanza y serenidad de Bustos como  jardinero y poeta.