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"Peces
de colores" de David Bustos
Por
Ramón Díaz Eterovic
Presentación del libro "Peces
de colores". Viernes 14 de julio del 2006.
Antes
que todo quisiera decir que la lectura de "Peces de colores"
de David Bustos me ha servido para confirmar algo que me llama la atención
en él desde que hemos compartido alguna mesa para hablar de esas cosas
aparentemente inútiles de las que suelen preocuparse los escritores y que
tienen que ver con el modo en que se acercan al oficio, a la palabra, al gesto
cotidiano de rayar las paredes. Ese algo que me llama la atención es su
rigor, en el sentido de exactitud e intensidad, para asumir el hecho
poético, ya sea como autor o como lector de los escritos de otros. En él
no hay gestos de autocomplacencia, sino que un cuestionamiento permanente, una
búsqueda cuidadosa que lo hace avanzar a pasos seguros por la siempre resbalosa
cuerda de la poesía, aportando contenido, voz propia y no mero bullicio.
Para mi la poesía nunca ha sido asunto de teorías o discursos
engorrosos para explicar lo que no se desprende por si solo del texto. Más
bien creo que es un asunto de lluvia que moja o no moja. De sentir que el poeta
nos habla o no nos dice nada; nos conmueve o nos deja indiferentes. Y en ese sentido,
leer este nuevo libro de David Bustos es constatar que estamos frente a un poeta
que tiene mucho que decirnos, que sabe cómo hacerlo, y que a pesar de tener
plena conciencia de la fragilidad de la poesía, de ese "silabario
hecho de esquirlas" como la define a ratos, sabe a fin de cuentas, como lo
dice en unos de sus textos, que el poema es una navaja que se hunde en la madera,
y deja en el aire un zumbido que nos remite y enfrenta a una vida en la que no
nos sentimos cómodos.
Como todo buen libro de poemas, el de David
Bustos es una casa con varias entradas y cada lector podrá escoger la que
más le acomode o interese. En mi caso, y después de un par de lecturas,
me inclino a verlo desde la perspectiva de una certera aproximación a la
época en que vivimos, de una feroz crítica a la sociedad que nos
cobija o nos da de puntapiés, y una aproximación a la manera como
el poeta, desde su oficio y su conciencia, interviene en el mundo que habita.
Aunque en estos tiempos la expresión está algo acorralada, me atrevo
a decir que la suya es una poesía con claro acento social, en el sentido
de voz de la tribu, del testigo que nos interpreta y nos hace mirar a nuestro
alrededor de una manera más lúcida, menos ingenua y conformista.
Bustos es un poeta que se rebela, que a ratos desconfía de sus palabras,
pero que al fin de cuentas, se mantiene fiel a su vocación, a "esa
súbita desesperación de querer ver bajo el agua" que confiesa.
Desde su título y en varios de los poemas que componen el libro
hay referencias que nos hacen concebir la realidad como un espacio acotado en
el que nadan peces de colores que nos encandilan, nos confunden y sobre todo inquietan
al poeta que sabe que esa fascinación "dura lo que una pastilla en
el paladar". Por lo tanto, hablamos de una poesía que se cuestiona
y nos cuestiona acerca de un hoy que nos perturba. Por eso, entre otras cosas,
no es casual sus diálogos con Enrique Lihn o Rodrigo Lira, y tampoco lo
es que uno de sus poemas se llame "Para matar este tiempo", y que en
él dialogue con un libro de igual nombre que publicara años atrás
el poeta Esteban Navarro. En eso veo algo más que un gesto de amistad o
un guiño poético. En ambos, pero en diferentes contextos históricos,
está el deseo de impulsar el poema como un arma que interfiera en la realidad,
que provoque e inquiete al lector.
"Para matar este tiempo he garabateado
estas líneas", declara, y esa intención la veo presente a lo
largo de todo el libro, y a modo de ejemplo vale la pena detenerse en el poema
"Escenas de familia". En este poema, tras una aparente imagen familiar,
se supera la expresión de una anécdota cotidiana del poeta y revela
la oscura trama de lo que somos y del medio que habitamos. Un ayer y un hoy que
registran dos momentos de una familia que en este caso, asimilo a la idea de país.
Un registro de disimulada nostalgia en el que por una parte están "los
buenos tiempos" del ayer en los que la madre envolvía montoncitos
de monedas y la vida parecía transcurrir por cierta pasividad de barrio
capitalino; y un hoy de "tarjetas impresas", de "reformulaciones
de tareas" que quiebran la mesa familiar, la cubren de silencios y anuncian
el instante de las separaciones. Es la familia y es el país el que se fractura,
dejando a sus miembros en un desamparo que conmueve. Con esta idea, David Bustos
nos está enfrentando a una realidad de silencios, de incomunicaciones,
de apariencias, de muros, de falta de certezas acerca de qué y cómo
vivir. Es decir nos está hablando de un ahora en el que aparentemente no
todos saben que "mover la mano en la pecera, no quiere decir atrapar un pez".
Esta última cita nos remite a otro de los notables poemas del libro -Acuario-,
y al desconcierto -tal vez de unos pocos, tal vez de muchos- frente a la huida
o inexistencia de peces de colores, que nos deja dando palos de ciegos, en un
desolado paisaje en el que solo se puede reconocer los estragos de la sequía
o los riesgos del pantano.
Frente a la realidad que le incomoda y nos incomoda,
Bustos asume la poesía como un gesto que ilumina lo cotidiano, el día
a día que nos consume. Su quehacer poético es un diálogo
constante, una interpelación a los dolores y a las dudas que provienen
de un momento que parece carecer de sentido. En sus poemas están las revelaciones
del poeta que intrusea en la existencia, que atisba a través del ojo de
la cerradura y que se aferra a los destellos más pequeños -"el
murmullo de la luz", "las sombras de un cuadro" - para transforma
la incertidumbre en reflexiones que desnudan la verdad ocultas tras las apariencias.
Casi al final del libro, Bustos reitera sus dudas y preguntas: "Qué
hacemos al ver peces de colores ondulando. Qué hacemos detenidos en medio
de la nada, viendo el suave descenso de las babosas". "Pregunto ahora
que estás a punto de dar vuelta la hoja y dar por finalizado y terminado
este capítulo". Si frente a la incertidumbre el hablante de los poemas
se cuestiona y duda de la finalidad de sus palabras, el lector, este lector en
particular, no tiene duda. "Peces de colores" no es un libro más
de los tantos que se publican invocando a la poesía. Es un texto importante
que nos remite a la obra de un poeta con voz incisiva, que a pesar del desasosiego
no renuncia a la escritura, a "la caligrafía de los cuerpos"
que se comunican, a la esperanza que se puede encontrar en las "raíces
que florecen en la oscuridad". "Peces de colores", en definitiva,
nos entrega una poesía que nos permite asediar el aparente e inmovilizante
sin sentido de nuestra época. Poesía para ver el lado oculto de
la luna y dejar de estar embobado frente al brillo engañoso de la pecera.