Proyecto
Patrimonio - 2007 | index | David
Bustos | Martín Gubbins |Autores |
Comentario
de "Peces de Colores" por Martín Gubbins
PECES
DE COLORES
de David Bustos
(LOM,
Santiago, 2006)
La interpelación contenida
en los últimos versos del poema titulado ": Si es cierto que todo
lo triste es bello", lleva a hablar, en primer término, de la
relación autor/lector a propósito de este libro/pecera.
Los
ojos del lector reflejados en los ojos de los poemas -algunos grises y otros de
colores- que nos salen al encuentro desde dentro del acuario cuando se le abren
las piernas al libro.
En ese mismo sentido, la lectura de Peces de Colores
hace patente una ventaja de los buenos libros de poesía como este: el hecho
de ser, de alguna manera, trajes que se adaptan a la medida de cada lector. Cada
uno puede legítimamente recibir el libro a su propio modo, y aún
así encontrar aspectos que
pertenecen a la obra y que la hacen ser lo que es. O sea, la idea que se tenga
de libros como Peces de Colores puede variar mucho de lectura en lectura,
pero aún así se resisten a perder su carácter, aquel aspecto
particular que los distingue y les otorga identidad.
A partir de esa advertencia
puedo decir que me atrajo mucho un puñado de imágenes que se repiten
y que desde el principio resultan cautivantes, sobre todo para quienes se interesan
por los asuntos relacionados con el oficio de escribir poesía.
Con
esas imágenes el libro está construido, o tejido en verdad, como
se teje una red, o un espinel en el cual se atrapan, en primer lugar, momentos
vitales, emocionales o personales muy intensos y variados relacionados con la
soledad, el amor, la identidad, la pertenencia; y también se atrapan eficazmente
dilemas propios del oficio de escribir/leer.
En mi opinión, la principal
imagen del libro es el encuentro entre el pez y el ojo separados por el vidrio
de una pecera. Las preguntas de los últimos tres versos del poema Peces
de Colores fija de inmediato la atención en esa intrigante trilogía
pez/pecera/ojo. Nunca había imaginado a un pez como ojo. Con esta pura
imagen el libro se ganó un lugar en mi deficiente memoria literaria, pues
me llevó a un lugar que no conocía y en el cual me he quedado por
un buen rato.
Estos Peces de Colores son pensamientos, sentimientos
y palabras. El nado aleatorio, constante y circular de esos peces es un protagonista
del libro. La cita a Brossa es muy afortunada en este sentido. Y se agradece que
no esté al principio, porque al encontrarla tan adelante dan ganas de recomenzar
la lectura.
La pecera en este libro es una mente, una hoja de papel, una
casa (una cocina) que circunda situaciones personales y las separa de lo exterior,
lo cotidiano. Del mismo modo que los peces, la pecera es protagonista, con sus
vidrios transparentes que también son espejos, o muros ante los cuales
se tartamudea, techos bajo los cuales nada se ve bien. ¿Se puede ver lo
que está al otro lado del acuario? Mal, distorsionado. ¿Se puede
poseer lo que está al otro lado del vidrio? Imposible. Horror, sobre todo
en tiempos como el nuestro cuando el encuentro corporal resulta tan liberador.
De ahí surge de inmediato la pregunta sobre para qué escribir, que
esta obra, como todas, no responde sino de un modo casi oracular: si quieres saberlo,
escribe.
Peces de Colores puede leerse como una obra sobre el aislamiento,
el solipsismo, el abandono, del hombre en general, y del poeta en especial, ante
los misterios que la poesía no puede revelar pero que se asoman a su pecera.
La pecera es una celda inevitable. Un claustro de reflejos donde lo que es uno
se confunde con lo que es otro, pero donde ninguno se encuentra realmente. Se
ven, pero deformados, y jamás se tocan. ¿Qué tocan cuando
tocan el vidrio de la pecera?
La pecera es el continente de una materia
acuosa donde viven y se reproducen pensamientos, sentimientos, palabras. Sin embargo,
se deja bien claro en el libro que "mover la mano en la pecera no quiere
decir atrapar un pez". Por ello, ¿es realmente el agua como sinónimo
de fertilidad lo que guarda esta pecera en su interior? La afirmación del
verso citado anteriormente hace pensar que no, pues anuncia que el camino de la
poesía no necesariamente accede a grandes verdades. No al menos dentro
del acuario.
Las palabras, los poemas, nadan en forma aleatoria y a veces
tocan con la nariz los vidrios/ espejos/ muros de la pecera donde quizá
encuentren un ojo grande que las mire y refleje desde afuera, y que a su vez se
reflejaría en ellas, como si éste y aquéllas estuviesen hechas
a imagen y semejanza. ¿Quién es ese cuyo ojo es como el de un dios
distante? No sé si puede hablarse en este caso de poesía mística,
pero no pasa inadvertida la reunión de pez y ojo, ambos símbolos
de la iconografía cristiana separados aquí por el vidrio de un acuario.
En
todo caso, puntualmente respecto a la relación entre el poeta y su trabajo
llama la atención la intolerabilidad que se manifiesta en Peces de Colores
en cuanto a pretender pasar al otro lado del vidrio. Bustos no dice que sea imposible,
sino insoportable, con las siguientes palabras:
" Todos quisieron
quebrar la pecera alguna vez / todos quisimos saber más allá del
vidrio / si el aire era agua sobre agua y aire / agua en la pecera, cueva o espejo"…
"Nadie soporta observar / el vidrio roto de una pecera".
Enfrentados
a ese límite, los poetas han tomado dos caminos: o han aceptado a la palabra
en cuanto obra humana, con todas sus limitaciones metafísicas y complejidades
materiales; o se han refugiado en el silencio. Peces de Colores no toma
ningún partido explícito ante la constatación de la referida
intolerabilidad, lo cual tiene la doble virtud de que al mismo tiempo le baja
los humos al poeta, y lo mantiene vivo, trabajando.
La trapecista es otra
imagen que aparece varias veces en el libro, y reitera esa sensación de
cuerda floja, de vértigo, de riesgo que se produce al escribir. Tanto así
que uno podría pensar que esa trapecista es el lápiz, la pluma del
poeta que avanza entre los renglones haciendo vaivenes.
Las babosas también
son una imagen muy acertada. De hecho, el poema que más me gustó
es Las Babosas. Sin embargo, me costó encontrar el vínculo
entre las babosas y los peces de colores. El curso, el trazo, la estela de las
babosas es una imagen muy bella desde el punto de vista de las ideas de escritura
como huella. Los peces no llevan para nada a ese terreno, por la sencilla razón
de que sus movimientos no dejan marcas; se desvanecen; se hacen agua digamos.
Entonces
supuse que no hay que buscar lo mismo en las dos imágenes. Y así
me hizo sentido entender ambas como las dos puntas de una misma soga. Los peces
que guarda la mente, una hoja de papel, una casa (una cocina), situaciones personales
ante lo exterior o lo cotidiano; y luego, después, la escritura que es
como el trazo que deja la babosa. La huella sinuosa y húmeda que ese cuerpo
resbaladizo imprime a su paso y que no alcanza a llegar a ninguna parte probablemente,
pues "sólo logramos rozarle la nariz a la poesía".
Fuente:
www.letrasdechile.cl