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Comentario 
  de "Peces de Colores" por Martín Gubbins
PECES 
DE COLORES
de David Bustos
(LOM, 
Santiago, 2006)
La interpelación contenida 
en los últimos versos del poema titulado ": Si es cierto que todo 
lo triste es bello", lleva a hablar, en primer término, de la 
relación autor/lector a propósito de este libro/pecera. 
Los 
ojos del lector reflejados en los ojos de los poemas -algunos grises y otros de 
colores- que nos salen al encuentro desde dentro del acuario cuando se le abren 
las piernas al libro.
En ese mismo sentido, la lectura de Peces de Colores 
hace patente una ventaja de los buenos libros de poesía como este: el hecho 
de ser, de alguna manera, trajes que se adaptan a la medida de cada lector. Cada 
uno puede legítimamente recibir el libro a su propio modo, y aún 
así encontrar aspectos  que 
pertenecen a la obra y que la hacen ser lo que es. O sea, la idea que se tenga 
de libros como Peces de Colores puede variar mucho de lectura en lectura, 
pero aún así se resisten a perder su carácter, aquel aspecto 
particular que los distingue y les otorga identidad.
que 
pertenecen a la obra y que la hacen ser lo que es. O sea, la idea que se tenga 
de libros como Peces de Colores puede variar mucho de lectura en lectura, 
pero aún así se resisten a perder su carácter, aquel aspecto 
particular que los distingue y les otorga identidad.
 
A partir de esa advertencia 
puedo decir que me atrajo mucho un puñado de imágenes que se repiten 
y que desde el principio resultan cautivantes, sobre todo para quienes se interesan 
por los asuntos relacionados con el oficio de escribir poesía.
Con 
esas imágenes el libro está construido, o tejido en verdad, como 
se teje una red, o un espinel en el cual se atrapan, en primer lugar, momentos 
vitales, emocionales o personales muy intensos y variados relacionados con la 
soledad, el amor, la identidad, la pertenencia; y también se atrapan eficazmente 
dilemas propios del oficio de escribir/leer.
En mi opinión, la principal 
imagen del libro es el encuentro entre el pez y el ojo separados por el vidrio 
de una pecera. Las preguntas de los últimos tres versos del poema Peces 
de Colores fija de inmediato la atención en esa intrigante trilogía 
pez/pecera/ojo. Nunca había imaginado a un pez como ojo. Con esta pura 
imagen el libro se ganó un lugar en mi deficiente memoria literaria, pues 
me llevó a un lugar que no conocía y en el cual me he quedado por 
un buen rato.
Estos Peces de Colores son pensamientos, sentimientos 
y palabras. El nado aleatorio, constante y circular de esos peces es un protagonista 
del libro. La cita a Brossa es muy afortunada en este sentido. Y se agradece que 
no esté al principio, porque al encontrarla tan adelante dan ganas de recomenzar 
la lectura.
La pecera en este libro es una mente, una hoja de papel, una 
casa (una cocina) que circunda situaciones personales y las separa de lo exterior, 
lo cotidiano. Del mismo modo que los peces, la pecera es protagonista, con sus 
vidrios transparentes que también son espejos, o muros ante los cuales 
se tartamudea, techos bajo los cuales nada se ve bien. ¿Se puede ver lo 
que está al otro lado del acuario? Mal, distorsionado. ¿Se puede 
poseer lo que está al otro lado del vidrio? Imposible. Horror, sobre todo 
en tiempos como el nuestro cuando el encuentro corporal resulta tan liberador. 
De ahí surge de inmediato la pregunta sobre para qué escribir, que 
esta obra, como todas, no responde sino de un modo casi oracular: si quieres saberlo, 
escribe.
Peces de Colores puede leerse como una obra sobre el aislamiento, 
el solipsismo, el abandono, del hombre en general, y del poeta en especial, ante 
los misterios que la poesía no puede revelar pero que se asoman a su pecera. 
La pecera es una celda inevitable. Un claustro de reflejos donde lo que es uno 
se confunde con lo que es otro, pero donde ninguno se encuentra realmente. Se 
ven, pero deformados, y jamás se tocan. ¿Qué tocan cuando 
tocan el vidrio de la pecera?
La pecera es el continente de una materia 
acuosa donde viven y se reproducen pensamientos, sentimientos, palabras. Sin embargo, 
se deja bien claro en el libro que "mover la mano en la pecera no quiere 
decir atrapar un pez". Por ello, ¿es realmente el agua como sinónimo 
de fertilidad lo que guarda esta pecera en su interior? La afirmación del 
verso citado anteriormente hace pensar que no, pues anuncia que el camino de la 
poesía no necesariamente accede a grandes verdades. No al menos dentro 
del acuario.
Las palabras, los poemas, nadan en forma aleatoria y a veces 
tocan con la nariz los vidrios/ espejos/ muros de la pecera donde quizá 
encuentren un ojo grande que las mire y refleje desde afuera, y que a su vez se 
reflejaría en ellas, como si éste y aquéllas estuviesen hechas 
a imagen y semejanza. ¿Quién es ese cuyo ojo es como el de un dios 
distante? No sé si puede hablarse en este caso de poesía mística, 
pero no pasa inadvertida la reunión de pez y ojo, ambos símbolos 
de la iconografía cristiana separados aquí por el vidrio de un acuario.
En 
todo caso, puntualmente respecto a la relación entre el poeta y su trabajo 
llama la atención la intolerabilidad que se manifiesta en Peces de Colores 
en cuanto a pretender pasar al otro lado del vidrio. Bustos no dice que sea imposible, 
sino insoportable, con las siguientes palabras: 
" Todos quisieron 
quebrar la pecera alguna vez / todos quisimos saber más allá del 
vidrio / si el aire era agua sobre agua y aire / agua en la pecera, cueva o espejo"… 
"Nadie soporta observar / el vidrio roto de una pecera". 
Enfrentados 
a ese límite, los poetas han tomado dos caminos: o han aceptado a la palabra 
en cuanto obra humana, con todas sus limitaciones metafísicas y complejidades 
materiales; o se han refugiado en el silencio. Peces de Colores no toma 
ningún partido explícito ante la constatación de la referida 
intolerabilidad, lo cual tiene la doble virtud de que al mismo tiempo le baja 
los humos al poeta, y lo mantiene vivo, trabajando.
La trapecista es otra 
imagen que aparece varias veces en el libro, y reitera esa sensación de 
cuerda floja, de vértigo, de riesgo que se produce al escribir. Tanto así 
que uno podría pensar que esa trapecista es el lápiz, la pluma del 
poeta que avanza entre los renglones haciendo vaivenes.
Las babosas también 
son una imagen muy acertada. De hecho, el poema que más me gustó 
es Las Babosas. Sin embargo, me costó encontrar el vínculo 
entre las babosas y los peces de colores. El curso, el trazo, la estela de las 
babosas es una imagen muy bella desde el punto de vista de las ideas de escritura 
como huella. Los peces no llevan para nada a ese terreno, por la sencilla razón 
de que sus movimientos no dejan marcas; se desvanecen; se hacen agua digamos.
Entonces 
supuse que no hay que buscar lo mismo en las dos imágenes. Y así 
me hizo sentido entender ambas como las dos puntas de una misma soga. Los peces 
que guarda la mente, una hoja de papel, una casa (una cocina), situaciones personales 
ante lo exterior o lo cotidiano; y luego, después, la escritura que es 
como el trazo que deja la babosa. La huella sinuosa y húmeda que ese cuerpo 
resbaladizo imprime a su paso y que no alcanza a llegar a ninguna parte probablemente, 
pues "sólo logramos rozarle la nariz a la poesía".
 
Fuente: 
www.letrasdechile.cl