Proyecto
Patrimonio - 2006 | index | David
Bustos | Alexis Figueroa | Autores |
Una
Lectura de "Peces de colores" de David Bustos.
Por
Alexis Figueroa
I
Reflexiones
sobre un epígrafe.
La primera impresión que me viene
a la mente, tras leer estos poemas, es la de fragilidad. La segunda es que esta
fragilidad tiene algo que ver con el marco espiritual en que el autor ubica su
escritura. Una fragilidad
con algo búdico, que desde sus trabajos anteriores, se revela en el epígrafe
de "Peces": para el que escribe, todo es real, mas la realidad misma,
como fondo, es velada, cambiante, múltiple, un asunto visto, presentado,
sólo a manos de la percepción. Y la percepción, por el mismo
hecho de su subjetividad, admite acaso tan sólo la probabilidad de su certeza
en forma de un discurso de claves colectivas, en el que el juicio, el enunciado,
el predicado del sujeto sobre su misma percepción, abre un juego sin centro,
como no sea su presencia en discurso, letra, fantasmagoría. Todo es real,
dice el escritor, pero al "decir", tan sólo enunciamos apariencia
y ésta, es fundamentalmente dudosa, un "parecer". Una lucha estética
es esta lucha, en el viejo sentido griego de lo que denominamos "sensación".
Recuerdo una metáfora de piedra: el templo-laberinto de Borabadur. En él,
los últimos niveles pétreos -aquellos más cerca del cielo
terrestre, la última stupa (esas especies de campanas de piedra que encierran
al buda, el cual pude ser visible y tocable por los fieles a través de
caladas celosías) está cerrada. Adentro, vive un buda de piedra,
pero a medio terminar. Es la imagen - pienso- precisa al epígrafe del libro:
"Quizás nada sea cierto. Pero todo es real": la alegoría
muestra al buda viajando siempre más allá, incompleto pues tras
el develado radical de su último nirvana -y con esto designamos la fijación
como certeza de un "talvez" de lo real-, no cede y se encarama más
allá. En la danza cósmica de espejos en que lo real se esconde más
allá de lo real.
II
Sobre
el texto.
Construido en base a una percepción impresionista,
-esto es, siempre, en todas sus líneas se construye en base a un sujeto
que duda de su lírica, aceptándole a la misma no las revelaciones
de un yo poderoso, seguro, que se sabe y habla desde la integridad, sino más
bien desde los pocos fragmentos de impresiones que este yo atónito puede,
en su vocación de hacer literatura, asir, captar. Así, se nos entregan
fragmentos líricos cuya esencia es luz. La luz producida por el iluminar
de un espejo interno, que gira y gira -como una esfera de salón de baile,
revelándonos fragmentos -la apariencia- de lo que toca el reflejo de la
luz. Si tuviese que fijarme en otros textos para confrontarlos al autor, diría
que es en algunos textos de Jesús Sepúlveda - los más dudosos
y angustiados, los menos beat y los menos "militantes" en la esperanza
de un contenido moral- donde encuentro resonancias. Recuerdo como ejemplo el poema
de Jesús sobre los elefantes blancos que tienen el secreto de la realidad.
Sin embargo, en los textos de David hay más impureza, duda de "estilo".
Se contempla un escritor que carga el peso pedestre de su des-asida realidad.
Es tan fuerte la seducción de la palabra, ordenada, clara, herencia y tradición,
que el autor vuelve una y otra vez sobre si mismo para advertirse -y acaso se
manifieste también esta advertencia en lo prosaico de algunas líneas
que invaden sus poemas- que "entre la forma y la forma vive un murciélago
batiendo sus alas en la opacidad". Y qué hay en esto? La advertencia
que hace sí mismo alguien que puesto el epígrafe antes dicho, sobre
el libro. La necesidad de un escritor, también, que fiel a sí mismo
construye una imagen con la palabra opacidad. Construir imágenes, metáforas,
con adjetivos-sustantivos abstractos implica un riesgo excepcional: hacer muy
buena poesía o quedar preso de una historia literaria en la que desde la
grandilocuencia decimonónica hasta el surrealismo trasnochado, este recurso
se revela como insuficiencia de la voz. Como un grito final, que invoca los fantasmas
para dejarse ver. Más, creo que al contrario, el sentido de este libro
es no invocar sino ser fantasma, para dejarse ver. Pálidas texturas
del sujeto, entrevistas a "pantallazos de lucidez"- son iluminadas fugazmente
por la fuerte luz de los espejos del yo y su devenir. Constantemente la "luz",
el "ver", la "ondulación", la "mirada", la
"sombra", el "centelleo", amén de los sujetos "agua",
"vidrio""- aparecen en el léxico que escribe. Como bien
corresponde a alguien que nunca ha salido del horroroso yo. De esa primera persona
del singular que se arde, con la conjugación del otro.
III
Sobre
una metáfora de una conducta cerebral.
Pez. Color. Pecera.
Deformación de lo contenido en la pecera. Tal como en la antigua adivinanza
latina -en versión libre-: ¿Qué es lo que se mueve y habita
en su casa que también se mueve?. ¿Qué es el color para que
de él tengamos noticia? El color, el color, es por esencia movimiento adosándose
al cerebro como una escritura de la percepción. Y un pez de color, doble
movimiento, exige el ojo para ver. Poesía la de Bustos, agenciada al ojo,
no como factor del intelecto es decir "ojo para la interpretación"*,
sino como el rastro que la luz deja como estela o sensación. Creo entonces,
que si yo hubiese de denotar, señalar una poética, es decir, una
metáfora de una conducta cerebral que designe al autor entre sus textos
-y que señale la voluntad de creación de su discurso- diría:
en el poema "Cajas negras" está toda su verdad. Esquiva, negra:
en base a la duda de la luz, aunque la use para confeccionar la realidad.
*Carlos
Decap en el epígrafe de su libro "Asunto de ojo" dice "Asunto
de ojo: todo consiste en mirar y ser mirado". Es éste un relativismo
de lo real que si bien roza los motivos de estas reflexiones, se constituye desde
la intelectualidad, más que desde la "sensación" espiritual.