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Una política del fragmento
El recolector de pixeles de Christián Aedo (1976)

Por David Bustos

La vida es eterna en cinco minutos
Víctor Jara

 

Las veces que he releído este libro, quedo con la idea de que se trata de uno de los buenos libros de poesía que han salido en los últimos 10 años. Esta ópera prima de Christián Aedo, tanto en su calidad y densidad inusual, es sólo comparable, en su calidad de primer libro de autor, a El Cementerio de los Disidentes de Claudio Gaete Briones.

El caso de Aedo, es que ha sobrepasado los 30 años hace rato, y ha esperado que su obra lo supere y he aquí el resultado: Otro cuerpo celeste en el universo, como dijera Nicanor Parra cuando habló de Antología Precipitada de Adán Mendez, que dicho sea de paso, aún tengo buenos recuerdos de haber leído y disfrutado y que por razones que no me quedan para nada claras, nadie lee o relee. En fin.

La idea del fragmento no es una cuestión nueva, desde el siglo V A.C existían los llamados filósofos presocráticos, que pretendían dividir la realidad en átomos, en unidades. Anaxagoras decía que todo estaba hecho de partículas elementales denominadas Homeomerías, todo se ordenaba dentro de la llamada teoría del atomismo.

Podríamos hablar de una política de los fragmentos en este libro, una conjunción de partes que lee la cultura como para entregar una vuelta de manos.

“Y quién podrá decir que esta imagen/ no se puede comparar con Chile/ o decir que Chile/ no es un puñado de fantasías de cobre sobre una tela rota”

Freud decía que la cultura es el producto de un crimen cometido en común. Aedo tiene cierta conciencia al respecto, y por tanto despliega su mosaico epistemológico prácticamente sin tregua.

“Todo se ve por encima de lo que digo” señala el sujeto

¿Pero qué quiere decir este fragmento?  Una lectura posible dice relación con el habla, con que la realidad verbal es un estado de situación de escucha, es decir se habla porque se escucha y eso conforma el objeto mismo del lenguaje. ¿Y qué va por encima de lo que se dice? La poesía/ el inconsciente.
 
Luego otro verso: “un dolor de palabras que no son nuestras”

Al decir de Juan David Nasio, el cuerpo es alcanzado por una palabra y cuando esto sucede ocurre el goce. El dolor como portador de una cristalización del lenguaje que viene y nos alcanza. El fragmento como evento iluminador de una oscuridad que acecha.

Aquí es pertinente volver al epígrafe de Enrique Lihn, que inaugura el texto: “El papel se llena de signos como un hueso de hormigas”. Las hormigas como pixeles, caracteres, información particularizada, instantáneas ¿Pero qué son las hormigas en el hueso? Es la pulsión de la muerte, el exilio más radical del individuo, su pena de extrañamiento, una eterna resonancia en el vacío.

Para que exista fragmento tiene que haber corte más que desprendimiento, para que haya corte tiene que haber violencia, en este caso el narratio, el decir despojado de la integridad de la certeza. El sujeto textual del recolector de pixeles es de identidad inestable por el trauma del corte, no hay una aparente coincidencia entre el sujeto y los espacios de sus deseos:

“Ahora el territorio se define con una especie de nostalgia barata”

Podríamos señalar, que el texto transforma al lector en un sujeto deseante, un eterno conflicto de falsa totalidad. El todo agujereado. Ahí encuentro la otra politicidad del texto en tanto propuesta visual. Más allá o más acá del carácter singular del fragmento y sus constelaciones, el texto todo vive su propia lucha: palabras desmontadas y esparcidas, poemas que se leen a través de una hoja transparente que completa la falta, inversiones de la linealidad de lectura, el mismo libro comienza con el poema 12 y luego va retrocediendo, todo aquí es fuerzas en pugna, puro significante encadenado a otros significantes.

¿Pero qué hay detrás de todo esto?

Dejemos que el texto diga lo suyo:

“Un crujir de tablones rotos/ que no es más que el crujir de una memoria/ anterior a/ la saliva que solo se queda entre los labios/ una memoria que no le pertenece a la mía/ Una grieta que se hace notar con las marcas descontentas de su paso”

La poesía como conocimiento, la poesía como campo de operaciones de entendimiento, la poesía como objeto cultural divergente y exploratorio, la poesía como salida a la estructura del inconsciente social. Todo eso y mucho más es este libro, una buena zancadilla a la literatura entendida como zapato chino. Como diría Sartre: no se trata sólo de lo que han hecho con nosotros, sino de qué somos capaces de hacer nosotros con eso que nos han hecho. Bueno el recolector de pixeles es un notable ejemplo, lo demás es literatura.

 

 

 

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El recolector de pixeles de Christián Aedo (1976).
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