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David Bustos
Zen para Peatones

Por Julio Espinosa Guerra
plagio.cl

 

 

Después de una interesante primera incursión en la poesía con "Nadie lee del otro lado" (Mosquito, Chile, 2001), nos llega este segundo libro de David Bustos para reafirmar que aquello que olía a promesa -como la gran mayoría de la creación de a los que equívocamente se les suele llamar "poetas jóvenes"- no era ni un espejismo ni el mero deseo de algunos reseñistas con buena voluntad. Todo lo que se había señalado en la primera ocasión, en este nuevo libro se reafirma y gran parte de aquello que podía hacer dudar a los lectores competentes, se ve, si no superado, sí reducido al mínimo posible.

Se dijo en un comienzo que Bustos se presentaba como uno de los herederos más fieles de la tradición solventada por Enrique Lihn. Esta lápida que algunos quisieron poner sobre su escritura tenía algunas bases sólidas, especialmente en la forma en que el poeta trataba los temas amorosos y en la manera de hilar el verso, de concatenar el discurso: me refiero a que Bustos se había visto influenciado -creo que de manera consciente- por la retórica lihneana, por su gramática y su sonido.

En Zen para peatones el poeta supera bastante bien ese sedimento, para buscar otras formas de decir sus poemas, formas de decir que, si se nota fueron exigentes con el propio autor a la hora de escribirlos, lo son más con el lector, que se encuentra de pronto frente a un texto que le propone múltiples lecturas, que desde el comienzo intentan dar cuenta de aquella realidad no nombrada que cohabita en medio de la realidad sistémica (dice Bustos: "Lo real a invadido lo real", p.35).

Para comenzar, es inevitable detenernos en el primer poema, que hace referencia a la importancia del lenguaje en la totalidad del libro y del quehacer literario del autor ("Si la lengua es bella es porque un maestro la lava", dice). Pero no conforme con eso, en el verso siguiente tiende un cable con la tradición, tanto por tema como por forma ("Entramos en puntas de pie a la humedad de la rosa"), rosa que es el lenguaje y que son los maestros del lenguaje, Borges, por ejemplo, y su poema La rosa. Así Bustos nos da a entender desde el comienzo del texto que su discurso se presenta como una cuña de lenguaje en la realidad, cuña que tensa el discurso tradicional y al hacerlo, su forma de concebir lo real, en beneficio de otras capas superpuestas a lo real sistematizado, tan reales como las otras, pero no necesariamente nombradas.

Bustos intenta señalar lo no señalado y por eso no rechaza ocupar "formas de decir", "procedimientos", pertenecientes a la que quizás es la mejor tradición de la poesía chilena y latinoamericana última, pero en especial a algunos poetas anglosajones contemporáneos (Charles Simic, por ejemplo). Es así como nos encontramos con la repetición de frases, versos, conceptos y estructuras que sin llegar a transformar los poemas en "un poema", sí le dan unidad al libro. Se trata de hacer un edificio de hormigón armado y esas repeticiones son las que permiten mantener unidos los diferentes pisos de esta arquitectura lingüística para que no se derrumbe con el primer soplo de aire. Pero nos equivocamos si creemos que estas repeticiones cumplen sólo esa función, pues también tienen como finalidad decirnos que la realidad es conmutable, que aquello que se nombra de una manera en un lugar "a" también se puede estar diciendo o se puede llegar a decir de esa forma en un lugar "ñ", pudiendo significar lo mismo u otra cosa diferente y sin referencia a la primera; además de tratarse de un necesario ejercicio de la memoria y más que de un ejercicio, de una lucha del hablante (textual/real) por recuperar zonas de la realidad, que han sido o no nombradas, pero sin duda sí han sido olvidadas y al olvidarse, su existencia se ha puesto en duda: al repetirse, Bustos ratifica su existencia en la memoria del propio texto y del lector.

Es desde aquí que tenemos que comprender el título del libro, Zen para peatones, manual para el camino, contemplaciones desde la movilidad, intención de percibir lo que es desde un lenguaje que deviene, que muta. Además nos instala de lleno en un lugar voluble y maleable: la ciudad; pero no una ciudad cualquiera, sino una urbe tercermundiasta como Santiago de Chile, en la que se acumulan variados pliegues y diversas posibilidades de realidad en un mismo espacio; una ciudad que quiere devenir en algo pero es otra cosa, aunque no se reconozca en lo que es, porque constantemente está cambiando su maquillaje: una ciudad normativizada por las máscaras con un paisaje de enmascarados, siendo el principal el propio discurso lingüístico predominante. Entonces el libro quiere ser el catalejo que observa el poso que va quedando de esa realidad mutable a través del lenguaje, pero no del cotidiano, sino de aquel que surge como necesario para nombrar lo que no está nominado, aquello que está oculto en la palabra callada (Rich); el lenguaje, en su trabajo de repetición, por lo menos intenta ceñir ese espacio al de la memoria. Es así como vamos descubriendo a lo largo del texto que la única manera viable de contemplar es la del escéptico, la que parte del desencanto, de la incredulidad, como se desprende de los poemas Uno se hace inmune a los ladrillos de los sentimientos, Estado de cuenta, Excavación profunda y Zonas de derrumbe, por nombrar sólo algunos.

Este libro nos presenta una diversidad de influencias. Bustos ha logrado construir un lenguaje propio donde conviven, sin molestarse, matices poéticos provenientes de Jorge Teillier ("Por eso los caballos pastan en la lejana infancia"), Juan Luis Martínez y Raúl Zurita ("Nutrir sus estómagos con la hierba del artificio"), Óscar Hahn y Gonzalo Millán ("La maleta en llamas arda por todo el sector"), Enrique Lihn (el comienzo del poema A contramano), pero todos asimilados e incorporados al propio discurso de manera natural, al que nunca llegan a sobreponerse. Y es que la de David Bustos es, por sobre todo, una búsqueda de lenguaje y, más aun, una poética que se pregunta sobre la validez y necesidad del lenguaje (y sobre la realidad creada por este lenguaje) a través del lenguaje mismo, paradoja sólo admisible y salvable a través de la poesía, como se desprende de poemas como Nuestro cuerpo sobre un escenario vacío, Como una agujereada bolsa plástica, Estudios contrapuntísticos para ambas manos, Excavación profunda, Otra perspectiva de la biología, Mitosis y Los monjes de una ciudad.

En este libro David Bustos intenta abarcar "los pliegues de lo real" a través del lenguaje silenciado que es el que en el discurso intenta salir a flote, aunque sabe que "la reconstrucción del texto del delito nos puede llevar toda la vida". Aun así persiste en intentar decir lo real deviniendo, lo real superponiéndose a lo real, por lo que el libro y sus textos se transforman en fragmentos de la realidad que como taxidermista va reuniendo, preservando y hasta repitiendo. Por eso Zen para peatones se presenta como una mixtura poética, la zona de derrumbes que es aparentemente el único lugar intacto, por lo extinto del mismo, donde el poeta contempla lo que hay a su alrededor y a sí mismo ("Un abecedario del que sólo quedan astillas embotelladas en la luz sombreada de la tarde"), y donde las maneras de decir se mezclan para abordar una realidad también mezclada por múltiples percepciones y que al decirse, revelan lo políticamente incorrecto, aquello que el sistema, por medio de su lenguaje reduccionista quiere tapar, como lo vienen a reafirmar de manera inequívoca los últimos versos del libro: "Es la zona de derrumbes que suelta sus manos/ para caer estrepitosa y terrible sobre la memoria./ Ceniza sobre ceniza que se esparce de un solo soplido".

 

David Bustos
"Zen para Peatones"
Ediciones del Temple, Santiago de Chile, 2004.

 

 

 


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David Bustos: Zen para peatones
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