Proyecto Patrimonio - 2005 | index | David 
            Bustos | Julio Espinosa Guerra  |   Autores |
           
           
          
              David Bustos
                Zen para Peatones
          Por Julio Espinosa 
            Guerra
              plagio.cl 
           
           
          Después de una interesante primera incursión en la poesía 
            con "Nadie lee del otro lado" (Mosquito, Chile, 2001), 
            nos llega este segundo libro de David Bustos para reafirmar 
            que aquello que olía a promesa -como la gran mayoría 
            de la creación de a los que equívocamente se les suele 
            llamar  "poetas 
            jóvenes"- no era ni un espejismo ni el mero deseo de algunos 
            reseñistas con buena voluntad. Todo lo que se había 
            señalado en la primera ocasión, en este nuevo libro 
            se reafirma y gran parte de aquello que podía hacer dudar a 
            los lectores competentes, se ve, si no superado, sí reducido 
            al mínimo posible.
"poetas 
            jóvenes"- no era ni un espejismo ni el mero deseo de algunos 
            reseñistas con buena voluntad. Todo lo que se había 
            señalado en la primera ocasión, en este nuevo libro 
            se reafirma y gran parte de aquello que podía hacer dudar a 
            los lectores competentes, se ve, si no superado, sí reducido 
            al mínimo posible.
          Se dijo en un comienzo que Bustos se presentaba como uno 
            de los herederos más fieles de la tradición solventada 
            por Enrique Lihn. Esta lápida que algunos quisieron poner sobre 
            su escritura tenía algunas bases sólidas, especialmente 
            en la forma en que el poeta trataba los temas amorosos y en la manera 
            de hilar el verso, de concatenar el discurso: me refiero a que Bustos 
            se había visto influenciado -creo que de manera consciente- 
            por la retórica lihneana, por su gramática y 
            su sonido. 
          En Zen para peatones el poeta supera bastante bien 
            ese sedimento, para buscar otras formas de decir sus poemas, formas 
            de decir que, si se nota fueron exigentes con el propio autor a la 
            hora de escribirlos, lo son más con el lector, que se encuentra 
            de pronto frente a un texto que le propone múltiples lecturas, 
            que desde el comienzo intentan dar cuenta de aquella realidad no nombrada 
            que cohabita en medio de la realidad sistémica (dice Bustos: 
            "Lo real a invadido lo real", p.35). 
          Para comenzar, es inevitable detenernos en el primer poema, 
            que hace referencia a la importancia del lenguaje en la totalidad 
            del libro y del quehacer literario del autor ("Si la lengua 
            es bella es porque un maestro la lava", dice). Pero no conforme 
            con eso, en el verso siguiente tiende un cable con la tradición, 
            tanto por tema como por forma ("Entramos en puntas de pie 
            a la humedad de la rosa"), rosa que es el lenguaje y que 
            son los maestros del lenguaje, Borges, por ejemplo, y su poema La 
            rosa. Así Bustos nos da a entender desde el comienzo del texto 
            que su discurso se presenta como una cuña de lenguaje en la 
            realidad, cuña que tensa el discurso tradicional y al hacerlo, 
            su forma de concebir lo real, en beneficio de otras capas superpuestas 
            a lo real sistematizado, tan reales como las otras, pero no necesariamente 
            nombradas.
          Bustos intenta señalar lo no señalado y 
            por eso no rechaza ocupar "formas de decir", "procedimientos", 
            pertenecientes a la que quizás es la mejor tradición 
            de la poesía chilena y latinoamericana última, pero 
            en especial a algunos poetas anglosajones contemporáneos (Charles 
            Simic, por ejemplo). Es así como nos encontramos con la repetición 
            de frases, versos, conceptos y estructuras que sin llegar a transformar 
            los poemas en "un poema", sí le dan unidad al libro. 
            Se trata de hacer un edificio de hormigón armado y esas repeticiones 
            son las que permiten mantener unidos los diferentes pisos de esta 
            arquitectura lingüística para que no se derrumbe con el 
            primer soplo de aire. Pero nos equivocamos si creemos que estas repeticiones 
            cumplen sólo esa función, pues también tienen 
            como finalidad decirnos que la realidad es conmutable, que aquello 
            que se nombra de una manera en un lugar "a" también 
            se puede estar diciendo o se puede llegar a decir de esa forma en 
            un lugar "ñ", pudiendo significar lo mismo u otra 
            cosa diferente y sin referencia a la primera; además de tratarse 
            de un necesario ejercicio de la memoria y más que de un ejercicio, 
            de una lucha del hablante (textual/real) por recuperar zonas de la 
            realidad, que han sido o no nombradas, pero sin duda sí han 
            sido olvidadas y al olvidarse, su existencia se ha puesto en duda: 
            al repetirse, Bustos ratifica su existencia en la memoria del propio 
            texto y del lector.
          Es desde aquí que tenemos que comprender el título 
            del libro, Zen para peatones, manual para el camino, contemplaciones 
            desde la movilidad, intención de percibir lo que es desde un 
            lenguaje que deviene, que muta. Además nos instala de lleno 
            en un lugar voluble y maleable: la ciudad; pero no una ciudad cualquiera, 
            sino una urbe tercermundiasta como Santiago de Chile, en la que se 
            acumulan variados pliegues y diversas posibilidades de realidad en 
            un mismo espacio; una ciudad que quiere devenir en algo pero es otra 
            cosa, aunque no se reconozca en lo que es, porque constantemente está 
            cambiando su maquillaje: una ciudad normativizada por las máscaras 
            con un paisaje de enmascarados, siendo el principal el propio discurso 
            lingüístico predominante. Entonces el libro quiere ser 
            el catalejo que observa el poso que va quedando de esa realidad mutable 
            a través del lenguaje, pero no del cotidiano, sino de aquel 
            que surge como necesario para nombrar lo que no está nominado, 
            aquello que está oculto en la palabra callada (Rich); el lenguaje, 
            en su trabajo de repetición, por lo menos intenta ceñir 
            ese espacio al de la memoria. Es así como vamos descubriendo 
            a lo largo del texto que la única manera viable de contemplar 
            es la del escéptico, la que parte del desencanto, de la incredulidad, 
            como se desprende de los poemas Uno se hace inmune a los ladrillos 
            de los sentimientos, Estado de cuenta, Excavación profunda 
            y Zonas de derrumbe, por nombrar sólo algunos.
           Este libro nos presenta una diversidad de influencias. 
            Bustos ha logrado construir un lenguaje propio donde conviven, sin 
            molestarse, matices poéticos provenientes de Jorge Teillier 
            ("Por eso los caballos pastan en la lejana infancia"), 
            Juan Luis Martínez y Raúl Zurita ("Nutrir sus 
            estómagos con la hierba del artificio"), Óscar 
            Hahn y Gonzalo Millán ("La maleta en llamas arda por 
            todo el sector"), Enrique Lihn (el comienzo del poema A contramano), 
            pero todos asimilados e incorporados al propio discurso de manera 
            natural, al que nunca llegan a sobreponerse. Y es que la de David 
            Bustos es, por sobre todo, una búsqueda de lenguaje y, más 
            aun, una poética que se pregunta sobre la validez y necesidad 
            del lenguaje (y sobre la realidad creada por este lenguaje) a través 
            del lenguaje mismo, paradoja sólo admisible y salvable a través 
            de la poesía, como se desprende de poemas como Nuestro cuerpo 
            sobre un escenario vacío, Como una agujereada bolsa plástica, 
            Estudios contrapuntísticos para ambas manos, Excavación 
            profunda, Otra perspectiva de la biología, Mitosis y Los monjes 
            de una ciudad. 
          En este libro David Bustos intenta abarcar "los pliegues 
            de lo real" a través del lenguaje silenciado que es el 
            que en el discurso intenta salir a flote, aunque sabe que "la 
            reconstrucción del texto del delito nos puede llevar toda la 
            vida". Aun así persiste en intentar decir lo real 
            deviniendo, lo real superponiéndose a lo real, por lo que el 
            libro y sus textos se transforman en fragmentos de la realidad que 
            como taxidermista va reuniendo, preservando y hasta repitiendo. Por 
            eso Zen para peatones se presenta como una mixtura poética, 
            la zona de derrumbes que es aparentemente el único lugar intacto, 
            por lo extinto del mismo, donde el poeta contempla lo que hay a su 
            alrededor y a sí mismo ("Un abecedario del que sólo 
            quedan astillas embotelladas en la luz sombreada de la tarde"), 
            y donde las maneras de decir se mezclan para abordar una realidad 
            también mezclada por múltiples percepciones y que al 
            decirse, revelan lo políticamente incorrecto, aquello que el 
            sistema, por medio de su lenguaje reduccionista quiere tapar, como 
            lo vienen a reafirmar de manera inequívoca los últimos 
            versos del libro: "Es la zona de derrumbes que suelta sus 
            manos/ para caer estrepitosa y terrible sobre la memoria./ Ceniza 
            sobre ceniza que se esparce de un solo soplido". 
           
          
            David Bustos
"Zen para Peatones"
          Ediciones del Temple, Santiago de Chile, 2004.