Entrevista a Felipe Cussen
a propósito de su nuevo libro Opinología y otras yerbas
“El primer riesgo que me interesa correr es precisamente que una palabra no diga lo que pienso”
Por David Bustos
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- Felipe, una cosa que lamento es que este libro esté en PDF, ya que me habría encantado leerlo en papel y siento que era necesario ese gesto, porque esa idea del libro que pasa en mano en mano y que conforma cierta intimidad con el lector se pierde al estar frente al compu. Tu libro Opinología es 100% disfrutable, pero parece que antes hay que llorar un poco porque la pantalla del computador puede ser cruel con el lector. Entonces mi pregunta ¿por qué sale este libro en este formato y cómo se gesta?
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La primera idea de este libro surgió cuando tuve que presentar una conferencia sobre mi propia poética en un congreso de poesía experimental en Montevideo. Luego de escribirla, y conversando con Martín Gubbins comencé a darme cuenta que varias de estas ideas tenían que ver con otros textos sueltos que había escrito antes. Además, tenían mucho valor para mí porque estaban íntimamente relacionados con mi investigación para mi larguísima tesis doctoral (sobre el hermetismo en la poesía europea), pero aquí los podía desarrollar con más ironía y flexibilidad, desde una perspectiva personal. Pensé en juntarlos y armar un libro para una nueva serie de libros de formato bien sencillo que haríamos con el Foro de Escritores, pero luego no seguimos. Tiempo después conversamos con Álvaro Bisama sobre una posible línea de fanzines, y también iría ahí, pero no salió. Y hace poco más de un año, me junté con mi amigo Jofré, editor de www.paniko.cl, a quien había conocido porque estaba obsesionado con entrevistar a Javiera Mena, y nos propusimos crear esta editorial. Ha sido fantástico trabajar con él, porque además de sus inmensos talentos tecnológicos, no tiene ningún tipo de engrupimiento con la literatura, ni se las de artista, ni nada. Nos propusimos entonces crear una editorial de textos, imágenes y sonidos absolutamente gratuitos, donde ni siquiera hubiera que inscribirse para descargarlos, sin mail de contacto, nada. Buscábamos especialmente poner en circulación aquellos proyectos que no siempre caben en las editoriales, los lados b, los EP, las recopilaciones, etc. Ya hemos publicado a Antonio Díaz Oliva, Daniel Hidalgo, John M. Bennett, Martín Gubbins, Patricio Mena, Richi Tunacola y PapaNegro, y tenemos varios títulos en carpeta para formar un catálogo muy excéntrico y entretenido.
Opinología calzaba muy bien en ese formato, porque era un libro cuyo material estaba casi todo publicado previamente, pero al que yo quería darle una unidad. Sé que para muchos puede ser sólo un libro sobre farándula, pero en realidad esa es la máscara, porque es básicamente una poética que puede armarse a partir de sus fragmentos. Como es un libro breve, y no requería un soporte demasiado específico, creo que no se resienta por el hecho de estar sólo en pdf. Es más, creo que este soporte realza su carácter volátil y caprichoso. No tengo una visión demasiado romántica de los libros impresos; me gustan mucho, pero no creo que sean la única posibilidad para leer. Y me encanta que el proceso de lectura no sea íntimo, sino más abierto: hasta ahora ha circulado por mails, facebook, twitter, blogs, se van sumando comentarios, y creo que así se puede activar mejor su potencial polémico.
- Quisiera que habláramos de algunas reacciones de poetas mayores y de trayectoria reconocida, que frente a algunas performances del FDE, han coincidido en la misma crítica, “que lo que estaban escuchando no era poesía”. Quisiera que plantearas una opinión respecto a esas posiciones más conservadoras y reaccionarias. Pensando que incluso para algunos ser poeta o escritor “experimental” es una coartada que elude mediante la forma y la excentricidad cierto compromiso político y emocional con los motivos recurrentes de la lírica.
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Varias veces, en lecturas del Foro o en publicaciones en internet ha habido críticas por parte de poetas mayores, pero la verdad es que también otros poetas de larga trayectoria, como Gonzalo Millán, Elvira Hernández, Cecilia Vicuña, Soledad Fariña o Carlos Cociña, o incluso de otros países, como William Rowe, Hugo Gola, Eduardo Milán, Reynaldo Jiménez han mostrado su interés e incluso han colaborado con nosotros. También ha ocurrido que a algunos poetas jóvenes les gusta lo que hacemos y a otros no. Todo eso lo tomo sin ningún problema, pues es obvio que no a todo el mundo le puede gustar lo que hagamos. Lo que sí encuentro bastante absurdo es la obsesión de algunos por determinar si algo “es poesía” o “no es poesía”. Quienes suelen decir “esto no es poesía” sólo demuestran sus enormes lagunas en cuanto a la historia de la poesía. Las tradiciones de poesía visual, poesía sonora, performances, etc. (aunque fuera con distintos nombres y en contextos culturales muy diversos) son muy ricas, y creo que, al menos en el caso del Foro de Escritores, siempre nos ha interesado mucho estudiarlas y rescatarlas. Es en ese sentido que me defino como un “tradicionalista”.
Un par de veces me ha pasado que, en lecturas en que combino textos en voz alta con uso de samples y efectos, el público estaba atento mientras me veía leyendo, pero apenas comenzaban los ruidos lo tomaban como música ambiental y no pescaban. Claramente, ellos entendían como “poesía” a un tipo leyendo, y como “no poesía” a alguien que ocupaba sonidos vocales mediante una máquina. Otros me preguntaban si, más bien, lo que estaba haciendo era música electrónica. Pero, ¿de verdad importa si eso es poesía o no? ¿Va a cambiar el tipo de obra sólo porque le pongamos una etiqueta u otra? ¿Y por qué nuestras expectativas dependen tanto de eso? A mí ya no me interesa en lo más mínimo ese tipo de certificaciones. Últimamente me gusta ocupar categorías más secas y sin ninguna aura especial: texto, sonido, etc. De ese modo, dejo de pensar en las diferencias entre géneros y disciplinas, y me puedo enfocar derechamente en la materialidad y los soportes. Y es precisamente en ese lugar donde considero que se juegan las emociones, las provocaciones, las subversiones. Hay muchos ingenuos que creen que basta con decir “oh, el neoliberalismo es muy malo” y se las dan de poetas políticos. Yo pienso, en cambio, que ese lenguaje puramente declarativo no implica ningún riesgo, pues implica un uso de las palabras idénticamente conservador (fijado, transparente) al de aquellos a los que supuestamente se pretende criticar. El primer riesgo que me interesa correr es precisamente que una palabra no diga lo que pienso, que se abra a otras dimensiones. Experimentar con el lenguaje no es una excentricidad ni un desvío, es un internamiento en el núcleo mismo de los problemas.
- Felipe, quisiera detenerme en el caso de la oblicuidad en el lenguaje, personalmente simpatizo por la escuela de los poetas del lenguaje (L=A=N=G=U=A=G=E), que dada las circunstancias históricas y sociales y el estado de salvajismo del neoliberalismo, un producto cultural como la poesía debería inquietar y caminar a contracorriente de las lógicas del consumo que pregona el mercado. Desde esa perspectiva entiendo la experimentación. Nace según creo, como una necesidad de reaccionar políticamente. El rotulo de las vanguardias o de obras más abiertas siempre han aparecido bajo un contexto político apremiante, pienso por ejemplo en el mismo grupo de la Avanzada en Chile o el caso de Brasil. Es cosa del releer el manifiesto Antropófago de 1928 de Oswald Andrade, ahí las fuentes explícitas de inspiración son el Manifiesto Comunista, Freud y Breton, con la recuperación del elemento primitivo en el hombre civilizado ¿Mi pregunta sería si es posible hoy crear una obra con aspiraciones experimentales sin que tenga una lectura crítica del estado socio político del país y Latinoamérica?
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Sí, creo que es posible crear una obra con aspiraciones experimentales que no necesariamente haga una lectura crítica del contexto político. No descarto que se puedan escribir excelentes poemas para alabar el neoliberalismo. Es más, pienso en autores que me atraen mucho, como Marinetti o Pound, o incluso en una figura más cercana y problemática, Paulo de Jolly, que en vez de oponer su resistencia a Pinochet pretendía entregarle consejos para gobernar a partir de la figura de Luis XIV. No simpatizo en lo más mínimo con las ideologías de estos personajes (como tampoco simpatizo con muchos izquierdistas bastante azumagados), pero ello no impide que valore y me sienta provocado por sus escrituras. Evidentemente, me resulta muy atractiva una propuesta como la de los L=A=N=G=U=A=G=E, a los que he seguido con mucho interés en los últimos años, quienes son capaces de convertir el aplastante estado de las cosas en un aliciente para una renovación estética. Igualmente me encanta Oswald de Andrade, que con su humor e ironía demuestra de manera categórica que Breton, Freud y Marx eran unos tontos graves. En todos estos casos, en definitiva, lo que me atrae es que un buen poema siempre va a exceder sus contenidos y sus motivaciones, ya sean las ganas de protestar o un atardecer siútico en la playa.
- Aquí, sería bueno que nos detuviéramos en el humor, que pienso es una de las armas con la que trabajas. Hay un humor visceral, que proviene más bien del absurdo, otro más paródico y otros con una vertiente más irónica. ¿Crees que lo experimental y el humor se topan en algún área?
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En mi escritura, mis investigaciones e incluso mis apariciones como opinólogo, intento combinar siempre algo de humor absurdo, con ironía y una cierta inocencia. Me gusta ese punto de partida, pues al lector no le queda claro si estoy hablando en serio o no, y lo obliga a tener que cambiar de perspectiva continuamente. Todo esto tiene que ver, en definitiva, con una de las virtudes que más valoro: la flexibilidad, la ausencia de dogmatismos.
Creo que esa actitud está ligada a una manera bastante dispersa de moverse, que es el modo en que yo he ido picoteando un poco por aquí y otro poco por allá, pero que además se suma al intento por quitarle el aura "vanguardista" o "hermética" a las prácticas experimentales. Eso no quita, obviamente, que haya muchos poetas experimentales que fueron profundamente "graves", serios, rigurosos, a la hora de desarrollar sus proyectos, y que llegaron a resultados fascinantes; pienso, por ejemplo, en los concretos brasileños, en donde todo estaba muy estudiado y planificado. El problema era cuando trataban de ser chistosos, porque no les resultaba mucho.
- Otra cosa que me llama la atención de tu libro es donde rescatas una entrevista de Ernesto González Barnet, dónde te pregunta ¿qué ha significado para ti la poesía? En tu respuesta pones en el mismo lugar los programas de farándula, la música y la poesía. Ese acto anti fundamentalista o contraurático, me interesa explorar. Porque pienso viene un poco de la idea de combinar cosas que son reprobables de mezclar. Me gustaría que hablaras acerca de ese dispositivo, que vulgarmente podría llamarse “cagar fuera del tiesto”.
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La poesía no ha sido lo más importante de mi vida, ni mucho menos. Simplemente me parece un acto de honestidad básico plantearme como un sujeto al que le gusta leer, escuchar música y ver tele, entre muchas cosas más, sin ninguna culpa. Ni siquiera pretendo ser provocador, porque la mayoría de la gente es así. La diferencia es que al menos he intentado no separar estas dimensiones, sino mezclarlas, porque creo que se pueden encontrar cosas entretenidas en todas partes.
Antes escribía mucho a partir de citas de otros, y me encantaba ocupar declaraciones de personajes de farándula, libros de autoayuda o citas antiguas. Por esos años, además, investigué en los dos libros "almanaque" de Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos y Último round, pero luego para mi tesis de doctorado trabajé sobre autores tan densos como Góngora, a quien reprobaban por mezclar elementos altos y bajos, y Mallarmé, quien escribió versos de circunstancia en abanicos, fotografías o huevos de pascua. Muchos escritores contemporáneos que me encantan se caracterizan por la misma actitud desprejuiciada: Sarduy, Puig, Perlongher, Aira y tantos otros.
Por eso, he tomado como divisa una de las máximas de mi amigo Sebastián Schoennenbeck: "la coherencia no tiene estilo".
- En tu libro Opinología respondes o reaccionas ante un artículo escrito por Cristián Warnken (Me pongo de pie). Tu artículo Flaco Favor, apunta a varias cosas interesantes, una de ellas es el cliché de que Chile es un país de poetas y otras acerca del lenguaje, en que Warken expresa que hoy existe una especie degradación del lenguaje “el garabateo desatado el balbuceo vago e impreciso”. La queja del artículo original va por el lado de una reivindicación romántica del poeta y por el tuyo una especie de molestia por la cantidad de lugares comunes que Warnken pone en juego. Sin embargo creo que lo que hay detrás de todo esto es una discusión acerca de las políticas culturales del país, respecto al tema de la lectura y el diseño de un modelo de cultura. Está claro que dentro de las disciplinas artísticas que hoy al gobierno le interesa promover, no se encuentra la poesía, pero sí el cine o las artes escénicas. Porque según afirma el mismo ministro Cruz - Coke, el desarrollo de estas disciplinas tendría que ver con exportar una imagen país. Lo que podría estar más cerca de la publicidad, pienso que del arte. Por tanto dentro de la literatura, la poesía sería el género menos plausible a capitalizar dentro de la bolsa de valores de la cultura.
¿La poesía tiene o tendría algún papel dentro de la construcción cultural de un país? ¿Y se puede desde la poesía hablar de una suerte de identidad nacional como afirma Cristián Warnken?
- Antes de responder tus preguntas, quisiera señalar un par de cosas. Primero, desde un punto de vista estrictamente práctico, estoy de acuerdo con que se destinen mayores fondos a disciplinas artísticas como la música, el teatro o el cine, que requieren importantes recursos humanos y tecnológicos para poder funcionar. Sé perfectamente lo difícil que resulta ahorrar durante mucho tiempo para poder comprar un instrumento musical, y nunca he tenido un problema similar para sentarme a escribir. Segundo, el año pasado conocí personalmente a Cristián Warnken, y aunque mantengo todas y cada una de las críticas que le he hecho, debo decir que me pareció un tipo muy amable y educado, y genuinamente interesado en el desarrollo cultural.
Ahora bien, más allá de que no entiendo muy bien qué sería o para qué serviría la poesía como una forma de construcción cultural, sí es evidente que muchas personas encuentran en ella, y en otras manifestaciones, una especie de sustento anímico o espiritual. Me alegra que la poesía pueda servir como aliciente para profundizar su amor a la patria, sus ideas políticas, o la convicción de que los poetas de Valparaíso, Concepción o Chiloé son los mejores de Chile. Pero lo que a mí me pasa es que la poesía sólo sirve para dispersar las ideas y disolver las seguridades. Ése es, a mi juicio, su verdadero aporte.
- Según Charles Bernstein el disentimiento hacia los valores del sistema económico en que vivimos: la mala distribución sistemática de la riqueza, la aceptación de la pobreza como el precio aceptable que pagamos por los beneficios de nuestro éxito económico y el hecho de que parece que gastamos más dinero en encarcelar personas que en educarlos. Todos somos prisioneros del sistema en que vivimos, pero según Bernstein los efectos de este encarcelamiento dominan nuestro lenguaje, la gramática de nuestras vidas cotidianas, y las metáforas que utilizamos para responder al problema. La poesía puede no ser capaz de redistribuir la riqueza, pero puede abrir una vía —para decirlo de nuevo— de representar los problemas que pueden cambiar el modo en que respondemos, e incluso mantenernos respondiendo. Desde el punto de vista político, nunca es sólo lo que debe ser hecho, sino también la formulación y reformulación de los temas: ya que el “mismo” problema representado de una manera, se vuelve un problema diferente cuando se representa de otra. Desde ese punto de vista Felipe ¿dónde sitúas tu escritura y cuáles son las diferencias principales, que según crees, existen con la escritura o poesía más referencial?
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No me atrevo a comentar mucho el diagnóstico de Bernstein porque no soy cientista político ni tengo pretensiones de serlo, pero obviamente valoro el énfasis que pone en los aspectos formales, pues es en la sintaxis, en las palabras mismas, donde se juega cualquiera de estas luchas, o, como decía Maiakovski: “sin forma revolucionaria no hay arte revolucionario”. De todos modos, me parece ingenuo querer iniciar un cambio a partir de un poema, y prefiero dar muestras de mi compromiso político votando en las urnas.
Respecto a mi propia escritura, me cuesta bastante situarme dentro de estas coordenadas porque los últimos años he sido bastante inconstante e irregular. De todos modos, nunca me he sentido cercano a los paradigmas de la escritura referencial, incluso desde lo más básico: no sé por qué, pero me resulta prácticamente imposible ponerle nombre a un personaje en un cuento, o nombrar una calle o un año, menos un hecho histórico. No creo que sea posible transmitir mucho mediante esas marcas, o no me parece que lo que se podría transmitir sea algo relevante. Creo que busco algo que se encuentra en un plano más tímido del lenguaje.
- En Opinología hay un artículo que titulas Buum! que parte hablando del tratadista Hubert Le Blanc, recoges una frase que hace eco en tu trabajo, y que refiere a los límites de la viola, digamos que habla de aquellos que escudan su incapacidad detrás de este instrumento. Luego haces una analogía con la literatura y su estado actual. Haciendo de alguna forma una crítica a aquellos que pregonan la pérdida de valor de los libros y que hablan de su escasa capacidad de comunicación en el lenguaje. Entonces señalas que son escasos los autores (interpretes) los que se dedican a explorar en los territorios de riesgo. Cuáles crees tú son los territorios de riesgo hoy en Chile para la literatura y si podrías entregarnos ejemplos concretos.
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Muchas veces, cuando se habla de experimentación o de los límites del lenguaje, se habla en términos demasiado esquemáticos o absolutos, como si hubiera apenas una única dimensión para experimentar. Creo, al contrario, que los flancos son muy diversos y que además no tiene sentido pensar que la única manera de investigar es llegar hasta el fondo de una técnica, pues a veces, a medio camino, o en la mezcla con otras, también pueden ocurrir cosas muy interesantes. En ese sentido, comienzo por destacar una zona de riesgo que aparentemente sería todo lo contrario, que es el rescate de formas tradicionales, como lo que hacen Rafael Rubio y Juan Cristóbal Romero. Ambos son muy rigurosos y no andan blufeando, pero además su apuesta es muy jugada al atreverse a ser vistos como pasados de moda o conservadores, cuando en el fondo creo que ellos son muy inteligentes para subvertir o al menos complejizar los modelos en los que se basan. En lo que no estoy de acuerdo, eso sí, es que se pretenda que éste es el único tipo de poesía que debería practicarse. Por otra parte, me gusta mucho el tono frío, impersonal de Elvira Hernández, Carlos Cociña o Gustavo Barrera, que se alejan casi por completo de los parámetros tradicionales de lo "lírico", al igual que Andrés Anwandter, Kurt Folch y Víctor López. También me parece relevante el "Neoconceptualismo" de Carlos Almonte y Alan Meller o los vínculos que establece Carlos Soto Román con la poesía conceptual norteamericana. En otros registros, sigo con mucha atención a Marina Arrate o Rodrigo Gómez, más cerca de lo que en otras partes se entiende como neobarroco. Me atrae el tono exacerbado de David Añiñir y Juan Carreño. No se me ocurre cómo calificar a Yanko González, pero lo admiro mucho. Y en cuanto al trabajo con el sonido, me atrae lo que ha hecho Paula Ilabaca con las repeticiones en la ciudad lucía, así como Martín Gubbins, Martín Bakero, Anamaría Briede y Gregorio Fontén derechamente en la poesía sonora. También en ese ámbito me interesa lo que está haciendo Fernando Pérez, en particular porque se la está jugando constantemente por probar formatos muy distintos, del mismo modo que valoro que Bertoni insista en escribir siempre igual y que parezca que no escribe poesía. Y no puedo dejar de mencionar obras narrativas que comparten este espíritu, como las de Cynthia Rimsky, Eugenia Prado o Matías Celedón, que utilizan imágenes o enfatizan los diversos elementos visuales. De cualquier modo, me importa un rábano que todos ellos sean chilenos o de cualquier parte. Sus obras me interesan tanto como las de Luis Alvarado, Pablo Katchadjian, Anne-James Chaton, Zac Schomburg o Caroline Bergvall, cuyos libros me han resultado particularmente provocativos durante los últimos meses. Los territorios de riesgo son bastante más anchos que los límites geográficos, a Dios gracias.