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«Ejercicios de enlace». Poemas de David Bustos
Por Felipe Moncada
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“¿Se va la poesía de las cosas / o no la puede condensar mi vida?”, se preguntaba un joven Neruda en el poema “Barrio sin luz” (1923) anterior a la complejidad sensitiva de las Residencias, pero presintiendo ya ese licor oscuro con que haría su propia versión de la complejidad de la época. Y la pregunta es permanente: ¿cómo condensar la vida, lo real, lo que ocurre?, de qué manera sintetizar eso que se elige denominar “realidad”, y que puede ser periodística, política o histórica cuando se carga de relato, o que puede ser deslumbramiento fugaz o fragmentario cuando nace de las propias percepciones.
Pienso en Ejercicios de Enlace —publicado por Editorial Cuarto Propio en 2009 y reeditado 10 años después por Editorial Isofónica— y lo primero que se nos viene encima con su carga de palos y orden, es la historia reciente de Chile, y el intento (diremos los ejercicios) de pasar esa carga por el filtro de lo personal, por la experiencia de una infancia y adolescencia en la década de los 80, en dictadura, en una ciudad opaca, en época de cadenazos, apagones, bombazos, falsos enfrentamientos y una prensa manipulada y omnisciente, como la oscura voz en of de un narrador único y total.
El “ejercicio de enlace” según su definición marcial, es una operación militar destinada a coordinar tropas, su fin en el contexto citado en este libro, es el de amedrentar a la clase política y a la población de la época en tiempos de transición hacia la democracia.
En el contexto creativo, la acción “ejercicio de enlace” se reinventa como un ejercicio de coordinar ideas, imágenes, nombre, hechos, para construir a modo de un rompecabezas el mapa personal de una época. El ejercicio de la escritura como una disciplina, un mecanismo de condensar la percepción hacia el presente, una manera de reunir elementos significativos mediante un tipo especial de concentración. Un ejercicio que implica además una exigencia, un trabajo de lectura donde los fragmentos oscilan entre las sensaciones y un sentido roto.
Algo que traspasa el poemario es la autoconciencia de los modos de escritura, la definición, o una parodia de definición hacia los tipos de ejercicios que se ejecutan y que se van definiendo en el camino, cito:
Nuestros hermanos mayores quemaban neumáticos / nosotros tuvimos que hacer
nuestra propia barricada/ una palabra junto a otra palabra. (p. 46)
La meta es la transformación indeterminada, la trasparencia del yo / (El asunto es asfixiar al sujeto) (p. 70)
Ejercicios de enlace digo, eso debes escribir (p. 74)
La lucidez no existe cuando se quiebra el relato (p. 88)
A excepción de unos pocos textos–ejercicios en que el relato es claro y alusivo a hitos simbólicos de la transición hacia la democracia y su impunidad negociada, los textos ensayan la ruptura del relato lineal, a construir un sentido a saltos que se logra en la suma de esos momentos dispersos, pues lo que persevera y decanta de estos textos es su carácter de época, su vocación de sacar a flote imágenes de “una generación molida a palos” (p. 80) en donde se puede rastrear un desencanto por las verdades emocionales de una retórica que es contradicha por los hechos políticos y judiciales de la época, pues “los discursos caen de rodillas” (p.71), es decir, la redacción lineal no sirve para nombrar o relatar lo conocido, la emocionalidad quebrada tiene su expresión más fidedigna con una sintaxis quebrada, con superponer escenas como cortes de una película que no se desea ver de corrido.
A diferencia de la cita con que comienza esta reseña, una pregunta fuerza de este libro es ¿de qué cosas, de qué situaciones se puede extraer aún poesía?, ¿de una cultura popular que vio vaciado el sentido de sus símbolos más heroicos?, de un fotógrafo quemado (Rodrigo Rojas) como derrota de la imagen testimonial, de la viuda de Víctor Jara con un clavel rojo en la solapa, mientras el lobby aceitaba los detalles de la transición a la democracia: de ese desencanto, de esa caída de los íconos. Y a pesar de todo se intenta extraer poesía, a la manera de una torre de petróleo que sondea las oscuridades limosas de un mar picado, a ver si logra hallar —como en este libro— “insólitas instancias en que el poema fosforece o zigzaguea” (p. 24) a pesar del horror turbulento en el que se halla inserto y que gatilla la escritura.
Magallanes, enero 2019