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«Rec» de David Bustos
(Editorial Cuneta, Santiago, 2018)

Por Felipe Moncada Mijic
Publicado en litoralpoeta.cl, 20 de agosto de 2019



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En los cuentos de Rec (Editorial Cuneta, Santiago, 2018) se me hace inevitable pensar en una época, que en Chile denominamos ochentera, allí se cruza un aire de rebelión popular, con la cultura de masas importada desde el corazón del imperio del Norte. El título Rec hace alusión a la acción de grabar mediante dispositivos, los primeros que recuerdo eran unas pequeñas radios de un parlante, con casetera, que en algún momento fueron algo tan fantástico y novedoso, como al poco tiempo vergonzoso y pasado de moda. Con esa velocidad con que se desechan los artefactos. Pero también hace alusión el título a esa tradición de los primeros DJ de grabar música desde la radio, canciones en cintas magnéticas, los  casetes que acompañaron a la juventud de toda una época, para compartir con los amigos del barrio, de la escuela, en esas cajitas de plástico muchas veces se jugaba la sociabilidad y nos traía el mundo de más allá, lo nuevo y también lo antiguo que se pretendía borrar. Esos casetes de Led Zeppelin, de Víctor Jara, de la Polla Records, universos encerrados en cintas magnéticas que alguna vez fue un objeto de caza y transa, en medio de la incipiente avalancha cultural y contracultural de ese tiempo. Música traficada como una droga, antes de internet, de Youtube, de la muerte de la industria musical por la piratería. Ahí estuvieron alertas los cazadores de canciones, en sus barrios con sapos, con gente clandestina, con gente que se hacía la que nada entendía. Extraña juventud entre los polos de un idealismo descascarándose en los muros y un todopoderoso exitismo vislumbrándose hacia el horizonte noventero.

¿Se puede hablar de madurez en una escritura? Algo así creo entrever en cierta decisión del autor en no intentar sorprender mediante lo heroico de cierta postura generacional, y es que estos cuentos que dan cuenta de una generación, o al menos del barrio de David, que en algún momento de la vida y para muchos puede ser el mundo, mundo que siempre se desintegra y el cuento trata de “como”.

No hay exageración de la anécdota: lo que es de una manera, no es necesario torcerlo para ganar la admiración de consumidores de vidas ajenas, más mérito hay —pareciera pensar y practicar el autor— en ser honestos, fríos, y claros en el relato, en vez de inyectar épica ahí donde no la hay. Ahí se puede poner a prueba un narrador, en tomar ese cotidiano desencanto y dar cuenta.

El cuento Cámara me parece clave para comprender ese tiempo —se podría decir— del enfriamiento del entusiasmo por la democracia conseguida, en contraste con el anterior fervor popular de hombres y mujeres que se la jugaron hasta las balas en esa utopía, para luego engrosar las filas de la rabia o el simple desencanto. Ese lento acomodo de placas tectónicas sociales ante el nuevo orden, que hizo tragar en silencio una simbólica de lucha social a generaciones enteras.

El cuento Rec, que da nombre al libro, también habla de una época en que comienza a deslumbrar la tecnología y abrir posibilidades de multiplicar a gusto los referentes culturales, las canciones de la radio, música para fiestas. Recuerdo en mi propia adolescencia haber caído en esa tentación de almacenar música, y —como el personaje del cuento— aprendí a oír la radio, como quien oye saltar una liebre, atento, por si aparecía alguna canción que se pudiera distinguir de la basura de masas con que la dictadura distraía el horror. La sentencia de la aguja en el pajar: quizás ha crecido con el tiempo el pajar, pero las agujas siguen siendo poco numerosas.

Recuerdo en ese tiempo de coleccionista de música, haber abierto casetes, reparado cintas, intercambiado tornillos, rodillos, esponjas, pintado y tipografiado carátulas, regrabado, cortado trozos de cinta, injertado, con esa habilidad marsupial con que los niños de siempre hurguetean los juguetes de la tecnología. Debo haber llegado a tener una colección que cabía en dos cajas de zapatos: música grabada de la radio, pirateados, prestados, heredados, intercambiados, música barroca, música folclórica, música prohibida, música rara, una síntesis particular, una curatoría propia del universo radial para la sobrevivencia del espíritu, ese acto selectivo y anónimo que va configurando sin quererlo y sin saberlo, algo así como una estética, una suma propia de referentes. Pero nunca se me habría ocurrido que esos recuerdos podrían ser literarios, incluirlos en un poema por ejemplo, ¿cómo se elige eso?, ¿qué marcas escogemos para escribir y hasta dónde es conveniente exhibirlas? David se dirige hacia recuerdos personales y con esto representa a otros, —como me tocaron en algún aspecto a mí— y así a otro en  efecto dominó  y si las piezas están alineadas, se puede llegar a representar un tiempo, el modo de mirar el acontecer por una generación. Me parece que esta narrativa se ocupa de cómo, a partir de algo aparentemente sin heroísmo o idealismo, se desarrolla una época, un modo de relacionarse y maneras de adaptarse o desadaptarse a los cambios culturales. El personaje de David, el “Taitiano” del cuento Rec, llegó mucho más lejos que yo con las grabaciones de casetes, animó fiestas barriales y llegó a ser ayudante de un mítico DJ del barrio Independencia, otros de la generación, de esos barrios a lo largo de todo Chile, llegaron a ser ingenieros en sonido como alguna vez también quise, otros llegaron a la televisión como el propio David que fue más literato y aplicado en sus guiones, otros, como el camarógrafo del cuento Cámara llegó también a la televisión, pero para terminar filmando la decadencia de una promesa de justicia,  cambiada por una promesa de seguridad y/o bienestar económico, utopía no menos importante y más terrestre que la utopía política desintegrada y desprestigiada.

Esos trazos de un tiempo ido, una cierta nostalgia, ese acto heroico del hermano, pero también su distanciamiento, esa pareja que te acompaña en una enfermedad, o a pesar de una enfermedad, ese funcionario aparentemente piola que es funado como torturador, su familia y como se relaciona en la trama del tejido social con tu familia, algunos sucesos escogidos para estos cuentos que terminan siendo de alguna manera “nuestros” recuerdos y logran entrar en nuestros afectos como antiguos casetes en una caja de zapatos, allá en la lejana y más que perdida adolescencia.

La técnica de narrar estos cuentos, parece estar influenciado por el trabajo de David como guionista: economía de recursos, claridad en el retrato de los personajes, diálogos perfectamente creíbles, conocimiento de los escenarios donde se desarrollan las tramas, calma en el manejo de los tiempos, un predominio del realismo por sobre la ficción o lo onírico (quizás a excepción de El guionista) entre otras cualidades, no parece intentar sorprender con recursos narrativos extravagantes o experimentales, opta por lograr una verosimilitud sobre el mundo narrado, con digresiones que complementar y enriquecen el relato central sin perderse en ellas.

Al finalizar de leer este conjunto de 7 cuentos “de corte clásico” según una reseña reciente, me hacen pensar que quizás  lo universal  no tiene lugar, no es la aldea primigenia a la que muchos soñamos en volver después de muertos, es esto, lo epifánico y lo desagradable, lo excitante y lo horroroso, todo lo que ocurre alrededor y que el ojo de la literatura juega a detener, para mirarlo a contraluz y mostrarnos sus delicadas nervaduras.

 


 



 

 

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Publicado en litoralpoeta.cl, 20 de agosto de 2019