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Notas acerca de La edad del perro de Leonardo Sanhueza

Por David Bustos



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Acabo de terminar de leer La edad del perro de Leonardo Sanhueza y no estoy muy seguro qué debo hacer. Definitivamente no hacer nada, quedarme con el comentario doméstico me haría mal. Sería como guardarme algo, situación similar que sentí cuando leí La Ley de Snell. ¿Qué hace uno entonces? ¿Intentar unas esmirriadas líneas a ver si con eso se puede rozar en la distancia la belleza de un libro?

Recuerdo que hace tiempo una amiga al criticar un libro de poesía escribió la palabra belleza, cuando leí su comentario me hizo saltar de la silla, me pareció fuera de lugar, y me sigue pareciendo una comodidad, un atajo decir que un libro es bello. Pero qué diablo La edad del perro es bello, de punta a cabo, desde la primera línea hasta la última.

Si me topara con Sanhueza, le diría con torpeza, pero con honestidad, que el libro me pareció tan autentico que parece no estar escrito. Más de alguna vez he pensado eso, me ha pasado con pocos libros en la vida. Leer un libro sin pensar que estoy leyendo. Eso pasa porque el libro al momento de abrirse se echa a correr un mundo y nada que aparece ahí está puesto o instrumentalizado, nada está diseñado estratégicamente, esa naturalidad me dirán muchos que no existe, es muy probable, después de La filosofía de la composición de Poe, no hay que ser ingenuo. Pero eso me pasó con la novela de Sanhueza y si me pasó debo decirlo.

Decir que escribir una novela con la voz de un niño (adulto) es complejo, que evidenciar el mundo desde un particular punto de referencia se requiere una profundidad de planos y entramados, sin perder esa voz de niño y adulto y su tono, es un pie forzado que sólo los que están comprometidos con aquella operación lo logran.

Pues bien la novela comienza con el epígrafe de Jorge Teillier que dice:  Es la hora en que hasta las casas se arrodillan. Este poema pertenece al libro Crónicas de un forastero, sería bueno señalar que este fragmento del poema que abre la novela termina con los siguientes versos: Quedaré sólo por primera vez en mi vida.

Así Sanhueza elige el fragmento o más bien el poema y el poeta apropiado para el inicio de la historia de Leonardo, un chico de 9 y luego de 10 años, que se encuentra ayudando a su abuelo a reparar el techo de su casa. Estoy sobre el techo de mi casa, en cuclillas, trabajando junto a mi abuelo, que martilla arrodillado. Así comienza Ajenjo, el primer episodio del libro, que de inmediato nos sitúa en contexto, Temuco, agosto de mil novecientos ochentaitrés.

Después de un día de lluvia y viento se inicia la historia. Sólo después de una tormenta alguien podría comenzar a contar su vida. Desde las primeras páginas nos mostrará la relación que se desarrolla de este chico con su abuelo, acaso la más importante y valiosa en términos simbólicos para el personaje.

Leonardo, al parecer ese es su nombre, es un niño criado por sus abuelos y su madre. Madre que en la última parte de la novela sólo verá en períodos, ya que se ha ido a trabajar como profesora a un alejado colegio rural. La construcción del abuelo como personaje a lo largo del libro es tan sólida, que deja pasajes memorables. El abuelo cortando leña o martillando, el abuelo comiendo cazuela, el abuelo jugando brisca, el abuelo borracho y caminando con el nieto tras un juego en una taberna. El abuelo y su pasado de carabinero, el abuelo abrazando a Allende siendo aún carabinero, el abuelo después con su poster de Pinochet. Las enormes manos del abuelo, su genio, su portentoso físico, el abuelo y los perros o el abuelo y su humor de perros. El abuelo y sus opiniones políticas, el abuelo y los ladrones, el abuelo y las ratas de la casa, el abuelo y su silencio.

De esta forma vemos a Leonardo, este chico con imaginación e inteligencia prodigiosa, crecer a pura observación, junto a un abuelo con carácter que según él al compararlo con su padre sería un gusano o un ciempiés.

La novela transcurre en dos partes 1983 y 1984. Es decir en plena dictadura, en medio de un país atemorizado por las desapariciones y muertes, en medio de un país con hambre y cesantía. Pero la novela no cae en victimizaciones o un relato del trauma de ser “hijo de la dictadura”. Nunca esperé eso tampoco, sería subestimar a Sanhueza. Si no todo lo contrario, se despliega una constelación familiar colorida y desde ahí entramos a una película. Para mí este libro es como una película y de hecho si algún director se asoma a esta novela creo tendría un excelente relato para trabajar. Lo digo además como guionista. Está llena de planos que serían un festín para cualquier realizador. Escenas de Leonardo andando en bicicleta por el campo alejándose de la ciudad, Leonardo recostado sobre el techo de zinc mirando el cielo y pensando acerca del sistema solar, los planetas y las estrellas, Leonardo en el colegio de curas o yendo a un desfile donde pasa Pinochet por el pueblo, Leonardo descubriendo los libros de Quimantú en una bodega roída por los ratones, Leonardo accidentado tras caer del techo, Leonardo y sus quemaduras. Sin ir más lejos la escena del hurto del revolver (calibre veintidós)  del abuelo y después con los amigos en el rio (escena a lo Tom Sawyer) y el miedo a ser descubierto nos muestra al personaje principal en plenitud, la ingenuidad y astucia de un niño que hace consciente dos cosas: la posibilidad que los carabineros caigan sobre él (las garras de la dictadura) o ser descubierto por su abuelo. No sabemos cuál de las dos cosas puede ser peor. La tensión dramática es manejada con maestría. Una combinación de plano detalle y fluidez narrativa. Lo que sucede es que como lectores ya somos ese niño desde la primera página y navegamos por su historia personal, que puede ser de alguna manera la historia domestica de un Chile que nos tocó vivir y padecer.

Este infante no sólo participa en las historias de los adultos (su abuelo, abuela, y madre) si no que además tiene encuentros alucinantes con el lenguaje por ejemplo cuando se topa con la palabra Troquel, que suele cantar en el himno del colegio y que imagina vagamente su significado, descubriendo en ese momento la metáfora, cuando en una escena Leonardo, acompaña a su abuelo a la imprenta a buscar unas facturas.

Especial interés cobra también la tía de Leonardo, la hermana de su madre que vive en Santiago y que viaja de vez en cuando a Temuco y que tiene una marcado compromiso político (MIR). También con varias escenas memorables.

La descripción del padre ausente, su back story cuando vivían en Santiago, su forma de vestir y su alcoholismo irreparable, como se construye el personaje del padre desde la ausencia, desde la omisión donde el niño acumula fragmentos para hacerse más o menos una idea de su progenitor. Hasta que llega el día que va a su funeral y se asoma al ataúd y reconoce los rasgos de su rostro en su padre ya muerto.

Bueno, pero estaba en la tensión de haber terminado de leer La edad del perro y qué hacer con el libro.

¿Qué hacer cuando uno se encuentra con un libro que no desea terminar?

¿Se agradece?

Capaz que estas líneas escritas desde el entusiasmo y el placer sirvan de algo, decir que desde La ley de Snell para adelante Sanhueza, es un autor de cabecera así como Zambra. Uno espera los libros o intenta conseguirlos. Hasta el momento estos autores no me han defraudado si no todo lo contrario, reconocer que estos escritores tienen tanta honestidad como talento. ¿Pero qué se hace cuando uno lee un libro encantador?

Creo que la posición de loto y la actitud contemplativa no ayudan mucho cuando uno se compromete en la lectura. Bueno entonces decir la dura nomás. Lo demás es literatura.



 



 

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Notas acerca de "La edad del perro" de Leonardo Sanhueza
Por David Bustos