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El gesto de saltar al vacío
Pedazos de agua,
Roberto Contreras.
Carbón Libros 2019
Por David Bustos
Publicado en https://www.eldesconcierto.cl 2 Febrero de 2019
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Caminaba solitario o junto a algún cómplice, que al ritmo de su bastón de nácar conversaba bajo el influjo de las horas, y los colores del día reflejado en la vegetación. Escrutaba el paisaje como si tratase de un diálogo, o más bien el paisaje invadía con sus tintas su lugar de observador. Wang Wei (699-761) redactaba al paso sus poemas en sus paseos por lugares como: El Coto de los Ciervos, La Playa de las Piedras, El Talud de las Magnolias, Las Olas de los Sauces. En realidad no redactaba, tomaba apuntes, hacía circular la energía entre su escritura y lo que miraba. Con ligereza y profundidad pintaba sus poemas. Los poemas de Wang Wei siempre estaban heridos por la observación del encuentro y el detalle, advirtiéndonos en ese proceso de percepción, la futilidad de las cosas.
No solo fue poeta sino que también pintó varios cuadros que le dieron un nombre. Una pintura en rollos de seda que trabajaba la práctica y el uso del monocroma. El uso reducido del color a una única tinta que componía, desde la escasez de materiales, siendo una sola cosa, su manera sintética de escribir sus poemas y la de pintar. Otro oficio que practicó Wan Wei con maestría fue el de calígrafo. Se ejercitó en el control de la mano en la palabra y en la imagen. ¿Por qué hablo de Wan Wei? ¿Resaltando su oficio de poeta, pintor y calígrafo? Porque varios de estos aspectos, según creo, están ligado con este libro: Pedazos de Agua.
Roberto Contreras, hace suyo el gesto de saltar al vacío. Pero ¿al vacío de qué? Creo que la respuesta no existe o si hay alguna, tiene que ver con que estos poemas, no están escritos sino más bien engendrados. O sea, reciben el estímulo externo de una imagen para desde la escritura ser reflejados en la página blanco. Quizás por eso sea tan importante el blanco en el libro de Roberto, porque desde ese principio de neutralidad busca que las cosas le hablen, como si estos poemas cortos y exactos fueran frutos de una conversación íntima con la naturaleza y la cotidianidad. El blanco o el silencio se representan como receptáculo de palabras, pero también como una forma de escritura, en que muchas veces lo que no se dice tiene tanto o más importancia que lo escrito.
Estamos en presencia de un libro cortísimo que tiene la extraña cualidad de ser largo. Quiero decir corto en extensión, pero largo en el eco de su significado. Extenso en el sentido en que muchas veces la lectura ocurre a partir del momento en que dejamos de leer, como si la imagen expuesta recorriera un viaje interior que el lector mediante sus recuerdos y emociones, debe sopesar. El touch sutil del viaje.
La simplicidad de este libro, a cualquiera lo puede a llevar a pensar que se trata de algo fácil, pero no hay nada más difícil que ser simple. Porque esto requiere dejar de lado una serie de asuntos, como por ejemplo: la vanidad y la autoridad.
Pedazos de agua es un libro bello, porque maneja la destreza de la exactitud. La paciencia, la observación y la nobleza. La nobleza quiero decir, en encontrar una enseñanza en cada cosa que posa su mirada, y eso cuando se hace de manera reiterada se construye una pequeña sabiduría. Como si este libro se tratara de un niño que explica a otro qué es el rastro de un caracol sobre la hierba. O cómo actúa la sombra del ciprés al ver las cenizas barridas por la tarde.
Poemas de escasas palabras, que deslumbran: “en el vuelo/ de un ave/ se detuvo/ el tiempo”. Poemas que no buscan llenar nada, sino todo lo contrario, son llenados por la observación. Como dice Ernest Fenollosa, las resonancias vibran ante el ojo. La observación del fotógrafo, o el documentalista, que se confunden con el paisaje hasta encontrar la nota que merece su disparo. Una lectura de la naturaleza que no adelanta ninguna respuesta. Pedazos de agua es más bien un libro que se ha dejado escribir por la realidad. Y para eso el autor tiene que ir completamente vacío, cultivar una humildad que como Wang Wei, se transforma en una búsqueda sin propósitos, una forma de crear que tiene conciencia de lo efímero. Quizás esto esté muy relacionado con la fugacidad de la anotación y del apunte. Un tipo de poesía que encuentra su fe fuera de la literatura, aproximándose a la vida. Parafraseando al libro, como una escritura que es una brisa persistente que acompaña. Como dice el mismo poeta, acaso en una suerte de micro poética:
Escribir es cortar/ surcar con una gubia/ avanzar por las grietas/ rodear los nudos/ pulir las asperezas/con todo el tiempo del mundo.
Eso es Pedazos de agua, una pintura taoísta de un eco rodeado de silencio. Una expresión poética de notas sencillas, donde resuena leve la imagen y su pedagogía.