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        SILVESTRE,   GEOGRAFÍA DE UN CAMINANTE
        Por David Bustos 
        
         
        
          
          
        
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          Sondeemos la  tierra para ver hacia 
              dónde se extienden  nuestras principales raíces.
            Henry Thoreau
          
          Cuando  terminé de leer Silvestre, me acordé  de una amiga viñamarina que comentó tiempo atrás un libro de Víctor López.  Mi amiga hablaba de lo bello que era aquel libro de López. Cuando leí  el comentario, confieso que sentí un poco de intranquilidad o prurito. Decir  que un libro de poesía es bello no  correspondía, me parecía una salida inadecuada, para no tener que explicar los por qués, aunque estos por qués estuvieran más o menos  explicados  o desenvueltos con algún tipo  de razonamiento, me seguía pareciendo desacertado referirse a un libro de  poesía como bello. Ahora bien lo bello es flexible y cambiante según el  ojo que observa o lea el mundo. Sin embargo mi problema se reducía al libro de  poesía. Quizás tenga que ver con alguna resistencia escolar en épocas en que se hablaba de la belleza de la poesía. Todas aquellas  cosas que sostenía con bastante convicción, sin explicarme demasiado, se  esfumaron cuando me topé con Silvestre de Felipe Moncada.
           Por  esas magias del internet di con el título del libro y la portada que me  llamaron mucho la atención. Esto atizado por uno de los datos que manejaba del  autor acerca de sus caminatas por senderos, cerros y montañas, bastaron para  que me las ingeniara para viajar hasta Valpo y comprar el libro y leerlo.  Primero de un tirón, luego dejarlo descansar y releerlo varias veces más. 
           Encontrar  un buen título a un libro es tan complicado como escribir el libro mismo. Silvestre me parece un nombre  excepcional, eso sumado a las ilustraciones de Chachán Olibos y al tamaño mismo  del libro, su delicadeza, hacen que el libro como objeto se transforme de  inmediato en algo estimable, delicado: bello.
          Ahora  los poemas de Silvestre son bastante  inusuales. Se me vinieron a la mente varios autores que escriben, caminan y  observan: Ernst Jünger, Jack Kerouac,  o  el espléndido diario de Herzog  Del  caminar sobre el hielo.
                        Silvestre es un libro de poesía de un montañista, de un  caminante, de alguien que está despierto en la espesura de la geografía.  Eso me recuerda una frase de Faulkner que  dice  Un  paisaje se conquista con la suela del zapato, no con las ruedas del automóvil.
          El  paisaje y el grado de profundidad y familiaridad que alcanza esta poética son  remotos dentro de la poesía chilena. Moncada despliega un grado de conocimiento  del entorno, no sólo por el nombre y las formas de las cosas que encuentra,  sino por las relaciones dinámicas de éstas en la naturaleza. Por ejemplo cuando  se refiere a las algas que buscan el  cuarzo en otras playas,  y otro poema  donde habla del sauce y su balanceo. También está el tema del bosque, pero no  dotándolo de una ficción mágica o arquetípica, si no más bien realista, por  ejemplo:
          En el viejo bosque/ hay herraduras gastadas,/  tachos negros de hollín/ y una persistencia de musgo en el granito. 
          El  sujeto de Silvestre es un recolector  de olores, paisajes, instrumentos, oficios, huellas y dedales. Alguien que camina  portando una mirada panorámica: Hay que  cruzar una frontera de burbujas,/ dormir a orillas del glaciar, caminar un  are-/nal con lava negra de nacimiento del mun-/do bordear planchones y lagunas/
          En ese  transitar del sujeto distingo dos tiempos que, portan su propia observación. El  primero sería nómade y el otro más sedentario. Es decir el de la caminata misma  y otro el de la observación más contemplativa:
              Mira la inmensidad/ y bordea el acantilado/  como esas hormigas/ que trepan un basurero/ una mañana de verano.
            Esa  observación, penetra lo observado, pues no sólo recolecta y aglomera  experiencias sino que agudiza esa observación, por ejemplo: el poema Bagual
  ¿A dónde galopan/ mientras la niebla  desorienta/ golondrinas en la laguna?/
          Llama  mucho la atención la mirada naturalista y atenta de Moncada del paisaje  chileno. Digamos que tiene mucho que ver con lo que decía antes acerca de  Faulkner, acerca de la conquista del  paisaje con la suela de los zapatos. Diría que la apropiación de Moncada  tiene un compromiso casi antropológico.  Que su relación con la naturaleza no es mediante  hitos geográficos (espectacularización de la geografía).  No para nada, aquí el acercamiento es horizontal y familiar. Aquí dejo de lado  el tema rural, que es uno de los ejes del libro y que da para un comentario  aparte. Sólo decir al respecto que, desde lo rural el conocimiento como  aprendizaje va de la mano de la naturaleza, estableciéndose más bien desde una  relación dialógica. 
           Todo  esto y obviamente muchas cosas más, generan una serie de inquietudes, por  ejemplo ¿si este libro de poesía sería, unas de las lecturas actuales más  atentas y comprometidas del territorio?   ¿O si estamos en presencia de una poesía de la resistencia al  monumentalismo Zuritiano de la geografía de Chile?
           ¿Será  Moncada con este bello libro, lo más cercano que se puede llegar a la genuina  poética de Violeta Parra?
          Quizás  estas y muchas otras preguntas abre Silvestre.  Un libro que rompe el pensamiento urbano y centralista, comprometiéndose con el  Chile profundo, el de las tradiciones, senderos, montañas, el paisaje y la  memoria. Una poesía sencilla, delicada, que nos recuerda como abrir las pepas y  escuchar, dejando el yo teórico de lado.