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"Parloteo de sombra". Damaris Calderón. Lom ediciones
Santiago, 2009. 49 páginas

La poesía lapidaria de Damaris Calderón

Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 21 de Junio de 2009

Hace ya catorce años que vive en Chile y en septiembre se cumplirán diez desde que obtuvo el Premio Revista de Libros de Poesía con Sílabas. Ecce Homo, elegido ganador, entre más de 1.400 trabajos, por un jurado en el que estaban Gonzalo Rojas y Diego Maquieira. Un buen momento para mirar el pasado, sacar cuentas y, como escribe en los desacralizadores versos de "El descenso", "Decir que mi vida pudo ser así/ y fue, sin embargo, otra cosa".

Al comienzo de su nuevo poemario, Parloteo de sombra -que sólo había conocido una edición artesanal, de muy pocos ejemplares, en Cuba-, Damaris Calderón (1967) vuelve la mirada hacia su pueblo de Jagüey Grande, Matanzas. Específicamente sobre uno de esos olvidados cementerios de provincia en los que, como en La antología de Spoon river, de Edgar Lee Masters, los muertos hablan y recuerdan que alguna vez vivieron o al menos lo intentaron.

Registrando el periplo biográfico de la autora, en Parloteo de sombra aparecen también el Cementerio de Colón, en La Habana; calles de la ciudad vieja con nombres luctuosos (Ánimas, Trocadero, Zanja, Amargura); algún balneario chileno crucificado por el óxido, y enterramientos precolombinos escondidos bajo el desierto, no muy lejos de la oficina salitrera Humberstone, que se yergue como el esqueleto de un sueño.

"Escribí el libro en 2003, después de un viaje al Norte Grande. Es un libro bifronte, porque salió junto a El arte de aprender a despedirse, que es un diario de viaje", recuerda la autora. "Son paisajes de recuerdos, de vivencias, latencias, amigos, pérdidas, muchas pérdidas. Mi parloteo desde la sombra, la zona muda, la muerte".

-¿Qué te interesa en la poesía funeraria?
-Me interesa mucho la concepción de la escritura, desde la Antigüedad, en el sentido del rapsoda, este cantor que hilvanaba cantos de otros. Es la imagen que después retoma Eliot del centón latino, en sus imágenes rotas de La tierra baldía . El canto polifónico que estamos escribiendo entre todos, las palabras de la tribu. En este sentido, los epigramas funerarios siempre me interesaron. No sólo en términos literarios, sino por ese lenguaje de las lápidas que uno va descubriendo en los pavorosos cementerios de pueblo. Yo misma soy de un pavoroso cementerio de provincia.

-Haces un cruce entre muerte y exilio.
-Sí. La muerte te separa de muchas cosas. Para empezar, de las personas que quieres. Interrumpe la conversación, el diálogo. El estar fuera de tu país es otra pérdida, una muerte, un espacio arrasado de hablantes y lugares que ya no existen, como el bar Two Brothers, en el Barrio Chino, donde íbamos a emborracharnos con los amigos. Ahora yo creo que en el libro también está la idea de la metamorfosis. La muerte no sólo arrasa, también es cambio, no sabemos hacia qué, pero es un renacimiento. Árido, doloroso, lo que se quiera, como el exilio, pero además es una apertura.

-Mencionas a muchos autores cubanos.
-Sí, sobre todo a poetas de mi generación. Como Ángel Escobar, que se suicidó en 1997, y que vivió en Chile, pero también Carlos Alfonso, Omar Pérez y Sigfredo Ariel, que son poetas sobrevivientes, como yo. En el caso de Lorenzo García Vega, quise que apareciera en este cementerio de Jagüey Grande, porque era una manera de hacerlo regresar a su pueblo, que es el mío también, y entonces nos unen los jagüeyes, unos árboles que ya no existen desde el último ciclón, hace cinco años. Lorenzo es un escritor arrasado por el canon de la literatura cubana hecho en la isla. Un ex integrante del Grupo Orígenes, disidente, exiliado, lector de Gombrowicz. Uno de los autores vivos más interesantes. Trabajó en Estados Unidos llevando carritos de supermercado.

-"La muerte es demasiado exacta", dice el epígrafe de Cioran en "Parloteo de sombra". José Kozer destaca la precisión y sobriedad de tus versos. ¿Dirías que es una poesía lapidaria?
-Claro. La vida necesita de gestos, de palabras, de lenguaje. La muerte es parca, precisa, despoja de todo lo superfluo, llega al hueso. Hay en mí la aspiración a lograr ese lenguaje lapidario, conciso, de las lápidas, en el que no es posible decir más, ni deseable. Ese lugar, entiendo, es el que la misma muerte ocupa. Gesticulamos, hablamos, somos seres del lenguaje, con más o menos conciencia, pero del lado de acá. Del lado de allá está la parquedad, lo innombrable. Una cita del poeta japonés Toko, que abre el libro, dice: "Los poemas a la muerte/ son un engaño./ La muerte es la muerte". Propone una lectura bastante exacta. La retórica, las palabras, forman parte de ese ardid contra la Gran Vaciadora.

 

 

 

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La poesía lapidaria de Damaris Calderón.
"Parloteo de sombra". Damaris Calderón. Lom ediciones. Santiago, 2009. 49 páginas.
Por Pedro Pablo Guerrero.
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