SOBRE LA POESÍA DE JORGE BOCCANERA
Por Damaris Calderón
9 de abril, 2009, Santiago de Chile
Jorge Boccanera es un poeta de la familia de Atila Joseff, de Bertol Brech, de Juan Gelman, de Roque Dalton, es decir, de aquellos autores que escriben (y viven) una poesía verdadera, aquella que recoge los desgarros humanos más desesperados de los hombres atravesados por la historia, el gesto de silencio o el grito y también sus destellos de luminosidad y esperanza.
Estos son los versos de sujetos que padecen la historia, que la hacen, que son su residuo o su potencial. Puede prestarle (tomar) la voz de Anna Frank, para hacernos llegar sus apuntes tremendos de la noche presidiaria o esbozar la articulación de aquel que pareciera que ya no es (el desaparecido) donde, sin embargo, “hay una voz que lo sabe de memoria”. Esa voz, esa memoria, en la poesía de Boccanera, recoge los registros de la colectividad, de la doliente humanidad, del próximo prójimo.
Hay en su obra un registro épico de lo cotidiano; el megarrelato también tiene su microrrelato, el pequeño y enorme suceso de aquellos que escriben , que viven al filo, al borde. Intensidad, diafanidad, tristeza, cariño, puede uno percibir en todos los registros en que se articula su decir, sus “mecanismos poéticos”, donde , para entreabrir el árbol, hay que cerrar el viento, para entreabrir el mundo, hay que cerrar la bomba”. Porque esta es una poesía llena de mundo, de incandescencia, llena de dolor y de amor. Sus cadáveres y sus vivos están llenos de mundo, como los hablantes vallejianos. Ya sea en un lenguaje directo, coloquial, o de un profundo lirismo que no se reviste, con limpieza y diafanidad (diafanidad ética, poética), Boccanera aborda los más disímiles sucesos, desde la mujer que no aparece en los grandes titulares de la prensa y desordena el mundo con sus pechos, de los rostros del exilio, de los límites de su pueblo y de Luisa que se pudre en una cárcel de dos metros por uno, ocupa el registro de la crónica o de la fotografía, erige una cantata, entona una ronda infantil, ora por un extranjero ( acaso él mismo ) o multiplica panes y peces o espera a la mujer del prójimo en un cuarto de hotel. Esta poesía que atraviesa una multiplicidad de registros, es decir, de las diversas maneras en que consigue un hombre expresarse, humanamente hablando, a veces sus hablantes son hombres tristes, o cansados, hombres que querrían tal vez llegar a tiempo donde una mujer, que querrían tal vez un mundo sin grietas, pero también esta poesía está llena de sueños, de esperanzas, donde la utopía humana y social, se articula en el sí es posible. Hay un talante heroico, entrañable, en estos versos, cifrado en un profundo sentimiento de hermandad, de solidaridad con los seres y las cosas, con sus maneras de estar y dolerse, de ser en el mundo. Poesía comprometida con la poesía, que aúlla y que canta, que denuncia al bufón de la corte del rey y que erige un espacio humano habitable.
Hay un poema vertiginoso, de rimo galopante, que se llama Marimba, donde el poeta se nos presenta como un payador en un poema tirado por caballos, que corren bajo los grandes árboles de la historia, es un poema signado por la urgencia, por la vitalidad, por la imperiosidad de esa imagen poderosa de la carrera de carros, donde el poeta se describe como “ yo espuelas, yo cananas, yo polainas, yo arenga, atravesando sueños”…Yo busco un mundo otro. ¿Equivocado? Como el que abrió un paraguas que el sol derritió a besos (…) a contrapelo vamos. ¡Volando!” Y ese vuelo de ICARO ecuestre es quizás, a mi juicio uno de los más bellos poemas de Jorge.
Quiero decir también que hay una especie de poética que siempre me sedujo desde que se la escuché leer en La Habana, en el poema “polvo para morder”:
Bésale las piernas a la poesía
Aunque diga que no que aquí nos pueden ver.
Bésale las palabras, hurga en su lengua hasta
Que abra los brazos de amor y diga ¡Santo dios!
O hasta que santodios abra los brazos de escándalo.
Bésale a la poesía a la loba
Aunque diga que no que hay mucha gente que aquí
Nos pueden ver. Bésale las piernas las palabras
Hasta que no dé más, hasta que pida más, hasta que cante”.
Creo que esa relación carnal, vital, de amor, de frenesí, se da plenamente en este poeta, quien consigue, (entrega, pasión y seducción mediante), que la loba, la altísima, la chúcara, la poesía, se abra y cante con él en un intenso diálogo de lenguas. ¿A qué pedir más?
Queda sólo escuchar leer (cantar) al poeta.