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DOS VOCES INÉDITAS:
JAVIERA MIREN HIDALGO Y RONALD FERNÁNDEZ

Por Damaris Calderón Campos

 

Presentar a dos jóvenes poetas, descubiertos en una sala de clases, en los diálogos que se prolongan más allá de un tiempo cronometrado, para entrar en el espacio de la poesía, imantado, como decía Lezama Lima, (tiempo sin tiempo, tiempo sin fecha), es lo que me ocupa en esta nota.

 Dos voces disímiles y vigorosas, son las que aquí se consignan. Javiera Miren Hidalgo, cuyos versos se articulan desde los hallazgos de la vanguardia y la tradición, desde la proximidad de un Pablo de Rokha a los cantores populares y a la figura y la obra de Violeta Parra, asume una voz personal, por encima de las (re)sonancias, con fuerza, desgarro, en osadas imágenes, donde se entremezclan la pobreza, la sangre, los huesos del país, el encendido amarillo de la locura y del poema.

Ronald Fernández, por su parte, trabaja desde una vertiente más clásica, desde la que innova. Autor del poemario inédito Nubes, de filiación latina y específicamente, de raíz properciana, del tema amoroso, se desplaza en su libro Monumentos (al que pertenecen los poemas aquí seleccionados) al diálogo emotivo, intertextual, con autores que van desde el ámbito del romanticismo, el simbolismo, el modernismo, a las vanguardias, así como con figuras señeras chilenas. No se limita, sin embargo, el trabajo de Ronald Frernández a los homenajes, sino que se atreve a abordar las formas clásicas, renovándolas, imprimiéndoles a las voces de los autores por él  convocados su propia voz, o a veces,  recurriendo al atrevido emplazamiento poético, como el poema aquí dedicado a Nicanor Parra. 

Creo que el lector, ni ingenuo ni hipócrita, encontrará en estos dos autores más de alguna sorpresa, un latido, un estremecimiento.

 

* * *

JAVIERA MIREN HIDALGO

A una perra amarilla en una casa sola  
                                                 A don José  
Hay días con pelos
perro de lanudas uñas
expertas en la extracción de la sangre
de mi país, poema de huesos
quebrados
que cuelgan en un largo olvido de montañas
en que todo se hace canto.  
 
Cuando miro tu cara de pobreza
en los ojos de esta perra,
amarilla es la infección 
de tu sangre, hombre,
de tu sangre.  
Y Amarillo es también el poema
de mi patria,
de mis venas hinchadas con lirios de oro
como la cuncuna que quería volar
su salud eterna de violeta sangre. 
La maravilla del poema
es sólo un girasol con patas de lana
como rayos de flor
en la arena marchita de tu playa,
hombre, de tu playa.  
Los pájaros de tu sangre
Antes de salir de la herida
estaban en el viento, en el vientre,
de los perros gimiendo por la vida
De tus ojos como calles
como heridas en el desierto,
de Santiago,
v
a
ll
e
de lágrimas.   
Cuando miro tus ojos
en los ojos de esta perra
amarillo es el color de tu alma
y amarilla es la forma de la locura
hombre, de tu locura.

 


Décimas a Violeta 

El "te juzgo" no es un tema
pa' esta fiera política
que creando flor estítica
ostenta adorno y diadema,
mas si esta verdad nos quema
tanto el alma y la coronilla
loh perroh a la alcantarilla,
políticos mal paríos
cantores del mundo, ¡uníos!
Levanten sus sopaipillas. 
Violeta santa y cristiana,
valor no reconocío,
mataron tu pecho hundío,
colgándose de tu liana.
Cervantes y su gitana,
Beatriz, Helena y María
El hombre pariendo cría
Y pa’ la hembra los despojos
alma y carne a los abrojos;
la poesía se nos enfría. 
No hay vasija que aiga nacío
en su totalida’ plena
ni el hombre de agua la llena
ni el partidario cocío
que’l pico con su rocío
mudo engendra duras penas
los premios y sus cadenas
son carne pa’ los guatones
pónganse los pantalones
tropel fundío de hienas. 


 

Mendiga de tus poleras 

Mendiga de tus poleras 
Me pinto la música y te bailo el poema
la vida es una flor que se fuma, que se apaga,
el corazón de una planta que se quema
-lentamente- al sol tenaz de una guitarra. 
Un cogollo a lo divino
que me baile el corazón 
de mi cara que no existe
que me quiebra la canción.  
La planta quiere abrirse de mi cuerpo
nadar en mi dolor, chorrear por mis pestañas
negra espiga, viuda araña de tilos lastimera,
el árbol es una pera
caída
con pocas flores de adorno y más espinas. 
Un cogollo a lo mortal
que no tenga la razón 
deja que me llore el cuerpo
no lo ahogues por favor. 
Yo soy la mariposa harapienta,
la pulga, que de papel mendiga en tus poleras,
el pajarito del polvo,
que dale, que desentierra,
a los muertos que nunca tuvo
guardados entre sus piernas
un papelito doblado,
una flor en la madera
que anticipe los otoños y nunca la primavera. 
De mi alma que se quema, se come,
y se seca como pasto
voy a perderme en el aire siendo polvo
en la tierra van a ahogarse los escombros
de esta polilla sucia y fatal
que sin lágrimas que atrapar,
sin ni siquiera un pedazo de tela
pudo hacer con tus poleras un vestido de cristal.  

 

 * * *
 
 
RONALD FERNÁNDEZ
(DE MONUMENTOS, INÉDITO)

A NICANOR PARRA

Cabe mencionar, mi estimado enemigo,
que esto lo digo con mucho respeto.
No he de armarme de golondrinas
para hablar con usted, ni he de sollozar
a medida que vaya aleteando
el animal que llevo dentro.

Fue usted quien quiso espolvorear
aquellos castillos en el aire,
fue usted quien en un vidrio
tuvo la visión de que la poesía
debía tocar hasta al más ausente.

Pero bien, nada sabíamos entonces, nada,
muchos pretendieron seguirlo, errantes,
blasfemando y haciendo versos sementeros
como si en ese gesto tan burdo como falto de gracia
pudiera arrancarse de un gargajo la realidad.

Y triunfó! Y triunfó su arte de uñas sucias
poesía que sólo en usted habría de encontrar magia,
montaña rusa de la cual fue el único pasajero,
pero yo le pregunto: ¿Tiene idea de lo que hizo?
¿Sabe de cuántos suicidios es culpable su palabra?
¿Se ha preguntado por qué agonizamos como ratas?

 

Digno y simplemente valioso fue su afán prometéico,
gracias, gracias de verdad por acercarnos el fuego,
por  enseñarle al pueblo por aquellos tiempos colorado
que la poesía debía ser un artículo de primera necesidad,
es por ello que no me atrevo a escribirle
con la altura de cualquier otro canto enfermo de oro.

Le hablo de hombre a viejo zorro, le hablo de inocente y decidido
precisamente porque toda senda que visitan  sus palabras
ha deplorado, salvo en su nacimiento, lo que yo admiro.
No he de seguir las velas que dejó encendidas, no, yo no muerdo el anzuelo,
no quiero para mí  la gloria, ni el estruendo de una patria con alzheimer,
mi voz tal como dijera desde un antiguo sepulcro es el canto de los sin tiempo.

Escúcheme una vez, una última primera vez,
suficiente es el daño causado por sus discípulos
aquellos barredores de estatuas a las cuales jamás alcanzarían,
por qué repudiar la poesía de pequeño dios,
por qué repudiar a nuestra inmensa vaca sagrada,
por qué ser tan hipócrita, señor mío, cuando usted quiso ser estrella.

 

¿Ha olvidado acaso el romancero?
¿Ha olvidado acaso el sonsonete hipnótico de Darío?
Vamos, no me venga con cuentos, usted quiso ser aquel
que con su aliento abriera los mares de par en par,
uno más de aquellas constelaciones
que hoy pequeños adúlteros consideran amargas.

Y mire lo que ha hecho! por Dios mire lo que ha hecho!
tanto falso poeta reconocido por sus metáforas con tallarines,
tanto falso poeta aplaudido por no conocer la tradición,
abrió sin duda, y por ello está aquí, una nueva ventana
para darle a la tierra lo que perteneció siempre a las nubes
y así nacieron fotógrafos que hablaron del huevo frito,
y así nacieron uno a uno los asesinos de Holderlin.

Mire, mi embutido de ángel y de bestia
quebró por última vez los espejos de nuestra poesía,
más ha caído el péndulo que reclama por años de flores,
y las voces sepultadas por el veneno derramado entre los ojos

Los poetas bajaron del Olimpo, se mezclaron con las putas,
parieron uno que otro sacerdote inmundo de cruces,
para no entender a fin de cuentas la voluntad de su campaña.
Los poetas bajaron del Olimpo, se mezclaron con ladrones,
para partir a cuchillazos el corazón al corazón del poema,
esto sí lo digo con mucho respeto, venció,
pero nos ha legado una religión de piernas abiertas.

 

 

A VIOLETA PARRA

Maire Chile, maire nuestra,
deje q´ honre a la cantora
pa´ q´  de entre toa aurora
crezca como la caléndula
su canción paría en nieula.
Maire, déjeme estrecharle
con mi poesía contenta
pa´ siempre el alma sangrienta
q´ anda en los muros fingía
con voz de pueulo aturdía

Sé q´ no tengo ná idioma
q´ sea digno de su aplauso
mas quiero creer q´ causo
con el ardor de mi trino
lo q´ al mendigo hace el vino.
Ay señor, buen señor mío
creaore del sol y del frío
no dejís callá mis manos
q´ como guen artesano
su propia cruz ha esculpío.

Pá esto es q´ yo me he armao
d´ la lengua popular
con la q´ le oí cantar
a la Violeta su amore,
sus temore y sus dolore,
q´ naiden diga mentiras,
q´ naiden de ella se ría,
intelectuales cagóne
no llegan ni a los talóne
a esta mujer bien paría.

Nacía por allá en San Carlos
sus ternura y su llanto
las guitarras y su canto
“se va enredando, enredando”
sigue vivito y coleando,
¡Ay! viene nuestra Violeta
enseñando su cantar
recitando por Calama
por San Pedro de Atacama,
alumbrando Vallenar.

¡Ay!  viene nuestra Violeta
en la memoria inmortal
amaneciendo en Parral,
descansando en Ñiquén,
tomando siesta en Mulchén,
corriendo por Nacimiento,
sollozando en San Rosendo,
agotada en Tucapel,
callada por Coronel,
ay, sí, maire, viene riendo.

 

A GABRIELA MISTRAL

I

No puedo dejar de oír los sollozos del Cristo
que afiebrado reclama por su hija fidedigna.
No puedo no llorar con ira a nuestra patria
de nublada memoria, de olvido imperdonable.

Dirán que está en la gloria, cuánta razón tenían.
Usted cuya única culpa fue la tristeza.
Aquella que en la lluvia le enternecía el rostro,
aquella que nos hizo sentir como verdugos.

Apedreada de niña con riachuelos de sangre
que le helaban el pecho pagaba por el crimen
de ser quien cantaría la herida más profunda.

Herida que a los ciegos quemaría la boca.
Herida que a los mudos rompería los ojos.
Herida que a los muertos brindaría jolgorio.

II

Reina de pelo oscuro, labios de madreselva
la tierra te saluda con llamas de tiniebla.
Voz de salmo sangrante, rodillas casi muertas
cantando tu venganza desfilan las estrellas.

¿De dónde viene aquel murmullo de las piedras?
¿La lágrima que clava con dejo de salmuera?
¿De dónde viene el niño dormido entre tus piernas?
¿El hombre que en tus noches con espigas te contempla?

Abatida en tu cruz de horrores descubierta
donde al ir procuraste ninguno te siguiera,
sonríes, bailarina, como sonríe la hiena.

Reina de pelo oscuro, labios de madreselva,
voz de salmo sangrante, rodillas casi muertas
la tierra te saluda con llamas de tiniebla.

III

Merecía la tierra ser nombrada Gabriela.
Merecían los valles honrar su hermana muerta.
Merecían los ríos su mirada que en vela
nos enseñó a ver una queja desierta.

No hubo nada para ella más que un hondo desprecio,
el pago de un país con estatuas extranjeras.
No hubo nada para ella sólo dolor, silencio,
ella, quien de nostalgia conmueve primaveras.

He aquí que yo bendigo todo trovador justo
que con manos valerosas te hubiera recordado
con el afán legítimo de perpetuar tu estela.

He aquí que yo celebro tu himno en flores venusto
para que de una vez se halle inmortalizado
en esta tierra amarga que te llora, Gabriela.

 

 

 

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