SOBRE REDUCCIONES DE CRISTIAN CRUZ
Editorial Fuga. Colección de poesía
2009.
Por Damaris Calderón Campos
La poesía puede ser una provincia atroz y la provincia puede deparar más de alguna sorpresa. Entre esas sorpresas que me ha deparado la poesía, ha estado el reencuentro con Cristian Cruz y con su último libro publicado, Reducciones, poemario signado por la muerte y la noche, pero, sobre todo, por el canto.
Desde el primer poema de Reducciones, el poeta se sitúa (o es situado) entre esas coordenadas ineludibles: la muerte y la noche, que avanzan sobre él de manera agresiva, bélica, emboscándolo: “han lanzado su artillería en mí”, “ un calabozo”, “una zorra que merodea la alambrada”. Sin embargo, esta galería de oscuridades, estos espacios de encierro, de muerte, que se siente con “ese sabor podrido de salmuera en la boca”, se asumen con una entereza poética y vital, no desprovista de heroicidad.
Atravesado por estos paralelos, cruzado por la acción de Dios y Satán , “¿Qué ha hecho Satán sobre nosotros? / ¿Qué ha hecho Dios sobre nosotros?/ Nada que no sintamos más que la muerte…” el hablante lírico, que percibe a la muerte “camuflada del profundo aroma de los jardines” y que se acerca a ella odiándola, opera la transmutación, entrega la mirada, no en una rendición o en una mansedumbre conciliadora, asciende por sus huesos que se ofrendan al paisaje, “aquel antiguo sabor dulce de la provincia”, hasta alcanzar, con la entrega y el canto, la derrota de la finitud:
“Quien vivo se encuentre y traficando la noche/ haga de su sombra su propio canto, quien muerto se halle y sus parientes lo hagan traficar en las fotografías,/ entregad la mirada cantando/ para derrotar a la desidia y a la muerte”. Así, desde este primer poema, poema pórtico del libro, se establece la poética que signará el poemario, un canto órfico, que atraviesa las regiones de la sombra y la muerte, consiguiendo la ascensión poética, por sobre el despojo y la podredumbre.
Precedido de un epígrafe de Enrique Lihn, de Diario de muerte, del poema La mano artificial, la voz de Cristian Cruz, en Reducciones, concilia las poéticas de Lihn y de Teillier, la escritura intelectual llenando la página de signos, “como un hueso de hormigas” y el lar, ese otro espacio, cercano y remoto, que remite a otro tiempo y a otra edad. Hay homenajes explícitos a Lihn en un Moribundo ejemplar o A tanto tiempo de la muerte de Pompier y reminiscencias y filiaciones poéticas, que van de Pablo de Rokha a Rosamel del Valle, de Orfeo, o al diálogo intertextual, a la recreación que parafrasea a Tu fu, en La aldea de Kiang después de la muerte. Pero sobre todo, está una voz personal, que se consigue, como un magma que se sedimenta, por la incorporación y la vivencia poética. Así, en el texto Soy mi pastor, el poeta reescribe un salmo bíblico, asumiendo su propio pastoreo post mortem: “Yo arreo mi carne/ soy mi pastor nada me ha de faltar/ yo arreo mi carne/ estas piltrafas, gusano y hastío/ arreo la bala, la cuerda, el vacío/ ahora que estoy muerto/ ahora que estoy desprovisto”.
Y en el poema Metro cuadrado, el gusano y la carne, se susurran amorosamente por la redención, estableciendo un arduo, quizás final y primigenio diálogo “en un amor tan inclaudicable, tan bien urdido / en un metro cuadrado”.
Decía María Zambrano que una tumba es una cuna, porque es siempre también un nacimiento. Creo que Reducciones, de Cristrian Cruz, es un libro de un optimismo fuerte, trágico, porque ha visto que en la tumba en “ese rescoldo/ esa bracero apagado/ (pareciera) / que la tumba cantase aún/ Y todo allí dentro”.
Este canto, sostenido desde lo más profundo, frente a lo más profundo, es lo que nos entrega este poeta , que se atreve a avizorar los límites, bregando con lo humano y con lo divino.
