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CARNE BLANCA, DE JESSICA ATAL

Por Damaris Calderón


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Una carne blanca, una cordillera blanca, una página blanca, un deseo rojo, a veces demasiado intenso, para tanta blancura.

La cordillera blanca, pocas veces se ve desde Santiago de Chile, la cordillera parece que empieza a crecer (soñada) por la página blanca, escrita, tachada, por el deseo, por la apetencia (frustrada) de la voz femenina.

¿Cómo se intersectan un paisaje férreo, omnisciente, aunque no se vea, las páginas blancas ( lo perdido) y una mujer? Lo primero (creo) es la dicción de la pérdida. El amor, el desamor, la separación traumática, el quiebre del sujeto y del lenguaje mismo. Un libro que es un extenso poema (soliloquio) trizado, despedazado, entrecortado, por la pasión, por la insubordinación, la ironía y la desconfianza hacia los signos y la literatura. La asunción de que todos los poemas de amor “como las cartas de amor/ son ridículos/ no serían ridículos sino fueran cartas (y poemas) de amor/ pues sólo son ridículos, quienes no tienen sentimientos esdrújulos” (recordando a Pessoa).

De ahí la distancia, la ironía del lenguaje (la posesión por pérdida) de la escritura:

“Había una vez / una hoja/ y una montaña/ la montaña se llamaba Miguel/ yo era la hoja/ y así me llamaba/ y era blanca (tachado) / nada había escrito sobre mí/ (era la montaña la que no escribía nada sobre mí)/ Un día la hoja subió / a la montaña / y nació/ la Cordillera/ de los Andes”. Y después señala la hablante: “La idea fija / la hoja blanca/ no soy yo”.

El poema extenso, seccionado en fragmentos, el dolor, el drenaje largo, se la juega en el territorio de la escritura, en el desmontaje del pathos, de la tragedia:
“Soy tan estúpida/ pero una gran parte del resto de los chilenos (estoy segura)/ lo son aún más que yo en el fondo/ no soy tan estúpida/ si consideramos que / este es el país de los estúpidos/ no vemos llorar a nadie/ porque el agua cae del cielo/ no de la montaña/ en el Valle Central / el aquí no existe/ ( de todos modos tengo la autoestima por el suelo como casi todos los estúpidos chilenos) Ultimamente el fútbol / nos hace campeones / metemos goles/ ganamos delincuencia/ enfermedades mentales/ contaminación/ tenemos los más altos y distinguidos niveles de / basura mental/ virtual / material”.

Jessica Atal abre el poema-libro a todo lo impoluto, desjerarquizando entre “ lo alto” y “lo bajo” de la cultura: incluye el habla coloquial, la basura, las tareas domésticas, la aspiradora; ironiza sobre el lenguaje psicoanalítico y la escritura de mujeres: Freud ­+ MADRE- PADRE dan determinada ecuación, aborda (emplaza) la histeria, la locura, atribuída a “ las locas mujeres”, sobre las que escribió y de las que formó parte Gabriela Mistral. Porque este libro también se inserta en una dilatada tradición femenina. De algún modo, también está en él El Poema (imposible) de Chile, trunco, infinito. De algún modo están la voz de Silvia Plath, de Cecilia Meireles y también de tantas otras mujeres sobre las que nadie escribió nada y tuvieron que escribir ellas mismas y convertirse en la montaña.

La página blanca (tachada) y su “ yo no soy”, parecen decirle al hombre y al discurso patriarcal, en esta escritura inteligente de Jessica Atal:

“ tú me quieres alba/ me quieres de espumas/ me quieres de nácar…”

Pero la carne blanca (tachada) con su amasijo de amor, sangre, tejidos, músculos, marcas, rasguños, sueños, ligamentos, es otra cordillera con la que romperse los dientes.


Isla Negra, 26 de julio de 2016.



 

 

 

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"Carne blanca" de Jessica Atal.
Por Damaris Calderón.
Cuarto Propio, 2016