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PALABRAS DE PRESENTACIÓN A “LAS PULSACIONES DE LA DERROTA” DE DAMARIS CALDERÓN
Por Malú Urriola
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Damaris Calderón nació en 1967 en La Habana, Cuba. Desde 1995 está viviendo en Chile. Es poeta, narradora, ensayista, pintora y docente. Ha publicado numerosos libros, entre ellos “Parloteo de Sombra”, (Ediciones Vigía, 2004), “El arte de aprender a despedirse” (ediciones Matanzas, 2007) y “Rayados en el muro” (Cuadro de Tiza, 2011). Es autora de la antología de poesía chilena “Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte” y de la antología de poesía cubana “Cercados por las aguas”. Aparece incluida en numerosas antologías de poesía latinoamericana contemporánea. Obtuvo el Premio de poesía de la Revista Libros de El Mercurio, el Premio del Fondo y la Lectura en Chile y obtiene la Beca Simón Guggenheim en poesía, en 2011.
DAMARIS LA ERRANTE
Siempre me han llamado la atención los viajes que recorren los libros, los caminos que a veces se bifurcan y otras se encuentran en una senda común, una estética común, una política común. Cuando hablo de política no hablo de circos electorales, hablo del compromiso de estar, ser y transitar con conciencia poética por la vida.
Cuando Damaris me pidió que lanzara sus “Pulsaciones de la derrota” yo me encontraba por azar en Buenos Aires y por azar leyendo “Las tristes”, de Ovidio. Cuando abrí su email yo me encontraba iniciando la lectura que versa así: “Pequeño libro, irás, sin que te lo prohíba ni te acompañe, a Roma, donde ¡ay de mí! no puede penetrar tu autor. Parte sin ornato, como conviene al hijo de un desterrado, y viste en tu infelicidad el traje que te imponen los tiempos”.
Al terminar de leer esta frase de apertura de “Las Tristes”, junto con el email de Damaris, pensé en Ovidio desterrado, en Damaris que por iniciativa propia transita sus voluntarios destierros.
Venida de la hermosa Cuba llegó al horroroso Chile de Lihn, de Mistral, de Neruda. De Santiago se vino a Isla Negra. Y no es nada extraño porque Damaris nació en una isla con ese bello animal que se mueve todo el tiempo y que adora lamer la orilla de lo inmóvil.
Muchos años antes de conocerla personalmente, es decir, antes que compareciera la autora frente a mis ojos, compareció su poesía. La poesía tiene la velocidad de la luz, tal vez porque está hecha de la misma materia incandescente, inasible y veloz.
La poesía de Damaris Calderón está tejida con la luminosidad del saber, de conocer y estudiar la raíz de las palabras, poeta y filóloga, quieta y errante, la de Damaris Calderón es una poesía elaborada, fina, descarnada y poderosa, que a poco de tocar suelo chileno, ya tenía encantados a los buenos lectores de poesía, contó rápidamente con el respeto poético chilensis y, como debe ser, también con la envidia de quien sabe escribir buena poesía. Y más aún de quien piensa desde la poesía.
Durante muchos años la leí, la seguí en su incansable tránsito de la poesía al ensayo, del ensayo a su amor por el griego, de estudiante a docente. Y es que Damaris la errante, la errabunda, tal como llega se marcha, dejando tras de sí las ondas de su tránsito poético, tal como un bote deja un surco en el mar que luego cierran las aguas.
“LAS PULSACIONES DE LA DERROTA”, DE DAMARIS CALDERÓN
Porta esas huellas, esas ondas, esa vida, esa propagación de una perturbación para el lector exigente de poesía, lleva como quien acarrea sus pequeños tesoros esa correspondencia con el latido del corazón.
Pulsar, tocar una cosa con las yemas de los dedos, púlsus; impulso, choque, golpes del periplo de los días de la derrota, esa senda de tierra, ese rumbo, esa ventisca que llevan las naves de navegación, ese vencimiento y esa seguida fuga del desorden…
La primera cita que pulsa para empujar los versos de Damaris Calderón es de Emil Cioran, filósofo y moralista rumano, que se definió como “un triste por decreto divino”. Me pregunto, ya desde el título que hace las veces de un cuarto propio donde habita la poeta, ¿por qué esta cita de Ciorán? ¿Por qué Ciorán y el vacío? ¿Por qué “ni pacto con la vida ni pacto con la muerte?”¿Por qué borrarse? Cuando las palabras que se repite la poeta cuando se golpea la cabeza contra un muro son sagradas. Entiéndase que no es la poeta la que no se golpea la cabeza contra el muro, es una imagen de “los que avanzan dando tumbos en la fe”.
Calderón recorre en su poesía episodios derroteros de las últimas crisis naturales del país, los temblores, el volcán de Chaitén, el río Claro, la insolencia de las aguas y la rebeldía de la naturaleza, este periplo también cruza otras fronteras como en el poema “ Descendimiento a Lima, la horrible”: La hablante ha renunciado, la renuncia podría ser esa derrota enunciada, ese abismo atrayente del silencio, siempre al borde de nombrarse poesía, la hablante ha renunciado y se ha ofrendado a la paz y al alejandrino. Paz y renuncia. Viaje y trayectoria. Palabra poética por patria.
Y es que la errabunda sabe que para ver emanar poesía hay que echarse a andar, dejarlo todo, renunciar al dinero, a las lecturas de otros autores, para ir en busca de ese acontecimiento que de pronto emana para convertirse en una ballena varada, una rapsodia que sólo comparece en el estado del viaje. Porque la buena poesía es la que bucea.
La soledad es un archipiélago, el coto está cerrado: no hay nada mejor que la escritura para la poeta, los espejos sólo le devuelven la certeza de una fosa común donde duerme el poema de Chile, con “su cadáver lleno de mundo”. Con este verso Calderón nos cierra la puerta de “Las pulsaciones de la derrota”.
Al terminar el libro estamos ciertos que hemos comparecido al viaje de la poesía, junto a la errabunda, al viaje de la derrota que significa en este mundo, hoy, dedicarse en cuerpo y alma a la poesía, a una pulsión de vida, al hermoso canto de la fugacidad del tiempo y de todas las cosas que también, como la errabunda, un día cualquiera se marchan y nos dejan solos, a solas, con el recuerdo.