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Entrevista a Damaris Calderón
"La extranjería es mi única forma de pertenencia"

Por Yoandy Cabrera



(A propósito de la cercana aparición de Porque nos parecemos a las calaveras de Guadalupe Posada, que se
presenta en FILSA el 4 de noviembre )


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YC: Podríamos decir que llevas aproximadamente 25 años de creación, si tenemos en cuenta que en 1987 fue la publicación de Con el terror del equilibrista y Se adivina un país fue premiado en 1988. ¿Por qué se demoró tanto en publicar Se adivina…? ¿Cómo recuerdas aquellos comienzos?
DC: Aquellos comienzos, aquellos años, los recuerdo como terribles, hermosos, utópicos, todo junto. De gran efervescencia cultural, de creación colectiva, de creencia en un proyecto común, todavía,  antes de la caída del Muro de Berlín y la llegada de los 90, con “lo que venga”. Se adivina un país no fue el primer libro que escribí y me decidí a mostrar, a mandarlo a concurso, estaban antes Con el terror del equilibrista y Duras aguas del trópico, pero Se adivina un país, cuando lo mando, gana el premio Ismaelillo de la Uneac  y luego tarda ‘añares’, (ya no me acuerdo cuántos) en salir publicado. Creo que a la carencia de papel, a la indolencia de la editora, se sumó que había que hacerlo calzar en la colección infantil de la Uneac, por lo que se le llenó de ilustraciones infantiles, de sapos, grillos, niños, pelotas, colores, algo que a mí se me salía completamente fuera del tono del libro, más íntimo, más despojado, pero la editorial insistía en que eran requisitos de la colección, así que, cuando estuvieron  las ilustraciones, no había papel, cuando había papel, no se podía imprimir a  color, como debían ser las ilustraciones, en fin… Fue algo de lo que me desentendí y años después, cuando ya no lo esperaba, alguien me trajo el libro a Santiago de Chile desde Cuba. Salieron antes, por Ediciones Matanzas, Con el terror del equilibrista y Duras aguas del trópico, el primero con un grabado de Carbonell y el segundo, con ilustración de portada e interiores del poeta José Pérez Olivares.

YC: Algunos estudiosos niegan que existiese, que exista una generación de los años ochenta en Cuba, más bien hablan de autores, tendencias. ¿Cómo lo viviste personalmente?
DC: Creo que éramos poetas, escritores, músicos jóvenes, que nos fuimos conociendo, compartiendo libros, preocupaciones, lecturas, que después se van articulando. Cuando nos encontrábamos, no teníamos una clara conciencia de que éramos una generación, después uno asumió ese espíritu colectivo, la generación, ahora van quedando unos rastros, unos nombres.  En la poesía estaban Sigfredo Ariel, Omar Pérez, Teresa Melo, Odette Alonso, María Elena Hernández, Carlos Alfonso, entre otros. Estaba Angel Escobar, de la generación precedente,  si quieres hablar de generaciones, cuya poesía crecía vigorosamente hacia adelante. En la plástica aparecen Bedia, Tania Bruguera, Enzo, Lázaro Saavedra, en la música Raúl Torres,  Frank Delgado, Polito Ibañez, Gerardo Alfonso, Carlos Varela, Santiago Feliú. Había un espíritu de época, de revisión crítica al país, desmitificándolo.  En la década de los 80 se recuperan también voces que hasta entonces habían sido omitidas, relegadas o censuradas en el panorama nacional, como son Lina de Feria y Delfin Prats, por ejemplo, cuyos libros Casa que no existía y Lenguaje de mudos, alcanzan en esos años verdadera recepción. Creo que fue más que una generación, un estado de confluencia de muchas cosas. Ahora, creo que las generaciones, su concepción, sus propuestas, sirven para afirmarse en algún momento determinado frente a otras poéticas. Después (o durante) hay que desprenderse de la idea de generación, pues todo lo verdaderamente fecundo trasciende el marco temporal y se remonta hacia los orígenes del porvenir.

YC: Publicas en 1994 Guijarros. ¿Cómo fue el proceso de edición e impresión y por qué fue publicado de ese modo?
DC: Guijarros lo autoedité con un amigo pintor que trabajaba en el taller de grabados de la plaza de la catedral de La Habana y ahí hicimos la impresión de los ejemplares. Era un tiempo en que se publicaban muchas plaquettes, todas por las editoriales gubernamentales, donde había que seguir el mismo proceso que todos conocen: pasar por el comité editorial, la aprobación, (la censura), luego la larga burocracia, que si hay papel, tinta, que si no… Los libros durmiendo el sueño de los justos en los duros colchones editoriales. Preferí editarlo de manera independiente, con una portada que lleva un dibujo  hecho por mí. Un gesto independiente, rebelde, dentro de aquel contexto. También me quedé con una revista  independiente, en mimeógrafo, que queríamos sacar con un grupo de creadores que trabajábamos entonces en la Brigada Veinte Aniversario, en Jagüey Grande, que nunca alcanzó a salir, estando ya listo el primer número, pues la seguridad del estado nos lo impidió porque llevaba por título Volar los techos y la portada era la imagen de una granada con una rama. Era todo tan oprobioso hasta el ridículo de la caricatura: un poema intimista podía ser peligroso, todas las semanas se aparecía el tipo de la seguridad del estado por la brigada a revisar las últimas publicaciones: que si un poema llevaba un exergo de Pasternak, que si de Anna Ajmátova, ¡qué fijación con los rusos disidentes!…

En Guijarros aparece ese poema: “Un gusanillo esteta”, que termina diciendo: no se me ha permitido otro acto heroico que morir bajo la única sombra que conozco: la brutal objetividad de una bota. La bota militar, de cualquier sistema totalitario.

YC: A partir de 1995 resides en Chile; sin embargo, tu relación con el mundo editorial cubano se ha mantenido, algo que, sin dudas, evidencia un cambio con respecto a otros tiempos. ¿Cómo has vivido ese fenómeno en calidad de emigrante, de viajera y qué cambios ves en las relaciones del mundo cultural cubano con la emigración?
DC: En realidad, a mí se me empieza a publicar por editoriales nacionales cuando salgo de Cuba, antes sólo había publicado Con el terror del equilibrista y Duras aguas del trópico, por Ediciones Matanzas. Se adivina un país, se publica cuando ya vivo en Chile y luego vienen los otros títulos, casi  siempre en primera edición chilena. Cuando gano el premio de poesía de la revista de Libros de El Mercurio, acá en Chile, se publica Sílabas. Ecce Homo, por la editorial Universitaria en Santiago de Chile, luego aparece en Cuba, por Letras Cubanas; Vigía publicó Parloteo de sombra, en primera edición, Cauce publicó La extranjera, Unión ha publicado Duro de roer y El infierno otra vez y Ediciones Matanzas, El remoto país imposible. Ahora, salvo la Edición de Letras Cubanas y Unión, los otros son pequeños sellos editoriales,  dirigidos por poetas amigos cuya decisión ha sido gravitante en la publicación de los títulos. Y también ha estado mi interés de publicar siempre en Cuba, de llegar al lector cubano “insiliado”.

Desde mi percepción, hay una  cierta actitud un tanto más abierta, con respecto a la emigración y a la diáspora, se han  publicado libros de José Kozer y Lorenzo García Vega, de Alberto Rodríguez Tosca, que recibió incluso el premio  nacional de la crítica. Pero una política editorial no se plantea con libros aislados o algún que otro título de la producción diaspórica. El lector y el creador cubano merecen conocer lo que se está escribiendo tanto dentro como fuera de la isla, para una  reflexión indispensable sobre la nación y la cultura. Toda la creación más valiosa, producida no ya en “ las dos orillas” sino desde cualquier punto cardinal por creadores cubanos, debería ser publicada en Cuba y recogida como parte del patrimonio cultural.

YC: ¿Cómo ha influido el cambio de país, de paisaje, de ciudad, de costumbres en tu obra?
DC: Ese cambió influyó primero en mi vida, cuando llegué a Chile, un invierno de junio del 95, en el que creí que me moría. Ese cambio me dejó en pelotas, en cueros, con una mano adelante y otra atrás, y por lo mismo, cuando te das cuenta y puedes sostenerte, libre, con todo el vértigo que dan la libertad, la soledad. Salí de un ámbito insular donde si bien muchas veces estuve a la intemperie, estaban los afectos, la familia, la seguridad de los hábitos, de la costumbre, que nos repite y confirma, como un espejo. Bueno, el espejo, el cascarón se quebró, abierto a las sucesivas metamorfosis. Ahora soy una extranjera, la extranjera, cuya extranjería es mi única forma de pertenencia. El ser y el ojo se dilatan y uno va recorriendo y es recorrido por los paisajes en que se aventura. Una cámara hacia afuera y hacia dentro. Un ser en movimiento, itinerante. Por lo mismo, uno se va desprendiendo de lo accesorio, de lo superfluo, quedándose con lo esencial. Mi obra, como yo misma, se fue adentrando más en el paisaje latinoamericano, en sus lenguajes, sus hibridaciones, más prolífera. Creo que muchas veces se arma una especie de cartografía textual donde aparecen Cuba, Jaguey Grande, La Habana, Lima, Quito, Santiago de Chile, Machu Picchu. No hay centro o hay múltiples centros, desplazándose. He explorado nuevos cruces, he trabajado también con la épica. Alguien me dijo en Cuba después de leer Las pulsaciones de la derrota, que “había mucha arrogancia en el lenguaje”, más cercano, creo, a piedra mesoamericana. Pero en la piedra mesoamericana no hay arrogancia sino dolor, grandeza silenciosa.

YC: La relación formal y conceptual con el mundo grecolatino es evidente en tu lírica. ¿Cómo surge este interés y qué lugar le das dentro de tu poesía?
DC: Leía a los clásicos griegos y latinos antes de ser una estudiante de filología en La Habana, los leí (y los leo) no por ningún programa de estudio, sino por necesidad, por fruición. Siempre con sorpresa, con deslumbramiento. Hallo en ellos muchas veces mayor vigor y “novedad” que en buena parte de la poesía contemporánea. Homero, la tragedia griega, inagotables y entrañables. Pensar la tragedia griega es pensar también nuestra tragedia, la tiranía, el exilio, la resistencia de Antígona, su rebeldía, su piedad. Safo, Anacreonte, Arquíloco, Catulo, los elegíacos latinos, siempre jóvenes, el humor corrosivo, vital, de El Satiricón. Uno puede ver la fecundidad de Homero desde Joyce a Derek Walcott, donde cobra relieve la tragedia antillana. Los clásicos no sólo forman parte de mi obra sino de mi vida, me confortaron, me dieron templanza, me limaron la impaciencia y la vanidad, ese creer que una generación o que un autor (uno mismo) trae la última papa caliente. Me hicieron fijarme más en el tramado colectivo, donde cada registro es un punto, de tal modo, que hoy día me interesan mucho menos los poetas, en tanto autores, y cada vez más la poesía, en lo que tiene de impersonal y anónima.

YC: ¿Por qué cada vez más cerca de la prosa?
DC: No, siempre cerca de la poesía, en la forma que sea. Para mí lo esencial, lo creador, lo fecundo, es la poesía, que es tan vital, tan dinámica, que puede mutar y expresarse en el género que sea. Yo creo en la poesía como en la poiesis sustentadora: me interesa tanto una cultura como la griega justamente porque fue capaz de expresarlo todo poéticamente: desde la épica, al poema lírico o dramático hasta la filosofía danzante. Yo concibo la poesía como una visión de mundo y como un hacer, que puede expresarse tanto en el cine, en la novela, como en la pintura o en el  graffiti  callejero.  Y lo que más me interesa son los cruces de lenguajes, por eso en mis  últimos libros,  algunos de ellos aún inéditos, un poema pasa de un libro a otro, transformándose, se entremezcla con la prosa, con la pintura, con el apunte del diario de vida, mis “textos cebras”, les llamo. También he trabajado la performance y la poesía visual y lo que más me interesa, me apasiona no es ese momento en que el poema alcanza su fijeza, su cristalización, sino ese  proceso de tránsito, de exploración, de transformación alquímica, de entrecruces.

YC: En La Habana presentaste una amplia antología de poesía chilena con prólogo de tu autoría, ¿cómo ha sido tu relación con el mundo creativo de Chile y qué tal va la poesía chilena contemporánea?
DC: Yo conocí Chile primero por la poesía de Violeta Parra, de Neruda, de Gabriela Mistral, de Pablo de Rokha, antes de llegar al país.  Luego, una  vez ya en Chile, empecé a trabajar en la editorial Cuarto Propio, como correctora y editora. Allí , sobre mi mesa, se amontonaba todo el material inédito, libros que alcanzaban algunos a publicarse y otros no, pero que me iban revelando, permitiendo conocer todo ese otro Chile más profundo, más memorioso: llegaban manuscritos de poetas mapuches, de descendientes de inmigrantes alemanes del sur, de escritores de la Patagonia chilena, de autores que trabajaban desde el enfoque de género, las primeras crónicas de Pedro Lemebel, el discurso gay, textos sobre el teatro chileno contemporáneo, sobre la escena de avanzada en dictadura, en fin, todo un panorama que me permitía ir descubriendo el país en sus gestos culturales más resistentes. Estaba  también mi curiosidad, mi necesidad de diálogo, diálogo que entablé con escritores chilenos de distintas generaciones, armando mesas de lecturas, encuentros teóricos, recitales de poesía. Antes de publicar esa antología de poesía chilena a la que te refieres, Los cuatro puntos cardinales…, leí y presenté a muchos poetas chilenos en distintas latitudes, tengo varios libros inéditos sobre poesía chilena, uno de ensayos sobre poesía chilena contemporánea y otro sobre la poesía de Violeta Parra. A todo esto súmale mi necesidad de leer en el paisaje y contra el paisaje: me dediqué a viajar recorriendo los lugares, los espacios donde se habían gestado la creación de los autores que más me interesaban, me fui al Elqui,  a la montaña, para leer, en sus materias a Gabriela Mistral, me fui a Isla Negra, al sur, al océano, leyendo a Neruda, me senté en las mesas rurales, campesinas, de la zona central para probar las comidas y las bebidas populares de Chile, sobre las que escribió de Rokha, he andado y compartido con poetas jóvenes de distintas regiones de Chile y con viejos payadores, que cultivan aún en los campos el canto a lo humano y lo divino. Con eso te quiero decir que he encontrado una poesía fecunda en Chile, más allá de la tradición literaria y del libro.

YC: Cómo conviven en ti el interés por la enseñanza, la edición, la plástica y la poesía?
DC: Lo primero es la poesía, siempre. Y creer que la poesía es acción, modo de vida, no sólo el texto escrito, el poema. Entonces escribir, editar textos de otros, pintar, enseñar, lanzar señales sobre los poemas, sobre la creación, forman parte de lo mismo, de un todo. Aunque siempre he sentido un gran interés por la plástica y muchas de mis “influencias” literarias  podría decir que son de pintores (tengo un pequeño poemario que trata  esta Relación, Rayados en el muro), empecé a pintar tardía y furiosa, apasionadamente (una fauvista tropical) en Chile, por el año 2007. He trabajado en óleo, en acrílico, el grabado, algunos de mis cuadros ilustran las portadas de mis libros y ahora trabajo en una colección de libros artesanales, Manualidades. Toda forma parte de esa aspiración, no escribir o no sólo escribir sino vivir poéticamente, con lo arduo que se hace. Para mí ser poeta no consiste en escribir sólo un buen poema, sino en sacarle a la dura vida en prosa, a la perra vida el destello de un verso.

YC: ¿Cómo es tu relación actual con la poesía cubana contemporánea? ¿Qué opinión tiene de la más reciente poesía cubana?
DC: Con la poesía cubana contemporánea tengo una relación fecunda, leo y releo a autores que me acompañan, que no son los “más recientes”, pero que siento entrañables: Fina García Marruz, Ballagas, Dulce María Loynaz, Lezama, Virgilio Piñera, Reynaldo Arenas, que para mí es un poeta en toda su novelística, José Kozer, Lorenzo García Vega. Acá en Santiago de Chile publiqué una antología de poesía cubana, Cercados por las aguas, con autores nacidos a partir de los años 60 y sobre la más reciente poesía cubana, leo lo que me llega de antologías o revistas, siempre con atención y curiosidad.

YC: Hay un texto en Porque nos parecemos… que marca un cambio sustancial en el tratamiento del erotismo en tu obra. La relación sexual hasta el momento en tu poesía era focalizada generalmente desde la violencia, el dardo, la bala, las relaciones con elementos bélicos y de enfrentamiento, uniendo muerte y sexo de forma directa. Sin embargo, en “El tranvía llamado deseo” hay un encuentro erótico fortuito de cierta temperatura y de un regodeo sensual y voluptuoso distinto al que estamos acostumbrados en tus textos. ¿A qué se debe este giro?
DC: Si bien ese tratamiento que dices creo que se da en libros anteriores y, fundamentalmente en Duro de roer, en un libro como Los amores del mal, que es un poemario de amor, homerótico, la pasión tiene muchos matices, donde también están la sensualidad, la voluptuosidad, la ternura. Ahora, sí hay un cambio en El tranvía…, es un texto en prosa, es un encuentro fortuito, heterosexual, dos viajeros, los imagino viajando al sur, por el sur, porque hace frío y ella le ofrece una frazada, para poder tocarlo con comodidad. Y le hace una fellatio (escribámoslo en latín, para no desmerecer los estudios de filología y el que tenga dudas, busque en el diccionario de la lengua, que de eso se trata). Bueno, un hombre y una mujer solos, viajando en un bus, tienen ese encuentro sexual, pero lo que a mí más me interesa del relato es la búsqueda del amor y la soledad, porque están los Beatles cantando en un personal “todo lo que usted necesita es amor” y ellos están cada uno en lo suyo, en un concierto de solos, donde ninguno escucha al otro y procurará no ser escuchado por un tercero. Y luego, cuando se bajan del bus, se bajan tan solos, o a lo mejor más solos de lo que subieron. Así, el erotismo, ese gesto vital, desesperado, animal, (el caballo) aunque ha procurado quizás un cierto respiro, desemboca también en la soledad.

YC: ¿Chilena o cubana? ¿Cómo asume su identidad Damaris Calderón moviéndose de isla en isla?
DC: Hecha de intersecciones, de cruces, siempre dinámicos, resistentes a la fijeza.  Cuba es una isla y Chile, también lo es, cerrado por la cordillera y una manera de vivir, de ser, bastante insular. Ahora, yo más que en las islas, creo en los archipiélagos.  En Cuba viví hasta los 27 años, en Chile llevo viviendo más de 18. Tengo una memoria,  unas raíces, efectivas, entrañables. Pero también me identifico con el clavel del aire (que crece sin raíces) y con la rosa de Jericó, que puede ser arrancada por el viento, arrastrada por el desierto y volver a reverdecer al menor contacto con el agua, con la humedad.

De caracol insular a cebra, centaúrica, cósmica.  Escribía María Zambrano, en Amo mi exilio que la patria es el mar de la muchedumbre, y que salirse de ese mar, de ese río, sólo entre cielo y tierra, hay que recogerse a sí mismo y cargar con el propio peso. Una cuesta, dice…, siempre remontarse hacia arriba, no arrastrarse. Salirse de la patria, del país natal, puede ser un desgarro, doloroso, pero también un crecimiento, una independencia. Hay ganancia y pérdidas, pero el ser se abre, se crece en una dimensión ontológica, universal. Del frío del destierro y del sol de los desterrados tiene ese salirse. En lo personal, perdí a mi padre sin llegar a verlo, a despedirme, he perdido hábitos, ‘cotidianeces’, el acompañar la vejez de mi madre, tantas cosas que duelen, he cargado y cargo con mi propio peso, que a veces se hace ligereza en la contemplación del sol.

Nota: todas las imágenes son cortesía de la autora.



 



 

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