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Ella escribe una oscura canción con su sangre
"El remoto país imposible". Damaris Calderón. Ediciones Matanzas, Cuba, Colección Puentes, 2012.
(segunda edición)
Por Caridad Atencio
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Siempre dije que las poetas de mi generación que más me interesaban eran Alessandra Molina y Damaris Calderón. Curiosamente, ambas decidieron vivir fuera de Cuba, y, aunque Alessandra no ha publicado libro desde que se fue, Damaris sí lo ha hecho con creces, lo que ha traído cambios significativos en su estilo escritural. Lo pude comprobar específicamente leyendo El remoto país imposible[1], libro que ha publicado la laboriosa Ediciones Matanzas. Allí la añoranza, la nostalgia de la tierra o la patria lejana se impone como paleta emprendedora que teje un paisaje: la naturaleza cubana que recuerda, la que amolda con el rictus del dolor, la impotencia, la culpa o el arrepentimiento. Todo dibujo, elemento, alusión, maravilla o celebridad te conduce o te recuerda la tierra perdida, por eso predominan las imágenes que indican regresión, destrucción del pasado, cadena rota, árbol vencido, y asistimos a la visión – infierno del país[2] o la ensoñación o rememoración – infierno de la tierra natal[3]. Estas últimas más afortunadas porque en aquella el mal no se descubre, es escogido a priori, para después intentar describirlo.
Los acercamientos al tema social cubano son concebidos con menos tino que la recreación del desgarro personal, pues acogen una analogía exteriorista, más escogida que pensada. En ella algunas veces se encuentran metáforas del desarraigo cada vez más eficaces: “La soñante: / sin otra tierra que el país de los párpados”[4]. En el que el párpado como símbolo que cubre el ojo, que protege o esconde la realidad, es desde donde se desatan esas recreaciones de lo natal. También se encuentra tejida en los poemas la visión – resguardo del país, donde el paisaje fecunda el lenguaje, y, a su falta, este último lo sostiene en la memoria. La lengua hace el lugar, pero el lenguaje autóctono, no el estrictamente nominal o genérico. Es el idioma propio como el paisaje propio. Así el remoto país es imposible porque al no ser tangible se inventa, se le devuelve con la visión infierno de lo natal o con la ensoñación o rememoración.
La estancia latinoamericana de la autora ha hecho también que su propia poesía no tema a la enumeración raigal o enraizada, o que persigue lo universal. En la lejanía se entiende con dolor[5] que los padres son la tierra y la raíz. En tal vicisitud ella escribe una oscura canción con su sangre, como diría Lasker Schuler, o se convierte en el pico que la agarra. Emergen en los poemas como algo natural el anhelo de la muerte: ella es a un tiempo madre – una consecuencia lógico-imaginal del desarraigo – y el remoto país imposible; y el par desengaño – desarraigo. Porque el viaje y el exilio son también la muerte, en un trance de semi conciencia la poeta se vuelve la asesina del lugar y se entrega a ella como hija legítima, para lo cual no teme usar imágenes y citas del libro de la cultura, como pueden ser las figuras legendarias de Tsvietáieva, Anna Ajmátova o Joseph Brodsky, e intertextualidades con Paul Celan y Pablo Neruda. Es ilustrativo en tal sentido el poema “La anunciación”, donde sentimos como si se presentara la muerte y de ahí se pasara a las visiones. Es este un curioso ejemplo donde a partir del universo paisajístico u onírico que se refleja en la pintura cubana se define el mundo del ser que fue, que va hacia el desarraigo: Eiriz, Ponce, Amelia o Carlos Enríquez. Hay un momento en que también la visión – infierno del país se acomoda o se realza en las esencias torturadas de la pintura de Lam. En estas páginas comprendemos que nace con dolor no solo el que emigra, el que se exilia, sino el que permaneció en la isla y comprobó el comenzar de cero por error propio o de otros. En el desarraigo que genera ser en otra tierra uno comprende que en tal lugar no se puede ni morir. El exilio en las imágenes se une a la condición del cuerpo que, por una razón u otra, no da fruto: no puede reproducirse o crece aviesamente hacia dentro. Y el desarraigo encuentra como metáfora del despojo el desierto. Las imágenes convertidas en visiones cobijan ese sendero: en el mar también se están hundiendo las raíces, que divide las tierras, que convierte a los seres, las pasiones en sal y espuma. Nada mitiga entonces el frío del desarraigo o la nostalgia porque “Había la mujer que en el invierno se calentaba con cartas” – Reparemos en el sentido doble de la imagen: entibiarse con su mensaje, quemarlas para dar calor -. ”Quemaba todas esas palabras (madre, padre, país) que la pudieran retener/ Ni un crujido de pobreza, de vanidad. / Se separaba al fin de la corteza terrestre”[6] – Es esta última imagen una de las pocas veces donde levitar, que es aquí sinónimo de desgarrar, constituye marca negativa para el ser-.
La identidad es entonces concebida como algo morboso, enfermizo, igual la que se tiene como la que se pierde. Tanto es así que en el libro el movimiento en el espacio ocasiona los desmanes del tiempo, y los poemas son concebidos como una especie de “desarrollo del desprendimiento”[7]. Ejemplo de ello es el poema “El grito primordial I” donde el mundo pasa como en visión por la experiencia de la poeta en el quirófano, el mundo, y todo lo que califica de absurdo al género humano. En el libro, a veces, el pasado es también flujo, vida, sucesión en contraposición al presente al que la escritora denomina “una rama sin tiempo”[8].
Nos llama la atención en el cuaderno de la autora las relaciones contradictorias, controvertidas que se establecen con quien le ha dado el ser: que giran entre hacerla sufrir y prodigarle. La madre emerge como un símbolo de ʼsobrepasadoraʼ de cualquier dolor o tragedia personal o social. Se adivina la sal como una esencia de lo femenino o el delgado tramo que va del vaciamiento a la gravitación. La poeta se pregunta: “Pero ¿dónde se halla, en última instancia la verdad? ¿En el deterioro y en la muerte que comprobamos a diario a nuestro alrededor, o en el impulso que nos lleva a creer que este mundo es eterno e inagotable? “ [9]. Ella reconoce la inclinación humana inevitable de provocar daño. Se percibe como un ser desarraigado, pero que no solo se reconoce víctima sino también agresora, agente activo que labra su desgracia. Pruebas de ello se encuentran en el poema que cierra el libro. Aunque no lo parezca allí se cree en lo que no se cree, y se entreteje el poema de poética, lleno de esencias encontradas; es visible el binomio agresor / agredido, dolor y persona – ser dolor y causar dolor – que en las maneras sigilosas de la poeta encuentran sentido, identidad, tierra prometida. El sentido de símbolo, de universalidad en este libro, y en la poesía de la autora sobrepasa ciertos momentos exterioristas, ya aquí descritos, que demuestran que la raíz está en el cielo y está en la tierra.
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Citas:
—[1] Damaris Calderón. El remoto país imposible. Ediciones Matanzas, Matanzas, 2012.
—[2] Véanse los poemas “La anunciación”, “Los frutos que la demencia impulsa”, “Los cuerpos se ponen a secar…”, “El biombo del infierno” y “Como si fuera el Escamandro”.
—[3] Consúltense los poemas “En todo abismo”, “Fin de año / país”, y “Crack”.
—[4] Damaris Calderón. Ob. Cit, p. 12.
—[5] El yo lírico acaricia el dolor como una virtud.
—[6] Damaris Calderón. Ob. Cit, p. 52.
—[7] Categoría escogida por Ossip Maldelshtan para describir las esencias de la poesía de Anna Ajmátova.
—[8] Damaris Calderón. Ob. Cit, p. 61.
—[9] Odysseas Elitys. Discurso pronunciado en el recibimiento del Premio Nobel de Literatura 1979, en La Letra del escriba, mayo 2007, n. 59, p. 11.
15 de enero de 2014
(Tomado de La Jiribilla)