Si invertebrado corresponde a aquel animal que no tiene esqueleto interno ni columna vertebral, el título del libro de poemas de la poeta mapuche Daniela Catrileo, Invertebrada, nos da una pista inicial: en su poesía no encontramos, necesariamente, estructuras fijas que vertebran ni que estructuran el libro, puesto que sus poemas no cuentan con títulos que los fijen, ni con medidas constantes en su extensión. Lo que encontramos, en cambio, es un conjunto de poemas que a veces se confunden con prosa poética cuyo estilo, por momentos, se acerca a la crónica, entregándonos snapshots o instantáneas de experiencias cotidianas donde la hablante lírica transita, al mismo tiempo que captura cotidianeidades, que adquieren sentido en su experiencia como nómade.
“Camino a casa / buscando las avenidas” (Catrileo), con estos versos, Daniela Catrileo, abre su Invertebrada, anunciando en él uno de los motivos que acompañan el trayecto de la voz lírica, el viaje y la búsqueda, los cuales no se enmarcan en una ancestralidad del territorio, necesariamente, sino que nos introducen al territorio urbano, es decir, a una hablante lírica que se identifica con una forma de habitar la ciudad: “Ni mapas, ni relojes / Me gusta perder y perderme / Nunca me ha gustado la idea / de preguntar la hora o saber la micro / que me deja cerca de casa” (Catrileo). Si el hecho de perderse en la poesía de mujeres mapuche como en el caso de Maribel Mora Curriao, con su poema “Huida I y II” y Carla Guaquin, con “Guerreros de la madre tierra”, solo por nombrar algunas de las prolíficas autoras mapuche contemporáneas, en sus poemas el tópico lírico de la pérdida implicaba un sentido negativo, que aludía a un desplazamiento doliente del territorio ancestral; en el caso de Catrileo, en cambio, nos encontramos con otros tintes en relación a estos temas. En primer lugar, la voz lírica resemantiza la pérdida a través del viaje; ella busca el movimiento, a ella le importa el viaje, este se vuelve sello de su ruta poética. Su viaje no implica, necesariamente, ruptura o destitución de su lugar de pertenencia, la propuesta de lectura aquí es que el hogar en su poesía implica un nomadismo.
Cuando me refiero a nomadismo este no implica solamente al acto de errancia de la búsqueda de caminos, o el movimiento continuo de un lugar a otro sin una raíz o fijación unívoca, sino un gesto más radical; en esta poesía hay guiños de un éxodo existencial, entendiendo éxodo, desde su etimología griega, como “exodos”, que significa “salida”: “Intenté volver / al punto de encuentro / donde nos fugamos / Pierdo todo / -incluso a mí- / Duermo en las raíces / busco caminos / para no despertar” (Catrileo). Si leemos con atención, pareciera que la hablante hace referencia a un lugar eliminado, que podría ser el pasado, y que la voz lírica se gesta en la frontera de esa Historia, de ese pasado eliminado, pero desde la fuga en adelante. Si no hay Historia, entonces, no hay rastro, se trataría de una voz poética ahistórica, constituida en la fragilidad, sin fijación, sin asentamiento en un punto. En cualquier minuto su hábitat urbano se esfuma del mapa: “Esto no es un corazón / tampoco una ciudad. / Un brazo sacude la imagen / y desaparecemos” (Catrileo). Estos poemas ocurren en la ciudad de Santiago, en el centro y sus periferias, y desde allí está la apuesta por encontrarse: “Debería coleccionar cabellos / para tejer una bufanda / que llegue a las calles de Vicuña Mackenna / y de esa manera asegurar / la ruta para encontrarme” (Catrileo). El tejido urbano en su disposición caótica requiere del tejido proveniente de su cuerpo para el auto-encuentro. El objetivo se enmarca en la vuelta, en el encuentro de sí misma en las calles de Santiago. Quizá estamos ante una búsqueda trágica, un encuentro que nunca se resuelve.
Sin duda, podemos sostener que la hablante lírica aparece como fragmentada, lo cual se expresa a través del motivo de la pérdida y del verbo “perderse”, el que, en su condición de verbo reflexivo, nos da otra pista de lectura, gracias a la cual podríamos inferir que la pérdida no es de un territorio geográfico, sino, más bien, se trata de la pérdida de un territorio subjetivo, lo cual genera la desesperación de la voz lírica y la autoflagelación: “Podría quebrar mis extremidades / y seguiría sin sentir nada. / Muerdo constantemente mis brazos, / llevo mis huellas a la vista de todos” (Catrileo). En este punto podemos retomar lo introducido en la presentación: sin huesos, la hablante lírica está invertebrada, con su fragilidad y heridas expuestas ante el mundo. Lo que nos hace traer a la luz los versos del libro Rio herido, de la misma Catrileo, donde la voz lírica es llevada por el río, metáfora de la vida y la escritura (Espinosa, 2) desde la exposición ante el mundo de su herida: “me arrastro por el río con el pecho abierto/ limpiando la herida” (52).
El tópico del agua también aparece en los versos de Invertebrada, a través de una comparación: “Modular un terreno / al borde de la lengua / como una marejada / que desaparece / en el vértigo / de nuestro disfraz” (Catrileo). Aquí el terreno como símil de la marejada, nos lleva a la idea de un terreno móvil, igual que la voz lírica, se trata de una inestabilidad del territorio que debe ser inventado por la hablante a través del verbo “modular”. Es la creación del territorio en la frontera de la palabra dicha y la no dicha, al borde de la lengua, ahí se modula el terreno, todo esto atravesado por el miedo que proviene de la conciencia de la inestabilidad del soporte donde estamos parados: “¿A qué aferrarnos / cuando la náusea / se vuelve sonido?” (Catrileo). Como podemos ver, la hablante se asume como un sujeto fragmentado, disfrazado por una identidad en riesgo de desaparecer, en el abismo entre la oralidad y la escritura.
Retomando las ideas planteadas al inicio, así como también el título de esta nota, los ensayos o tránsitos en soledad del libro Invertebrada tendrían al menos dos manifestaciones estéticas: una, como descripciones momentáneas, casi como una serie de fotografías, con el objetivo de capturar una cotidianeidad, que solamente tiene sentido para la hablante lírica que las experimenta. Se trata de descripciones de sucesos dentro de su hábitat en una escritura muy cercana a la prosa o a la crónica, las que se convierten en experiencia, en fotografías de su tránsito en soledad: “Tengo una vida doméstica ahora / cada día despierto para regar las / plantas / comprar verduras y hacer estofado” (Catrileo), o desde el hogar como el espacio vacío, en los versos: “Soñar con ratones de todos los / tamaños / soñar con abandonos y casas vacías / almorzar absolutamente en soledad” (Catrileo). En tanto, la segunda manifestación estética correspondería a la búsqueda, donde la voz se vuelve hacia dentro y recorre su territorio subjetivo. Aquí, la hablante lírica asume diferentes versiones de sí misma, que de una u otra manera se vinculan siempre con el imaginario natural: “Soy el dibujo / de un animal extraño / a trazos de tiza, / salivo frases que no imagino / una geografía inversa / a la humanidad / como un insecto / cuyas alas han sido / clavadas al silencio / de un museo” (Catrileo). Como podemos apreciar, la naturaleza aparece como un simulacro, son imágenes artificiales, no se trata de una naturaleza refulgente, viva, a la cual se cante o alabe como en una oda, sino, las imágenes como “el insecto en el museo”, “el animal de tiza”, “la máscara de tigre”, incluso “el árbol que sangra” en “Mis heridas en vez de cicatrizar / se infectan. / Es extraño el modo / en que la piel se contamina / un espacio en suspenso / hasta caer tibia / como savia devorada por el bosque” (Catrileo). Como podemos ver, la imagen del sujeto poético fragmentado, dividido, atravesado por una herida, emerge en un paisaje de imágenes marcadas por una subordinación artificial, no es la naturaleza lo que encarna a la hablante lírica, sino imágenes de la naturaleza, simulacros de lo natural. En este sentido el territorio subjetivo se recorre a través de la representación y la hablante lírica escoge como medio la palabra escrita, este es su vehículo en el viaje por el territorio interno.
Hacia el final del poemario, aparece con fuerza la imagen de la “ausencia” con lo que se reafirma el tópico de la soledad. Los vínculos familiares quedaron atrás, en otro tiempo, se traducen en un temple poético melancólico de aquello que fue y ya no está: “Tu madre y la mía son tan diferentes. / Una llora por dentro, la otra por fuera. / La falta de tu padre también me atrae, / como la muerte del mío” (Catrileo). Las apelaciones pertenecen al reino de los recuerdos, emergiendo también la nostalgia de un pasado que parecía estar dotado de sentido, el que la voz lírica construye con cierta distancia, sin identificarse plenamente con él, evidenciando también su ambivalencia: “Eres una casa llena de gente / me decía. / Jamás fui una casa llena de gente / pensaba más bien en ser / una caja al medio de la Panamericana, / mancillada por el viento / y autopistas que cruzan” (Catrileo). A través de estos versos, vemos nuevamente, la actitud de rechazo directo a la idea del hogar como punto fijo geográfico. La hablante asume la identidad subterránea y a la vez volátil de la caja al viento. No en un sentido negativo, sino declarativo. Está declarando que ella no era y que nunca fue, declara su posición de evadir cualquier permanencia. Es imposible fijar al hablante lírico. Se trata de un habitar nómade.
Aquí, retomo mi propuesta de lectura del poemario y cierro mi nota. Tras un recorrido por Invertebrada es dable sostener que el problema existencial de la hablante lírica corresponde al descubrimiento de su propio ser; el problema es poder declarar el “yo soy” cartesiano. A la hablante lírica no le molesta no estar fijada a la geografía, su problema no es perderse en un territorio fijo, de hecho, se siente cómoda en asumirse como “caja al viento”, arrojada al azar. De lo que se trata, en cambio, es de una pérdida esencial de la identidad, entendida como el “yo soy”. Lo que entrega la escritura son ensayos, máscaras, dibujos, gestos artificiales. Pareciera haber un gesto existencial, a través del cual la voz lírica se está preguntando por su propia identidad. En este poemario hay una búsqueda, pero no hay encuentro de ese ser esencial. Por eso el final es trágico y el temple de ánimo explícitamente asumido desde la tristeza: “Nos despedimos, tristes / sueño tras sueño / no hay montaña / que resista esta maleza” (Catrileo). La voz lírica da señales que el otro, a quien ella interpela, la completa, ese otro que abandona, que se marcha, genera en ella la soledad y se convierte en su razón de ser. La epifanía final de la hablante se le aparece desde su condición trágica, se le revela momentáneamente su soledad existencial. Adquiere una certeza, en esa despedida, una certidumbre, una verdad terrible: “No hay montaña que resista esta maleza” (Catrileo). Donde la montaña podría ser leída como el horizonte, allá lejos, como el punto de llegada, un objetivo, una dirección, un vector, mientras que la maleza podría interpretarse como la dificultad del movimiento de lo múltiple, de lo desordenado, como el andar a campo traviesa. No hay un horizonte al que llegar. El poemario, culmina con una desesperanza bastante clara. Cierra con ese darse cuenta, por un momento, de que su nombre, su identidad, es solo maleza. Con todo, su incesante búsqueda no es más que autoafirmación de la propia imposibilidad de encontrarse como una identidad fija, como una univocidad. Aludiendo al epígrafe de su libro, el que cita el poema de Sylvia Plath: “Soy vertical. Pero preferiría ser horizontal. No soy un árbol con las raíces en la tierra”(Catrileo), la apuesta de la hablante lírica no es por el enfrascamiento en una realidad ni por el asentamiento en un territorio donde ella pueda ubicarse en un punto fijo, desde una dimensión vertical, sino, que su apuesta es por la horizontalidad, en un gesto rizomático, la hablante apuesta por no ser, no ser ese árbol enraizado.
OBRAS CITADAS
— Catrileo, Daniela. Invertebrada. Mel Bentley (ed). Suiza: LUMA Foundation, 2017.
—. Río herido. Santiago de Chile: Edícola, 2016.
— Espinosa, Patricia. “Daniela Catrileo. De frente contra el daño y el exterminio”. Santiago de Chile: Palabra Pública, Universidad de Chile, 2018. En: https:// palabrapublica.uchile.cl/2018/01/11/ (consultado el 22 de junio de 2020).
— Guaquín, Karla. “Ñuke mapu puke weychafe (Guerreros de la madre tierra)”. Hilando la memoria 2: EPA RUPA. 14 mujeres mapuche. Ed. Soledad Falabella, Graciela Huinao y Roxana Miranda Rupailaf. Santiago: Cuarto Propio, 2009. 73- 74.
— Mora Curriao, M. Huida. En: Huenún, J. L. (ed.). La memoria iluminada: poesía mapuche contemporánea. Málaga: Servicio de Publicaciones Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga, 2007. p. 325-327
__________________________________________ Carolina A. Navarrete González. Doctora en Literatura, obtuvo su título y grados académicos de profesora de castellano, licenciada en educación y licenciada en Letras con mención en Lingüística y Literatura Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Trabajó en la Universidad de British Columbia, Canadá, donde también realizó su postdoctorado en el Latin American Studies Program de UBC. Publicó su libro: Las afecciones de la carta. Sujeto doliente y resistencia en la escritura epistolar de mujeres en Chile en los siglos XVIII y XIX, por la editorial Cuarto Propio en el año 2017. Actualmente, es académica e investigadora asociada en el Departamento de Lenguas, Literatura y Comunicación, de la Facultad de Educación, Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de La Frontera, en Temuco, Chile. Se especializa en el estudio de las escrituras del yo de autoras contemporáneas desde un enfoque comparado, y en el fomento de la lectura y escritura, a través del estudio de metodologías innovadoras para la enseñanza de la literatura. Es coordinadora del Club de Lectura sobre mujeres UFRO. Además, es responsable del proyecto de investigación FONDECYT de iniciación No 11190799: “Coser trozos sueltos de uno mismo: Hacia una poética del detalle en las escrituras del yo de autoras contemporáneas (1990-2018). Entre sus pasatiempos favoritos destacan el deporte y disfrutar de la naturaleza en buena compañía.
Esta publicación agradece el apoyo de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo ANID, y al Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico FONDECYT a través del proyecto Fondecyt de Iniciación No 11190799, investigadora responsable Dra. Carolina A. Navarrete González
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Los tránsitos en soledad en Invertebrada de Daniela Catrileo
Por Carolina A. Navarrete González
Publicado en Revista ZUR, Vol.2 N°1, 2020