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Daniela Catrileo, poeta:
"Nos sentimos puente entre el pueblo mapuche y la chilenidad"

Por Nicolás Violani
Publicado en La Segunda, viernes 26 marzo 2021




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Cuenta la poeta Daniela Catrileo (33) que la ruca en la que solía vivir su abuelo, en el sector de Chañil-Quilaco, correspondiente al lof Pedro Quilaqueo, en Nueva Imperial, ya no existe. En el lugar, eso sí, permanecen los surcos en el suelo de lo que alguna vez fue el hogar de su padre en sus primeros años de vida. "Una especie de ruina", dice la autora de ascendencia mapuche.

Han pasado casi cinco décadas desde que el abuelo de Catrileo abandonó el lugar. Su migración hacia la capital coincidió con la de muchas otras familias y comunidades que, durante los 70, debieron dejar sus territorios a causa de la militarización de la zona y la compleja situación económica que, según explica la autora, se generó a partir de esto. Situación que, en el caso de su abuelo, se vio agravada con la temprana muerte de su esposa.

"Una de las salidas que vio para poder mantener a sus hijos fue viajar a Santiago, donde había más trabajo estable. Se vino y con el tiempo se los trajo a ellos. Uno de los últimos que logró traer fue a mi papá", cuenta Catrileo, la primera nieta de la familia que nació fuera de la comunidad, fruto del matrimonio entre su padre, obrero, y su madre, chilena y trabajadora en educación parvularia. También marcó un hito familiar al ingresar a la universidad y ser de la primera generación en hacerlo. En el ex Pedagógico estudió Filosofía y se licenció como profesora, ocupación que hoy ejerce en el colegio Waldorf de Santiago y en el diplomado en Género de la Universidad de Chile.

Es en la escritura, sin embargo, donde la memoria regresa a Catrileo en forma de poemarios, relatos e, incluso, ensayos audiovisuales, como en "Llekümün" (2020), su más reciente obra, en la que explora la historia de esa abuela que no conoció, y donde espacios como el río Mapocho o el cerro Santa Lucía —otrora Huelén— cobran relevancia. En otras, como "Río Herido" (2016), "Guerra florida/ Rayülechimalon" (2018), y "Piñen" (2020), esa memoria familiar se entremezcla con la colectiva —principalmente la del pueblo mapuche, pero también la lucha de clases—, como buscando evitar que esas historias queden sumidas en las ruinas de Chañil-Quilaco. También la historia personal, la de una mujer, mapuche y chilena, que creció ente las viviendas sociales de San Bernardo, aflora, concentrando un gran relato imbricado.


¿Te sientes representante de esta mixtura sociocultural que se ve hoy?
—No creo ser una representante. Varias generaciones mapuche han crecido en otros lugares que no son necesariamente las comunidades ancestrales y que, de alguna manera, reivindicamos ser parte de ese pueblo y creamos a partir de esa complejidad. Estamos como en un "ente" constante. Yo me siento así. Mi entre es ser parte del pueblo mapuche, pero también de las capas de los sujetos populares del país: me crié en una población (en la Martín de Solís, de San Bernardo), tengo familia chilena. Y creo que Chile está bastante atravesado por esos lugares intermedios, complejos, y que muy pocas veces se quieren reconocer. Es más fácil reconocer las migraciones europeas. Entonces, más que una representación, somos voces, gestos que se articulan a partir de la creación artística y política. En el pueblo mapuche se habla de champurria para denominar estos cuerpos que quedan entremedio. Que tienen una memoria mapuche, pero que están mixturados con otra.

¿Hay un trabajo de conciliación ahí?
—Todos los seres humanos vivimos disputas, y esas no necesariamente se concilian, sino que las habitamos. Habitamos la complejidad. Yo me siento muy un "entre". Y esto lo he hablado con muchos amigos que comparten este ser champurria o warriache. Creemos ser un puente permanente entre el pueblo mapuche y la chilenidad, porque habitamos estos dos mundos, y muchos más. A veces nos toca criticar el esencialismo mapuche y, en otras, el racismo chileno. Es el rol que tenemos, no podemos evadirlo. Es incómodo. Nuestros cuerpos son incómodos. Nuestra historia es incómoda. Pero es lo que nos tocó. Por eso también elegí la filosofía. Me gusta ese espacio incómodo.

Imagino que la poesía es tu habitar ese conflicto. ¿De qué manera tu voz y la de otros autores y artistas mapuche aportan a la causa de dicho pueblo?
—El arte y la creación no están escindidos de la política en el pueblo mapuche. Son dispositivos estético-políticos. Todos los artistas mapuche somos parte de un tejido, un engranaje común que es ser la expresión viva de un pueblo que resiste, porque sabemos que hay muchas voces que no quieren que existamos. Seguimos vivos y esa es la prueba suficiente para seguir reivindicando que existimos como pueblo. De decir "aquí estamos". Para mí, la escritura es una herramienta, un arma, pero también es simbólica, está cargada de reflexión.

Autores como tú y Elicura Chihuailaf han sido bien premiados en los últimos años. ¿Ves mayor interés hacia las obras mapuche comparado al que había hace unas décadas?
—Sí, hay una apertura significativa de los espacios artísticos y los circuitos editoriales. Creo que esta corrida de cerco está influenciada por el ingreso de sujetos que han transformado aquellos espacios. Muchas veces también son pertenecientes a pueblos indígenas o comunidades afro-descendientes, por lo tanto, también hay una perspectiva mucho más situada de la experiencia artística y política. Por supuesto falta avanzar un montón, pero también confío en quienes estamos trastocando la mirada, los imaginarios racistas o folclorizantes asociados a la creación indígena. También la disputa es por la representación y la forma en que se transforma la mirada, construir reflexión en torno al arte y la literatura, contra los clichés asociados a las imágenes.


Puentes con la chilenidad

¿Cómo ves lo que está ocurriendo actualmente en la Araucanía?
—Digamos que es algo que me tiene súper preocupada. Espero que lo que intente hacer Piñera ahora no se expanda de una forma en que sea una segunda especie de pacificación, ¿no? Me da miedo pensar en qué tipo de violencia puede desencadenar esa decisión. Wallmapu está militarizada y tenemos constantemente hostigamiento a las comunidades, eso es así. Y allá hay varios procesos políticos importantes que están ocurriendo, como el parlamento de Coz-Coz en el que participaron nuestras autoridades y todos quienes participan en el proceso constituyente, desde los escaños reservados del pueblo mapuche. Hay gente que aboga por la autonomía, esa es una idea bien fuerte; pero también tenemos la necesidad de pensar en que la base mínima para habitar este país es la plurinacionalidad.

¿Y están las condiciones para llegar a eso?
—Hay personas que siguen abogando porque las voces mapuche estén presentes dentro de la discusión constitucional y eso es un gesto súper importante. La chilenidad, a pesar de todo, sí extiende puentes con el pueblo mapuche. Hay mucho que es transversal para ambos, y para otros que habitan este territorio. Ahí hay un diálogo. La revuelta es eco de eso. El problema es que esto no cruza la frontera en las élites. En esto que llamamos democracia, no ha habido un gobierno que haya sentado las bases para dialogar de forma horizontal. Cuando empiezan estos procesos políticos más represivos los primeros en ser escuchados son el gremio de camioneros, las empresas y los latifundistas. ¿Y las comunidades?

En la vereda opuesta se les acusa de terrorismo...
—Si uno hiciera un mapeo histórico de los imaginarios con los que la élite nos ha calificado: sin alma, borrachos, flojos, terroristas y narcotraficantes. En ese lugar estamos ahora. Obviamente, esto no ayuda al diálogo, tampoco hablar de una supuesta pacificación cuando sabemos que esta idea trae detrás otras consecuencias colonialistas. Me encantaría vivir en un país donde nuestras autoridades también se puedan sentar con otras autoridades a dialogar, a ver cómo construir un porvenir en común. Si ese es el punto, ¿no?


Mapuche y feminista

La causa mapuche no es la única reivindicación de la que es parte Catrileo. La violencia contra la mujer y las desigualdades de ésta frente al hombre, fueron parte del descubrimiento que, en paralelo a su historia familiar, hizo desde temprana edad. Algo de lo que da cuenta en obras como "Piñen", donde el contexto suburbano y la vida entre blocs toma su propia relevancia.

¿Qué espacio tiene el feminismo en la cultura mapuche?
—Que me reconozca como feminista tiene que ver con haber pasado por la universidad y por colectivos políticos. Porque si hubiera nacido en una comunidad, quizás, mis procesos políticos habrían sido otros. Mi manera siempre ha tratado de unir, de ser un puente entre las reivindicaciones feministas, pero también de pertenecer a un pueblo que ha sufrido colonialismo. Eso sí se puede llevar a cabo. Hoy hay muchas jóvenes mapuche que se reconocen como feministas, y muchas otras no, pero porque tratan de indagar en la epistemología del propio pueblo: en el mundo mapuche hay palabras para denominar solidaridad entre mujeres, hay una historia anticolonial que es potente en la que participan mujeres, abuelas, no sólo el hombre.

Por lo que dices, se podría entender que el feminismo, como lo conocemos, no es propio del mundo mapuche...
—Creo que es más complejo, porque ahí se idealiza mucho al pueblo. La violencia de género es transversal. Aura Cumes —autora maya y guatemalteca— habla del patriarcado colonial, que tiene que ver con cómo América Latina no sólo fue colonizada a partir de un genocidio o de una idea evangelizadora, sino que también instala una forma de pensar las corporalidades, el género. Entonces, sabemos que antes de la colonización eran pueblos heterogéneos, pero no sabemos si había necesariamente la división de género que occidentalmente fue impuesta. Porque también hay otras corporalidades que habitan Wallmapu y que no necesariamente están asociadas al binarismo de género: están los machiweyes, que existieron durante mucho tiempo.



 

 

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