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El nacimiento del río o poética del río: Iñche Daniela Catrileo Pingen[1]

Publicado en Revista Heterotopías del Área de Estudios Críticos del Discurso de FFyH.
Volumen 2, N° 4. Córdoba, diciembre de 2019




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“...donde nace, allí, arcaica lengua
violeta pulpa
que bebe el mundo miserable

esta es la genealogía
de la lengua desgarrada

encarnada
en wenu lelfü

¿en qué estrella se tejen los muertos?”

Adriana Pinda

 

Kiñe

Cuando se decide invocar la escritura por medio de los signos, ¿se puede escribir el cuerpo o se escribe desde el cuerpo? ¿Existe un cuerpo propio en la escritura o más bien la escritura se conforma como cuerpo otro? Quizás a tientas se busca la escritura en el cuerpo de los otros o aparece en ese clamor cada gesto testimonial grabado en la piel. Es difícil pensar sobre lo propio cuando todo nos ha sido robado e incluso cuando esa palabra tan extranjera: propiedad, se entiende más bien como una relación y no un orden económico individual. Relación de formas de vida, vínculos y posibilidad de lo común. Por eso lo propio no es más que del otro, tanto así como la escritura.

De hecho, la escritura y el cuerpo se desbordan en su propia relación de posesión, siempre son de otros, siempre somos otros en ambos casos. Mucho más dificultoso es escribir sobre ellos como si me pertenecieran y no los creyera en el rebose mismo de su composición. Hay una imposibilidad en darle universalidad sin entender su estremecimiento, el intento por su escritura es apenas un esbozo en el temblor de sus carnes. Podríamos intentar acercarnos y esperar que en ese tantear salgan palabras pero, por sobre ellas, preguntas aferradas a la lengua, a la poesía. Tal como nos acompañan las palabras de Adriana Pinda, abriendo este witral[2]: “esta es la genealogía/ de la lengua desgarrada” (Pinda, 2014), pues nosotras las lenguas champurria[3] llevamos esa rotura encarnada. Desde el desasosiego permanente hasta la incomodidad. Ser sonido en la imposición de olvido. Ser visibles contra el ocultamiento, aquellos velos sobre Wallmapu han removido sus telas con la vibración de la poesía como gesto contra las trampas coloniales.

En efecto, lo que podemos leer en el texto de la machi y poeta es un intento por reescribir las imágenes que siempre estuvieron en la memoria, empeño por reconstruir la genealogía de un pueblo y su devenir. Sus palabras se extienden como un gran poema fragmentado en cesuras, respiros y un desdoblamiento de la lengua. Proyección que realiza desde sus acontecimientos biográficos y sus consecuencias. Esbozando la relación política de los cuerpos dañados y bestializados. Ciertamente lo salvaje, lo bárbaro y lo bestia es algo reiterativo cuando se refiere a los cuerpos mapuche. Un argumento que ha construido su fundamento en la ocupación colonial. Así no solo nuestras lenguas son las demoníacas, sino nuestros cuerpos que posibilitan la dungun[4] están investidos por lo animal.

Sin embargo, no es un discurso que esté alejado de nuestros días. Pues el presente está cargado de argumentos racistas y de cierta jerarquización que permite deshumanizar a un pueblo por medio de esta asimetría. Lo que facilita hacer un recuento de ignominias. Desde las marcaciones de cuerpos (cortes, despedazamiento, quemaduras) en el desarrollo de la reducción, invisibilizar lo mapuche en lo campesino, incluso la vergonzosa ley antiterrorista chilena (18.314) que sigue vigente en la actualidad, herencia dictatorial y conservada por la democracia ficcional.

Se trata, por tanto, de una fractura que guarda en los grises de la historia un trauma que se mantiene a través de políticas depredadoras. Tanto por el sistema económico como por las redes gubernamentales. Es importante destacar que la catástrofe histórica debe ser visibilizada como símbolo de testimonio y así evitar una conciencia victimista, pues el trabajo debe ser colectivo y contar con la recuperación para hacer presente aquella fractura. En ese intento, por medio de la escritura, devolvemos sus movimientos, urdiendo imágenes de la memoria para arrimarnos al nacimiento del río y solo así poder atravesar sus aguas nado a nado.

 

Epu

Hay un instante significativo donde brota cierta pregunta en mí y desde ahí no hay paso atrás. En un comienzo sin ser tan consciente de aquella forma de recuperación –que a su vez me estaba transformando– fui investigando lentamente por medio de intuiciones. Instalando cada vez más interrogantes con respecto a la familia, a la infancia, a los viajes. Mi yo en hebras, interrumpiéndose para conformar su tejido entre las tramas y cruces del trazo. Elevando nombres ausentes de los pueblos que se aferraban a mi piel, habitantes silenciosos esperando ser llamados entre las cosas del mundo. Ahora creo que de algún modo intentaba pensar en nuestra diferencia y de esa forma estaba reactivando la memoria y la resistencia al olvido por medio de la lengua. Esa lengua da nacimiento al río, mi cuerpo en el prisma de otros cuerpos arrojados al paisaje del abandono que nos vio crecer.

Sin embargo, una lengua que se origina en el territorio del desvío conlleva diversas intensidades, pulsiones que se ven fragmentadas por múltiples voces. Un cuerpo en forma de río, un cuerpo con lenguas que lo escriben no está solo. Esa geografía se ancla a todos los muertos que se arrastran con la fuerza de las aguas y te acompañan en cada paisaje. Por eso escribir es un soplo al oído de otros sonidos, trazar el bosquejo de un otro no por medio de la representación, sino como un oficio de composición y montaje polifónico. Las voces nos entregan la imagen, la labor es traducir esos ruidos para no perderse río abajo e intentar que esa justicia de la escritura se transforme en poética. Tal como nos atraviesa un pewma[5] a mitad de la noche, alguna imagen se plasma como un rayo que necesita arder con su caligrafía en el cielo. Esa huella de fuego como resplandor del signo cae hasta exigir su presencia.

Por eso ante todo está el diálogo, escuchar lo que imaginaba sumergido. Nütram[6] le decían, le dicen, le decimos. El rito de la oralidad para mantener viva la palabra que cuerpo a cuerpo era transportada con su estela de vivencias. ¿Qué tonos brindarles a aquellos sonidos que viajaron durante años hasta llegar a nosotros? ¿En qué lenguas escribir nuestras heridas? ¿Cuál es la dungun del exilio?

En el pueblo mapuche existen palabras que no habían sido escritas, al menos en los signos que los winkas[7] requerían. Sin embargo, se han mantenido vivas, ardiendo, ungiendo con ceniza las huellas de su temblor. El diálogo por entonces era un albergue entre viaje y sonido que marinaba su secreto en la vibración del viento. Un impulso de la lengua habitando desde el corazón al pensamiento. De este modo, el trayecto del lenguaje componía desde los sentidos y la naturaleza. Una relación de dimensiones que transforman y heredan lo común: la memoria. El pensamiento podía recorrer la estructura de los sueños y responder nuestras preguntas. Un consejo podría emerger desde las profundidades de nuestras aguas hasta encontrar en su raíz la réplica. Y todo ese recuerdo, toda esa voluntad, todos esos cuerpos tienen dungun, como posibilidad de relación, de comunidad. Por tanto, es un lenguaje que requiere arrojo y movimiento, que desborda los signos occidentales. Porque la escritura es otra, tejidos en la trama de un witral, un musgo a un costado de la vertiente, la canción de un ave como seña del amanecer.

 

Küla

Al final aquellas voces que tanto tiempo me persiguieron clamaban su visibilidad sobre la hoja en blanco. Por eso, a pesar de la exploración hay un acto que es intuitivo y luego se torna decisión, no todo es arrojado a la errancia: hay potencia en flujos, hay oficio. El cauce sabe cuándo debe llegar al mar y de qué forma multiplicar sus arroyos, el cauce sigue a pesar de nosotros. Pero para que ese río naciera, había que nadarlo. Creer en su posibilidad y aprender a oír las voces bajo el agua. La creación y su oleaje siempre estuvieron, había que encausar la figura para entregarle su materia y recién así, la proliferación y el desborde podrían armar su vaivén. Vestir la dungun de cuerpos y llevar la superficie al papel, con toda la dificultad que implica su traducción. Elegir escribir para desordenar el universo de imágenes y volver constante el trance de quien ve signos intentando disponer su violencia.

Así nace el río, así nacen los cuerpos, sus voces y la escritura. Desde la violencia que significa la palabra y su lenguaje en nuestra historia, se elige también la poesía. Apenas se aprende a balbucear en una lengua extranjera que es a su vez exilio y diáspora. Desde la prohibición de una lengua y una forma de vida emborronada. Desde esa misma ventolera de bocas, se apuesta por la lengua poética. La fragmentaria corporalidad que nos invoca su voz y así, sin ambiciones, elegir la poesía de pronto también es elegir el silencio. Pues apenas aullamos en las sombras de su lenguaje, esperando quizás algún trozo de su forastera seña. Arroparse de pronto de aquellos velos que exigen tanto como aquellas voces. Escribir y borrar, tachar y volver atrás. El verso retrocede incluso en el desborde de nuestras aguas. La poesía no es sublime, es trabajo que se quiebra al intentar componer su espacio. La incisión como portadora de la experiencia se libera, paradójicamente en cada intento del wirin[8] por aparecer. De alguna manera la palabra también es liberación.

 

Meli

¿Y de dónde la poesía? Entre los blocs, entre los cuerpos de cemento alzados sobre tierras indígenas, entre las bibliotecas de una ciudad que se levanta colmada de fantasmas. Entre la mudez y el ruido. Entre potreros y animales muertos. Entre la policía y la Iglesia. Entre el cerro y sus desaparecidos. Entre la línea del tren y las barricadas. Entre los primeros libros robados y el punk. Entre el hacinamiento y las vulcanizaciones. La poesía como herramienta de evasión, la poesía como idioma de infancia y soledad. La poesía como el primer lenguaje elegido. La poesía como un pipazo. La poesía como compañera frente a la muerte. La poesía como lenguaje impropio.

Gesticulando desde todos los rincones del cuerpo y de los otros que se aferraron al propio. Ese fue el primer intento del cuerpo, cobijarse entre versos y cuadernos, anotando los días como un diario de vida que se vuelve paisaje. Aprender a golpes la escritura, y a pesar de ellos, elegir la escritura. Escribir para desaparecer en sus marejadas, sumergiéndose una y otra vez hasta hallar el animal más extraño del fondo del océano, el tono que invoca la creación. En el nacimiento del río la única belleza fue destruida, no hubo tierra ni sueño azul. Desde ese cuerpo que se agita entre las ruinas de su historia, nace el río y la poesía, como justicia, pero también como venganza ante la violencia: palabra por palabra, letra por letra.

Ese lenguaje me arrojó a descubrir lo que nos había sido negado: navegar entre las corrientes que sostenían mi genealogía. Sin un sentido propio de pureza, sino al contrario, contener aquella hibridez, el nudo que nos otorgó la diáspora. En ese instante también se abraza lo champurria como potencia y derrame. Instalando un “entre” de movimientos, de imágenes, de identidades, para armar una voz que fuese a la vez una recolección de discursos y reconstrucciones colectivas. Por eso se acepta el río como principio, la inconstancia permanece en su viaje. Nunca es un espacio, es una llaga abierta que destila sin destino. Nunca se escribe sobre sí, en este no lugar, el mantra de la memoria tiene un principio común sobre el desamparo. Cuando se origina la escritura, aquellos nombres destinados al olvido por la hegemonía de la historia pueden tener un lugar en el lenguaje de nuestra multiplicidad. Una política común como albergue y principio sensible de nuestras prácticas.

Esa experiencia vincula la resignificación de mi apellido y la búsqueda de esa otra historia. Incluso en la intuición de aquella mutación, necesaria para herir el lenguaje, para erosionar y hablar desde la llaga, en mi primer libro cambié la traducción de Catrileo (katrü/lewfü): río cortado y decidí llamarlo Río herido y así dar origen a mi relato que a su vez es el relato de mi familia. Catrileo como la seña colonizadora –el nombre “chilenizado”–, katrü lewfü como la exigencia de la dungun y Río herido como poética. Primero desde la recuperación de la dungun, después la escritura como elección. Por eso el título no solo nombra un conjunto de poemas, sino que da forma a la creación como oficio de vida.

 

Kechu

A partir de esa transformación aparece una primera seña de una escritura que fue armándose como construcción colectiva en la lectura de otros, con sugerencias y oídos, de quienes ya en ese tiempo conocían ese intento de la herida en ser escritura. Una composición en tránsito, esparcida desde la migración hacia la periferia de Santiago. Durante ese tiempo transcurrido, el río sigue avanzando. Su escritura nunca deja de seguirme. Su nominación también sirve para aferrarme en un lenguaje acuoso, de corrientes, de no lugar, que intentan aferrarse al territorio. Advirtiendo que el río en sí ya es una herida. En esa lengua se arrastran las narraciones que heredamos de la familia, la pregunta por el origen, la reflexión sobre la pérdida. Una historia que también es una memoria colectiva de la forzosa migración mapuche, de Wallmapu a la warria. Hasta que en el año 2016 se edita junto a Edicola Ediciones su versión definitiva –si es que algo así puede existir– bajo la edición del poeta chileno Raúl Hernández. En ese caudal se incorporan nuevos poemas que reflexionan justamente en torno a la ausencia y a la rotura de la dungun, además de algunas modificaciones al conjunto.

En la línea poética sigue el trabajo de la plaquette El territorio del viaje [9] (2017) como un librito a pulso, creado en la urgencia de la visibilización de la lucha mapuche contra el cerco comunicacional de los medios hegemónicos en Chile. Algunos poemas son extraídos de un diario de vida escrito como bitácora durante una estancia en una comunidad en resistencia en Ercilla y otros repartidos en algunas antologías. Asimismo, se publica virtualmente Invertebrada (2017) escrito casi como punto de fuga hacia el interior, poemas breves desde un eje cotidiano y personal. Ambas creaciones son puentes entre Río herido y el libro Guerra Florida (2018) que puede ser comprendido como una obra colectiva entre poesía, traducción y creación audiovisual. Pues, además de los poemas escritos entre los años 2012 y 2017, se compone de una cooperación artística como parte significativa de su proceso. Además de la escritura como posibilidad también se amplifican otras creaciones, desplazando la poesía hacia un vínculo de relaciones y experiencias que brotan como el compás de resistencia en aquella ofensiva ficcionada.

 

Kayu

La poética del río posibilita la intervención colaborativa del arte, una política de los afectos y de la amistad. Aquello involucra un habitar en conjunto el territorio sin tierras que nos tocó pisar. Resignificar la dungun también es reconocerse mapuche, warriache[10] y champurria en la imaginación de un apañe porvenir. Me gusta pensar cómo de una manera muy visceral fuimos encontrando nuestros cuerpos, escrituras y en ese camino fuimos descubriendo corporalidades otras, ligadas a una red de trabajo. Nosotras, que siempre fuimos cuerpos bestias, salvajes, contaminados, por fuera de todo. Las que nunca importamos. Pues no estábamos allá, ni éramos tampoco de acá. De ese modo, se originan proyectos como la Editorial y Colectivo Mapuche Feminista [Rangiñtulewfü][11] y colaboraciones permanentes en este re-pensarnos.

Al menos, el nacimiento del río es un intento hacer presente esa pérdida a través de esta especie de caleidoscopio que me compone y nos posiciona desde sus diversos fragmentos. Desde esa articulación colaborativa, es interesante la rotura y la interrupción. No tan solo por medio de la escritura, sino también desde la experimentación colectiva, desde la política, que sea capaz de proponer y componer frente a esa fractura, frente al incendio de la ausencia. Este intersticio creativo y político permite reflexionar sobre una potencia champurria como una fuerza de la memoria:

La idea de establecer un pensamiento champurria es de algún modo profanar, hasta llegar a la interrupción de lo soberano, de la propiedad. Salir de la sacralidad por una lucha común desde lo mapuche. En este caso, la utilización de una recuperación y resignificación de la palabra, antes con tono peyorativo pero que ahora podría devenir en un potencial liberador en común, un devenir de las bestias. Tanto para el pueblo mapuche como para el resto del país, como mediación de la acción política en nuestra contemporaneidad al contrario de la despolitización del mestizaje y su ocultamiento de la diferencia por medio de la matriz universal de “integración”[12] (2016).

Desde lo mapuche y sus hendiduras, en nuestros cuerpos y territorios como espacios/figuras diaspóricas y múltiples. Articulando nuestras políticas desde la errancia contra el multiculturalismo institucional y la máquina winka[13] que aún sostiene una estructura colonial. Posicionarse en diversas trincheras, a través de la producción y alteración de la lengua, de las formas y su pensamiento, de nuestras sexualidades; y tantos otros modos de extensión a esos relatos que siempre fueron el desasosiego, la incertidumbre. Erradicando también el enfoque estereotipado de lo mapuche y de la mujer. Cuerpos en movimiento, en lucha. Una mezcla y fuerza de aquella cadencia, una potencia champurria que arrastre todo consigo para volver a nadar.

 

 

 

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Referencias

[1] El nacimiento del río: Iñche Daniela Catrileo Pingen (Yo soy Daniela Catrileo). Este tejido del río es una reflexión sobre el cuerpo y la dungun como oficio de la escritura para pensar/imaginar una poética. Además de algunos planteamientos sobre lo champurria como potencia común para pensar una política posible. Algunos de sus esbozos están contenidos de forma breve en una cooperación para la pieza de video Domo de la exposición Individual Zonas en disputa del artista visual Sebastián Calfuqueo, realizada en el Museo de Arte Contemporáneo (2016) y para la obra Santiago/Cheje de la fotógrafa y artista visual Cecilia Hormazábal, realizada en el MAVI de Santiago y en el Museo regional Araucanía (2017). Otras de sus líneas reflexivas también aparecen en el ensayo inédito: Potencia Champurria: hendidura & destello del Pueblo Mapuche.
[2] Witral es el telar mapuche, un modo de tejido que también puede hacer referencia a la escritura.
[3] Champurria, en este caso hace referencia a un entre identitario desde lo mapuche, la mixtura.
[4] Dungun, refiere a lengua, voces, distintos tipos de habla por medio la cual se manifiestan los seres vivos.
[5] Pewma es el sueño en mapudungun.
[6] Nütram es la conversación en mapudungun.
[7] Winka es una palabra que hace referencia a los extranjeros o a los que no son parte de su pueblo. Se cree que hay dos posibles etimologías. La primera es como llamaban y veían a los españoles en el siglo XVI, como los nuevos incas –güi-inka– que pretendían atacar su territorio. La otra etimología alude que winka significa “ladrón”, derivado del verbo mapudungun wigkalf o uikalf que significa: robar. Esta última es la que prefiero incorporar como posibilidad de traducción.
[8] Wirin se utiliza como la acción de rayar, dibujar o escribir en mapudungun.
[9] Se edita en los días de movilización por la Machi Francisca Linconao y pasado los cien días de la huelga de hambre que se inicia como medida de presión y manifestación de los pu lamngen imputados por el caso Iglesias: lonko Alfredo Tralcal Coche y los hermanos: Ariel Alexis Trangol Galindo, Benito Rubén Trangol Galindo y Pablo Iván Trangol Galindo. Su huelga solicitaba: un juicio justo, la no aplicación de la llamada ley antiterrorista (18.314), la no utilización de testigos sin rostro y la revocación de la medida cautelar de la prisión preventiva.
[10] Warriache en mapudungun se refiere a los mapuches que habitan la ciudad.
[11] Colectivo que nace durante mediados del año 2016 en Santiago, sus integrantes se reconocen como mapuche, champurria y feministas. Su nombre quiere decir “entre ríos” en mapudungun.
[12] Catrileo, D. (2016). Potencia Champurria: Hendidura & destello en Wallmapu. Sobre la resistencia y la memoria del Pueblo Mapuche (texto inédito).
[13] Dispositivo de control colonial como tramado gubernamental, jurídico, policial y empresarial.

 



 

 

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El nacimiento del río o poética del río: Iñche Daniela Catrileo Pingen
Publicado en Revista Heterotopías del Área de Estudios Críticos del Discurso de FFyH.
Volumen 2, N° 4. Córdoba, diciembre de 2019