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Entrevista a Diamela Eltit

"Los próximos diez Premios Nacionales se los deberían
dar a las mujeres"


Por María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio, 19 de mayo de 2006.

 


Mientras se reúnen cartas de adherentes para presentar su candidatura al Premio Nacional de Literatura, la autora de "Lumpérica", "Vaca sagrada" y "Puño y letra", entre otras obras, manifiesta estar preparada para enfrentar el clima previo a esta controvertida elección.

"Cartas traen cartas, palabras sacan palabras", dice Diamela Eltit, bajándole el perfil a la polémica que hace unos días tuvo como escenario las cartas al director de El Mercurio y una columna de opinión de este mismo diario. La mecha se encendió con la sección "De buena fuente" de la Revista de Libros, donde se señalaba, como trascendido, la negativa del escritor argentino Rodolfo Fogwill a sumarse a la lista de adherentes a su candidatura al Premio Nacional, como se lo pedía —vía correo electrónico mediante una carta-tipo— Lina Meruane desde Estados Unidos. En su casa de Ñuñoa, donde recibe acogedora, Diamela Eltit acepta hablar de este premio, pero con una mirada que, haciéndose cargo de la contingencia, va más allá. No en vano, las políticas culturales han ocupado su atención desde principios de los años ochenta, cuando la joven y rupturista Diamela daba a conocer su trabajo en el C.A.D.A. (Colectivo de Acciones de Arte) al tiempo que preparaba sus armas literarias.

—¿Qué te parece que tu candidatura se haya convertido en el motor de una polémica literaria?
—Desde hace unos años, todo lo que tenga que ver con el Premio Nacional de Literatura genera un clima hasta cierto punto catártico, donde los decires, las interpretaciones, incluso las ofensas, abundan. Se estableció ese territorio, y se sigue ocupando de la misma manera. Esto no pasa en otras disciplinas en las que también se entrega el premio, entonces ésa es una pregunta que me queda abierta, por qué en literatura y por qué no en otros campos especializados que al trabajar con cuestiones simbólicas deberían tener más o menos los mismos efectos.

—¿Y le has encontrado alguna explicación?
—No. Pero podría aventurar, sin necesariamente cerrar otras posibilidades, que éste todavía es un campo simbólico significativo. La letra sigue teniendo cierto peso dentro de la sociedad chilena. Es un hecho térmico que cuando se acerca la entrega del premio viene una catarsis, unos decires que no necesariamente pasan por opciones estéticas literarias. Examinar esas estéticas me parecería a mí interesante, porque se sigue poblando el campo. Pero sólo se institucionaliza un momento bastante agresivo.

—¿Cómo se gestó tu candidatura?
—Un grupo de gente a la que yo respeto y admiro me la propuso. Tengo que decir que ésta no es la primera vez que me pasa. Yo me sentí francamente honrada, estimulada, pero más allá del premio mismo. Y yo con eso me quedé. Toda mi participación es decir OK, pero yo no estoy en condiciones de hacer el "agenciamiento", porque no ha sido parte de mi desarrollo cultural, no tengo esa tradición. Yo no me voy a inscribir al premio, no he llamado a nadie, porque no corresponde. Sí rescato, valido y agradezco esta postulación. ¡Es estimulante, pues! Lógico que es estimulante que un grupo de gente a la que tú respetas haga esto. Pero yo llego hasta ahí.

—¿Ya habías postulado al premio?
—No; es primera vez que se va a inscribir una candidatura mía. Ahora me siento capaz de sortear esta catarsis que se produce. Tengo la distancia suficiente.

—Dentro de ese ambiente, se muestra a los candidatos a través de la gente que los apoya. ¿Qué te parece que te identifiquen como la candidata de la universidad, de la academia?
—A mí no me importa lo que digan o no digan. Porque, qué es la academia, punto uno. Yo verdaderamente no creo que a mí me apoye la academia, en el sentido totalitario del término. Efectivamente, puede haber alguna gente que tiene formación universitaria y estudios en el área a la que les interesa lo que yo hago. Pero no es la única gente, ni menos toda la gente que estudia literatura la que me está apoyando. Eso no es así, porque ésta es una democracia. Debe existir el pluralismo.

—¿Te molesta que en tu caso se use como argumento el criterio paritario?
—Yo creo que ahí hay un problema obvio que lamentar. La forma en que se ha cursado este premio me parece antidemocrática, y así lo he dicho siempre, en la medida que en sesenta años sólo se ha premiado a tres mujeres. Y si ahí no se reconoce que hay un problema se colabora en esa sociedad antidemocrática. Porque es impensable que sólo sean tres mujeres en ese Corpus. Sabemos que hay premiados que no tienen la suficiente solvencia como para que su obra se inscriba en un espacio de esa naturaleza. OK, pero ni en ese escenario hay mujeres. Aquí han premiado a Mistral, cinco años después de que le dieron el premio Nobel, eso se llama mostrar la hilacha, no tiene otro nombre; a una escritora muy poderosa, pero muy poderosa, que es Marta Brunet, y a otra escritora que tiene una producción que se llama Papelucho, en la cual se lee parte de la cultura del país. Y ahí llegamos. Premios de excelencia máxima para mujeres de indiscutible excelencia literaria. Y yo me pregunto si el nivel de excelencia es tan alto en los cuarenta otros premios que han dado. Más allá o más acá de que se premie a una mujer hay una cosa antidemocrática, entonces, si uno fuera coherente políticamente, yo te diría que los próximos diez premios nacionales se los deberían dar a las mujeres. Para empezar a equilibrar. Y todavía quedamos cortos.

—¿No crees que también puede debilitar una candidatura de mujer el hecho de que se reivindique el premio en términos de género, precisamente cuando tenemos una Presidenta?
—Lo que tú dices es muy atendible, pero es un argumento masculinizante, porque no se premia porque hay hombre ni tampoco se premia porque hay mujer. Entonces, cuándo se premia a las mujeres, cuándo. Cuál sería el momento para empezar a democratizar el sistema literario.

—Por una parte existe cierta canonización de tu obra en la academia y por otra, se especuló que podías ser ministra de Cultura, ¿una candidata oficial, como pudo ser Zurita en su momento?
—Ahí nos ponemos en otro escenario. En un escenario que no ha ocurrido; primero, yo no soy ministra de Cultura. Qué grado de oficialización puedo tener... Yo no me quiero defender, no voy a caer en eso, no corresponde. Pero tú tienes que tener muy claro que yo soy profesora de la Universidad Tecnológica Metropolitana, profesora de jornada completa hace veinte años, que desde luego no soy ministra de Cultura. Tuve un breve paso como columnista del diario La Nación, donde me invitaron personalmente a colaborar y luego me despidieron por mail, en fin, ellos tienen derecho a tener en su staff a quien estimen conveniente. No me siento herida. Soy una mujer resistente, soy fuerte, tengo una política en la cabeza, pero yo no me voy a defender de tonterías. Yo tengo mi vida cotidiana muy clarita. Y la gente que me conoce lo tiene muy clarito. Yo jamás he llamado a un diario, eso tú lo sabes, para pedir ni críticas, ni entrevistas ni opiniones. Yo creo que eso vale para todo.

—Pero sí crees que es el momento de premiar a una mujer.
—No. Yo estoy diciendo que el jurado, quienes sean, elegirán. Algunos estarán de acuerdo, otros no. Y punto. Que gane uno significa que no ganen otros, es tan simple como eso, y por lo tanto tú no puedes creer ciegamente en el premio, porque el premio es el producto de una negociación. Y eso implica que hay gente que no gana no por falta de méritos sino porque en ese momento, en esa negociación, no fructifica. Entonces todo lo que sacralice los premios no me parece. Yo nunca he tenido ese espíritu. Pero lo que estoy poniendo sobre la mesa es una asimetría política-cultural de una envergadura pocas veces vista, tal vez una de las más asimétricas de todas las prácticas artísticas, y que si nos ponemos en un escenario posible de cómo remediar esto, yo les daría diez o quince premios seguidos a las mujeres. Rescataría todo lo que no está premiado, para empezar a dialogar de otra manera. Parece una locura lo que te estoy diciendo, pero también es un juego. En realidad, es una cosa política.

—¿A quiénes empezarías premiando?
—Yo premiaría obras. Sigo pensando que democratizar no quiere decir que una mujer porque escribe esté validada, pero tampoco un hombre. Aquí lo que priman son obras. Sólo que en la medida que éste es un escenario sexual, vale decir fálico, no hay manera de poner sobre el tapete producciones. No tienes cómo, pues se invalida el campo en el que esas producciones existen. Yo sigo pensando en la literatura como un campo más revuelto, eso ya es personal. La estética que me interesa es más revuelta; yo leo todo, pero las que me sorprenden son estéticas que tienen algo oblicuo, que te desconcierta, te asombra, te conmueve.

—Parece la definición de tu literatura.
—No necesariamente, estoy pensando que hay algo en Dostoievski...

—Pero hablemos de los chilenos y de mujeres.
—A mí me interesa mucho y he sido siempre gran lectora de Brunet, por ejemplo. Yo la encuentro extraordinaria.

—Ella está premiada, se hizo justicia, pero ¿quién más?
—Bombal (María Luisa). En la generación del sesenta hay gente bien interesante, está Gertner (María Elena), con La mujer de sal. Ella escribe muy bien. En teatro, dando un salto al lado, estoy pensando en Isidora Aguirre. Qué habría pasado, es una pregunta, una conjetura, si un hombre hubiera escrito La pérgola de las flores, que es la obra teatral más importante que se ha escrito en Chile, que tiene un trasfondo político. Yo no puedo convencerme de que no tenga el Premio Nacional de Literatura Isidora Aguirre. Me parece insólito. De la misma manera que me parece insólito que Patricio Manns no tenga el Premio Nacional de Música. Hay ciertas obras y ciertas estéticas que son demasiado elocuentes.

—Siguiendo esta línea de premiar mujeres, ¿tu principal competidora es Isabel Allende?
—Bueno, tú me pones en un escenario mujeril. No, yo creo que si lo gana la Isabel Allende, ella gana el Premio Nacional de Literatura, no me lo gana a mí, ése es un criterio equivocado. Ella gana sobre todos los competidores. Aquí no somos dos chicas que estamos peleando un marido.

—¿Te parecería un premio bien dado?
—A mí me parece que hay que esperar. Yo no voy a conjeturar quién se lo merece o quién no. No corresponde. Ése es un juego perverso. Se lo gane Isabel Allende u otra persona, con cierta estética, se lo ganó pues, está bien, si es un premio. Que la Isabel Allende se lo puede ganar no me cabe la menor duda. Lo que sí es clarito es que ella no me lo gana a mí. El que lo gane se lo gana a todos, y no problem, no hay que dramatizar tanto este premio. Otra cosa es que veamos los últimos cuarenta o cincuenta premios y discutamos pues en el tiempo, cuál fue su eficacia, qué se inscribió, cómo se inscribió o no se inscribió, tendríamos que establecer una lectura más fina.

—Y encontraríamos que hubo premios mal dados no sólo durante la dictadura.

—Tienes toda la razón; de la misma manera que yo rescato el premio a Marcela Paz, que fue dado durante la dictadura, de la misma manera que durante la dictadura hubo premios horrorosamente mal dados, digamos patológicamente mal dados, también yo creo que en democracia ha habido premios dudosos, y premios muy acertados.

—En caso de que te lo dieran a ti, ¿cuáles serían los argumentos que te gustaría oír del jurado?
—Yo no puedo decir eso.

—De otra manera, ¿qué esperarías que se recordara de ti en caso de ingresar a la lista de premiados?
—No tengo capacidad de evaluación, no corresponde.

—Pero hay una obra tuya y una importancia de esa obra.

—Yo he escrito porque me gusta, francamente. O sea, si tú me dices qué me movió a escribir, qué me mueve, de verdad, es que me gusta. Nunca he tenido un cálculo de rentabilidades ni económicas ni de otro tipo. Bueno, si hubiera hecho un cálculo económico... No es el caso. Yo tuve un proyecto literario que sigo conservando, y he estado de verdad entregada a eso. He hecho dos cosas en mi vida, enseñar y escribir, salvo tres años y medio que estuve en México, como agregada cultural. Yo he estado centrada en lo literario, estoy formada en lo literario, entiendo lo que es literario. No tengo mi identidad porque escriba un libro, no me siento la "escritora"; al revés, cuando yo escribo es un momento muy importante y muy liberador para mí.

—Antes de escribir también estuvo tu participación en el C.A.D.A., ¿fue un paso hacia la literatura?
—Sí, me sirvió mucho, fue muy útil, estimulante, extraordinario. Y bueno, yo siempre he estado ejerciendo también lo literario en un sentido no tan estrecho, me interesan los campos estéticos, no es solamente escribir un libro. Hoy pienso que me habría gustado saber más por ejemplo de física o de matemáticas, conceptualmente entender más la física, la ciencia. Eso ya no pasó, pero la suerte que tuve es que me gusta lo que hice. Eso es lo que yo evalúo. Estuve cerca de mis deseos, y eso es bueno. He sido coherente, y podrán reconocerlo.

—¿Qué ha sido lo menos grato de tu vida literaria?

—Yo me inserté en el mundo literario a mi manera. Por una cuestión de orden de vida y una exigencia económica también, siempre he tenido un trabajo de jornada completa; entonces, en lo social literario, si tú quieres, no tengo demasiadas habilidades y además no tuve yo el tiempo de frecuentarlo, porque me iba a clases muy temprano, y si no me acostaba temprano, me jodia, tan coloquial y tan banal como eso. Claro, me habría gustado ir a algunas partes, como todo el mundo, pero yo tenía un trazado que no podía romper. Y en ese sentido tengo que reconocer tal vez que tengo una cierta fobia a los espacios sociales, no resisto mucho rato, salvo que sea completamente necesario. Pero no me siento cómoda, es un problema personal y hasta una limitación. Pero dentro de eso, yo he tenido también el privilegio de tener interlocuciones importantes. Y tengo también el récord a mi favor de que nunca me he peleado con un amigo en mi vida, porque esas son pérdidas muy fuertes. Con la gente a la que yo conozco he mantenido a lo largo de todo el tiempo una relación muy positiva.

—¿Y te ha dolido que personas no tan cercanas hayan hablado mal de ti, como Bolaño, por ejemplo?
—No, porque yo tengo una capacidad que también va a mi favor, tengo distancia. Como lo dijo Artaud: tengo para precaverme del juicio de los demás toda la distancia que me separa de mí misma. Yo nunca me he creído alguien indispensable, no ando por la vida como escritora; los que andan por ahí, en otro registro, son mis libros. A estas alturas hay que reconocer que una tiene cabeza, pero cabeza para entender también que mi vida cotidiana es una cosa y la literatura es otra. Y donde estoy metida todos los días es en la vida cotidiana, corro a hacer clases, voy al supermercado, hago lo que hace toda la gente. Entonces, cuando veo tonterías escritas mientras yo estoy juntando plata para no sé qué cosa, lo encuentro un poco cómico; lo encuentro injusto, si tú quieres, pero no tengo muchos rencores.

 

 

 

 

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