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           | Diamela Eltit  
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          Sujeto y bioespacio en la narrativa  de Diamela Eltit(1)
        Mónica Barrientos
        University of  Pittsburgh
        Si profanar significa devolver al      uso común lo que fue separado
  en la esfera de lo sagrado, la religión      capitalista en su fase
          extrema
          apunta a la creación de un absolutamente      Improfanable.
Giorgio Agamben (Profanaciones)
        
        El concepto de poder ha sido uno de los temas que últimamente ha tenido  mayor análisis en este inicio del siglo. Los cambios culturales, históricos y políticos  a nivel mundial y nacional han obligado a replantear ideas y buscar nuevas  respuestas para este voraginoso escenario.
          
          Sin duda, autores como Michel Foucault, Deleuze, Gauttari son referentes  obligatorios para un análisis más lúcido del panorama actual. Estos discursos  se confrontaron a las proyecciones del canon y su implicación no sólo en la  sociedad, sino también en los cuerpos de los individuos. Cuerpo-poder, biopoder  y sus efectos en las técnicas de autoridad. De esta forma, podríamos plantear  un escenario que representa la transformación material del paradigma del poder,  así como las subjetividades que lo conforman.
         Sin lugar a dudas, los postulados de  Foucault han pavimentado el terreno para una visión crítica de prácticas de  poder en la actualidad, al mostrar el proceso de una sociedad disciplinaria a  una de control.
         La sociedad disciplinaria gobierna por medio de dispositivos que  producen costumbres y hábitos en la sociedad. Su intención es asegurar la  obediencia a través de instituciones disciplinarias como el colegio, la  iglesia, la prisión, etc. La sociedad disciplinaria fija su mirada en le  sujeto, el individuo, quien debe asumir la obediencia o convertirse en un  proscrito excluido al rechazar este ordenamiento.
         La sociedad de control opera después del término de la modernidad  donde los mecanismos se vuelven más “consensuados”, más “democráticos” y los  mecanismos de inclusión y exclusión están más interiorizados en los sujetos.  Ahora el cuerpo individual disciplinado pasa a convertirse en un  cuerpo-especie. Cuerpo consumido por sistemas vivientes que están al servicio  de la producción y la reproducción. Era del biopoder y crecimiento del  capitalismo que “(…) no pudo afirmarse sino al precio de la inserción  controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de  los fenómenos de población a los procesos económicos”. (Foucault, Historia 170).
         El poder, por lo tanto, se ejerce  por una profundización en las técnicas disciplinarias que penetran  interiormente las prácticas cotidianas, incluso más allá de las instituciones  sociales. Así, el sistema actual no establece ningún centro de poder y límites  determinados: “Es un aparato descentrado y desterritoralizador de dominio que  progresivamente incorpora la totalidad del terreno global dentro de sus  fronteras abiertas y en permanente expansión (…) maneja identidades híbridas,  jerárquicas, flexibles e intercambios plurales a través de redes adaptables al  mando” (Hardt y Negri 12). El individuo, en la sociedad disciplinaria, mantenía  una relación estática y unívoca con el poder, es decir, intentaba crear un  contrapeso con éste. Ahora la relación es abierta y necesita del individuo  libre.
         Si las estrategias de poder toman a  la vida como objeto de ejercicio ¿existen condiciones  de crear una resistencia frente a aquellas  fuerzas múltiples que pretenden condicionar nuestra existencia y nuestros  cuerpos? Foucault plantea claramente que sí. Se intenta mostrar lo que en la  vida resiste a la formas de subjetivación que escapan a los biopoderes.  “Debemos promover nuevas formas de subjetividad rechazando el tipo de  individualidad que se nos ha impuesto durante siglos” (Foucault, Revista Liberación).
        Desde esta perspectiva ingresaremos  al análisis de algunas novelas de Diamela Eltit que, sin duda, ha sabido  mostrar metafóricamente las fluctuaciones culturales que los sujetos han  presentado en la historia. La mirada crítica, dislocadora, subversiva ha  permitido desarrollar una serie de personajes que se van mutando y  multiplicando de acuerdo al contexto histórico en que están arrojados. Desde Lumpérica (1983) hasta Jamás el fuego nunca (2007) nos  encontramos con una  serie de personajes que resisten a un orden, un  disciplinamiento o a un poder que intenta someterlos a un régimen, un modelo,  una escala o una definición. Los personajes, sobre todo los femeninos no  permanecen estáticos, sino que van mutando junto con el espacio en que se  desarrollan.
serie de personajes que resisten a un orden, un  disciplinamiento o a un poder que intenta someterlos a un régimen, un modelo,  una escala o una definición. Los personajes, sobre todo los femeninos no  permanecen estáticos, sino que van mutando junto con el espacio en que se  desarrollan.
         En Lúmperica nos encontramos  con un quiebre en la tradición narrativa chilena. En la novela observamos que  la protagonista L’Iluminada, aquella desarrapada que, en una plaza pública de  Santiago de Chile, se exhibe frente a la mirada inquisidora de un lente y un  luminoso. El espacio de la novela es un lugar abierto, pero totalmente  atravesado por una serie de mecanismos que intentan vigilar lo que allí sucede.  La cámara graba cada uno de los atentados físicos que la protagonista realiza y  el luminoso incesantemente intenta fijarla dentro de parámetros definibles. En  esta novela podemos observar un poder disciplinario que intenta, frente a  cualquier cambio u obstáculo, de mantener al personaje dentro de un canon, ya  sea genérico, literario o estético.
         L. Iluminada es una subjetividad que  está en constante flujo, que goza de múltiples formas, apodos y nombres donde  cada uno es "desmentido por su facha" (Eltit, Lumpérica 12). De esta forma, la protagonista se presenta vaciada  de toda categoría de legitimidad que   instaura sus principios en el conocimiento racional de lo calificable;  pero además, se juega entre dos bordes: del vacío producido por la falta de no tener un nombre o una identidad fija se llega a un exceso de nombres (apodos) y formas.  Carencia y exceso hacen que L.Iluminada se presente de forma incierta,  "sospechosa"; por lo tanto, vendría a ser un monstruo formado por una  suma de cosas dentro de un "estado inmediato al caótico" (Cirlot 306)  que instaura la duda ante lo que se creía seguro y verdadero. De este modo, Lumpérica presenta una teatralidad de  apariencias que se re-instalan en el juego de la representación: un montaje de  sujetos que "reapropiados constituyen el escenario" (Eltit, Lumpérica 12), el boceto, una farsa que  manejan a perfección. La representación que los personajes realizan se muestra  como algo que no tiene un fundamento concreto, sino como el medio que  manifiesta un vacío al no encontrar una identidad única. El escenario se  presenta como una escena fantasmática atrofiada por el juego de la luz y la  oscuridad (al igual que un teatro mal iluminado) donde los personajes se desenvuelven  para mostrar todas sus posibles formas y, junto con ello, incrustar la duda al  lector: nada es seguro porque ha sido incansablemente ensayado para provocar  "erratas conscientes" (Eltit, Lumpérica 102) de modo que todo vuelva a hacerse y rehacerse. Repetir todo nuevamente por  error, falla, falta de profundidad, por el placer del juego. Todo acto de  repetición es una búsqueda obsesiva, por lo tanto, perversa(2) de  un objeto que se sabe perdido de antemano. Esta búsqueda de formas y nombres   que L.Iluminada posee, es lo que la convierte en una "perversa", es  decir que busca desesperadamente un objeto o un instante, pero siempre falla en  su empresa; conociendo la imposibilidad de experimentar ese momento perdido  para siempre, se in-corpora al juego  de la búsqueda sólo por el placer que conlleva lo lúdico.
que L.Iluminada posee, es lo que la convierte en una "perversa", es  decir que busca desesperadamente un objeto o un instante, pero siempre falla en  su empresa; conociendo la imposibilidad de experimentar ese momento perdido  para siempre, se in-corpora al juego  de la búsqueda sólo por el placer que conlleva lo lúdico.
        En Los Vigilantes observamos un cierre del espacio. Desde  la plaza pública a una casa. Si Lumpérica resistía frente a un dominador que  intenta disciplinar sus gestos y cuerpo, ahora vemos a una madre enclaustrada  junto a su hijo frente a la vigilancia constante de un padre ausente. El poder ha  conformado sus redes por medio de la creación de un discurso logocéntrico  masculino y lineal que obliga a la madre a crear informes diarios sobre su vida  cotidiana por medio de un intercambio epistolar que  se inicia para informar acerca de temas  cotidianos, pero a medida que avanza el intercambio éstos van tomando la forma  de una confesión. Es necesario recordar que para Foucault, la confesión es una  de las prácticas de disciplinamiento más antiguas y más arraigadas en Occidente(3).  El sistema de la confesión tiene como finalidad la obligación de decir la  verdad sobre sí mismo ligado estrechamente a las prohibiciones sexuales.
         La confesión es un ritual de  discurso que se realiza en un proceso de relaciones de poder, pues se necesita  un otro  para que se realice la  producción de discurso confesionario, el cual interviene para juzgar, castigar,  perdonar o conciliar. Así, este procedimiento se caracteriza por la expiación  de una culpa, ya que se confiesa aquello que se considera negativo para sí y  para el resto, pero ¿cómo y desde qué lugares se idearon las políticas del  cuerpo? Principalmente desde la "racionalidad" moderna de Occidente.  Tal racionalidad tendió a ser una teoría formal y generalizada de las  "ideas de razón" aplicables científicamente  al caso individual. Pero tal supuesta cientificidad fue valorativa, pues la  racionalidad moderna tiene principios prefijados en torno a lo que debe ser el  cuerpo y rechaza, castiga, lo que considera "desviado”.
         El discurso materno de  la novela intenta explicar diferentes aspectos de su vida privada, incluyendo  sus propios sueños. El intercambio epistolar, del cual conocemos sólo las  cartas enviadas por la madre, nos muestras de qué manera el discurso mismo va  sufriendo alteraciones frente al constante agobio de “hacer hablar”. Primero se  informa del espacio íntimo y los motivos del encierro provocado por la  expulsión del hijo de la escuela por una falta que “parece imperdonable”  (Eltit, Los vigilantes 27), es decir,  la salida de un lugar de normalización de la conducta y los saberes. Este  episodio origina las amenazas del padre quien cuestiona el modo de vivir de la  madre. La vigilancia del padre se extenderá hacia fuera de la casa, haciendo  que los vecinos también cumplan con esta función. La participación del resto de  la ciudad en la situación de vigilancia tiene una directa relación con el  proyecto purificador  que Occidente  pretende implantar, en el cual todos aquellos marginados u opositores deberán  ser excluidos de la ciudad. Así, “los vecinos luchan denodadamente por imponer  nuevas leyes cívicas que terminarán por formar otro apretado cerco” (Eltit, Los vigilantes 64). El capitalismo,  esta nueva forma de vida que traerá como  secuela la exclusión de aquellos que no se ajustan a la norma, “a las nuevas  leyes que buscan provocar la mirada amorosa del otro lado de Occidente” (Eltit, Los vigilantes 41). Pero las  relaciones de poder no son jerárquicas ni de padecimiento, sino que lo  importante es determinar lo que en la vida le resiste, y al resistírsele, crea  formas de subjetivación y formas de vida que escapan a los poderes. De este  modo, se cuestiona el poder no desde las formas de legitimación y obediencia,  sino a partir de la libertad y la capacidad de transformación que todo  ejercicio de poder implica. Esta acción convierte, en definitiva, al ser humano  en un “sujeto político”, en el cual  su dinámica será descrita, a lo  largo del desarrollo de la búsqueda, como la emergencia de una potencia  múltiple y heterogénea de resistencia y creación que pone radicalmente en  cuestión todo ordenamiento trascendental y toda regulación que sea exterior a  su constitución. 
         La figura de madre se  convierte, a su vez, en una forma de transgresión que junto con su hijo y los  desamparados de la ciudad se convierten en una fuerza de resistencia en el  plano familiar y político.
         El hijo es una de las figuras que no se  somete al acoso del padre y se encuentra en una zona aun más marginal con su  habla atrofiada y su condición larvaria. Su figura se ubica en los límites de lo humano y  constituye el dominio de lo abyecto.  Es  necesario indicar que para Julia Kristeva(4) lo abyecto es una  categoría variable dentro del campo cultural contra la cual se constituye lo  humano. Los códigos culturales dominantes cancelan lo que socialmente se  entiende como una perturbación del orden, de la identidad y del sistema. Lo  abyecto atenta contra la normalidad y las prácticas significantes de un campo  cultural. De esta forma, el hijo en su deseo por la madre rompe las fronteras  del cuerpo al hacer de los fluidos, como la saliva- baba, un vínculo con la  madre y con su cuerpo. El niño muestra la fractura de su  cuerpo en el quiebre de su discurso que intenta comunicar porque no quiere  entender. El discurso residual del hijo presagia la caída de la madre donde  “las palabras que escribe la tuercen y mortifican” (Eltit, Los vigilantes 17)
         Las figuras en estas dos novelas  corresponden al “monstruo humano”, el cual “(…) es el límite, el punto de  derrumbe de la ley y al mismo tiempo la excepción que sólo se encuentra,  precisamente en casos extremos. Digamos que el monstruo es lo que combina lo  imposible y lo prohibido” (Foucault, Los  Anormales 61). Es la figura que representa de mejor forma resistencia y la  transgresión en una sociedad disciplinaria. La deformidad  y el atentado al cuerpo, la falta de palabra  y el  discurso balbuceante son, en estas dos novelas, un capítulo de cierre a  una forma de análisis de la dominación que se había mantenido durante muchos  años. Me parece que Los Vigilantes, además de cerrar una mirada, abre paso a otra  perspectiva, donde los poderes locales se amplían al mundo globalizado.
discurso balbuceante son, en estas dos novelas, un capítulo de cierre a  una forma de análisis de la dominación que se había mantenido durante muchos  años. Me parece que Los Vigilantes, además de cerrar una mirada, abre paso a otra  perspectiva, donde los poderes locales se amplían al mundo globalizado.
         La violenta irrupción del capitalismo  con necesidades creadas artificialmente por los poderes publicitarios, se  alegoriza de manera descarnada en la novela “Mano de obra”. El  supermercado, establecimiento comercial que vende todo tipo de artículos, se  transforma en signo y símbolo de la degeneración de los sujetos y la penetración  del poder en los cuerpos. Este lugar se caracteriza por la limpieza, el orden y  la serie en que cada elemento se diferencia del otro y donde cada sujeto es  sólo un cliente. Para asegurar el orden, el Súper utiliza diferentes formas de  vigilancia. El “supervisor de turno”, personaje sin nombre que vigila para que  cada trabajador cumpla so rol; el “cliente”, que asedia a los trabajadores con  pregunta maliciosas y la “luz artificial” que maquilla los productos para  hacerlos más consumibles.
         En esta  novela nos enfrentamos a un cambio en el tratamiento del poder y los sujetos.  Ahora los espacios no son privados como la casa, ni institucionales como la  plaza, sino más bien, comerciales. Los personajes no mantienen una relación  dicotómica con el poder. Ahora existe una multiplicación de las relaciones, ya  que los personajes son plurales: el cliente,   los supervisores, los productos que reaccionan como un solo cuerpo  social (una masa) al cual se le exige producción. Por esta razón, hemos  decidido  hablar de "subjetividad"  para referirnos a estos personajes, ya que  estas figuras se ubican dentro de una cuadro de múltiples posibilidades. Estas  subjetividades, “este cliente (que) representa una moda, un estilo paradójico,  un acierto parcial y farsante” (Eltit, Mano  de obra 31) ponen en duda o en crisis las nociones tradicionales de la  identidad como homogeneidad, semejanza y valoración.    Subjetividades errantes que gozan de  múltiples formas, apodos y nombres. Cada personaje es un desborde que no  permite la nominación, como son la errancia constante en los puestos de  trabajo, hibridez  al no reconocer un  estado genérico, ya que el narrador termina “enredado a la imagen con que se  define una mujer. Mujercita yo” (Eltit, Mano  de obra 45). Esta no-presencia hace posible el trabajo, la  "productividad" a través del movimiento y la mutación para así  conformar subjetividades   múltiples que  no soportan la fijeza de los cuerpos.   “[L]a naturaleza del súper es el magistral escenario que auspicia la  mordida” (Eltit, Mano de obra 72)  para provocar el error de modo que todo vuelva a hacerse, a re-presentarse,  pero siempre “Agotados y vencidos por la identificación prendida en el  delantal. Ofendidos por el oprobio de exhibir nuestros nombres” (Eltit, Mano de obra 111)
múltiples que  no soportan la fijeza de los cuerpos.   “[L]a naturaleza del súper es el magistral escenario que auspicia la  mordida” (Eltit, Mano de obra 72)  para provocar el error de modo que todo vuelva a hacerse, a re-presentarse,  pero siempre “Agotados y vencidos por la identificación prendida en el  delantal. Ofendidos por el oprobio de exhibir nuestros nombres” (Eltit, Mano de obra 111)
         La última  novela publicada por Diamela Eltit es Jamás el fuego nunca. En ella se  relata la vida que padece una pareja que aún mantienen el esquema de la  clandestinidad. Sin el afán de elaborar un fino análisis de esta novela,  entregaré algunas líneas de pensamiento en las cuales me estoy situando para  lograr mirada más profunda.
         Esta pareja mantiene un rígido esquema de vida  donde ella es la única que tiene acceso a la salida de la casa para realizar  uno que otro trabajo. Él, en cambio, se queda en casa padeciendo de una  enfermedad que le agarrota las piernas y le permite muy poco desplazamiento  dentro de la pequeña pieza que comparten. La atmósfera de la novela está  centrada en el encierro  optativo que  esta pareja decide mantener. La clandestinidad y el encierro no fueron una  situación obligada, sino  una decisión  voluntaria. Las relaciones de poder ya no se presentan  en forma de sometimiento, sino que dentro del  cuerpo mismo. El biopoder, el control del carácter sustancial de los cuerpos, está  haciendo efecto. La pareja ha perdido el carácter sexual que la sociedad  disciplinaria tanto normó y ahora es visto como un “cuerpo-especie”, es decir,  cuerpos consumidos por el aparato de sistemas vivientes que se sustentan  biológicamente. Ellos pertenecieron a una célula, la del antiguo partido que  ahora no existe, ya que la mayoría ha tomado cargos de importancia en este  nuevo orden, y ahora ellos dos son la célula. Una célula clandestina  enclaustrada y con salidas programadas. De este modo, la pareja se comporta y  actúa como una célula biológica que no responde al deseo, única arma de lucha  del capitalismo.
         En la novela, la alimentación y la limpieza  son la única actividad que tiene sentido en ese encierro. El momento de comer  ciertos alimentos básicos está narrado de manera detallada, como si se hiciera  un seguimiento experimental de observación. El arroz, el pan, algo de líquido  “(…) era un estado que profundizaba el rigor y nos permitía un trabajo concreto  y sostenido” (Eltit, Jamás el fuego 21).  Por otro lado, la carencia de deseo se sustenta en una cama en mal estado que  pierde toda su función erótica. Los personajes duermen malamente, ya que son  acosados por el hambre y el dolor, pero no existe en ellos el más mínimo atisbo  de deseo sexual.
         Por medio de esta rápida mirada de algunas  novelas de Eltit, podemos afirmar momentáneamente que la trayectoria narrativa  refleja el cambio social que se ha ido desarrollando en los últimos años. En  una primera instancia, observamos una  sociedad disciplinaria en la cual los sujetos se enfrentan a un poder que  deben transgredir. Esta sociedad tiene como eje central al sujeto,  quien intenta por diferentes medios de  resistir. Es por ello que, desde “Lumpérica”  hasta “Los Vigilantes”, los  personajes adquieren características al margen de la norma: el monstruo de  L’Ilumnidada y la incorregible madre de Los  Vigilantes.
         Posteriormente  se produce un desplazamiento en la mirada para reconocer la conformación de una  sociedad de control que encuentra en el capitalismo su modelo ideal de desarrollo.  Si el sujeto es el foco central en la sociedad disciplinaria, ahora el cuerpo  biológico se transforma en elemento de análisis y medición. Las relaciones de  poder ahora son abiertas y efectivas. No se consideran las individualidades,  sino que el cuerpo social. Cuerpo-especie consumido por el aparato de sistemas  vivientes que supervisan la producción. Este nuevo biopoder rige la vida social  por dentro y tiene como función principal integrar al individuo, quien lo  adopta voluntariamente.
         Este nuevo  orden maneja identidades híbridas y   jerarquías mutables por medio de redes que se van adaptando y van recreando  el juego de las diferencias y el quiebre de los sistemas binarios, es decir,  incluyendo y diseminando al siempre Otro excluido.
         Es esta  falsa apertura que hay que resistir  y  que podemos observan en algunas figuras de estas últimas dos novelas. El cuerpo  sigue siendo un foco importante de resistencia. La atrofia, la malformación, la  lengua trabada o la mala lengua, los cuerpos enfermos y hambrientos se erigen  como cuerpos no productivos, ya que están enfermos y son inservibles, por lo  que no responden a las técnicas de producción que el capitalismo requiere. Por  esto, la pareja-célula mantiene la clandestinidad en un encierro deseado y  acordado; manteniendo una chapa, una falsa identidad, para impedir que sus  cuerpos sean funcionales al sistema. “Una célula rezagada que se mantiene en  estado larvario, aparentemente desactivada, una apariencia engañosa…” (Eltit, Jamás el fuego 123)
         
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        BIBLIOGRAFÍA
        - Cirlot,  Juan-Eduardo. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Labor. 1991
          - Eltit, Diamela. Lumpérica.  Santiago de Chile: Planeta, 1983.
          ___________ Los  Vigilantes. Santiago de Chile: Sudamericana,  2001.
          ___________ Mano de obra. Santiago de Chile: Seix Barral, 2002.
          ___________ Jamás el fuego nunca. Santiago de Chile:  Seix Barral, 2007.
          - Foucault,  Michel. Historia de la sexualidad  V 1. “La voluntad de saber” Siglo veintiuno,  Madrid, 1992
          ___________ “Por qué  estudiar el poder: la cuestión del sujeto”. Revista  Liberación N°6. Madrid, 1984.
          ___________ Los Anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura  Económica, 2001.
          - 
          Hardt , Michael y Negri, Toni. El Imperio. Massachussets: Harvard University Press, Cambridge, 2000.
          - 
          Kristeva,  Julia. Los poderes de la perversión:  ensayos sobre Louis-Ferdinand Céline. México: Siglo veintiuno, 1989.
          - 
          Sarduy, Severo. Ensayos Generales sobre el Barroco. Buenos  Aires-México: Fondo de Cultura Económica, 1987 
        
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        Notas
        (1)  Texto  publicado en Ciudades (in)ciertas. La  ciudad y los imaginarios locales en las literaturas latinoamericanas. Adolfo  de Nordenflych. Darcie Doll comp.. Ediciones Puerto de Escape, Valparaíso 2009.  ISBN 978-959-310-7
         (2)  "El perverso explora un instante; en la vasta combinatoria sexual sólo un juego lo seduce y justifica. Pero ese  instante,  fugaz entre todos, en que la  configuración de su deseo se realiza, se retira cada vez más, es cada vez más  inalcanzable (...) Vértigo de ese inalcanzable, la perversión es la repetición  del gesto que cree alcanzarlo". Sarduy, Severo. Ensayos Generales sobre el Barroco. Buenos Aires: Fondo de Cultura  Económica, 1987, p. 233.
        (3)  Cfr. Michel, Foucault, Los Anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001.
        (4)  Cfr. Kristeva,  Julia. Los poderes de la perversión:  ensayos sobre Louis-Ferdinand Céline. México: Siglo veintiuno, 1989.