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"Replicas"
de Nicolás Poblete
"VA
A TEMBLAR"
Diamela
Eltit
Habría que pensar cómo
o, quizás, en cuánto los gestos literarios pueden inscribirse en
el derrotero siempre incierto que marca este presente ultra capitalista. Un presente
políticamente debilitado para favorecer la espectacularización de
lo que entendemos por realidad. Así es. Una forma discursiva que rasa y
arrasa los dilemas hasta conseguir instalar un estado "de lo mismo",
inscrito bajo la forma saturante de la mera impresión. Se trata, claro,
de un acucioso programa político fundado en el
deseo de renunciar a cualquier revisión crítica para favorecer así
el flujo permanente del objeto y de la deshistoria que necesita el objeto para
instalar su veloz e incesante recambio.
En ese sentido la pregunta más
pertinente en relación a la circulación literaria -en este particular
contexto chileno- radica en cómo manejar la noción de tradición
literaria para pensar, precisamente, los movimientos de la escritura en relación
con los formatos que la posibilitan.
Porque pienso que las producciones
literarias forman parte de una comunidad o de un mapa textual o de un territorio
material de la letra. Más aún, me atrevo a aventurar que la literatura
puede formularse, en gran medida, como un amplio y sostenido diálogo histórico
-desde la tensión, la intención o la cercanía- entre prácticas
literarias que se emplazan y se amplían. Digo, se emplazan y se amplían
mediante un conjunto de técnicas en las que no se renuncia al jirón,
al fragmento e incluso la reescritura de la escritura, tal como lo hiciera de
manera magistral James Joyce y su crucial Ulises o, para citar un trabajo local,
la reescritura irónica y política de Don Juan Tenorio en la novela
María Rosa, Flor de Quillén, publicada en 1927 por la brillante
escritora Marta Brunet.
En definitiva, lo que quiero señalar es
que las producciones literarias están implicadas unas con otras, de manera
consciente o inconsciente, puesto que la letra que las organiza procede de un
campo cultural pleno de materiales disponibles para ser repensados y recorridos
una y otra vez.
Me propongo ahora leer la novela Réplicas de
Nicolás Poblete (Editorial Cuarto Propio, Santiago, 2004) a partir
de algunos de los sentidos que el texto va emitiendo, en la medida que su propuesta,
me parece, renuncia a la linealidad argumental, la dificulta, la pospone, la enmascara,
para privilegiar, en cambio, la multiplicidad de escenas, los gestos inconclusos
de los personajes, ciertos hilos culturales preponderantes y reconocibles en el
interior de la historia social. La novela se cursa desde la letra como goce y
construcción, apelando a una estructura narrativa temblorosa, que se vuelve
simétrica con su título, los temblores amenazantes una vez que se
hubo de producir el devastador terremoto.
La noción de réplica,
entonces, transita por un doble carril de sentido. Por una parte alude a los movimientos
telúricos -la protesta majestuosa de la naturaleza, el desorden en el interior
de su programa y las réplicas que se producen violentas y sistemáticas
para reordenar- pero también puede ser entendida como el derecho legítimo
y hasta jurídico de responder: el derecho a réplica. Quiero decir,
la elaboración de una respuesta.
Pero, la respuesta-réplica
requiere de un antecedente, de la misma manera que la réplica telúrica
mantiene una correlación con el terremoto. Entonces, habría que
pensar qué es lo replicado, cuál es ese primer discurso eludido
que requiere ser acotado. ¿Qué replica la novela?, me pregunto.
Una
primera imagen posible, una entre otras, podría estar ligada con el niño-monstruo,
el macroencefálico de Réplicas, ese niño monstruo
que ya ha transitado la narrativa chilena con una persistencia sorprendente, luego
que emergiera bajo la forma del doloroso alado niño de Alsino de
Pedro Prado, para ser intensificado en Patas de Perro de Carlos Droguett
en la figura de Bobi, mitad niño, mitad perro y más adelante en
la forma de Boy el infante que va a ser confinado al jardín de los monstruos,
en El Obsceno Pájaro de la Noche de José Donoso.
El
niño- monstruo en la novela chilena, en tanto forma disidente, en tanto
crisis de un programa biológico, como ostensible diferencia, atraviesa
la biología para convertirse en un agitado referente simbólico que
demarca una otredad y, precisamente, al establecerse como otro, pone en evidencia
el funcionamiento de las instituciones: la violencia ejercida para conseguir lo
homogéneo a partir de un peligroso autoritarismo. Un autoritarismo que
busca la aniquilación de aquello considerado como transgresivo.
De
esta manera, Carlos, el monstruo que deambula por este texto, replica a los otros
niños ya textualizados narrativamente en el escenario literario chileno,
para volver a formularse, en esta novela, entre las tecnologías en las
que transcurre su mal y su diferencia.
Carlos, el niño, es producto
de la madre, Ana. Existe entre ellos la misma intensa relación en las que
se organiza el terremoto y la réplica. Completamente imbricados en una
idéntica matriz de construcción, oscilan entre el pacto y la negación,
entre el afecto y la agresión.
Ana, la madre, escribe. Pero dispone
de una doble memoria, por una parte, la propia y por otra, la que le permite la
computadora. La producción tecnológica se utiliza como estrategia
para desplegar en ella, sobre ella, a su través, la técnica narrativa.
La novela se escribe en la computadora, sede de la letra, y, a la vez, la computadora
en tanto dispositivo es tematizada integrándose así a la ficción.
De esa manera la computadora misma se vuelve matriz primordial del campo narrativo.
El
archivo, los archivos, sucesivamente invocados por la madre, dan cuenta de los
pliegues y repliegues de la mente de Ana, que dispone de ellos para precisamente
dar curso a su texto. Un texto complejo que se encapsula en el archivo para consignar
la existencia ineludible y quizás peligrosa del archivo mismo. Una función
que actúa como activación o desactivación del relato, quiero
decir, los archivos permiten que el texto se extienda o bien se repliegue para
interrumpir el flujo argumental y se desencadene en su interior la cifra. Pero
Ana también borra, deshace, despilfarra la letra, desdeña su propia
subjetividad, la escribe pero no la guarda, inmersa en el juego narrativo que
se propone.
La computadora se establece como un ritual en el que se cursan
distintas escrituras. Ana, poseída por el afán ritualista que la
recorre, se fuga e medio camino entre la creencia y el escepticismo hacia al espacio
de la magia, busca en la adivina, la lectora de signos, la pócima que la
va a redimir de la angustia y de la herida.
Sin embargo, la atmósfera
de la novela está plagada de signos alarmantes que la enmarcan: la incesante
cita a los territorios sedes de los terremotos históricos chilenos, Chillán,
Osorno. Estos espacios ingresan en la novela para introducir marcas desestabilizadoras
e indicar que el ambiente tenso que rodea a los personajes podría estallar,
convulsionarse en su interior debido a las pulsiones que los recorren y que están
inscritas en su naturaleza humana donde se incuba la vocación por la destrucción.
Una destrucción dictada por la naturaleza y que es delegada en la presencia
numerosa y dispersa de animales que vagan o se yerguen como signos que alteran
y perturban el pacto cultural: El cuervo, pájaro de la noche y la depredación,
el zorzal, las ratas, el puma, el huemul, el pudú, las polillas, la araña,
los murciélagos o la domesticidad siempre ambigua de gatos y perros.
Los
animales están allí como dobles o como sombras que ponen en jaque
precisamente los límites de los humano. O bien llegan hasta la novela para
señalar que lo humano se construye desde la represión, precisamente,
de lo animal que lo constituye, lo que Freud denominó el "ello",
la zona más arcaica y pre cultural que nos habita.
Sin nombrar
el dilema entre naturaleza y cultura, la novela cita esta problemática
al diseminar los materiales y permitir que floten en el texto, que sean ellos
mismos los que operen su colisión. "Va a temblar" señala
el texto, mientras se esparcen por su superficie una cantidad considerable de
vidrios rotos, de fragmentos punzantes y abiertamente peligrosos que podrían
desencadenar la sangre, abrir una consistente herida.
No obstante las réplicas
-y esto resulta crucial- pueden ser adjudicadas a una matriz escamoteada y que,
sin embargo, también esparce sus signos, como es el nudo político
que la novela indica. Detrás, debajo o bien como soporte territorial, se
extiende el golpe de estado chileno a la manera de un terremoto que ya ha invadido
la totalidad de la geografía nacional, afectando con su sismo histórico
a los cuerpos y sus devenires sociales, generando en ellos -en los personajes-
una crisis de proporciones en sus transcursos. En tanto efectos sociales, nudos
de violencia, escribidores de una historia imposible de resolverse, parecen destinados
a perpetuarse en, al menos, dos condiciones que la novela indica: "hay toque
de queda" y desde allí, pensar en cuánto y hasta dónde
el toque de queda es interpuesto en el orden imperativo de las emociones, para
llegar a la afirmación definitiva que cierra y clausura la novela "te
repito que todo es inútil".