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Un retrato de América latina sin anestesia
En su nueva novela, Diamela Eltit, la autora de "Impuesto a la carne" la presenta como
un hospital donde se trafica sangre.
Por Ezequiel Alemián
Revista "Ñ", de Clarín. 13 de Diciembre de 2010
América latina como un enorme hospital lleno de gente que sobrevive anestesiada, donde todos los cuerpos son continuamente saqueados por médicos altos y rubios, que les extraen la sangre que luego negocian en mercados mafiosos. Son los festejos del Bicentenario, y a cámara, sólo se puede decir: “gracias”, y sonreír.
Narrado por una niña de 200 años que lleva en el vientre a su madre, que tiene la misma edad, tal es el mundo que describe Impuesto a la carne (Eterna Cadencia), la novela de la escritora chilena Diamela Eltit que estos días se edita en Buenos Aires, y que algunos han calificado de macabra y otros de atemorizante, y que reaviva el debate por la forma en que la literatura interviene ideológicamente en la sociedad.
Casi desconocida en nuestro país, Eltit es una de las escritoras más valoradas de América latina. Después de fundar el Colectivo de Acciones de Arte, empezó a publicar en los años 80. La crítica ha señalado que sus principales temas de exploración son los significados del poder, el lugar de lo femenino en la sociedad contemporánea, el papel de las instituciones, y la historia como articulación de deseos y frustraciones.
Más vinculada con mecanismos de escritura cercanos a los de la poesía chilena de los últimos años que a su narrativa, la narrativa de Eltit subraya y profundiza líneas de sentido fuertemente ideológicas. Pero en el corazón de su literatura está también la idea de que lo demasiado directo traduce en realidad una domesticación de la palabra, “un tiempo fundado en la mera supervivencia”. Entonces Impuesto a la carne se convierte por momentos en un relato mitológico, y –por momentos– se asemeja a una obra de ciencia ficción oscura, una distopía, que no habla ya del pasado y de los orígenes, ni del presente, sino del futuro. Internet, la industria farmacológica, las bandas de fanáticos futboleros, la contaminación química, forman parte de los escenarios del libro.
Jamás el fuego nunca y Los vigilantes , son algunos de los textos anteriores de Eltit, que actualmente vive en Estados Unidos.
- ¿Por qué eligió contar la historia de Chile en clave hospitalaria?
- No estoy segura de querer contar la historia de Chile, porque no me siento capaz. Pero me detuve en las huellas de ciertos transcursos frágiles e inciertos. En ese sentido me pareció indispensable pensar el hospital como la patria del cuerpo, un espacio social que aloja los ambivalentes umbrales de la vida y de la muerte.
- Sin embargo, esos transcursos inciertos permiten a la novela dejarse leer como una visión muy marcada de toda la historia chilena, ¿no?
- Sí en el sentido de una historia contada “desde abajo”, con el “otro” discurso, el que no está en las escrituras oficiales, pero el punto es que me pregunto si no podría ser también la historia de Argentina, o de Perú. Es decir, la historia del continente.
- Utilizar la polaridad como recurso narrativo para hablar del mundo, ¿no es una decisión un tanto “anacrónica”?
- En rigor, seguimos habitando mundos absolutamente polares que distinguen, sin dudas, a ricos y a pobres, a bellos y a feos, a jóvenes y viejos, y cada una de estas categorías tiene un valor frente al desvalor de la opuesta. La “cuestión social”, en medio de la realidad tecnologizada que nos circunda, sigue operando con los mismos parámetros fundados no sólo en la explotación sino también en exclusiones múltiples.
- En la línea argumental del libro, ¿qué pensar del reciente rescate de los mineros?
- Los mineros pueden ser analizados como un signo de los tiempos más neoliberales, porque le pusieron precio a cada una de sus cabezas, cautivas por las malas condiciones laborales de la minería chilena. Desde luego, el rescate fue un hecho conmovedor y positivo, pero también agotador por su manipulación política y mediática. Los mineros atrapados se transformaron en un valor tanto para el gobierno como para los reality shows, que los convirtieron en las figuras del millón de dólares.