Entrevista a Diamela Eltit
"Esta es una
novela del derrumbe"
Por
Álvaro Matus
Revista de Libros de El Mercurio,
Domingo
15 de julio de 2007
Después del ejercicio documental
de "Puño y Letra", la escritora vuelve a la ficción con "Jamás el
fuego nunca", novela protagonizada por una pareja de ex revolucionarios
que en pleno siglo XXI continúa viviendo en forma clandestina. La
mezcla de rencor y desamparo domina esta intensa y agobiante historia
que estará en librerías la próxima semana.
La entrevista se realiza entre cuatro paredes. En la
más grande, apenas iluminada por el sol helado y plomizo que entra
por la ventana, hay un cuadro de Eugenio Dittborn. Se trata de una
serie de rostros anónimos, deteriorados y, en cierta forma, ausentes.
Sujetos que sucumbieron a la historia. La
atmósfera lleva a suprimir cualquier preámbulo y comenzar a hablar
directamente de Jamás el fuego nunca, la novela con que Diamela
Eltit regresa a la ficción pura y dura. Sobre todo dura.
La acción transcurre casi por completo entre cuatro
paredes, en la precaria habitación donde vive una pareja de antiguos
revolucionarios. Sólo se escucha la voz, circular y repetitiva de
la mujer: "Continuamos, en gran medida, clandestinos. No contamos
con nombres civiles, seguimos prendidos de nuestra chapa, ya nos acostumbramos
o nos posesionamos, no lo sé. Pero si alguien dijera mi nombre civil,
no voltearía la cara. Para qué. Tú podrías estar en la mira, con seguridad
serías tú".
El delirio paranoico se entremezcla con el rencor, la
pobreza con la decrepitud y la soledad con la traición, dando cuerpo
a un relato que habla del poder y su reverso: la derrota. Un tema
que se repite con sutiles variaciones en la obra de esta novelista,
ensayista y profesora de la Universidad Tecnológica Metropolitana.
Jamás el fuego nunca, de hecho, comprueba que su literatura se construye
sobre las ruinas de la realidad. De allí que estos deteriorados personajes
que viven semiescondidos resulten tan cercanos, tan verosímiles, tan
agobiantes. "Son miembros de una militancia eterna, cruzada por persecuciones
que terminan por producir paranoias", reflexiona Eltit. "Ellos son
excedentes de otros tiempos, cuerpos del siglo pasado que sólo alcanzan
el estatuto de organismos".
-¿Qué los lleva a mantenerse
juntos si se detestan?
-No lo tengo tan claro, pero hay una forma solidaria, no sólo en el
sentido humanista del término, sino una solidaridad que se parece
a la dependencia y la neurosis. Porque hay que considerar que en cada
persona pueden producirse casi simultáneamente sensaciones de afecto
y de rechazo. La idea era trabajar sobre sujetos muy cercanos, una
cercanía agotadora que llega a ser insoportable. Y eso también se
relaciona con el espacio, porque la cama es miserable, muy angosta.
-Ella parece condenada a servir.
¿Es la herencia de la rígida militancia lo que le impide rebelarse?
-Ella es una militante dura y disciplinada, que sabe lo que es obedecer,
pero también se la puede ver desde otro ángulo: en realidad ella controla
cada uno de los movimientos de él. Ella decide cuándo salir a caminar,
cuándo es la hora de comer y, además, es ella la que sale sola, por
su cuenta, aunque sea a trabajar. Él, en alguna de las aristas, puede
ser un rehén de ella. Entonces, no es tan sometida. O es sometida,
pero también somete al otro.
-Cuando
ella siente el deseo de comprarse un vestido pareciera que renuncia
a los votos revolucionarios. ¿Es una caricatura de lo que sucedía?
-Bueno, tú lo pones en el ámbito religioso, pero sí, en realidad la
práctica política tiene un componente místico, pero el punto acá es
el deseo y su desborde, es la explosión de lo femenino como programa,
esa estética que filia a la mujer a una representación cultural externa
y fetichizada. La vitrina es ese mercado de imágenes que la protagonista
conoce y desdeña, pero enfrentada a la seducción de la vitrina, creo
que busca el vestido para huir de la realidad de sí misma, de su prolija
autoconciencia.
-Se ha dicho que en tus libros
no hay historias sino escenas. Pero ahora optaste por una forma más
tradicional: el monólogo. ¿Representa esta novela el ingreso a una
etapa más narrativa?
-No lo sé, pero es posible. Yo nunca he tenido miedo de ingresar a
un mundo narrativo o de salir de otro. A mí lo único que me importa
es que el texto se sostenga. Pudiera ser, por supuesto, que el texto
cuente una historia en forma más tradicional, pero esto se debe a
que responde a otros escenarios y a otros desafíos. En este caso,
lo más difícil fue sostener a una pareja en la cama. Tradicionalmente
la cama tiene una connotación erótica y sexual, sobre todo para una
pareja, pero lo que yo perseguía era retirar la sexualidad... Incluso,
sacar la erótica. El desafío era entonces sostener a una pareja en
una cama y, luego, eliminar entre ellos el deseo, lo que literariamente
es muy difícil.
-¿Y por qué querías que no
hubiera erotismo?
-Quería que fuera una pareja convertida en biología, sin ninguna carga
discursiva, entendiendo, claro, que las eróticas son una producción
de los discursos sociales. La idea era que los personajes fueran,
no sé cómo decirlo, meros órganos: envejecidos, cansados, gastados.
-¿Es la novela una crítica
a las opciones políticas radicales?
-No, en ningún caso me anima una crítica general. Sólo funciona para
este caso, para este libro, para estos personajes. A mí me interesó
el hecho de que parte de las estructuras sociales se organizan sobre
la base de estructuras orgánicas. Por eso hablo de célula en términos
del grupo y de la célula del cuerpo, la estructura más básica de la
que estamos hechos. Creo que efectivamente ella tiene una parte política
rígida, acuciosa, dura, aunque eso no me permite pensar que toda militancia
conlleva aspectos negativos. Lo que ocurre es que ella también se
desenvuelve en un plano donde ya todo ocurrió, se ha terminado esa
posibilidad histórica por la que apostó. Entonces se vuelve evidente
el fracaso, que es un doble fracaso: del cuerpo social y también del
cuerpo y su desgaste. Esta situación pertenece al orden de la ficción.
-Pero es evidente el paralelo
entre estas ruinas humanas y el fracaso del proyecto revolucionario.
-Definitivamente. Quise trabajar los límites sociales y los límites
corporales, el sujeto y su percepción de la historia, los cambios,
las revueltas, pero también me interesó todo aquello que el siglo
XX desplegó y cerró, el paso de la sociedad industrial a la posindustrial,
el tránsito de lo monetario a lo posmonetario, en fin... Pensé mucho
en estos temas una vez que el siglo ya perdía su realidad "real" para
transformarse en objeto de la historia.
-¿Cómo te gustaría que se leyera
esta novela?
-La lectura que hace un autor de sí mismo no necesariamente corresponde
con la realidad de sus textos. Más aún: todo lo que el autor dice
en torno a su obra es riesgoso, porque puede fijar criterios rígidos
y hasta autoritarios que, en último término, reducen su propio trabajo.
Yo prefiero hablar desde el deseo que movilizó la escritura, las sensaciones
y las imágenes entre las que se organizó el trabajo literario, pero
que, por supuesto, no siempre coinciden con el resultado del libro.
Hecha esta salvedad, yo agregaría que lo que me interesó es la ambigüedad:
aquello que no se puede fijar porque oscila, porque puede tener mas
de una arista o porque el suceso es demasiado fragmentario.
-¿Ves la vida cotidiana como
una suma de versiones indirectas?
-Pienso sinceramente que lo evasivo, lo ambiguo, es una posibilidad
muy interesante; tanto o más que la certeza. Un mismo acontecimiento
puede ser relatado de diversas maneras por la misma persona y no se
trata de que esa persona mienta sino que han variado los énfasis.
Entonces, trabajar con esas inflexiones de la memoria, en esos vacíos
o repliegues, con algo que tiene que ver más con los matices que con
los datos, me pareció un ejercicio interesante, más abierto, con más
posibilidades. Se me viene ahora a la mente la gran novela de la memoria:
En busca del tiempo perdido, de Proust. Ahí uno ve cómo los sentidos
organizan los relatos. El olor convoca una memoria y por lo tanto
genera un relato. El sonido del tren atrae otra memoria. Estoy segura
de que dentro de una vertiente existen múltiples versiones y hasta
aversiones.
-¿Dirías que aquí importa
más la voz que la historia propiamente tal?
-Creo que no pueden separarse. Sobre la voz está la trama y, en cierto
sentido, la voz es la trama. Ahora, en esta novela intenté frecuentar
técnicas literarias que favorecen el despliegue de la voz de la narradora
para así configurar sus contornos, pero sigo pensando, de manera preferente,
en la escritura como soporte estético.
-Pero hay autores donde lo
más importante es la voz, como en Faulkner y Lobo Antunes. Y cuando
uno dice "la voz" piensa en esos narradores borrachos, amnésicos,
nunca fiables del todo.
-Los autores que mencionas tienen una propuesta estética y es eso
lo que sigue resonando. Cuando uno habla de ellos nunca se refiere
a un libro en particular: la potencia está en su poética, en las voces
que elaboran. Es una literatura que me convoca.
-La novela transmite una profunda
decepción por el estado de las cosas. ¿Tú sientes lo mismo?
-Uno de mis defectos, a estas alturas, es ser optimista. No hay nada
que a mí me parezca cerrado en términos políticos, sociales, culturales
o literarios. Hay espacios que vemos muy invadidos, quizás demasiado
monolíticos, pero siempre se pueden encontrar puntos de fuga. Pero
claro, otra cosa es la ficción literaria... Estos personajes de la
novela pierden una batalla política que, por otro lado, nunca estuvo
consolidada. De algún modo están muertos, como en Pedro Páramo, o
forman parte de los detenidos desaparecidos chilenos. Es ambiguo,
es múltiple.
-Temáticamente puede ser tu
novela más radical.
-No lo sé. Yo pienso que uno tiene que ir a donde la escritura te
lleva. De lo contrario, no vale la pena. Yo no alcanzo a evaluar el
texto, pero sé que cuando uno escribe hay una cierta energía que te
dirige y hay que dejarla que progrese hacia un lado más eficaz, sin
intervenirla. Esto fue bastante duro, porque en este libro hay varios
derrumbes, derrumbes corporales y derrumbes ideológicos. Es una novela
del derrumbe.
-Eres una autora minoritaria,
pero con un reconocimiento creciente. ¿Te acomoda el lugar que has
llegado a ocupar?
-Es posible que efectivamente las novelas que he escrito hayan recorrido
un camino cultural positivo. Qué bueno por los libros, ¿me entiendes?
Pero mi vida sigue más o menos igual que hace 30 o 40 años, haciendo
clases y escribiendo. El punto es que no es posible guiarse de acuerdo
a lo que se dice o no se dice de tu libro. Algunas veces una novela
puede tener juicios dispares o distintos, pero la creación literaria
nunca pasa de manera primordial por el afuera. No en mi caso.
-A propósito de tu trabajo
como profesora, ¿cómo vives la contradicción de esa actividad tan
normativa y autoritaria con la escritura de novelas que buscan socavar
el poder?
-Hay una paradoja ahí, porque lo más importante para mí es la literatura,
la ficción, y luego la escritura de ensayos que me han permitido discutir
o criticar ciertos aspectos políticos, estéticos, culturales, sociales.
El área más compleja es la de profesora, una práctica relacionada
con lo más estricto y disciplinar del sistema. Pero lo que yo hago
es deconstruir ese poder mediante su escenificación. Es decir, les
hablo a mis alumnos del poder académico y de su organización. Porque
el poder se basa también en el silencio y en el automatismo. Foucault
decía que el poder se ejerce, pero cuando hablas del poder desde el
poder mismo, lo administras mejor.
-Tu primera novela ocurre en
una plaza, pero luego los ambientes se fueron cerrando. ¿Es más desafiante
mirar lo que está oculto?
-Yo siempre he trabajado espacios pequeños. Sencillamente surgen.
Por otro lado, te puedo decir que a mí siempre me ha interesado la
ciudad, pero no en un sentido tan general. Hay casi tantas ciudades
como cuerpos. La ciudad de cada uno, a fin de cuentas, es muy restringida,
limitada por las calles que uno recorre, los amigos que visita, el
lugar donde trabaja. No son espacios tan grandes como pudiera pensarse
cuando hablamos de ciudad. La ciudad habla para cada uno de manera
distinta y misteriosa. Pero es verdad que cada vez los espacios se
reducen, como la vida ¿no?