Pluralizar el discurso, ya sea
literario o social, siempre es positivo, dice la autora de Por la
Patria. Su último libro, una recopilación de ensayos
y artículos que hasta ahora permanecían dispersos, apunta
en esa dirección.
-¿Cuál dirías tú que es la línea
que hilvana estos textos?
-No estoy segura, pero tiene que ver con lo oblicuo, con lo no frontal,
lo no centrista, lo no oficializable. Ciertos gestos pictóricos
que no son los más comerciales, ciertas literaturas, por ejemplo
Couve, Donoso. Y repensar ciertos casos de política y género:
me parecen importantes los casos
de Luz Arce y de Marcia Alejandra Merino. Me parece importante haber
repensado esos libros que no tuvieron un efecto, no sé por
qué; todavía no sé por qué. Son textos
importantes: no estoy hablando de ellas exactamente, sino de ellas
en tanto autoras de libros. Y libros muy conflictivos, los dos: extraordinariamente
conflictivos. Tratar de leer esos libros me parece a mí políticamente
válido. Creo que hay mucha gente que los está leyendo
también: me parece bien repensar esos textos como textos públicos.
“Eso, revisar la cuestión de género, revisar el 11,
el día 11. Por supuesto, como es la memoria, uno puede cortar,
ficcionalizar, omitir, pero es bueno recoger esos signos, porque como
empiezas, sigues. Y ese día fue crucial”.
-Tú afirmas en el libro que el día
del Golpe es el momento crucial de Chile en el siglo XX. ¿Por
el hecho mismo, por su carga simbólica, por qué?
-Creo que el siglo XX chileno está recorrido por una serie
de signos, entre los cuales este es el signo más envolvente,
que permite mirar para atrás y no solamente para delante. Ese
día es la puesta en marcha, que va a sintetizar los 17 años,
y de alguna manera atraviesa hasta el hoy: es un problema no resuelto,
ese día no se ha resuelto. Es el día más radical
del siglo en ese sentido, que cita otros momentos, contiene otras
violencias. Es un momento de crisis general, primero porque están
las fuerzas nacionales e internacionales incluidas ahí, no
solamente la polarización interna sino también la externa;
es el momento en que ya lo mediático va creciendo, entonces
efectivamente el 11 rebotó en todo el mundo; es el quiebre
del proyecto más utópico de Latinoamérica; es
el momento en que se renormaliza la historia de Chile en el sentido
de que las hegemonías vuelven a cobrar su lugar, se habían
trastocado. La UP, en los tres años, por supuesto no logró
cambiar las fuerzas, puesto que hubo un golpe, pero también
están en juego ciertos imaginarios culturales: yo creo que
esa cuestión fue muy radical, inaceptable, muy compleja, en
que el sujeto popular es en parte protagonista de su propia historia.
-Se reordenan las subordinaciones...
-Para mí, el centro del Golpe no es ideológico sino
que es económico, volvía el capital a su lugar de origen,
dentro de la burguesía. Y volver el sujeto popular a su esfera
de subordinación, retejer los lugares, normalizar. Por eso
fue tan radical. Lo subversivo de la UP, lo que yo más rescato,
fue plantear un lugar otro para el sujeto popular, haber ofrecido
un espacio público, consistente, para que el sujeto popular
elaborara su historia. Ese proyecto es el irrecuperable.
-Dices que la UP ofrecía un espacio para que
el sujeto popular elaborara su historia. Quiero pasar de ahí
a los testimonios de Luz Arce y la Flaca Alejandra, que son relevantes
en tu libro. Ellas son personas que participan de ese discurso, y
luego se suman al discurso de la represión, y después
elaboran otro discurso para dar cuenta de ese cambio... ¿qué
pasa ahí?
-Es bien impresionante lo que pasa con ellas. Primero es una excepción,
no es algo que le pase a todos los presos políticos; pero es
una excepción que uno no puede dejar de observar. Creo que
tiene que ver con ejercicios de la relación poder y negociación,
por ahí va. Digamos, hasta dónde, cuáles son
los límites éticos en los cuales el sujeto puede moverse.
Y creo que en el caso de la Flaca Alejandra y de Luz Arce la respuesta
es ‘hasta el infinito’. Si yo les pregunto hasta dónde se pueden
mover, ellas dirían ‘hasta el infinito’; sus relaciones con
el poder son infinitas, no son nada más que eso, nada más
que una negociación, un significante, por decirlo así:
van cambiando los significados, llámense militares, llámese
MIR, llámese transición a la democracia, y ellas se
mueven, se mueven, se mueven, ad infinitum. Es una metáfora
para reponer algo que el neoliberalismo pone en cuestión, que
es el problema de las éticas, para restablecer una pregunta
sobre el relativismo. El neoliberalismo relativiza todo. Pero, mirando
estos casos tú volverías a preguntar hasta dónde
todo es relativo, cuál es el límite de ese relativismo.
Si acaso es válido pasar de preso político a oficial
del mismo servicio que te captura y ejercer esa violencia sobre tus
compañeros; si acaso es ético sacar un libro sobre tu
experiencia donde, al reconocer que delataste, te perdonas, pero a
la vez no dices nada que esté fuera de la Ley de Amnistía:
todo lo que dicen llega hasta el año 1978, pero ellas están
en servicio hasta 1990.
-Son textos autoexculpatorios...
-Autoexculpatorios y amnistiables. Se exculpan en doble sentido: el
sicológico –yo reconozco lo que hice y al reconocerlo me disculpo-,
y al mismo tiempo me cuido porque me resguardo en las franquicias
del sistema, es decir la Ley de Amnistía. Todo eso es interesante
no per se, sino para ver los movimientos de las instituciones:
tú puedes ver la dictadura, pero también puedes ver
ciertas operaciones de la democracia...
-De la transición...
-De la transición, concretamente. Tú puedes ver cuáles
son los límites, cuáles son las fronteras, hasta dónde
llegas tú por el ejercicio del poder; cuáles serían
los límites de ese ejercicio, si los hubiera; hasta donde te
puedes mover en nombre de un beneficio social, la gobernabilidad,
por ejemplo. Qué es la gobernabilidad, en último término:
me parece que es una pregunta pertinente, hasta dónde negociamos
para tener una gobernabilidad, o acaso la gobernabilidad es una pura
negociación, permanente, sin límites.
-¿Te parece que esos discursos que corren
los límites entre la ética y el poder son en alguna
medida sintomáticos de otros discursos sociales de la transición?
-No quiero decir que el recorrido sea análogo linealmente.
Lo que quiero decir es que es tan radical el movimiento que hacen
estos sujetos, que uno podría pensar, establecer ciertas analogías
en otros espacios. Y creo sí que la transición, por
las condiciones de su emergencia –pactos, negociaciones, incluso se
habla de negociaciones secretas que no están del todo claras-
es resultado de negociaciones que uno no puede cuestionar: es obvio
que hay que negociar, el punto es hasta dónde. Y creo que hay
cuestiones que en la transición resultaron muy difíciles
de entender para la ciudadanía, o bien no consideraron a la
ciudadanía como parte de esa negociación. Esta época
del reinado de los poderes fácticos, donde todos los diálogos
sociales no eran diálogos públicos, más bien
estaban hechos para los poderes fácticos. Ahora recién
se está empezando a pensar en la problemática de la
ciudadanía, después de la débacle electoral,
que fue otro punto de quiebre.
-¿Te parece que esa “débacle electoral”
de la Concertación ha producido una cierta apertura del diálogo
social?
-No sé si se ha producido una apertura. No sé cuál
va a ser el resultado de esa crisis, pero que la hubo, la hubo. A
lo mejor se olvidó, pero es innegable. No tengo claro cómo
se va a a resolver, en un sentido no solamente retórico sino
también político. Porque tiene que ver con el proyecto
neoliberal, que tiende a objetualizar la realidad. Y al objetualizarla
genera individualismo, y el individualismo es conservador: conservar,
conservar los bienes, un culto al objeto. Por lo tanto el sujeto,
despolitizado, se vende al mejor postor; lo que se ha dicho tanto:
que no se trata de electores sino de consumidores. La opción
política se ve como una oferta.
-La misma Concertación ha sido agente de esa
privatización de los ciudadanos.
-Es un discurso que a lo mejor el gobierno no puede afirmar de otra
manera. Pero sí puede administrar otros factores que son culturales:
pensar más en los ciudadanos, pluralizar la sociedad, descomprimir
la hegemonía burguesa. Descomprimirla, no deshacerla.
-¿Te parece que es posible descomprimir esa
hegemonía desde el Estado?
-No parece tan fácil, porque el problema es con una derecha
radical-radical. Y que concentra capitales no solamente materiales,
sino también simbólicos. La información, por
ejemplo. Tiene la información, que no es poca cosa. Eso es
bastante complicado, porque tú puedes tener un afán
de pluralizar, pero dónde, a través de qué, con
qué medios cuentas para establecer otras subjetividades. Estás
sin espacio para precisamente intentar cursar otras subjetividades;
con una televisión pública de un sospechoso pluralismo...
También uno piensa dónde estaría la voluntad
política de apoyar, aunque sea de manera indirecta, iniciativas
que tiendan a formar nuevos medios de comunicación. Hay un
enredo ahí bastante grande, un poco ininteligible. Por qué
no crear, por ejemplo, una nueva frecuencia de televisión;
a lo mejor TVN tiene que quedarse como está pero podría
haber otra frecuencia... Lagos está haciendo algunos gestos,
pero hay que ver cuáles serían los resultados concretos
de esos gestos, cómo un sector de la ciudadanía se compromete
realmente con una mayor democratización, como le entra este
proceso.
-¿Te parece que hay gestos desde el mundo
de la creación en ese sentido? ¿Gestos autónomos,
desde la ciudadanía, de creación de discursos?
-Sí, pienso que sí. Hay ciertas instancias en que la
gente dice sus derechos, con una capacidad mayor de organización,
de reclamo. Ciertos microgrupos de mujeres, o incluso los grupos más
conflictivos, que pueden ser los grupos gay organizándose en
asociaciones. Son microespacios, pero el problema no es ese: el problema
es dónde lo cursas; no sacas nada con organizarte si no tienes
dónde cursar esa organización. Hay organizaciones, pero
¿cómo se conectan con lo masivo? ¿Cómo
masifican su propuesta o su reclamo? Están entregados a los
segundos televisivos, que significan escándalo...
-Y así se marginalizan aún más...
-Quedan como gente rara, extravagante. Más extravagantes que
lo que todos somos. En definitiva, los discursos sociales están
muy sintonizados con los tramados neoliberales, con la trasmutación,
la mímesis de todas las problemáticas tensas y su reconversión
inmediata al mercado.
-¿Qué pasa con la creación
literaria en ese plano?
-Pienso que nada se salva de lo neoliberal. El modelo no excluye a
la literatura y las artes, las incluye. Y claro, el punto son las
editoriales y sus mandatos, o lo que el sistema entiende por escritor;
el sistema construye un escritor, y al escritor no le queda sino responder
a ese estereotipo. Que cuente su vida, que hable de su éxito,
que diga lo que le gusta comer, lo que le gusta mirar: se expropia
de sí mismo y pasa a ser un fetiche, un fetiche público
que pude ser cambiado por otro y otro y otro. Dónde ese proceso
estaría más nítido y sería más
crítico en este minuto sería en el mundo del teatro.
Ahí hizo agua.
-¿Por qué?
-Me parece que ahí es donde está en este momento la
mira. La teleserie como espacio cultural.
-¿La teleserie ha colonizado al teatro?
-La teleserie, que es un género que tiene por supuesto una
historia y un interés, se transformó, por una construcción
del sistema, también, en una cuestión que bordea lo
intelectual. Y de allí, claro, por la masividad, por la captura
del sujeto en la teleserie, el reconocimiento del otro en la teleserie,
los actores pasaron a ser figuras culturales. Han sido la gran figura
cultural de la transición, los actores de teleseries. Y cada
vez hubo un apremio mayor sobre esos cuerpos, una cuestión
muy feroz, y la teleserie trabaja sobre todo lo sentimental, el amor,
el matrimonio. El actor vino a doblar en su vida este hecho, empezaron
a hablar de su vida privada y de sus cosas sentimentales, las actrices.
Y quedaron sometidas a esa violencia: hablar incesantemente de sus
vidas privadas, capturar páginas de páginas; no creo
que ellas quieran, si no que no pueden sino hablar, porque la máquina
de moler carne es feroz. Y el actor, por su lado, está jugando
un papel bien insólito, porque el hombre habla de sus redenciones:
han sido borrachos, drogadictos, qué sé yo. Y uno tiene
que someterse a esa violencia: a mí no me importa eso. Y además
encuentro muy complicados esos perdones públicos sobre la droga,
porque no son banales: implican a la persona para bien o para mal.
Esos perdones, esos reconocimientos, los encuentro sospechosos. Entonces,
los hombres se está redimiendo de una cuestión histórica,
por lo demás: hay una cultura del alcoholismo, una cultura
borrachina; mientras las mujeres hablan de las guaguas, de quién
es la guagua. Los hombres tienen vicios y las mujeres tienen amores
y pasiones: vuelven a repetirse los viejos cánones.
-¿Cómo lees tú, a partir de
eso, que precisamente los actores de teleseries hayan sido las figuras
de la campaña electoral de Lagos?
-Es que están muy manipulados, se están mordiendo la
cola. Es una cuestión tautológica, en el sentido de
que están sometidos a esa presión de ser representantes
de sus propios dramas personales y además con una ligera inserción
política. Sometidos a esta cosa como de chisme de barrio. Y
estos mismos sujetos son nuestros representante políticos,
cercanos a lo oficial, insertos no solamente en la teleserie sino
en los discursos públicos, y forman una oficialidad ornamental,
están en todos los cócteles, alegran: están entre
los bufones de la corte y los juglares, al lado del Presidente, felices;
y a su vez son los que se recuperan de la droga y tienen problemas
con las guaguas.
-¿Los escritores se salvan de eso? Tú
has tenido también una relación con lo oficial: fuiste
agregada cultural en México y ahora vas Buenos Aires...
-Hay dos cosas: una es ser artista oficial y otra es tener un trabajo.
El artista oficial es el que el poder canaliza e incluye permanentemente
en sus festejos; es parte del escenario, forma un escenario. Otra
cosa es que tú trabajes en el Estado: desde siempre, no hay
mejor lugar para el artista que trabajar en el Estado; es su lugar
más propio, más que la empresa privada, que te hace
zumbar. Pero que alguien trabaje para el Estado no significa que sea
artista oficial: muchas veces el Estado no quiere saber nada con sus
propios trabajadores. Ahora, los escritores no han sido tomados porque
no son masivos. No es porque los escritores seamos más consistentes
o menos consistentes, sencillamente no los quiere el sistema. Por
el momento.
-¿A pesar de que hemos visto poemas al Presidente
electo?
-A pesar de eso. Hagas lo que hagas, el punto no está ahí
en este minuto. Ahora, todo es móvil, el neoliberalismo se
mueve muy rápido: lo que yo estoy diciendo a lo mejor ya está
cayendo.