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Las tramas del ‘boom’

Por Diamela Eltit
(http://cultura.elpais.com/)

 

 

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La América Latina sesentera, convulsionada en parte importante de sus geografías por los cambios culturales mundiales y la creciente demanda por la recuperación de sus “materias primas”, fue el contexto político y cultural que favoreció la emergencia y, más adelante, la expansión del boom literario. La irrupción del grupo de los jóvenes escritores que conformaron el llamado boom hace medio siglo (Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, José Donoso) potenció en ese espacio liberador, tal como si se cumpliera el sueño bolivariano, la América que se hizo una a partir de las propuestas estéticas de sus escritores. A pesar del reducido número de autores que participaron de un estatus similar al de los rockstars, hoy, después de cincuenta años de la consolidación de ese fenómeno, vale la pena pensarlo para entender mejor la trama de las inscripciones literarias.

Antes de ese explosivo hito, en Latinoamérica ya había un conjunto fundamental de escritores que formaban un canon nítido y elocuente: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, entre los más apreciados. Sin embargo, su internacionalización estaba obstaculizada por las dificultades de las editoriales locales que no conseguían el paso fluido a través de las fronteras. El conocimiento de cada escritor, en términos generales, estaba más bien ligado a su localidad y a la profundización de lo nacional mediante la relación con el Estado.

Pero la emergencia boom, liderada por el aparato editorial español, puso de manifiesto el encierro casi claustrofóbico de lo local americano. La escala de difusión del nuevo movimiento marcó una distancia sideral con los canales de distribución y de difusión del resto de las literaturas continentales. Así, este evento marcó también el inicio de la era comercial para una parte de la literatura latinoamericana organizada, en buena medida, por la figura inédita para las letras latinas del “agente literario” (particularmente la Agencia de Carmen Balcells). Una figura nueva que abría una cadena perfectamente articulada entre la obra del escritor, las casas editoriales, las traducciones y los expertos aparatos de promoción culturales.

De esa manera se puso en marcha un circuito antes inexistente. Los efectos del boom generaron las distancias entre centros y periferias literarias. En los centros los superstars del boom y, en los bordes de la fama, los teloneros que, si bien tenían una relativa existencia internacional, permanecían alojados en segundos planos. Y, desde luego, los escritores absolutamente locales radicados en sus países que no conseguían la atención de las poderosas editoriales españolas que, a su vez, operaban como pasaportes (mediante los agentes literarios) para otras lenguas y diversos territorios.

El boom nació y murió con sus exponentes originales y, en ese sentido, se convirtió en un boomerang. No consiguió una continuidad en parte porque los mapas político-culturales se modificaron a gran escala y con una extraordinaria velocidad; la cadena de golpes de Estado que asolaron al sur del continente, la diáspora intelectual, los llamados “inxilios” (o el exilio interior), la muerte de Franco y el proceso de rearticulación cultural española, la emergencia de literaturas de Este en los momentos en que de desplomaban los llamados “socialismos reales”, abrieron nuevos focos de atención editorial en un mundo que se volvía cada vez más extenso y móvil.

El avance capitalista se reforzó en todas las esferas de la producción y el consumo, hasta alcanzar también el mercado editorial. El best seller multiplicó las ganancias y las literaturas emergentes y su bagaje de propuestas estéticas se consolidaron como individualidades que coexistían con el resto de las literaturas del mundo. La antigua cohesión latinoamericana que agrupaba el extenso continente se volvió irrepetible.

En ese sentido, el mundo editorial español se volcó literalmente al mundo y el boom que tanto prestigio y atención mediática había provocado se convirtió en objeto de estudio académico, en nostalgia ante un pasado de esplendor y, especialmente, en un hito curioso de la historia literaria.

Mientras el siglo XXI sigue articulando su vertiginoso proceso globalizador que garantiza las comunicaciones masivas e instantáneas, en el mundo editorial se ha producido una conmoción. Junto con las mega editoriales y sus constante fusiones de capital, las editoriales independientes proliferan por el mundo latinoamericano y en el territorio español, en parte porque los costos de producción de libros se han vuelto más accesibles. No obstante, los aparatos de difusión continúan con parecidas dificultades a las que experimentaban en la época pre-globalizada. Desde esta perspectiva se puede hablar de una atomización pero, a la vez, de una democratización del espectro literario.

En este contexto parece difícil la producción de un nuevo boom, porque los signos actuales más bien aluden a una dispersión que a un campo cohesionado de escrituras. Para promover un debate propositivo e iluminador, las actuales celebraciones conmemorativas del boom podrían, junto a la celebración de indudable importancia de los autores, analizar el apretado nudo histórico y comercial que favoreció esa particular escena literaria.

Tal vez la pregunta más ardiente que esa época genera sea la ausencia manifiesta de escritoras. Una pregunta filosa que quizás hoy, cincuenta años después, puede resultar todavía pertinente para el mundo latinoamericano que sigue al “pie de la letra” su visión más bien masculina de la configuración de los mapas literarios. Y esta falta no es sólo una herencia del boom sino también una costumbre y acaso una agenda.



 

 

 

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