Sobrevivientes del fin del mundo
"Jamás el fuego nunca", Diamela Eltit. Periférica, Cáceres. 2012. 216 págs.
Por Julio Ortega
El País, 2 de junio de 2012
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Por fin se puede leer en España a Diamela Eltit. Aunque sus novelas y ensayos se han publicado regularmente en Chile, Argentina y México, y hacen caminos en otras lenguas, quizá no sea casual que una editorial alerta proponga redefinir, precisamente ahora, el lugar de la novela y el papel del lector gracias a una narración que pone en crisis las definiciones estables y cristaliza, en su tersa y feroz metáfora apocalíptica, el fin de los dictámenes y la complacencia.
Cien años después de la muerte de Franco, según una de sus cronologías posibles, en un país literal, o sea, melancólico, una pareja de militantes de un partido político clandestino huye de la sociedad que busca exterminarla como a la última célula de la rebeldía. Jamás el fuego nunca es un verso de Vallejo (Los nueve monstruos) que anuncia el mundo al revés, el de la crisis y la ruina. El desamparo de la pareja desnuda a la novela, y el lector es puesto a prueba por la zozobra de la violencia y el horror del sacrificio. Como en Kafka, la lectura indaga entre los escombros del lenguaje. Somos, nos dice Eltit, fantasmas del discurso político, cuya pérdida subraya el fin de la racionalidad social, bajo la prédica dominante del Mercado que reemplaza al Estado. La pieza miserable, el té y el arroz que consumen, su cama hundida, sus huesos dolientes, confieren a esta pareja del fin del mundo conocido el patetismo de héroes anónimos. Sobrevivientes del fin de la historia, poseen la irónica severidad de los monologantes de Beckett, sostenidos por un puñado de palabras. Pero no son sólo perdedores de la promesa sino de la culpa, que los hermana en la tumba del lenguaje actual, en su penumbra fantasmagórica. ¿Qué hacer con el hijo que les impone dejar la fuga? "No sabíamos qué hacer con su muerte, dónde llevaríamos su muerte, cómo la legalizaríamos, ni sabíamos tampoco cómo salir de la inexistencia civil para ingresar con su cuerpo muerto a una sepultura en un cortejo funerario que nos podría delatar". Tampoco la muerte tiene lugar en esta tragedia, ya no del hijo que busca al padre, sino de los padres que no pueden enterrar al hijo. En un mundo que descarta el bien común y se rehúsa a recordar, se abre la célula precaria de la última pareja militante. La alegoría del fin es una pregunta por el costo de la resignación: ¿alguien sobrevive al apocalípsis? La novela latinoamericana responde: sobreviven sus magníficos fantasmas. Todos están muertos en Pedro Páramo, pero las voces recuentan el poder refutado. La muerte de Artemio Cruz exorciza la ubicuidad de la corrupción. Cien años de soledad termina en la condena de la soledad patriarcal. Diamela Eltit vuelve a interrogar el poder y el mal desde la rebeldía en una novela capaz de creer plenamente en el lector. Después de todo, nos dice, el apocalípsis es una revelación.
