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La palabra teatral de Diamela Eltit

Por Adriana Cortés Koloffon
La Jornada Semanal, Domingo 13 de enero de 2013
http://www.jornada.unam.mx/

 

 

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– Usted vivió en Chile durante la dictadura de Pinochet, ¿puede hablar sobre el “inxilio” o exilio interior que experimentó junto con otros escritores?
– Pertenezco al llamado “inxilio” o exilio interior. No me atrevo a hablar por otros escritores pues cada experiencia es única e intransferible. Pero tiene que considerar un tiempo de vida de diecisiete años bajo dictadura, una vida compleja marcada por masivos actos de coerción y muerte, por agobiantes discursos públicos que buscaron disciplinar militarmente a un país completo, por la depredación de las empresas del Estado en favor de empresas privadas a valores irrisorios, la suspensión de libertades (los sistemáticos y violentos estados de excepción, incluido el estado de sitio), en fin, es una experiencia radical que no se puede trivializar en un relato liviano por respeto a las innumerables víctimas. Pero, en ese espacio establecimos una vida y, desde luego, una comunidad literaria tal vez más anómala por la falta de editoriales, de espacios públicos literarios y por la censura. Sin embargo, allí están los libros que mantuvieron el hilo narrativo de esos años.

– ¿Cuál fue, en su opinión, el papel del arte y la literatura tras el régimen dictatorial?
– La verdad es que yo sentí que la Unidad Popular chilena, liderada por Allende, abría un escenario fascinante que democratizaba a un país bastante elitista. Yo nunca he militado en partido alguno, pero tengo una identidad política filiada a una izquierda nómada, no centrista, que se mantiene vigente y expectante. Sin embargo, no creo en las misiones literarias; cada gente escribirá lo que quiera, pero claro, mi pasión es la literatura y me interesan las estéticas menos formalizadas no comerciales y dotadas de signos liberadores. Esa ha sido mi historia cultural y en eso sigo creyendo.

– La cama, ¿último reducto contra “la violencia del mercado producida por un neoliberalismo verdaderamente intensificado”, como afirma un personaje en Jamás el fuego nunca?
– No es fácil mantener una narración cuyo centro es una cama que aloja una pareja sin sexualidad. Fue un desafío, más allá del resultado concreto de la novela, fue muy importante para mí escribirla sin caerme de la cama que era el gran riesgo.

– ¿Por qué la alusión recurrente a los perros en esa novela?
– Los perros son tan complejos, su domesticidad, el discurso social y en cierto modo sentimental de la mansedumbre hacia el amo, pero hay que considerar sus colmillos más que filosos y la potencia del ladrido que no nos deja dormir.

– ¿Qué posibilidades narrativas le ofrece el recurso de la ironía?
– Sin ironía estamos jodidos. Es un recurso de desmontaje y es un arma de lectura social.

– ¿Por qué dice la narradora: “No digo nada para preservar la languidez que este siglo nos otorga”, y más adelante: “en este siglo parece todo irreal o prescindible, sí, prescindible”.
– Los personajes de Jamás el fuego nunca son marxistas, se enfrascaron en una utopía política y se ordenaron en una disciplinada militancia, el futuro para esos cuerpos era la revolución, no el mal.

– ¿Qué vínculo mantiene con Michel Foucault, particularmente con Vigilar y castigar?
– Michel Foucault es uno de los pensadores más importantes de la época contemporánea. Y en este tiempo globalizado que beneficia y expande al sujeto también está un trasfondo en que se multiplica hasta el paroxismo la vigilancia, la dominación y las impactantes y amplias legitimaciones de universos regidos por la biopolítica. Michel Foucault abordó estos escenarios sociales, y cuando vuelvo a leerlo se renueva mi admiración por su impecable tramado crítico y por su ya legendaria perspicacia.

– ¿Cómo asocia el lenguaje corporal de sus personajes con su narrativa?
– Yo siempre he pensado literariamente el teatro de la letra y el texto como escenario. Me interesa la noción de escena como eje narrativo y el cuerpo: su huella, sus huesos, su discurso, como un material primordial para movilizar ficciones.

– ¿Construye espacios narrativos a partir de la palabra, como en la tragedia griega? Asimismo, hay en su obra una corporeidad excesiva de los personajes ¿de manera semejante al teatro barroco?
– Para mí la letra, la escritura tiene (es un decir) una especialidad, una densidad, la pienso en un sentido casi tridimensional, y quizás por eso pueda ser excesiva, en el sentido más barroco del término.

– Sus personajes femeninos sufren, sangran, ¿difiere el tratamiento que hace de ellos en su poética?
– No lo sé, quizás se escriba siempre lo mismo y sólo pueda ingresar cada vez a lo otro que porta lo mismo. Pero es apasionante mantener una ruta de tensiones y más aún permitir y avalar la presencia monótona de ciertas obsesiones.

– ¿Qué tan difícil es para una escritora en Chile permanecer al margen de las leyes del mercado editorial?
– Ser escritora es bastante complicado por la violencia de la exclusión de género, pero en cuanto a las leyes del mercado, en realidad no quiero acatarlas ni menos frecuentarlas.



 

 

 

 

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Por Adriana Cortés Koloffon
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