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El rol subordinado de la mujer y la dominación masculina en Mano de obra de Diamela Eltit
The subordinate role of women and male domination in Mano de obra by Diamela Eltit

Por Celeste Rex
Instituto de Estética. Pontifica Universidad Católica de Chile. Santiago

cvrex@uc.cl

 



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Resumen. El trabajo plantea que la novela Mano de obra (Diamela Eltit, 2002) expresa la manera en que se establece la dominación masculina en la sociedad, según la teoría de Pierre Bourdieu. El análisis se desarrolla a partir de las tres figuras femeninas principales presentadas en la sección “Puro Chile”: Gloria, Isabel y Sonia. Su rol social dentro de la casa en que habitan, así como sus trabajos, dan cuenta de la sumisión estereotipada a la que está sometida la feminidad, así como la violencia simbólica que es ejercida sobre ellas. Relegadas al ámbito de lo sexual, de lo cerrado, de lo hogareño, expresan cómo la sociedad ha construido y dominado a la mujer de acuerdo a los ejes que plantea la masculinidad para perpetuar su poder.

Palabras clave: dominación masculina, Mano de obra, Diamela Eltit, violencia simbólica.

Abstract. The present work suggests that the novel Mano de Obra (Diamela Eltit, 2002) expresses the way in which male domination is established in society, according to the theory of Pierre Bourdieu. The analysis develops based on the three main female figures presented in the section "Puro Chile": Gloria, Isabel and Sonia. The social role they play within the house they inhabit, and also the jobs they perform, show the stereotyped submission to which femininity is subject, as well as the symbolic violence perpetrated against them. Left out to the field of sexuality, confinement and the boundaries of their home, they express the way in which society has built and subjugated women in accordance to the standards that masculinity imposes to perpetuate their power.

Keywords: male domination, Mano de obra, Diamela Eltit, symbolic violence.


“Las formalidades del orden físico y del orden social imponen e inculcan las disposiciones a excluir a las mujeres de las tareas más nobles […] asignándoles unas tareas inferiores […], enseñándoles cómo comportarse con su cuerpo, […] atribuyéndoles unas tareas penosas, bajas y mezquinas […] y, más generalmente, aprovechándose de los presupuestos fundamentales, de las diferencias biológicas, que así parecen estar en la base de las diferencias sociales.”  
Pierre Bourdieu


La introducción

Diamela Eltit (1949-). Intelectual chilena, escritora, vanguardista, rupturista. Es, en la actualidad, una de las más importantes narradoras de Chile e Hispanoamérica. Sus propuestas, evidentemente basadas en teorías filosóficas, de género, de clase, de lucha, de realidad social, en ocasiones empañan el acercamiento del público. Y es que se enuncia desde un área marginal. Ella misma es marginalidad. Es literatura, es mujer, es de izquierda. Un libro como Lumpérica no puede pasar desapercibido (no puede pasar desapercibido). Asimismo, otros como Por la patria, Los vigilantes o, Mano de obra, desarrollan temáticas relacionadas al lugar subalterno, al sujeto vigilado, al individuo poseído por el exterior.

Mano de obra (2002), fue publicada en Santiago de Chile por Seix Barral. Allí, Eltit construye una novela realista y fragmentada, que se estructura en dos secciones: la primera, llamada “El despertar de los trabajadores” que se subdivide en varios testimonios de trabajadores de distintos lugares geográficos de Chile y momentos históricos. Hablan en primera persona singular y dan cuenta de la precariedad de condiciones que la clase obrera chilena posee desde tiempos en los que el neoliberalismo ni siquiera pensaba en instalarse en el país. La segunda sección se denomina “Puro Chile” y narra algunos de los acontecimientos ocurridos a los trabajadores de un supermercado. Gloria, Sonia, Isabel, Enrique, Andrés, Gabriel, Alberto y un enigmático “nosotros”. Es, precisamente, en esta última sección en donde se puede desarrollar la lectura en torno a la temática de la dominación masculina.

El problema hiere desde la tercera línea, porque el narrador es colectivo. Desde la estructura de un “nosotros” desarrolla lo que, al parecer, forma parte también de nuestra historia. La historia en la que somos incluidos como parte de ese nosotros narrador, de ese nosotros trabajadores del supermercado. Como tales, pertenecemos al espacio en el que se nos inserta: la casa, violenta, desarreglada, atestada de personas (nunca sabemos cuántos, no sabemos cuántos somos nosotros) y, también, al espacio del supermercado, ese espacio panóptico, de luces artificiales, consumismo y supervisores que actúan como patrones de fundo. Pronto nos damos cuenta de que el nosotros tiene opiniones y no es inocente. Es un narrador retórico que enuncia lo que pensamos, pero que, muchas veces, no pensamos. Así, nos vemos sumergidos en una posición de inferioridad, de estar subordinados a lo que ese narrador dice y que quizás no queremos decir.

En la casa habitan los trabajadores del supermercado: cajeras, reponedores, promotoras, guardias, carniceras, empaquetadores. Van sufriendo, con el transcurso de “Puro Chile”, los abusos y los perjuicios de una institución que se presenta como omnipotente. Pero no es solo eso. No. Presenciamos, también, la violencia de las relaciones de poder que se establecen entre ellos: Enrique es el mandamás, el dirigente, el dictador. Los demás lo siguen y deben obedecer. Dentro de esa dinámica, existe otra diferencia fundamental: lo masculino y lo femenino.

Lo masculino y lo femenino cumplen distintos roles, viven de manera diferente, se miran a sí mismos desde la perspectiva de la diferencia. Y es que existe, en la casa, en el supermercado y en el universo de Mano de obra una clara representación de la dominación masculina. Las mujeres de “Puro Chile” cumplen los roles prototípicos y poseen las características de la mujer sumisa, controlada y subestimada que trabaja Pierre Bourdieu en su libro La dominación masculina. Ellas se encuentran en el ámbito de lo húmedo, de lo oscuro, de lo bajo. Gloria, Isabel y Sonia viven bajo el yugo de la dominación que la sociedad ha construido sobre ellas. Asimismo, la masculinidad debe preservarse en base a la violencia y, de esta manera, surgen las disputas por el poder.

Mano de obra se ha leído desde cristales recurrentes. Una de las más importantes interpretaciones se ha hecho a partir de Foucault. Y es que Eltit no deja al azar las relaciones de vigilancia y poder que dentro del supermercado se establecen. Ante la omnipotencia del recinto, se suman las luces fluorescentes que suelen asimilarse a un dios, las cámaras de vigilancia manipuladas por no se sabe quiénes, el poder de los supervisores administrados por algún supra-supervisor desconocido y la música que parece amaestrar los cuerpos y mentes de los consumidores. Sin duda, hay un discurso consciente en torno a la dominación de otro aspecto: el de la clase obrera, alejada de todo trato “humano”, manipulada como objeto. Similar a esta línea es la interpretación que se hace a partir del consumo y del neoliberalismo. El supermercado es ese espacio esencial en donde confluye mercancía y consumidor, además del actuar diabólico de quienes toman las decisiones con respecto a la frescura de las carnes, el orden de los estantes. No obstante, Eltit parece decir que, tras las fechas que incluye en sus apartados (desde 1900), las relaciones de consumidor-objeto consumido no son actuales, sino históricas.

Sin embargo, la línea en relación a la dominación masculina y la subordinación femenina parece haber sido opacada por aquellos discursos más evidentes, como el del consumismo y el de la vigilancia. Pierre Bourdieu es la clave. Desde su perspectiva, la mujer ha sido construida social y simbólicamente como un ser inferior al hombre. Partiendo desde lo sexual y de una cierta “pasividad” de la mujer (quien recibe el pene), se ha tomado a la biología como el principal motor para la subordinación de la feminidad. Desde entonces, han sido asociadas al lado “débil” de ciertas oposiciones binarias simbólicas, tales como alto/bajo, seco/húmedo, abierto/cerrado, lleno/vacío, entre otras. El orden de las relaciones sociales de poder, así como de la división del trabajo, los roles prototípicos asociados a ambos sexos, entre otras prácticas, lejos de estar determinados de manera natural, son constructos sociales y culturales orientados a que sea el sexo masculino quien tenga el dominio. Las mujeres, de manera inconsciente, han acatado y perpetuado estos roles, incluso hasta el día de hoy:

Las divisiones constitutivas del orden social y, más exactamente, las relaciones sociales de dominación y de explotación instituidas entre los sexos se inscriben así, de modo progresivo, en dos clases de hábitos diferentes, bajo la forma de hexeis corporales opuestos y complementarios de principios de visión y de división que conducen a clasificar todas las cosas del mundo y todas las prácticas según unas distinciones reductibles a la oposición entre lo masculino y lo femenino. (Bourdieu 45)

De esta manera, el autor construye diferentes prototipos en los que las mujeres asumen un rol determinado culturalmente a partir de los mecanismos de dominación: la mujer sumisa, la mujer dueña de casa, la mujer hermosa, la mujer sexuada, la mujer madre. Son estas características las que permiten realizar el análisis de Isabel, Gloria y Sonia. El análisis se centra en ellas. Ellas son su razón de ser. En primer lugar, Gloria, y su estereotipo de mujer del hogar, clausurada en sí misma y en un espacio particular. En segundo lugar, Isabel y el prototipo de mujer hermosa, que se vale de su belleza para agradar y surgir. En último lugar, Sonia, recluida a tareas repetitivas. Luego, como agregado, una breve revisión de la disputa que el mismo poder masculino debe trazar para sostener su virilidad. Enrique versus Gabriel.

El análisis
¿Quiénes son la mano de obra?
Del supermercado como un dios, emergen las figuras periféricas y subalternas. Dominan su espacio, pero no dominan nada. Sonia es la cajera. Isabel es la promotora. Gloria es… Gloria no puede entrar. Gloria lo intenta, pero no lo logra. “Ella, entonces, decidió permanecer en la casa.” (Eltit 84) Y en la casa, asumió como mujer.

Gloria se empequeñeció. Bajo la perspectiva de Bourdieu asumió un rol de confinamiento simbólico. El confinamiento simbólico de Gloria despertó muchas dudas con respecto a su nuevo rol como mujer de la casa. ¿Qué haría? ¿De qué viviría? ¿Recibiría un sueldo? Esto último no: con tener comida y techo se soluciona, dice Enrique. Ella puede lavar platos. Puede coser las ropas rotas, puede buscar ofertas, puede hacer el aseo, puede cocinar. Puede ser mujer, y le gusta. Se está mejor así que en el supermercado, preocupada de los supervisores. Gloria asume todos los papeles prototípicos de la mujer dominada. Su estadía en casa la reorganiza: ya no puede ocupar su cuarto anterior. Debe irse al que está al fondo, el más pequeño. Debe recluirse en esa madriguera, sin sábanas, sin cubrecama, sin frazadas. Al perder su trabajo, pierde la posición privilegiada y el resto de “libertad” que le quedaba frente a una sociedad que recluye a la mujer que se queda en casa como una esclava. Y ella lo admite sin problemas, pues así funciona. Es normal.

Gloria es confinada, simbólicamente, hacia lo cerrado, lo dentro, lo debajo. Encerrada en la casa y encerrada en sí misma. Pero abierta a la sexualidad, porque su nuevo rol de “ama de casa” también trae consigo obligaciones nuevas: las obligaciones sexuales. Como buena mujer, debe esperar abierta y feliz a su amante, al hombre que llega del trabajo y que quiere satisfacer sus deseos a costa suya: “Gloria se dejaba hacer sin el menor entusiasmo. Dijo que normalmente pensaba en otras cosas, enfatizó que, en esos momentos, se le venía a la cabeza la enorme cantidad de cosas que tenía que resolver. ‘Cuando se me montan encima pienso en lo que voy a hacer de comer mañana.’” (86) Así, suma un nuevo rol que Bourdieu denomina “el rol de sumisión sexual de la mujer”. En la casa hay más de un hombre, y Gloria debe responder ante todos. Sin chistar, sabe que es su labor. En el acto perpetúan una de las relaciones de dominación masculina más marcadas: el hombre es quien, de manera activa, monta a la mujer que, pasiva y abajo, recibe la penetración que llena su vacío-vagina.

Somos también nosotros los que participamos de la dominación sexual de Gloria. Nosotros, acusados por Eltit de actuar en contra de ella. Asimismo, nosotros nos hacemos los desentendidos cuando Isabel reclama que no le agrada el rol sexual de Gloria. Y nosotros los que caminamos más calladamente a la pieza de una Gloria que ha dejado la puerta entreabierta para no hacer tanto ruido.

Sin embargo Isabel, que critica a Gloria, olvida que ella también participa de la dominación sexual. Como mujer, está obligada a ser sumisa y permitir que los supervisores abusen de ella. “Todos lo hacen”, argumenta. Y todos saben (nosotros también) que se deja lamer el culo en las oficinas y que, aunque considera que quienes se aprovechan son asquerosos, en ningún momento se opone a que suceda. Se entiende que es el rol de la mujer por defecto, algo natural que sucede cuando se tiene vagina. Isabel es el objeto sexual porque utiliza su cuerpo como medio, como material de trabajo. No tiene que ser prostituta para ejercer este rol simbólico: ella, como promotora, es bonita y respetada por ello. Es dominada y abusada también por ello.

El cuerpo de Isabel es un cuerpo-para-otro. Obligada a ser de una manera determinada, a tener un porte, un maquillaje y una ropa adecuada para la visión del otro. Todo, incluso aquella belleza innata, es una construcción social desde la perspectiva masculina. Porque de Isabel se espera lo de cualquier mujer:

Se espera de ellas que sean «femeninas», es decir, sonrientes, simpáticas, atentas, sumisas, discretas, contenidas, por no decir difuminadas. Y la supuesta «feminidad» sólo es a menudo una forma de complacencia respecto a las expectativas masculinas, reales o supuestas, especialmente en materia de incremento del ego. (Bourdieu 86)

Cuando Isabel empieza a perder sus encantos, empieza a perder también el “respeto” (o, al menos, esa aprobación que todos sentíamos). Cuando su cuerpo deja de entretener a los hombres de la casa, cuando su rostro demacrado ya no atrae a los consumidores, cuando deja de ser un objeto sexual. Es entonces cuando ya nadie recuerda por qué era tan querida Isabel. El narrador pasa de quererla a ejercer una gran violencia verbal en torno a ella:

Isabel más fea, moviéndose penosamente entre los llantos de la guagua. Se dejaba estar Isabel. Todo el tiempo despeinada, vestida con una bata ordinaria, sin sus aritos, desprendida de sus pulseras, ojerosa, con unos pelos horribles en las axilas. Sin entender que si no engordaba rápido, si no sonreía, si no se bañaba, si no se ponía esas medias tan bonitas que tenía y que nos gustaban tanto, si no se pintaba el hocico de mierda nos íbamos a ir definitivamente a la chucha. (Eltit 122-123)

Y entonces comprendemos que Isabel no tenía ningún poder.

Sonia. Sonia se hacía cargo del dinero de la caja. Del dinero hediondo de la caja. Y es que el supermercado es una gran casa, donde cada uno tiene sus roles. Las mujeres realizan roles de mujeres, los hombres de hombres. Ninguna mujer es supervisora. Sonia es la mujer que lleva la “economía del hogar”. No escapa de ninguna clasificación, sino que encaja perfectamente en ella. Pero era demasiado buena. Dentro de poco es recluida al espacio oscuro, cerrado, húmedo, de la parte oculta del supermercado. Ahora cortará pollos, los descuartizará. Asimismo, descuartiza su dedo, y descuartiza su supuesta libertad. Ahora, al igual que Gloria, ha asumido un rol de confinamiento simbólico, de eternas horas del gesto mecánico y maniático de cortar la vértebra exacta, la articulación precisa. Así, poco a poco, se ajusta a las mujeres que:

Están condenadas a dar en todo momento la apariencia de un fundamento natural a la disminuida identidad que les ha sido socialmente atribuida; a ellas les corresponde la tarea prolongada, ingrata y minuciosa de recoger, incluso del suelo, las aceitunas o las ramitas de madera […]; relegadas a las preocupaciones vulgares de la gestión cotidiana de la economía doméstica. (Bourdieu 46)

Además, Sonia manifiesta el grave problema de la hinchazón. La hinchazón que simboliza su maternidad obligada pero que, en este caso, se trata de una hinchazón de heces. Y todos detestan la hinchazón de Sonia.
           
Así, las mujeres de Mano de obra representan el estereotipo. Su rol social se construye en torno al otro y, en el ambiente de hostilidad y violencia en el que se desenvuelven, se hace aún más represivo y evidente. Sin embargo, tal como indica Bourdieu, la mujer ya no cuestiona sus roles. Los cree naturales, innatos, los cree pensados por ella misma. Y así, no conoce que se construye bajo el yugo del machismo. La violencia simbólica (inconsciente y explícita) se establece como lo común, del día a día. El poder que se cede al dominador se realiza de manera natural, sin cuestionamientos. Así, lo masculino es, por tanto, como aquella “nobleza” de la que nos habla el autor francés. El hombre se autoexcluye de tareas domésticas o que considera demasiado bajas o inferiores para él. Asimismo, cualquier trabajo que él realice lo enaltece, mientras que si lo realiza una mujer se ve disminuido.

Pero la virilidad no siempre es un lujo. Es, también, una carga.

La virilidad exige una impostura, una actitud, una violencia. Así, la casa es, además, un espacio permanente de lucha ante el hacinamiento de potenciales dominadores. Esto se refleja principalmente en la lucha de poder entre Gabriel y Enrique. Ambos se encuentran continuamente disputando, reafirmando su virilidad. Enrique evoca respeto (y, así, una vez más se erige como dominador). Gabriel es, en cambio, violento. Ante él los demás sienten miedo.

Me dan ganas de mandar a la chucha a esta vieja de mierda”, decía Gloria ante los reclamos. Enrique se enojó con ella. Le dijo que no iba a tolerar que hablara así de la vecina. Que no era correcto. Pero Gabriel apoyó a Gloria. Aseguró que efectivamente la vecina era una vieja culiada. Añadió también que en todas partes estaba lleno de viejas culiadas. (Eltit 98)

Así, hasta que se produce el quiebre final. Enrique es ascendido en el supermercado a supervisor. Un hecho histórico, un hecho inédito.

Finalmente, “Puro Chile” es asistir a esos procesos de dominación-dominado, de estigmatización de roles y de clausura. Es difícil percibirlo porque pareciera que todos los personajes se igualan en su bajeza, en la precariedad de su vida y su trabajo y en la represión (del supermercado) que, a todos por igual, les coarta su vivir.

La conclusión
Gloria, Isabel y Sonia son las huellas de la dominación masculina. Una dominación ejercida desde todos los ámbitos: en el hogar, en el espacio público y en lo laboral. Aunque sean capaces de trabajar y ser exitosas en ello, la institución misma merma su actuar, determina la manera en que deben desenvolverse en los espacios.

La cultura le arrebata posibilidades. Las clasifica e instala en un territorio determinado. Crea roles y funciones propias de cada sexo y, así, construye la incapacidad de la mujer para desafiar cualquier límite. En el supermercado, los roles de poder están hechos para el hombre. El supervisor no puede ser más que un hombre, el supermercado no puede estar dirigido más que por hombres. Las instituciones, por tanto, operan a partir de la diferenciación. Las normativas no son universales, sino sexuadas. Así, una mujer que quiera acceder a otras áreas debe no solo estar capacitada, sino que también estar dotada de características masculinas en tanto que socialmente se han entendido y configurado como pertenecientes a los hombres.

Dentro de ese círculo vicioso, la mujer ha intentado sublevarse en lo evidente. Sin embargo en lo inconsciente, aún subyace aquella violencia simbólica de la que ella también es parte, en tanto que la ignora y la perpetúa. La mujer perpetúa su imagen sexuada, la necesidad de vestirse bien y maquillarse, la obligación de caminar de una manera, el estigma de ser objeto de deseo. Y no solo eso. Con Gloria asistimos a una realidad muchísimo más recurrente: la reclusión de la mujer al hogar, el menosprecio de sus actividades y la obligación de satisfacer al hombre. Y este rol aceptado como natural.

Sin duda las caricaturas sociales de Eltit son innegables en tanto que son más reales de lo que suponemos. Asistimos a diario al martirio (ignorado) de Isabel, que pasa de ser admirada por su hermosura a deplorada y violentada por su fealdad. En nuestros propios hogares vemos el rol del ama de casas supeditado a la mujer, y al del gerente al hombre. En ese sentido, la autora pone sobre el tapete un puñado de temáticas relacionadas a la violencia en contra de los sujetos. La violencia es el gran tema de Mano de obra, tanto por el poder despótico ejercido sobre los trabajadores, como de las relaciones interpersonales cruzadas por el consumo. Dentro del paradigma encontramos, solapado y oculto, la denuncia de la subordinación femenina y la dominación masculina.

 

 

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Referencias

- Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. Barcelona: Anagrama, 2000. Medio impreso.
- Eltit, Diamela. Mano de obra. Santiago de Chile: Seix Barral, 2002. Medio impreso.



 

 


 

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