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Diamela Eltit:
La escritora chilena con decenas de premios que nunca se ha postulado
Por Víctor Manuel Vargas Silva
Publicado en http://www.eltiempo.com/ 1 de mayo de 2018
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Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949) no es una escritora muy conocida fuera de Chile, pero su trabajo es tan apreciado en círculos especializados que ‘Babelia’, el suplemento literario del diario ‘El País’, de España, puso su novela ‘Jamás el fuego nunca’ entre los 25 mejores libros en español de los últimos 25 años.
Feminista, de izquierda y fuerte contradictora de la dictadura de Pinochet desde el mundo de la cultura, Eltit, muy transgresora en sus temáticas y estilos, y profesora de literatura en las universidades de Chile y Nueva York, visitó Bogotá con motivo de la Feria del Libro. EL TIEMPO conversó con ella.
— ¿Cómo definiría su obra?
— Es una obra centrada en la narrativa, con algo de ensayo literario y con mucha presencia de cuestiones y situaciones periféricas y subterráneas. Me atraen los bordes del sistema.
— ¿Por ejemplo?
— Tengo un texto dedicado a la historia de un vagabundo con un caso de esquizofrenia extrema e hice un trabajo con una fotógrafa chilena sobre el amor en un psiquiátrico, porque allí también hay parejas…
— Se suele decir que usted es una escritora a la que le interesa mucho la marginalidad, ¿es así?
— Me interesan más bien los bordes, porque pienso que los sistemas centrales construyen una trama que suele dejar por fuera una serie de hilos que hay que abordar porque allí afloran unas complejidades muy interesantes. En la medida en que uno entiende que esa perfección, ese sueño de las élites de promover un sistema aparentemente perfecto no solo no existe, sino que produce mucha infelicidad, resulta muy interesante explorar esas zonas opacas. Entre otras cosas porque si bien la mayor parte de la gente trata de seguir los lineamientos del sistema, muchos terminan descubriendo que una parte de ellos no encaja del todo bien en ese sistema.
— ¿Y qué ha encontrado en esos mundos?
— Los sistemas más periféricos en términos sociales son espacios de expiación social. La misma sociedad se encarga de construir esos espacios débiles, pobres, excluidos. Y es interesante ver cómo el sistema produce la exclusión y a su vez la castiga, poniéndola como ejemplo de lo negativo: de droga, de pobreza, de violencia… Pero nadie se detiene a pensar que son creaciones del propio sistema.
— ¿Son contradicciones del sistema o realidades que lo justifican?
— Las dos cosas. Se generan por las asimetrías sociales pero a la vez son construcciones que juegan un papel a la hora de disciplinar a los otros. Sigue siendo muy sorprendente que en plena sociedad de la abundancia, como la que vivimos hoy, sigan existiendo estas zonas de extrema pobreza, marginalidad y abandono. Pero lo interesante es cómo el sistema usa esas zonas para validarse, porque la otra parte de la población, la que no está allí, no ve y asume a esos lugares como una contradicción del sistema, sino como unos enemigos directos a los que hay que combatir y circunscribir a espacios muy vigilados y alejados del resto.
— ¿Qué le preocupa de este mundo tan vertiginoso que vivimos hoy?
— Varias cosas. Hay un punto bastante tenso que tiene que ver con la industria de la guerra, que está muy en curso con Trump. No hay que olvidar que el sistema las necesita, porque es su industria más poderosa. También me inquieta un disciplinamiento neoliberal muy complicado, centrado fuertemente en el ideal del enriquecimiento a toda costa, que inevitablemente margina, porque, finalmente, una pequeña, muy pequeña parte de la población lo controla todo en desmedro de vastas mayorías. Y por último, una noción de comunidad cada vez más frágil, un concepto muy neoliberal: este sistema evade el ‘nosotros’, ahí está el corazón de toda esta historia.
— ¿Cómo analiza esta confluencia entre el control social por la vía de la precarización laboral y salarial y una sociedad del espectáculo ciertamente reforzada por el tema de las redes sociales?
— Los programas de entretención, como los ‘reality’, trabajan sobre una emotividad muy elemental. Son situaciones en las cuales la gente deja de vivir sus vidas para vivir la vida de otros, y empatizar con personalidades y situaciones fabricadas, perfectamente diseñadas, que tienen la ventaja de evitarnos el tener que mirar nuestras propias vidas. Lo que es humanamente comprensible en un sistema como el de hoy, donde todo es muy frágil. Una vez se precariza el empleo, se precariza la vida entera de las personas porque al estar los ingresos siempre bajo un gran signo de interrogación, la vida misma de esa persona también lo está. Por eso no es sorprendente que la gente se vuelque hacia la vida de otros, y la siga con pasión, desde un futbolista hasta una actriz o cantante, porque esos éxitos y sufrimientos de otros de alguna manera lo alejan y lo liberan de los propios. Es un engaño, pero nos ahorra tener que pensar sobre nosotros y nuestra vida.
— ¿Es una especie de calmante social?
— Total. Y es comprensible que la gente no quiera pensar. Hemos llegado a unos extremos de paranoia increíbles. En la mayoría de los trabajos, la gente ya no ve compañeros, sino personas que el día de mañana te pueden quitar tu puesto de trabajo. Se ha roto la noción de comunidad, y por tanto vivimos en una sociedad de desconfianza extrema y de extrema soledad en la cual es muy fácil que la gente termine entregándose a estos mundos alienantes de la sociedad del espectáculo y del entretenimiento. No se nos olvide que el actual presidente de Estados Unidos salió de un ‘reality’.
— ¿Cuál es el papel de esto? ¿Es un mecanismo de dominación social?
— Es uno de los ejes del sistema. El sistema neoliberal tiene perfectamente integrada la crisis. El desplome del andamiaje social en ciertos momentos es parte de su naturaleza, lo hemos vivido y nadie debería sorprenderse: el sistema sabe que va a haber una crisis, sabe cómo va a ser, sobre quiénes va a recaer y, lo más importante, cómo sacarle provecho. Además, el sistema es perfectamente consciente de que existe una gran asimetría social que genera problemas, pero eso es parte de su proyecto, de su esencia. Entonces, todo esto que estamos conversando no es por obra de una mano negra maligna o una falla del sistema, es la esencia del sistema.
— ¿Percibe a Facebook y a las demás redes sociales como enemigos de la literatura en particular, y de la cultura en general?
— No necesariamente. Son formas de control y observación del aparato social muy útiles que permiten desde la medición de tendencias y corrientes hasta su utilización para alterar elecciones. Y eso sin contar, claro, que son un gran negocio. Esto no quiere decir que la gente no pueda usarlas, lo que la gente tiene que tener claro es qué es lo que está usando y para qué se usa su información. Hay una gran falta de lucidez en su uso, pero hay cosas positivas: la gente escribe en Facebook y Twitter, y eso es bueno; y debaten, eso no está mal. Incluso, los cambios a la gramática tradicional es un tema interesante, en tanto que creación colectiva y nuevas formas de escritura.
— ¿Ve que en este contexto estemos caminando hacia un mundo de discursos y verdades únicas?
— Aunque hay un centro con un discurso poderoso y muy difundido, todos los sistemas tienen sus bordes, sus fugas, sus zonas porosas. Siempre hay espacios para otras visiones. Ahora, creo que lo que estamos viviendo no será corto, creo que será un ciclo muy largo y falta mucho para que podamos ver fisuras importantes o trasformaciones. El sistema está en una posición muy dominante y va a hacer falta mucho desgaste antes de que podamos ver un cambio. Lo que no quiere decir que hoy no haya mucha gente pensando.
— Por ejemplo…
— En Chile, vastas capas de la población están hoy dedicadas al consumo y a una suerte de pragmatismo extremo, pero también hay amplios sectores con otros discursos y visiones. Y quiero señalar dos ejemplos: los estudiantes y su gran batalla por la gratuidad de la educación superior, gracias a la cual la gente más pobre puede hoy estudiar sin tener que endeudarse por años y años. Y el otro es el movimiento ciudadano contra el sistema pensional (No+AFP), que es un escándalo. Hablamos de mujeres con una pensión de 50 dólares mensuales después de haber trabajado toda su vida. Es muy interesante cómo esta idea de la gratuidad en la educación hace temblar a la sociedad chilena, porque se ve como algo sumamente sospechoso, contrario a una idea muy extendida de que las personas deben pagar por todo y que uno no tiene por qué pagar, a través de impuestos o de otras formas de redistribución, por la educación de otros. Es decir, unos muy bajos, por no decir inexistente niveles de solidaridad social. Y lo mismo pasa con la salud: ¿por qué yo tengo que aportar para que otra persona pueda ser atendida en un hospital? Lo ven como algo terrorífico e injusto. Y, claro, todo esto es producto del modelo que instauró la dictadura. Lo piensan y lo dicen honestamente, porque sencillamente no ven a los otros ni existe esa noción de comunidad.
— ¿Por qué se ha negado a participar en el Premio Nacional de Literatura en Chile?
— No me gusta la idea de tener que candidatizarme para entrar a concursar con otros para recibir un reconocimiento, es algo un poco triste, lamentable. El jurado debería hacer su elección y punto. Esto de gente promoviéndose y compitiendo con otros, francamente no. Nunca he presentado un manuscrito mío a un premio. La literatura, para mí, está fuera de esa órbita. El desafío no es el premio, claramente. No puede ser lo que te mueve. Los premios, además, son un poco provincianos, un poco ingenuos. Hay un autor, cuyo nombre no recuerdo, que se ha inventado –de forma irónica, claro– que él se ha ganado un montón de premios, y me pareció genial. Una parodia desacralizadora que me divierte mucho.
— ¿Qué es la literatura para usted?
— Es mi vida. No solo porque escribo sino porque doy clases de literatura en la Universidad de Chile y en la Universidad de Nueva York. Lo que claramente percibo como un privilegio, porque este no es un mundo que esté pensado para que la gente se dedique a escribir literatura.