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Fuerzas especiales, de Diamela Eltit: Una cartografía de la derrota popular

Por Patricia Espinosa
Publicado en Hispamérica. Año 44, N°131, agosto 2015




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El realismo social surge en la narrativa chilena en la década del 30 del siglo pasado, siendo su objetivo central la visibilización del sujeto marginado, específicamente del habitante de la urbe obligado a sobrevivir en la absoluta precariedad material. Las políticas estatales del periodo eluden prácticas de apoyo a la inserción habitacional de las masas que migran hacia la capital del país. Es en este contexto donde surgen los conventillos. Estos espacios habitacionales, para trabajadores y cesantes, estaban sobrepasados de población, potenciando enfermedades y altas tasas de mortalidad debido a sus deficientes condiciones de acceso al agua potable y servicios higiénicos.

La década del 30 marca la aparición del realismo social en el escenario literario chileno, un pliegue de radical importancia en la tradición narrativa naturalista-criollista, si bien es cierto que durante las tres primeras décadas del siglo XX la 'cuestión social' estuvo presente. Juana Lucero (1902) de Augusto D'Halmar (1882-1950), Sub-terra (1904) de Baldomero Lillo (1867-1923), El roto (1920) de Joaquín Edwards Bello (1887-1968), Vidas mínimas (1923) de González Vera (1897-1970) son claros ejemplos de ello. Pero su modo de aproximación no había traspasado la rígida y externa mirada naturalista. Por ello puede plantearse que el naturalismo agota su impacto en hacer visible para la elite letrada una enorme zona de marginación rural y urbana, echando por tierra la visión pintoresquista que había hegemonizado hasta ese momento la aparición del pobre. Ya no fue posible dar vuelta la espalda y mantener una actitud horrorizada; el 'otro' se presencializaba y había que mirarlo de frente. En contraste con este panorama, la narrativa del realismo social marcará una inflexión que logra cambiar la representación del pobre urbano. Hay un desplazamiento desde la mirada moralizadora, jerarquizante, determinista, propia del naturalismo, hacia un posicionamiento que narra desde el interior mismo de las precarias condiciones de sobrevivencia del pobre. Este desplazamiento puede apreciarse en La viuda del conventillo (1930) de Alberto Romero (1896-1981), en Hijuna (1934) de Carlos Sepúlveda Leyton (1895-1941), en Angurrientos (1940) de Juan Godoy (1911-1981) y en Los hombres oscuros (1939) y La sangre y la esperanza (1943) de Nicomedes Guzmán (1914-1964).

Esta concepción de la ciudad segregacionista y violenta, abandonada por las políticas sociales estatales, genera una literatura de corte testimonial orientada a visibilizar la crisis del sujeto popular. La narrativa sitúa y contextualiza a sus protagonistas inscribiéndolos en un territorio social y geográfico que expone el proceso de degradación al que son expuestos. El lector se enfrenta a un otro violentado por un proyecto de país que pretende expulsarlos no solo de sus políticas sociales sino también de la propia literatura.

Es en esta tradición del realismo social donde podemos inscribir la novela de Diamela Eltit (1949), Fuerzas especiales[1]. Sin embargo, hay un giro en lo que respecta a su adscripción a tal tradición. Durante el siglo pasado, la narrativa del realismo social sostenía la utopía de subvertir las condiciones de degradación que experimentaban sus personajes. En la novela de Eltit, la utopía ya no tiene lugar. Nos encontramos ante la configuración de un presente continuo y de una construcción de realidad desasida de proyecciones y deseos de subversión. A partir de lo cual podemos afirmar que estamos ante una novela de la derrota plena y absoluta del sujeto popular subsumido por un orden policial que ha puesto en ejercicio una imparable práctica de destrucción masiva. Se trata de una narración que, desde la post-épica, aborda la microhistoria de una derrota y de los vencidos por el orden neoliberal.

La narración configura la voz de una mujer innominada, que ocupa un rol protagónico y nos lleva a su territorio: un piso en una población ubicada en la periferia del Santiago de Chile del nuevo siglo. Espacio que comparte con su padre, madre y hermana; seres tan dañados como la protagonista, que viven en la desolación, la pobreza y el abandono. Su gran tarea es lidiar con el día a día. Eltit instala una propuesta donde emergen dos polos: uno, el del poder y sus esbirros, las fuerzas especiales; el otro, los pobladores, que parecieran haber abandonado cualquier forma de confrontación, cualquier deseo, estando sometidos al miedo y a la violencia, al horror de la desaparición y la muerte.

Su lugar se encuentra bajo vigilancia y una constante represión policial. La progresiva suspensión de los derechos ciudadanos en un movimiento pretendidamente sutil, pero implacable, busca arrinconar en una condición de degradación irreversible a ese sujeto que ha sido desposeído de todo, incluso de la romántica idea de ser el portador del germen revolucionario. Él/la sujeto paria, resulta ser así el desecho social en su máxima expresión. Abandonado por todos, incluso por una izquierda más preocupada por reformas que garanticen la viabilidad de un modo de vida pequeño-burgués, él/la paria resultará el objeto predilecto de las políticas de desalojo y exterminio. Y es eso precisamente lo que acontece en esta novela, los periféricos —me refiero así a los personajes— son instalados por el Estado en un territorio marginal, al mismo tiempo que se los despoja de la cultura de la resistencia. Eltit fija su mirada en sujetos para quienes el estado de excepción no es sino un permanente ejercicio de la violencia. Una vez expoliados de prácticamente todo, solo les queda su cuerpo.

Es importante destacar la radical importancia del cuerpo en esta escritura. Estamos ante cuerpos que operan como territorios de la derrota. Eltit expone el ejercicio de una política orientada a destruir al pobre, a someterlo al acoso, a violentarlo y, finalmente, a hacerlo desaparecer. Este último concepto, liga el presente con el pasado nacional, en tanto cita la práctica de la dictadura chilena. Todo opositor se exponía a lo que la justicia chilena actual ha denominado "secuestro permanente"[2]. En la actualidad hay 1.193 chilenos desaparecidos[3]. A catorce años del fin de la dictadura, la ligazón entre Estado y desaparición del sujeto opositor, ha quedado instalada en el imaginario colectivo nacional. Fuerzas especiales reactualiza la función represora del Estado y la condición del sujeto popular, afectado por una política pública de invisibilización y exterminio. Eltit pone en escena una villa o barrio homologable a un campo de concentración donde los habitantes se configuran como rehenes del acoso policial[4]. La muerte del subalterno es el máximo gesto de una cultura del consumo. Sin embargo, ese sujeto en vías de desaparición, sujeto material y simbólicamente violentado, aun resiste.

A la protagonista de Fuerzas especiales solo le queda su deseo de sobrevivencia y ve en la prostitución la única posibilidad de ganarse la vida Así logra evadirse transitoriamente del dolor a través de internet y las imágenes de un sitio de modas alternativas Pero no solo su cuerpo ha sido dañado, sino también el de su familia, su madre y hermana enfermas, y sus amigos: Lucho, quien tras una golpiza con la policía, arrastra una cicatriz que le cruza la cabeza, y Omar, quien tiene la mandíbula deformada de tanto realizar sexo oral a los policías y que, al igual que la muchacha, arrienda una caseta del cyber[5] para negociar con lo único que les va quedando: su cuerpo. El personaje principal carga con una familia derruida a la que sostiene económicamente a través de su trabajo en el cyber; es, por tanto, la proveedora que reemplaza en tal función al padre, a quien califica de holgazán y obsesionado por sus hijos varones. La protagonista es el símbolo de la derrota de sujetos expuestos a un plan mayor de ataque, que cerca la población con vehículos de guerra, policías armados, allanando los departamentos de manera abrupta, insolente, para remarcar su autoridad sobre los habitantes de los bloques.

Eltit explora allí la zona donde el poder no tiene caretas, ni buenas intenciones, ni discursos sobre la buena convivencia. El proyecto estético-político de este texto encara al poder en el lugar mismo donde la retórica deja paso a lo que es su constitución misma, su naturaleza: la violencia, expresada como una enorme acumulación de armas, cuyos calibres y denominaciones reitera un indeterminado narrador. Así, el discurso de la protagonista es intervenido por esta voz que alude a un pasado que corrobora la existencia de un arsenal de variadas épocas y países, enfatizando detalles armamentísticos que se hacen presentes a lo largo del texto en una letanía enunciativa. La existencia del armamento es introducida por un tiempo verbal que alude a un pasado en que los habitantes de la población podían enfrentarse al enemigo. El pasado se constituye como el lugar de la utopía rebelde y de la lucha armada. Sin embargo, el arsenal no fue suficiente para enfrentar al enemigo. La derrota del presente constata la posición que hoy ocupan los otrora guerreros: "Los bloques están amurallados por la policía", atrapados por un cordón represor, sitiados en los bloques, pasajes, departamentos, expuestos a la presencia de la autoridad que constantemente les impone "nuevos límites" (p. 159).

La narración da cuenta de una progresiva disminución de la resistencia al poder, manifiesto de forma definitiva en la decisión de la madre y la hermana de la protagonista de abandonar la población, aun cuando la narradora sabe que eso no ocurrirá: "no se irán porque no sabrían cómo ordenar sus vidas en la pieza ni cómo caminar por las calles. No se van a ir, deambularán por los bloques bajo las miradas y controles de los tiras, pasarán al lado de las tanquetas y reconocerán con prolijidad a los pacos infiltrados" (p. 162).

El personaje central de esta narración, plenamente consciente del proceso que vive y que viven sus compañeros de la población, solo puede identificar pequeñas grietas de esperanza: "en la próxima madrugada escucharemos los sonidos que distraen y abren un horizonte de esperanza, no un horizonte, no, una rendija pequeña de esperanza en la solidez de los bloques, en la verticalidad del cuarto piso, en la resistencia de las escaleras" (p. 163). Ante la cercanía de un gran operativo policial, afirma su voluntad de lucha y señala: "Me quedaré en el departamento esperando las órdenes finales que recibirá la policía" (p. 160). La mujer asume que se aproxima una rearticulación que impondrá nuevas leyes a los habitantes de ese territorio marginal. Sin embargo, la vida de los periféricos no será riesgosa porque la corrupción es el nuevo eje del poder: "Si llegan los militares el Omar no va a sobrevivir, lo van a matar porque él se va a rebelar y va a inmolarse [...] Pero no. El Omar va a seguir vivo, lo sé, porque los pacos y los tiras no se van a permitir un fracaso de tal envergadura y lograrán imponerse de cualquier modo, subirán las coimas y el bloque como siempre pagará después de una consistente golpiza departamento por departamento, piso por piso. Los bloques entregarán las sustancias, las pocas que quedan, y los líderes se reunirán para generar nuevas estrategias" (pp. 160-61). Esta cita confirma el funcionamiento de un orden cuya estrategia central presenta algunas modulaciones que van desde la matanza hasta la negociación con el subordinado para instrumentalizarlo en función de sus propios fines; todo esto, en un escenario que implica la inclusión del subalterno en una maquinaria económica que requiere la anulación del sujeto rebelde y su reconversión en la figura del consumidor o cliente.

Mediante la adopción de una voz plural, la protagonista no solo constata la ausencia de una promesa de vida eterna y de un Dios, sino que asume el rol que debió tener ese Dios, y anuncia una nueva oportunidad para los desposeídos desde lo que denomina una utopía: "Los sitios más profundos de las computadoras dan señas de un porvenir" (p. 163). Se crea así un relato utópico desesperado y enloquecido, instalado en la realidad virtual, como compensación a la tragedia cotidiana. La mujer y sus amigos se resguardan en el cyber para ejecutar lo que puede ser su último ejercicio de resistencia. Ponen en funcionamiento su creación: "el primer video juego chileno" al que denominan: "Pakos Kuliaos" (p. 165), un dispositivo de defensa que contiene las imágenes digitalizadas de Omar, Lucho y la narradora.

"Pakos Kuliaos" es una expresión recurrente en Chile que se utiliza cuando los civiles se ven enfrentados a la violencia de las fueras policiales en manifestaciones callejeras. "Pakos" alude a la policía y "Kuliaos", es una transformación de la palabra "culiados" (culeados) que significa violados. La "k" reemplaza a la consonante "c", tal como es usual en la grafía utilizada por los colectivos anarquistas en sus afiches y graffitis. El uso de esta expresión por parte de Eltit, implica asumir el lugar de la rebeldía y una posición ideológica contraria a la de los efectivos policiales.

Cabe señalar, finalmente, que en este texto las tecnologías comunicativas y virtuales no son algo transparente; son más bien algo turbio que no logra revertir la condición social o existencial de sus consumidores. Internet, el epítome de la globalización, la más alta cumbre de la interactividad comunicacional, anula cada una de sus caracterizaciones positivas y se convierte en una escenografia, una interfaz cosificada. Lo que la narración expone, en última instancia, es lo inútil de la tecnología para seres que el sistema considera desechables. Aun así, en el límite de la desesperación, la creación de una ficción es la única posibilidad de recuperar siquiera en parte la dignidad arrebatada. En el borde de la desesperanza, Eltit pareciera querer reivindicar la creación rabiosa como una forma de combatir la derrota y la muerte. "Pakos kuliaos" emerge como un enunciado de resistencia, un poderoso "Yo acuso". No hay en el libro de Eltit una protesta ciudadana, sino algo mucho peor, más grave, más oscuro, lo que no se quiere ver y menos pensar: el ejercicio mismo de la violencia sistémica, las bases mismas del orden y el control y así se convierte en una de las más terribles y profundas reflexiones sobre la derrota de los últimos años.

En Fuerzas especiales, así como en la totalidad de su amplia obra, que comienza con la novela Lumpérica (1983), Diamela Eltit se apropia y desmonta la lengua, las discursividades hegemónicas, y se aproxima con una potencia critica única en la literatura chilena, a la escenificación del poder y sus prácticas de modelización en contextos dictatoriales o neoliberales. Su producción literaria se mueve entre la alegoría y el realismo social orientado a denunciar el sistema de represión que opera de manera doble: al interior de la estructura familiar y en el orden nacional. Es necesario remarcar la indudable persistencia y coherencia de Diamela Eltit en su esfuerzo por generar una reflexión literaria en torno a los sistemas de dominio y los modos de resistencia al interior de una historia que para las clases populares siempre puede leerse como una catástrofe.

 

 

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Patricia Espinosa H. Santiago de Chile, 1963. Doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana (Universidad de Chile). Profesora de Critica literaria y Critica Cultural en el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile, es autora/editora de La critica literaria chilena (2009) , Territorios en fuga (2003) y Los detectives salvajes: la posibilidad de una comunidad (2014). Ha realizado una amplia labor como crítica literaria en diversos medios nacionales; sus artículos en el campo de la poesía y narrativa chilena han sido publicados en revistas académicas chilenas e internacionales. Actualmente se encuentra desarrollando un proyecto de investigación Fondecyt en torno a la memoria y la narrativa chilena contemporánea.


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Notas

[1] Santiago de Chile, Seix Barra], 2013. Todas las citas corresponden a esta edición y serán indicadas en el texto.
[2] Al respecto cf. "La Corte Suprema ratifica tesis del secuestro permanente y revoca aplicación de Ley de Amnistía". Consultado el 20 de diciembre dc 2014: www.lanacion.cl/noticias/pais-corte-suprema-ratifica-tesis-del-secuestro-permanente-y-revoca-aplicacion-de-ley-de-amnistia/2006-05-09/214726.html.
[3] Cf. "Lista de detenidos desaparecidos 1973-1990". Archivo Chile. Centro de Estudios Miguel Enríquez. Consultado el 20 de diciembre de 2014: www.archivochile.com/Derechoshumanos/doc_gen_ddhh/hhdddocgen0001.pdf.
[4] Cf. Achille Mbembe, Necropolítica, Santa Cruz de Tenerife, Melusina, 2011, pp. 245 y ss.
[5] Sitio donde se arriendan computadoras para acceder a Internet.



 

 

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Fuerzas especiales, de Diamela Eltit: Una cartografía de la derrota popular
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