Diamela Eltit es una de las narradoras más importantes de la lengua castellana, en esta entrevista suelta la lengua sobre la política chilena actual y el estallido de 2019. También desarrolla su posición sobre “el boom de la literatura de mujeres” y su idea de “desbiologizar la letra”. Una entrevista para leer con resaltador y pisco.
Diamela Eltit (Chile, 1949) es una de las narradoras más importantes en lengua castellana, y eso explica que este año haya recibido dos importantes galardones: el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, ambos entregados por instituciones mexicanas. Con una amplia trayectoria, su obra está marcada no sólo por el feminismo, su apoyo a las disidencias sexuales y por la lucha contra la dictadura, sino por descubrir a través de una voz muy singular realidades sociales en mundos particulares. Estamos ante una intelectual, que interviene y tiene una opinión propia sobre el devenir político de su país y el mundo. Quizá como ninguna otra autora encarna ese eslogan de los 60 de que “lo personal es político”, pero en ella lo personal encarna una sensibilidad no sensiblera, la suya es una sensibilidad atenta, mental, de la lengua y, en ese sentido, radical.
Junto a estas dos distinciones, Eltit ha publicado este año dos libros en Argentina: el ensayo El ojo en la mira (Ampersand) y la nouvelle El Padre Mío (Mansalva), que fue publicado originalmente en 1989 y que es uno de sus libros más queridos. Esta entrevista, realizada a través de una plataforma audiovisual, aborda precisamente esta nouvelle, porque es un buen punto de partida para hablar del estallido social en Chile, cuyo segundo aniversario se cumplió el lunes 18 de octubre, pero de ahí avanza hacia el boom de las escritoras latinoamericanas y, por supuesto, hacia el feminismo.
¿Cuál sería una visión feminista de la literatura? Eltit, como tiene acostumbrado en Chile y en Nueva York donde dicta clases, ensaya una respuesta ideal, en el sentido de un horizonte, y por tanto sorprende. No sólo contesta, sino que ahonda, profundiza sus respuestas, como si ante la pregunta aprovechara para darle una vuelta más a lo que previamente ha venido pensando, alejándose de las frases hechas, porque las frases hechas vienen de los discursos dominantes.
El Padre Mío trata de tres grabaciones que hizo Diamela Eltit junto a la artista visual Lotty Rosenfeld en plena dictadura chilena a un “vagabundo urbano”, un linyera que reproducía todos los discursos oficiales y otros no tanto que circulaban en ese tiempo. El Padre Mío, el personaje o al menos como lo bautizó la autora, es un enfermo mental y, en tanto tal, Eltit ve en él a Chile. De hecho, en el prólogo escribe que es un Chile hecho “jirones de diarios, fragmentos de exterminio, sílabas de muerte, pausas de mentira, frases comerciales, nombres de difuntos. Es una honda crisis del lenguaje, una infección en la memoria”. No muy distinto a lo que llevó o a lo que fue el estallido social, la primera pregunta de esta entrevista.
—Podría coincidir en el sentido de que el Padre Mío estaba muy invadido de discursos, que venían de muchos lados: discursos biográficos, culturales, noticias discontinuadas, entonces en ese sentido podríamos pensar en lo que está pasando ahora, donde en cierto modo las certezas se suspendieron, más allá de los economistas que lo sostienen, este modelo irracional tiene un discurso racional que lo sustenta. Entonces también podríamos pensarlo como un discurso de la locura en el sentido de que sigue pensando en las producciones; sin embargo Chile es uno de los países más desiguales del mundo, entonces en qué piensan cuando hablan de este modelo seudo exitoso de economía, economía que no irradia al resto de la población y que, por el contrario, beneficia a un porcentaje muy pequeño.
Y también en el sentido de que hay distintas culturas ahora. Si pensamos en las manifestaciones, concurren distintos sujetos, distintas identidades, desde el narco, el saqueador, el empleado mal pagado, las mujeres que vienen con sus demandas, entonces efectivamente ahí hay una discursividad múltiple, y no es que yo avale la violencia, sino más bien hay que entender por qué pasa que rompen los negocios. Porque primero hay una violencia del sistema y la violencia mayor es la desigualdad, con zonas de sacrificio en la ciudad, porque si tú vas a Bajos de Mena (barrio de Santiago de Chile) es realmente impactante cómo sobrevive la gente.
—¿Sería posible encontrar un sujeto como el Padre Mío en el Chile de ahora?
—Más allá de todo lo que se reorganizó fue lo comunitario, que estaba completamente roto y fragmentado por el neoliberalismo y su selfie, donde si tú quieres sacarte una foto ni siquiera necesitas un fotógrafo, es tu imagen y tú, y eso fue el programa neoliberal estadounidense. Entonces pienso que siempre las comunidades son heterogéneas y que tenemos que entender que hay una adversidad en la que todos los sujetos concurren, y en ese sentido pienso que, por ejemplo, el lunes 18 de octubre en la marcha estaría con esta comunidad adversa, donde llegan voces distintas que sacan la ira, y bueno, la ira siempre ha sido destructiva, entonces no se puede pensar la ira constructiva porque es ridículo.
En El Padre Mío están incubadas muchas voces, porque él habla de cuestiones internacionales, habla de arriba, al medio, abajo, y eso tiene de fascinante cuando un discurso sube y de pronto llega a lugares más populares. Por eso el componente comunitario hoy en día no hay que pensarlo en términos de una política de exclusión social, sino al revés, de inclusión y va a tener que incluir aquellas zonas más conflictivas que tiene este aparato social. La alcaldesa de La Pintana, en las reuniones que ha tenido con los chicos, escuchó que quieren ser narcos cuando grandes. Habría que pensar qué hacer con estos niños que quieren ser narcos. Esto es nuevo para Chile, pero no para el mundo que viene de vuelta. Pero para estos chicos su horizonte ya no es ser médico ni abogado. No, quieren ser narcos, porque ven allí el único modelo que hay, porque se retiraron los partidos políticos.
—Pienso en tu respuesta y vuelvo a preguntarme si sería posible un Padre Mío en tanto reproductor de discursos, porque lo que hoy existe en Chile es una serie de productores de discursos que se reúnen en Plaza Dignidad y otros lugares de protesta. No es que la gente se crea o discuta lo que le dice el gobierno o los partidos, sino que directamente plantea una agenda propia, porque el gobierno y los partidos ya no tienen autoridad para generar agenda.
—El 2011, con el levantamiento de los jóvenes estudiantes que exigían la gratuidad y donde estaban Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric (que ahora es candidato a Presidente), estaban todas las federaciones de estudiantes del país; esas federaciones eran distintas (desde anarquistas a más centristas), y éstas son las que inician las asambleas y el tema de los territorios. De hecho Camila Vallejo, que era la voz de ese movimiento, viaja a los territorios a reunirse con las federaciones de estudiantes a lo largo del país. Sin embargo, estos estudiantes tenían un grave problema con lo que llamamos la primera línea, de hecho cuando aparecía la primera línea, que eran estos encapuchados que durante el estallido social se enfrentaban a Carabineros (y yo vi una escena televisiva que daba cuenta de esto), los propios estudiantes perseguían a la primera línea, porque ellos querían una protesta como una mezcla de performance, espectáculo y demanda.
Cuando vino el estallido lo que fue muy interesante fue la reversión, es decir cómo esa antigua primera línea se transformaba en símbolo y en un icono, una leyenda y yo diría parte de una novela callejera. Se generaron una serie de personajes en las protestas, que acompañaban a esa primera línea. Y digo esto, porque este tiempo que estamos viviendo tiene cuotas de esquizofrenia, en el sentido de que el esquizofrénico es habitado por distintas voces, y están las voces que piden No + AFP (que es una voz más reconocible y más histórica) y están las voces que se van contra la estatua de Baquedano y quieren derribarla (la mayoría no sabe quién es Baquedano y no importa que lo sepan). Entonces hay que atender cierto grado de locura que cruza estos espacios. Siento que hay un cerebro que está habitado por voces, en esta área de reclamo.
La ultraderecha
—¿Y cuáles serían las voces que habitan a la derecha chilena?
—La derecha tiene otras voces, a mi entender, terribles, en la cual José Antonio Kast [candidato presidencial de la ultraderecha] representa ese orden maníaco, enfermizo; él tiene nueve o no sé cuántos hijos y dice que consideraría a una persona gay, pero lo que le pediría a esa persona es que fuera casto toda su vida, y esto lo dice públicamente. Y en ese sentido lo dice porque, según él, ha evolucionado. Y su mujer, para completar el cuadro, cuenta, también de manera pública, que la primera cita entre ellos consistió en ir a misa. Y él encarna una derecha que avanza hacia los centros de poder. Yo creo que habría que pensar que estamos en un periodo anómalo, loco digamos, que alguien se atreva en un momento de escisión, en un momento de afirmación de las identidades, y no sólo se atreva, aparezca, con sólo aparecer basta, o sea los futuros castos deberían votar por él y ser castos toda su vida. Entonces pienso que El Padre Mío, dándole énfasis a otros aspectos, es más vigente ahora que antes, porque este tiempo es muy caótico y tiene mucha fuerza.
—Hablando de esta nueva derecha sudamericana, se trata de una que reivindica abiertamente las dictaduras, que considera al feminismo como la dictadura de lo políticamente correcto, que es abiertamente neoliberal, que no está a favor del respeto de los derechos humanos o propone el “empate”, porque los militares son poco menos que víctimas de una justicia injusta. ¿Esta nueva derecha es un tanto extravagante, loca o peligrosa?
—Esto es muy visible en el caso de Kast, piensa que su papá era nazi, con uniforme y con fotos de nazi, y estuvo gravemente involucrado en el caso de los campesinos de Paine, donde hubo decenas de muertos. No se dictaminó nada contra él, porque murió durante el juicio. Por supuesto su familia apoyó a Pinochet, pero él condena la violencia de la primera línea. Entonces es asombroso que la población no vea esto, y dentro de la población también haya mujeres que van a votar por Kast, y eso implica trabajar en contra de ellas, y eso pasa porque sus imaginarios también están colonizados por estas dominaciones, que son producidas por un binarismo. Es decir que los oprimidos van a votar por su opresor.
—Van a votar por su “amo”.
—Sí, porque están cautivas. De ahí retomando a Frantz Fanon, quien mejor ha pensado la colonización, señala que no hay descolonización sin desorden, y el desorden también conlleva violencia. Entonces esa violencia, que la derecha majaderamente castiga, es la que permitió que se esté redactando la Constitución, pero como después de que se redacte hay un plebiscito de salida, la estrategia de esta derecha es que se rechace. En fin, hay una serie de micro y macro políticas y, por otro lado, el cuerpo de las mujeres pasó a ser una zona política, lo que me parece muy interesante, porque fue un momento en que dijeron no, y no, para ellas decidir y no ser decididas. Pero no podemos dejar de pensar que si somos las mujeres la mitad del mundo, por qué ciertas cosas siguen en ese nivel discriminatorio y uno tendría que pensar, como venía diciendo, en términos de colonización por parte del sujeto masculino, que en una de sus partes construye a lo femenino, como construyó a su esposa Kast y la hace novia desde ir juntos a misa, tener estos nueve hijos, que ya uno no sabe si es por una obligación marital o tiene que ver con el deseo.
El sobrino de Kast, que es diputado por un partido pequeño de derecha, para un 8 de marzo se vistió de mujer para demostrar, según él, su adhesión a las mujeres. Pero más allá de eso, si salimos de ese novelón y ese gesto kitsch, lo que podemos ver ahí es que se puso en escena un deseo travesti, ¿pero por qué se puso allí un deseo travesti? Para eso no hay mirada en la derecha, sencillamente no lo ve. Y esta carencia de mirada también es aplicable al presidente Piñera, que fue electo dos veces por una población que creyó que por ser rico “no nos va a robar”, pero si analizamos cómo construyó su riqueza, nos damos cuenta de que la construyó robando. Hay que pensar entonces y darle más vuelta a lo esquizo que recorre este momento chileno. Se movió el piso, pero todavía no se estabiliza.
Las élites
—Me gustaría que hablaras de ese discurso económico que traspasaba las fronteras hasta el estallido social y nos colocaba como ejemplo de América Latina. ¿En qué medida ese discurso económico neoliberal también ha sido colonizador, tanto para los chilenos que vivíamos en el país como para los que nos veían desde Argentina, Uruguay o Colombia? ¿Y por qué crees que ese discurso, que instaló un modelo, no termina de morir?
—Hay que remontarse a los 90: el arribismo y lo que fue la farra noventera. A principios de los 90, con el regreso de la democracia, se objetualizó todo, aunque venía el modelo desde antes, y lo que planteó esta gente, me refiero a cierta élite, es que la democracia era el mercado o, para decirlo más claramente, el mercado era la democracia. Por lo tanto tú al acceder al mercado ya estás en una instancia democratizada, pero lo que los compradores no advertían es que lo que ellos compran son intereses, me refiero a que los objetos que esos compradores adquieren tienen, aún ahora, unos intereses desmesurados y, si ellos no pagan, prácticamente su ciudadanía se suspende, porque no pueden alquilar una casa, porque no pueden salir del país, en fin si tú no pagas, vas perdiendo derechos. Es como quedar preso como los presos que no tienen derechos ciudadanos.
Pero el crédito es una forma de esclavismo, porque es tu cuerpo, no tu salario, el que, si no pagas, no puede circular, y eso fue lo que explotó, porque la gente no podía pagar la universidad, porque las viviendas que entregaba ese modelo eran mínimas y de mala calidad. Mientras el Estado llegaba a delirios, como privatizar el mar y todas las riquezas mineras para beneficio de las pesqueras y las mineras trasnacionales. Entonces ese mercado, esa ilusión de democracia, a través de la objetualización de la vida, fue muy costosa, y la ciudadanía dijo en un momento: “No doy más”. La gente vivía apenitas, jugando con su tarjeta de crédito.
—¿Qué responsabilidad tuvieron en el estallido las élites culturales que siguen diciendo que con las manifestaciones no se respetaron las veredas, como si un trozo de cemento fuera más importante que la vida humana?
—En cuanto a las élites culturales, es muy complejo el tema, porque los 90 fueron proclives a plantear nuevos sujetos más ligados a la cultura, en cierto modo se farandulizó un poco la figura del escritor y diría que no hubo tensiones, no hubo un discurso tenso en parte importante de la cultura. Es decir que lo que cocinó la élite fue menos crítica, menos preguntas incómodas, y después en los 2000 vino otra generación que más bien buscó instalarse y para eso hizo una gran operación que consistió en borrar la dictadura, con lo que de paso se redujo la discusión cultural. Entonces se llegaban a absurdos como discutir quién era mejor poeta, si Nicanor Parra o Pablo Neruda. Una cuestión realmente penosa, porque dejaron experiencias literarias muy poderosas afuera o en los guetos. No hubo pasado, no hubo memoria. Quisieron partir también de otro lugar, había que inaugurar otro espacio, con protagonismos personales, no colectivos, sin pasado y, como dije, el gran dilema era quién era mejor poeta. Entonces rearmar la historia también es una tarea del frente cultural, porque esa historia existe y porque esa historia produjo resistencias y sujetos más complejos. Yo, por ejemplo, sigo muy encima de Marta Brunet y de Carlos Droguett y por abajo del Cachetón Pelota, de Armando Méndez Carrasco, pero las élites los han negado, porque tenían un discurso antiburgués, de farra y de la noche.
Boom de escritoras
—Tú estás planteando un ejercicio de memoria, pero quiero cambiar de tema y preguntarte por el boom de escritoras que hay en América Latina. Lo que no hay duda es que hay muchas mujeres escribiendo, pienso en Mariana Enríquez, Samanta Schweblin y Selva Almada en Argentina, Mónica Ojeda y Daniela Alcívar Bellolio en Ecuador, Lina Meruane y Nona Fernández en Chile, Carolina Sanín en Colombia. ¿Pero hay un boom y sería adecuado usar este término?
—Si hablamos de boom estaríamos usando un término prestado. Es evidente de que hay una mayor visibilidad en las escritoras y hoy, gracias a la globalización, hay más facilidades para traspasar fronteras y, por otra parte, las mismas autoras viajan más. Antes aquí una viajaba a Argentina y te hacían una despedida. Ahora viajar se ha democratizado y hay nuevas tecnologías que permiten una mayor comunicabilidad, independientemente que todavía el libro siga encerrado en sus fronteras. Es más fácil que viaje el autor a que viaje el libro. Pero como tú muy bien dices, hay que detenernos a pensar por qué boom, porque el boom latinoamericano fue muy excluyente. Con él se instala la literatura más profesionalizada: el escritor comienza a tener agente literario, está presente en los suplementos culturales, y con eso llegan las conferencias, las traducciones, en fin se arma un paquete mucho más organizado, que no había experimentado nunca la literatura latinoamericana que, si bien había tenido grandes escritores y grandes escritoras (Elena Garro en México, Silvina Ocampo en Argentina, etcétera), eran conocidos dentro de un universo más letrado. Y esta profesionalización ocurrió lamentablemente, y esto lo digo yo que tengo una visión un poco más chiflada de la literatura, porque con esa profesionalización se dejó de lado esa libertad y esa audacia, que necesariamente era y es importante para el campo literario.
Nadie puede desconocer que esa camada de escritores era interesante, pero había otros, como Rulfo, como Borges, y podríamos estar todo el día nombrando autores que no integraron el boom. Esto demuestra que el mapa del boom se escribió en base a la exclusión, pero también demuestra la capacidad para inventarse narrativamente.
Ahora en ese momento era claro que hablábamos de literatura, hoy hablamos de literatura de mujeres, entonces hay literatura y literatura de mujeres, y si hablamos así, recuerda que occidente trabaja en órdenes binarios y si es binario siempre uno se va a poner sobre otro (bajo/alto, blanco/negro, femenino/masculino), entonces cuando tú hablas de literatura de mujeres y de literatura, está claro que ahí hay una discriminación. Hay, de hecho, muchos congresos de literatura de mujeres o de escritoras, pero la pregunta que te hago a ti ahora: ¿has ido alguna vez a un congreso de literatura de hombres?
—No.
—Yo tampoco, y creo que la respuesta es no, porque no es necesario, entonces está muy bien la visibilidad de las mujeres, que en Latinoamérica siempre han escrito. Si pensamos el caso chileno, Rosario Orrego escribió su primer libro antes que Alberto Blest Gana; Blest Gana es considerado el primer narrador chileno, pero en realidad es Rosario Orrego, que tiene una escritura muy interesante. No es no haya habido escritoras, siempre hubo, lo que pasa es que el sistema es muy complejo. Pero ahora con este orden neoliberal hay que tener cierto cuidado con el mercado, porque el mercado se apropia de todos los dilemas y luego los banaliza para construir modas.
Yo creo que el ejemplo más claro del boom de mujeres está ahora en el Premio Planeta.
—Los tres varones que están detrás de una mujer…
—Son un team que organiza, fríamente, novelas y que funciona desde el 2018, firmando novelas como Carmen Mola, pero en realidad son ellos. Podríamos pensar que era parecido a lo que hacían las mujeres cuando usaban seudónimos de hombres, pero no, esto es una estrategia meramente de mercado. Ellos entienden bien el mercado, que no es necesariamente transparente, y es el mercado produciendo mujeres como boom. Y ahí tenemos a estas tres falsas mujeres que ganaron ese premio de un millón de euros, pero para eso necesitaban de este boom, incluso esta supuesta mujer decía que no quería dar entrevistas, porque tenía sus hijos y, como las novelas eran bien pasadas para la punta, no quería hablar porque decía que no quería involucrar a su familia. ¡Y eso era todo falso, eran estos tres hombres!
Quiero decir que es paródico, se ríen de las mujeres, por decirlo de alguna manera, pero a la vez descubren una mecánica del mercado. Ahora mi interés está en que haya mujeres mucho más visibles para el resto. Reitero siempre hubo grandes autoras. Pero yo, y esto ya lo he dicho antes, pienso que hay que ir más allá del binarismo, hay que desbiologizar la letra.
—Sé que lo has dicho en otras entrevistas, pero podrías explicar esto.
—Se trata de hacer que la letra y su estética ordenen los senderos de la lectura, no el sexo de los autores, que eso es un dato. Pero en este momento la letra está biologizada, genitalizada. ¿Y cuál sería el horizonte? Llegar a un horizonte no binario y democrático, eso sería. Por supuesto que ese es un horizonte ideal, para el que antes tienen que romperse todos los binarismos. Recordemos además que nosotras las mujeres ganamos menos por hacer el mismo trabajo y, para que ganemos lo mismo, los economistas más optimistas dicen que eso podría tardar ochenta o noventa años. Entonces es un camino largo.
—¿Esta sería una visión feminista de la literatura, llegar a esta igualdad?
—Sí, yo pienso que deberíamos llegar a habitar un territorio común donde la protagonista sea la letra. Ser escritora no garantiza nada y ser escritor tampoco, hay que ver sus proyectos, leer sus poéticas.
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Diamela Eltit:
“Cuando tú hablas de literatura de mujeres ahí hay una discriminación”
Por Gonzalo León
Publicado en Latfem.org 26 de octubre de 2021