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Fuerzas especiales, de Diamela Eltit
Santiago de Chile. Seix Barral, 2013. 165 páginas.
Por Cristian Vargas Paillahueque
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Acercarse a la narrativa que Diamela Eltit nos propone en Fuerzas especiales, es situarse en un bando de las dinámicas del poder, no del lado de quienes lo ostentan, sino sobre aquellos en que este se ejerce descarnadamente. Diamela Eltit, autora imprescindible en la mejor narrativa chilena, nos propone un relato que exhibe en los cuerpos las cicatrices más evidentes de una violencia sistemática. La protagonista, junto a su familia, la guatona Pepa, el Omar y el Lucho, hacen de sus cuerpos una economía de subsistencia porque los mantiene con vida gracias a la prostitución, pero también, porque son sus cuerpos los que resisten la represión de las fuerzas especiales. He ahí el juego del título: dilucidar las fuerzas que oprimen, entronar las fuerzas que se necesitan para subsistir.
La protagonista, acallada por los ataques policiales, mantiene una visión desencantada de su vida. Se prostituye en el cyber café, como los demás, para proveer un hogar de un block periférico de Santiago caracterizado por la violencia, la agonía o el hambre. Lo hace, a pesar de las disparidades de género que incluso ocurren en la prostitución: “A mí me pagan mil porque yo soy mujer” (13). Su amigo Omar, en el oficio, también nos brinda un retrato de las policías y la concepción del género que habita en la novela: sabe que la homofobia puede hacer que estos puedan matarlo por sus “reconocidas” prácticas homosexuales, sabe, por cierto, que estos no dejarán de acudir a su cubículo de prostitución y obligarlo a que lo haga gratis.
Globalmente, el espacio que la novela configura, es un territorio atravesado por la represión. El gesto que propone Eltit consiste en recordarnos sostenidamente las armas, municiones, carros policiales, helicópteros, etc., que se agolpan sobre el espacio de los blocks: “Había mil quinientos bombarderos TU-160” (155). Estos elementos prefiguran el miedo, elemento constante en toda la trama, que a la larga termina por hacernos valorar las estrategias por pervivir, cuando la vida aún se mantiene sujeta al designio de los operativos policiales. Así lo evoca la hermana de la protagonista: “Nos dice que el miedo que experimentaba ya estaba instalado en ella. Nos dice que el miedo y la sensación de que el mundo se va a acabar la acompañan meses antes de que le arrebataran a los niños” (73).
En este sentido, los personajes, a pesar del notorio cinismo de sus cuerpos como mercancías, resisten, y resisten a ese poder que los quiere muertos si combaten (el del Estado), pero vivos cuando activan su economía que el sistema neoliberal promueve. La protagonista lo sabe, y por eso acepta esa condición: su cuerpo es su herramienta para subsistir, pero de forma contradictoria, es también el primero para sacrificar. Es consciente de este panorama. Reflexiona con una frialdad característica que sólo el sufrimiento construye, mientras desea productos que el catálogo del cíbermundo le ofrece.
Con sus ataques, el aparato policial del Estado abarca todo. Eltit, genialmente, nos enrostra la severidad de este poder que incluso llega a los sueños, a las fragancias, a disciplinar no solo la subjetividad, sino también los sentidos y las sensaciones. Comprender los estragos de un sistema que promueve este ejercicio es el principal mensaje y el valor incalculable de este libro: descifrar la vulnerabilidad de nuestros cuerpos, advertir su lugar en el mercado más hostil posible. La ideología liberal que los protagonistas materializan en sus cuerpos prostituidos, hace aún más legible el plano agreste del mercado que arrastra con heridas y laceraciones, y que incluso, hace de la práctica sexual, un lugar para que aguarde el imaginario represivo: “Llevo diez minutos exactos arriba del lulo que se clava adentro de mi como si recibiera el impacto de una sucesión de balas de alto calibre, una y otra, una detrás de otra, sentada, mirando la mariposa y su aleteo tecnológico, un aleteo falso, decorativo, mientras de manera creciente me duele, me molesta, me amenaza el lulo” (100).
El libro, es un lúcido embate de conciencia sobre las periferias y las vidas sacrificiales gobernadas por el mercado y castigadas por las policías. Allí donde cortan los suministros de red, agua o electricidad, allí donde las policías hacen que la población misma se confronte entre sí, allí donde el dolor y el miedo crea la atmósfera permanente que se respira. La novela es, en suma, un formidable aporte que nos concientiza sobre el poder y su amalgama de impunidad, y que necesita fraguar, tal como el juego cibernético que crean los protagonistas, un juego de defensa entre todos.