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LA SEDUCTORA ANARQUÍA DE DIAMELA ELTIT
"Impuesto a la carne", Seix Barral, 2010
Por Carolina Andonie Dracos
La Panera N°10. Octubre de 2010
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Diamela Eltit es a la literatura nacional lo que sus personajes a la obra: algo que jamás se impone, sino que se atraviesa, un sujeto otro que no pasa desapercibido, aunque lo intente. De lo que da cuenta su más reciente producción, "Impuesto a la carne", cuyo lanzamiento coincide con el "Premio Iberoamericano de Letras José Donoso 2010", que la autora recibió en medio de una seguidilla de acontecimientos médicos, de esos que implican familias completas entrando y saliendo del hospital por largos períodos.
Algo de lo que saben sus protagonistas, "dos mujeres solas, ancianas, condenadas a vivir en el hospital... Una madre y una hija caminando a duras penas o sentadas en los sillones de la sala de espera, adoloridas y exhaustas después de entregar un montón de sangre para quizás cuál turbio destino".
"Impuesto a la carne" es un libro con varias rutas y todas ellas son desafiantes en su crudeza y radicalidad. Está la lectura política, la alusión al Bicentenario (madre e hija tienen unos "doscientos años") y la crítica al sistema de salud, todo aglutinado en una narración llena de humor negro, donde cabe el tráfico de sangre, el clasismo y las jerarquías. Claro que éste también es un libro que conmueve gracias a la relación de las protagonistas, una madre y una hija cuyo cordón umbilical nunca se corta.
Hay escenas memorables, como aquella en que ambas se encuentran acostadas en una sala común: "Más tarde, cuando las trece enfermeras duerman o se hayan muerto o estén inconscientes, buscaré las manos de mi mamá para ver si las tiene enteras o si el bisturí le arrancó algunos de sus deditos, si se le infectaron sus venas contaminadas por uno de los numerosos virus que nos circundan o si se le instaló en su estómago una bacteria hasta ahora indetectable. Tomaré las manos de mi madre para intentar cambiarme a su cama con todos mis tubos y aparatajes y estar con ella por si exhala su último suspiro".
Diamela Eltit recuerda que quería poner en escena cómo opera la madre materializándose en la hija: "La madre se enquista orgánicamente en la hija, en un momento en que ya no existe el afuera, la patria o el territorio".
La novela tuvo su primera versión en un proyecto del venezolano Javier Guerrero, que convocó a varios escritores para trabajar el tema de la enfermedad. El volumen fue publicado por la editorial Eterna Cadencia, la misma que lanzará en noviembre "Impuesto a la carne" en Argentina. "Ahí salió esta madre y esta hija en otro registro. Vi que ahí había un material que me dio el punto de partida para esto, que es más duro y tiene más recursos literarios".
-¿Cómo se van vinculando en la obra el Bicentenario y la mecánica del poder con la corporalidad de las protagonistas?
- Quería juntar historia y cuerpo. Hay una porción de lo materno, de esas relaciones humanas que son intensas, que tienen una cuota de violencia, pero también de un afecto inamovible; o puede ser una violencia afectiva, no lo sé. Por otra parte, estos personajes y, su devenir no tienen preponderancia en la historia. Sentí que la madre me permitiría pensar el país como hospital, donde está la normativa de las clasificaciones porque el hospital es una zona fundamentalmente de catalogaciones, de edades, de medicamentos. Pensé en una patria clasificatoria. Sigo trabajando el sujeto femenino que, aunque esté debilitado, va a seguir aquí los próximos diez mil años".
-El supermercado en "Mano de obra", ahora el hospital en "Impuesto a la carne". ¿Mucho trabajo en terreno?
- Antes de hacer "Mano de obra", nunca había mirado el supermercado como objeto. De hecho, todavía no lo conozco bien. Fue una proyección estética. Del hospital tomé algunos lugares que me resultaron simbólicos, propios. Al médico lo utilizo como poder general, como una categoría militar. Las enfermeras, aunque son personajes menores, también tienen su cuota de poder, como lo puede tener el pedagogo, el director".
-Sus títulos son siempre atractivos, certeros. ¿Cómo nacen?
- Mis títulos no siempre son bien acogidos. Por ejemplo, "Vaca sagrada" le pareció horripilante a la mayoría de la gente que le conté, y "Los trabajadores de la muerte" fue calificado de deprimente por la editorial, asegurándome que no lo iba a leer nadie. Pero uno tiene que seguir una lógica. "Impuesto a la carne" surgió mientras leía un libro sobre historia social chilena. Entonces me encontré con una revuelta grande en Valparaíso frente al alza del impuesto a la carne. Pensé que ese era el título que quería. Algunas personas lo encontraron muy técnico. Traté de buscar algo más literario, como "El dolor y el éxtasis", pero uno tiene que seguir una lógica, quedó "Impuesto a la carne" y ya.
-¿Siente que cerró con el tema del cuerpo?
- Podría ser, no lo sé, porqué sigo pensando el cuerpo, ahora con otros textos, una experiencia entre novela y ensayo, a partir de cartas que escribieron las mujeres del MEMCH (Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena) en el siglo XX y que en algunas de sus partes señalan que siempre les duele algo, los pulmones, el hígado. Pienso en mujeres como la Mistral o en Elena Caffarena y en cómo vinculan dolor y escritura. Estoy leyendo esas correspondencias e intento unir política y poética del dolor.
TEXTOS ESCOGIDOS
"Yo no comprendo cómo podría vivir sin mi mamá, cómo sería mi existencia sin médicos ni enfermeras, sin dar mi sangre siempre sin estar sentada esperando que un médico me examine y después me asuste con darme muerte si no me pliego a sus órdenes y medicamentos"
"Solas las dos. Su grito resonó y se expandió por el canal más sensible e histerizado de mi oído y después de herir mi audición, ella susurró de manera consistente. Solas en el mundo".
"Mi prima Patricia era la fan por excelencia, la gran protagonista de las consultas. Mi mamá se enojó conmigo porque entendió que yo admiraba a mi prima Patricia y que en un lugar secreto de mi mente quería ser como ella: una paciente virtuosa"
"... o bien esa difícil llegada al consultorio donde nos sentábamos en los arruinados sillones mirando fijamente la puerta que se iba a abrir con cierta lentitud y nuestros corazones agitados latían más fuerte cuando aparecía el médico y nos decía con sorna o con lástima o con desgano: Pasen".
"Velamos la una con la otra, nos desvelamos la una por la otra porque yo sé que hemos durado tanto ¿cuántos?, ¿doscientos años?, lo hemos hecho por la forma de estar una dentro de la otra, atentas y ensambladas como muebles perfectamente organizados".
"Sé que las enfermeras, a menudo hacen lo que quieren con nuestra sangre porque nos inducen de manera recurrente a repetir los exámenes. Yo estoy segura de que las enfermeras venden nuestra sangre, pero dónde o ante quién podría denunciar esta irregularidad o esta franca tropelía. Sí, ante quienes me atrevería a deletrear la palabra sangre o la palabra venta o iniciar un juicio criminal rotulado como malversación sanguínea".
"Yo tampoco sé quién es, dice mi mamá, qué lastima, en qué cama estará y tan fuerte que habla como si no estuviera recién operada. Sospechosa ¿no?"
"Mi madre, perdida, pálida y perdida, me mira implorante, se toca la vena y la enfermera, hastiada con la empecinada porfía de mi madre, le pone bruscamente la mano en su vena, quédese tranquila".