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"Hasta ya no ir y otros textos", de Beatriz García-Huidobro

Por Diamela Eltit
Aisthesis N° 54,  Santiago de Chile,  Diciembre de 2013


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Re-unir para re-pensar

La edición de  Hasta ya no ir y otros textos  de editorial Lom permite recorrer parte del proyecto narrativo de Beatriz García-Huidobro para pensar qué sitios configura, desde cuáles cuerpos emanan los flujos de enunciación y bajo qué condiciones textuales se genera su trabajo narrativo.

Este volumen puede ser ejemplar para observar cómo se formula una obra. Cuando me refiero a la formulación de una obra señalo un preciso y singular espacio narrativo donde lo que está en juego es trazar un marco conceptual generado por la dirección de la letra. Una letra que engloba y que, desde luego, excede al libro como producción única pues, en definitiva, la obra no es nada más ni nada menos que el viaje por un conjunto de libros de un autor. Viaje que permite acceder no solo a desplazamientos de espacios sino también a instancias en las que se profundiza el tramado que marca y demarca una construcción textual.

Desde mi perspectiva, la obra de Beatriz García-Huidobro se consolida alrededor de la precariedad, de lo inacabado, de la latencia. En cada una de sus narraciones existe un borde sensible que está allí para contener el derrumbe. Y es en ese preciso borde donde sus personajes transitan simultáneamente a través de un adentro y un afuera, amenazados siempre por una historia social y personal que opera letalmente como opresión y asfixia.

El filósofo italiano Giorgio Agamben repuso en el ámbito teórico la figura del homo sacer como síntoma de una forma masiva y silenciosa de exterminio. Le adjudicó a lo cautivo, a lo desprotegido, a esos cuerpos desagregados de los soportes y de los poderes una desaparición sin huella, sin costos, porque su existencia carece de una ley que los ampare. Agamben complejizó así los mapas sociales e instaló en el campo teórico nuevas analíticas para seguir explorando en el abismo polar del valor y del desvalor. Desde luego a esta figura que remontó desde los orígenes mismos del orden jurídico, la puso en correlación con los estados de excepción regidos por un poder soberano donde la ley está interdicta.

Pero apelando a una cierta cercanía, a un remanente con la figura que plantea Giorgio Agamben, ocupando un territorio con aristas comunes, los personajes trazados en la obra de Beatriz García Huidobro se movilizan muy cerca de situaciones límites que podrían desencadenarse en completo silencio. Sin embargo, a diferencia del homo sacer, estos personajes escamotean el exterminio (su exterminio) mediante un recurso que les otorga valor a su desvalor como es la férrea malla de subjetivación que los envuelve y que ilumina sus contextos.

Esa subjetivación está allí para mostrar en toda su extensión la precariedad, pero a la vez, esa precariedad, digamos, pensante, tangible, los individualiza y los borra de la inexistencia.

En ese sentido, esta obra trabaja de manera exacta lo vulnerable porque le otorga un estatuto estético, ético y político sin renunciar a los difíciles hilos en los que se teje. Pero lo hace mediante un proceso que no es más que una determinada autorrepresentación pensante, lúcida. Así, mediante la singularización, consigue eliminar la serialidad, la cifra y la inminencia de su anonimato, pero, a la vez -y este es otros de los grandes trabajos de la obra- no altera la vulnerabilidad. O, dicho de otra manera, le concede al anonimato y a lo multitudinario un signo de relevancia cuando hace de  las vidas mínimas  (cito a González Vera) un objeto único, primordial sin que pierdan su condición minimalista. Esa es la huella que se extiende por cada una de las novelas y de los relatos que conforman este libro: la construcción de vidas en los espacios más laterales del espectro social.

Desde otra perspectiva, no dejo de recordar cuando leo la obra de Beatriz García a la escritora Marta Brunet, una de las propuestas más resonantes de la literatura chilena. Cuando leí la excelente novela  Hasta ya no ir,pensé en Marta Brunet, no lo digo en el sentido mimético, sino más bien en esas relaciones comunes que se establecen para cercar un objeto literario. De la misma manera en que Marta Brunet trabajó fuera del centro (básicamente sus relatos transcurrían en el campo o en el pueblo) la novela  Hasta ya no ir  ocurre en la orillas y en medio de una claustrofóbica relación social y familiar. Pero quizás lo más arriesgado del texto es la distancia de la mirada. Construir una distancia reflexiva ha sido uno de los máximos logros de la escritura de esta obra. No se trata de novelas edificantes o ideológicas sino, más bien, de lugares donde se desencadena la infracción o el exceso de norma que empuja a las vidas a la sumisión o a un saber secreto.

Como diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, en algunos de los textos de Beatriz García Huidobro sencillamente ocurre la miseria del mundo pero como una producción del mismo mundo. Nada más. No existe en su obra una deliberación o predilección por lo abyecto, sino más bien ese abyecto está inscrito en el orden social sin carga como un suceso cotidiano con el que hay que coexistir. Las protagonistas de las novelas no se proponen cambiar el curso de las cosas: siguen el ritmo asignado y en ese ritmo van dando cuenta de los detalles que conforman las rutinas de los días y cómo las vidas se acoplan a un cotidiano que acepta e integra lo excepcional para convertirlo en una rutina más.

Las niñas o las jóvenes que pueblan los libros son hitos, sucesos desgajados de lo colectivo para dejar un testimonio en torno a las convenciones que las ordenan. Lo más frecuente en sus personajes es la disciplina y el silencio. Es esa disciplina la que lee lo indisciplinar. Las niñas o mujeres jóvenes de sus relatos reconocen las voces y sus tonos para ingresarlos a sus mentes, que así adquieren un saber que las sostiene. El silencio, como una forma curiosa de saber, ronda y organiza los mundos de cada uno de los relatos. La no rebelión, la ausencia de estallido es el instrumento en el que rige el drama.

Y es precisamente esa capacidad de leer y oír el mundo exterior desde el silencio, lo que potencia a estos sujetos infantiles o jóvenes, porque en esas voces familiares de hombres y mujeres está impresa la totalidad del campo cultural femenino. Su escritura social, su postergación, las virtudes que se le asignan. Un femenino que siempre está en vías de constitución porque las voces que la ordenan no cesan de generar nuevos signos opresores que impiden su consolidación.

De esa manera, el silencio parece ser la única o la última subversión, pero a su vez, ese silencio opera simultáneamente como una autoagresión frente a un mundo desfavorable. Entender y callar parecen formar parte de una misma operación síquica. Y es en ese silencio y entendimiento donde se devela la condición femenina, sus pulsiones, sus presiones y represiones.

Detrás o al lado de esas vidas rutinarias cruzadas por infracciones está también el espacio político desmembrado. Mientras en  Hasta ya no ir  el Golpe de Estado resuena en sus bordes e intensifica el relato, la novela  Jardín Japonés  de manera primordial aborda el efecto golpe desde sus defensores comunes, situados en los bordes de la clase media y permeados por el militarismo (básicamente la figura del abuelo). Sus discursos ordenadores y estereotipados recorren la superficie literaria para mostrar ese mundo también vulnerable pero sostenido en un patriotismo rígido, violento, que genera también un femenino irrepresentable porque sencillamente es un conjunto de normas que están allí para gratificar la existencia masculina. De esa manera la prolongada dictadura aparece en el interior de una familia -es un decir- común que forma a su vez a la niña según mandatos estrictos, plagados de sinsentido.

El efecto de esa familia, muy poco representada en la literatura chilena, permite pensar, desde la ficción, cómo se forman los cuerpos y particularmente hasta qué punto la construcción de los géneros no es nada más ni nada menos que un conjunto de normativas de dominación. Esas normativas ya ideologizadas se integran a los cuerpos para generar de manera automática su reproducción. Pero claro, la normativa emana de una construcción masculina y por ello ese cuerpo, el femenino, es el que recibe una normativa doblemente excéntrica y el que va a experimentar también una doble ajenidad.

La novela  Jardín Japonés, el tipo de jardín más exacto por la disposición de sus materiales, se traslada a lo local para probar una arquitectura también perfecta, la incesante tarea disciplinar sobre el cuerpo de las niñas como insustituible campo de dominación.

Hasta ya no ir y otros textos  presenta un conjunto de relatos que, fundado en un poderoso tramado literario, nos recuerda la existencia de un presente interminable que sucede una y otra vez ejerciendo una feroz normativa que pareciera no terminar nunca.



 

 


 

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