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La doble desigualdad de las desiguales
Por Diamela Eltit
Publicado en El Desconcierto. 8 de marzo de 2020
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Las calles se abren como escenarios para la multitud de mujeres que expresan tanto el goce de una legítima ocupación como también el rencor acumulado por habitar en una sociedad doblemente desigual. Porque la ultra instalación neoliberal ha desvalorizado millones de vidas de mujeres, las más oprimidas por el actual sistema, mientras las elites responsables se atrincheraron arriba, arriba, más arriba, en sus ciudadelas amuralladas.
Este preciso 8 de marzo del siglo XXI congrega a mujeres diversas, plurales, pero unidas frente una misma condición: Una posición anti neoliberal. Mujeres que, junto con luchar por la ampliación de sus derechos, trabajan para horadar este capitalismo inédito que transforma la extrema acumulación de riqueza en una máquina de destrucción aniquiladora de cuerpos, depredadora de recursos naturales. Un neoliberalismo oprobioso.
Las mujeres son las desiguales de la desigualdad chilena. Son la desigualdad en cada uno de los aspectos de sus vidas, en cada uno de los tiempos de sus vidas, en los salarios a lo largo de sus vidas, en las condiciones de sus muertes.
Para qué insistir en que el trabajo impago doméstico y en la tarea de cuidados son una condición del sistema. Sin el beneficio incalculable de esas labores naturalizadas como “femeninas” el sistema colapsaría. Hay que insistir en que el salario (a igual trabajo) es considerablemente menor para las mujeres. Que este salario menor es concreto, material, pero tiene un incalculable peso simbólico, pues esta desigualdad excede al dinero mismo para transformarse en una categoría pedagógica para profundizar la sumisión. Porque para pagar menos significa que la mujer vale menos para los sistemas. Y ese desvalor es una forma más de perpetuar la dominación del poder masculino.
O para que insistir en que el cuerpo sigue siendo el centro de las violencias múltiples, incesantes que asolan a las mujeres: Desde los crímenes a las palizas, desde la violación al abuso sexual, desde el gritoneo pleno de insultos al silencio castigador, desde la negación a la borradura. Esa violencia masiva, que se ha perpetuado en todos los tiempos una y otra vez, una y otra, remarca la objetualización y de la cosificación de las mujeres.
Pero este 8 de marzo es considerable. Las jóvenes el año 2018 lograron una apasionante emancipación: pusieron en jaque la categoría de cuerpos-objetos para reivindicar una subjetividad pensante, fundada en el cuerpo como zona política. Las estudiantes buscaron la deconstrucción de los instrumentos de dominación como los cánones masculinos en que se tejen los saberes. El movimiento abrió compuertas mentales, intergeneracionales y se extendió más aún con la aparición del colectivo Lastesis el año 2019 que otorgaron himno, ritmo y letra a la complejidad y a la extensión de las instituciones que proliferan para producir la asimetría.
Desde luego es necesario, hoy como siempre, recordar que si la dominación es posible -finalmente las mujeres representan la mitad de la población- a lo largo de los siglos es porque parte de las propias mujeres internalizan en ellas las voces masculinas y colaboran con las redes que articulan y activan su propia desigualdad. La tarea es descolonizar los imaginarios, despejar las brumas machistas alojadas en las siquis, respetar y normalizar la diversidad sexual de las. mujeres, filiarse políticamente para intervenir de manera masiva el sistema.
La tradición feminista en Chile tiene ya un siglo de existencia. Junto con los beneficios de la actual globalización es necesario pensar con agudeza las luchas locales y dotarse de una historia. Hay que re-conocer y reconocer a las primeras mujeres chilenas feministas para recorrer con ellas los caminos del presente. Y continuar, con el mismo ímpetu de la rebeldía antigua, trazando las rutas de lo que será todo el provenir.